El Evangelio de San Mateo

Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano.
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Capítulo VII

         No juzgueis, á fin que no seais juzgados, porque con el juicio que juzgais, sereis juzgados y el con la medida que medís, os será medido. ¿Por qué pues ves la arista que está en el ojo de tu hermano, y no consideras la viga que está en tu ojo? Ó ¿cómo dirás á tu hermano: deja; echaré la arista de tu ojo, y ves que la viga, está en tu ojo? Hipócrita, echa primero la viga de tu ojo, y entónces verás á echar la arista del ojo de tu hermano.

    Viniendo Cristo á hablar en el recatamiento, con que los que siendo regenerados son hijos del reino de los cielos, conviene que vivan entre los hombres del mundo, y acabar de poner este fundamento de la fe cristiana con el cual está saldo y firme contra todos los combates con que es combatida, dice: «No juzgueis.» Adonde conviene entender, que el juzgar las vidas ajenas es propio de los santos del mundo y más de los más perfectos,-estos las juzgan y las condenan cuando los hombres no viven como ellos, y que el mismo juzgar es propio de los santos de Dios, pero imperfectos, en cuanto aún tienen en sí resabio de santos del mundo, aún saben á la raíz de la santidad del mundo, de donde son cortados.

    Porque, entendido esto, se entiende que, prohibiendo aquí Cristo el juzgar ó condenar, muestra que habla con estas dos suertes de gentes, diciendo: «hipócrita, echa primero» etc., porque no solamente son hipócritas los que fingen ser lo que no son, pero son tambien hipócritas los que se persuaden ser lo que no son, como los perfectos santos del mundo, que por su vivir moral y por sus justicias exteriores se tienen y se estiman santos, y como los imperfectos santos de Dios, que aún no han desechado el jugo de la raiz de la santidad del mundo. Y que sea así que los imperfectos santos de Dios sean sujetos á este vicio de condenar las obras ajenas, consta por San Pablo, Rom. 14, adonde reprehende el juzgar en los imperfectos, á los cuales él llama enfermos, y reprehende el menospreciar en los perfectos, á los cuales no es prohibido el juzgar, en cuanto juzgan con lumbre espiritual y no con lumbre natural, y segun San Pablo «spiritualis omnia judicat,» 1ª Cor. 2, (46) y en cuanto juzgando no condenan como los que son hipócritas.

    Sabido esto, se entiende bien que, hablando aquí Cristo con los santos más perfectos del mundo y con los santos imperfectos de Dios, les dice que repriman y mortifiquen el afecto de juzgar, porque no los juzgue Dios á ellos. Y diciendo, «porque con el mismo juicio» etc., entiende lo mismo que entiende San Pablo, Rom. 2, (47) que el que juzga á otro se da la sentencia contra sí, incurriendo en el mismo delito que él condena.

    Esta misma sentencia está replicada en aquello «y con la medida que medís» etc., las cuales palabras dicen que son dichas por refran ó proverbio en la lengua hebrea, tomado del que vende y compra, que vendiendo con una medida es obligado á comprar con la misma medida; con la que da, con aquella recibe. Declarándose Cristo en lo que ha dicho, dice: «porque ves la arista» etc., entendiendo que son siempre mayores los defectos que tienen los que juzgan que los que tienen aquellos que son juzgados, porque los santos del mundo los más perfectos son los (48) que más juzgan, y por ordinario juzgan á los santos de Dios, y júzganlos de algunas cosas que ó no son defectos en ellos, como son las observaciones exteriores de las cuales eran juzgados los discípulos de Cristo de los escribas y Fariseos, ó son como arista en el ojo, cotejadas con la viga que está en el ojo del que las juzga.

    Diciendo «y entónces verás» etc., entiende Cristo que es el hombre inhábil para conocer los defectos ajenos miéntras tiene defectos propios, así como es inhábil uno que no ve, para curar en otro el mal de ojos. Y porque acerca de este juzgar he hablado declarando á San Pablo, Rom. 14, me remito á lo que allí he dicho. Y de aquello y de esto tomo esta doctrina, verdaderamente cristiana, que es cosa segurísima no juzgar las obras ajenas, y tomo este aviso que, cuando veré á uno que juzga el vivir ajeno, lo tendré ó por perfecto santo del mundo ó por imperfecto santo de Dios, por imperfecto cristiano.

         No deis lo santo á los perros ni echeis vuestras piedras preciosas delante de los puercos, porque no acontezca que estos las pisen con sus piés y aquellos vueltos á vosotros os despedacen.


    Avisa Cristo á las personas espirituales, á los hijos del reino de los cielos que están en la regeneracion cristiana, que no platiquen en cosas de espíritu y de regeneracion en presencia de hombres carnales ni de hombres malignos, por el inconveniente que de ello se sigue, esto es que los carnales desprecian y burlan de las cosas que son de espíritu, y los malignos calumnian, persiguen y maltratan á los que les dicen las cosas espirituales. Los carnales las desprecian, porque no las entienden ni las sienten, y los malignos persiguen á los que se las dan, porque no quieren que otros tengan lo que ellos no tienen.

    Este aviso es necesarísimo en todos tiempos, y las personas cristianas deben mirar mucho en él. Adonde si me preguntará uno diciendo: si no se han de dar ni comunicar los tesoros espirituales ni con carnales ni con malignos, ¿cómo se podrá predicar el evangelio el cual es santo y es piedras preciosas y es el verdadero tesoro espiritual y divino? y si no se predica ¿cómo será aceptado? le responderé que con estas palabras no prohibe Cristo el predicar el evangelio, el cual debe ser predicado generalmente á todos los hombres por todo el mundo, pero prohibe el razonar y el platicar en el vivir cristiano y en lo que es anexo á él con los hombres que no han aceptado el evangelio. ¿A qué propósito tengo yo de decir, en qué manera es Cristo señor de los escogidos de Dios, es cabeza en la iglesia de Dios, y es rey en el pueblo de Dios, á los que, no habiendo aceptado el evangelio, no saben qué cosa es Dios ni qué cosa es Cristo? ¿De qué sirve que yo hable de la incorporacion, con que el hombre es incorporado por la fe en Cristo, con hombres que no han aceptado en sus corazones el evangelio de Cristo? ¿A qué propósito tengo yo de mostrar como, matando Dios en la cruz á Cristo, mató á todos los que creen en Cristo, y que, resucitando Dios glorioso á Cristo, resucitó glorioso á todos los que creen en Cristo, á los que no creen el evangelio de Cristo? ¿Para qué efecto tengo de proponer la doctrina del vivir cristiano, que todo consiste en mortificacion, á los hombres que por no haber aceptado el evangelio estan dedicados al mundo?

    Sea pues esta la conclusion: que sea propuesto generalmente á todos el evangelio de Cristo, intimándoles el indulto y perdon general por la justicia de Dios ejecutada en Cristo, y que la doctrina del vivir cristiano sea solamente propuesta á los que han aceptado el evangelio de Cristo, y que los secretos de la regeneracion cristiana, los privilegios, de que gozan los que son hijos del reino de los cielos, solamente sean platicados con los que comienzan á sentir en sí los frutos y efectos del evangelio, dejando de ser puercos, de ser viciosos y carnales, y dejando de ser perros, de ser malignos y perversos, y comenzando á vivir pura y santamente, siguiendo el deber de la regeneracion cristiana. Y el ser perros contra los santos de Dios entiendo que es propio de los santos del mundo, porque estos son los que se vuelven contra ellos y los despedazan con murmuraciones, con persecuciones y con martirios. De los cuales como de peste deben huir los santos de Dios, los verdaderos cristianos.

         Demandad y dáros han, buscad y hallareis, llamad y abriros han. Porque todo hombre que demanda recibe, y el que busca halla, y al que llamará será abierto. ¿Hay por ventura algun hombre de vosotros que, si su hijo le demandara pan, le dará piedra? y si le demandara un pez ¿darále por ventura una serpiente? Pues, si vosotros, que sois malos, sabeis dar buenas dádivas á vuestros hijos ¿cuánto mejor vuestro padre el que está en los cielos dará bienes á los que le demandarán?

    Este consejo de Cristo cuadra muy bien, juntado con lo que en el capitulo pasado ha hablado de la oracion, porque allí enseña á los hijos del reino de los cielos cómo y qué han de orar, y aquí les enseña que es bien orar y ser importunos en la oracion y los certifica que alcanzarán lo que demandarán en la oracion. Y que sea así, que este consejo pertenezca solamente para los que son hijos de Dios por regeneracion, consta por el ejemplo que pone Cristo del padre con el hijo.

    Somos todos los hombres hijos de Dios por la creacion, pero esta filiacion no nos hace amigos de Dios, y esta la tenemos comun con todas las criaturas; y somos todos los verdaderos cristianos incorporados en Cristo, hijos de Dios por la regeneracion, la cual filiacion nos hace amigos de Dios, en cuanto no nos considera Dios por lo que somos en nosotros mismos sino por lo que somos incorporados en Cristo, en el cual somos justos y santos, porque él es justo y santo á estos hijos dice Cristo que demanden, que busquen y que llamen á la puerta de Dios, siempre que desearán haber alguna cosa de Dios, prometiéndoles que alcanzarán de Dios todo lo que desearán. Y por confirmarlos más en esta verdad á fin que así mejor se certifiquen en ella, porque la certificacion es la que da vida á la oracion, dice «porque todo hombre que demanda» etc., entendiendo que de esta general pueden tomar esta particular que si demandan, que si buscan y que si llaman, saldrán con su intento.

    Aquello «hay por ventura algun hombre» etc., es para confirmarnos más en la confianza, en la cual quiere Cristo que estemos confirmadísimos y certificadísimos, y por tanto, siempre que habla en la confianza, que habemos de tener en Dios, hace en ella más instancia que en otra cosa ninguna, y así dice aquí: sois vosotros malos y dais á vuestros hijos lo que os demandan, ¿y dudais que vuestro padre que es bonísimo, os dará á vosotros lo que lo demandais?

    Adonde si dirá uno: yo dudo, porque no me tengo por hijo, le responderé que, si ha aceptado el evangelio, hace injuria á Cristo no teniéndose por hijo, mostrando que con efecto no cree que Cristo sea hijo, porque, si lo creyese, habiendo aceptado el evangelio y con él estando incorporado en Cristo, no dudaría de tenerse por hijo. Y si dirá otro: yo dudo, porque, aunque me tengo por hijo, me tengo por mal hijo, le responderé que, si por su ser bueno se tiene por hijo, tiene razon de dudar, porque está en un error grandísimo, atribuyéndose á sí lo que no es suyo, y que, si por su incorporacion en Cristo no se tiene por buen hijo, hace grandísima injuria á Cristo, dudando de la bondad, de la justicia y de la santidad de Cristo, en cuanto no se conoce, por la incorporacion en Cristo, bueno, justo y santo.

    Cierre pues todo hombre cristiano incorporado en Cristo por la aceptacion del evangelio, digo que cierre las orejas del cuerpo y del ánimo á las persuasiones humanas y diabólicas que le interturbarán la confianza en la oracion, y diga así: Cristo es hijo de Dios y yo, incorporado en Cristo, soy hijo de Dios; Cristo es buen hijo de Dios, justo y santo, y yo soy buen hijo de Dios, justo y santo; y así demande á Dios con confianza, no dudando, ántes estando cierto que alcanzará lo que demanda, fundando su certificacion en este prometimiento de Cristo, y será así que alcanzará lo que demandará.

    Y lo que ha de demandar está dicho en el capítulo precedente. Adonde se ha de entender que á los que somos cristianos pertenece examinar nuestros deseos, cuando somos movidos á orar, para ver si somos movidos á demandar una de aquellas siete cosas que Cristo nos enseña que demandemos, á fin que, cuando serán conformes á aquellas, los abracemos y demandemos á Dios el efecto de ellos, y, cuando serán contrarios, los desechemos y no nos pongamos á demandar el efecto de ellos. Aquello «si vosotros que sois malos» etc., es digno de consideracion contra nuestra natura depravada por el pecado del primer hombre, por el cual nos es tan natural el ser malos, cuanto, no pecando Adam, nos fuera natural el ser buenos. En Adam somos malos todos los hombres, y en Cristo somos buenos todos los que aceptamos el indulto y perdon general que nos es predicado en el evangelio de Cristo. Por lo que aquí dice «dará bienes,» San Lúcas dice: «dará el espíritu bueno», quiere decir el espíritu santo. Esto digo deseando persuadir á las personas cristianas que demanden á Dios que les de su espíritu santo, ciertas que se lo dará, fundando su certificacion en este prometimiento de Cristo.

         Todo pues, cuanto querreis que los hombres hagan con vosotros, haced tambien vosotros así con ellos, porque esta es la ley y los profetas.

    Esta sentencia no entiendo como depende de las palabras que preceden, ni como cuadra con las que siguen. San Lúcas las pone junto con la perfeccion que San Mateo pone en el capítulo 5, y pónelas por conclusion de toda ella, y allí cuadran bonísimo, porque incluyen todo lo que allí está dicho, pues es así que el que hará con los hombres lo que huelga que los hombres hagan con el, no ofenderá jamás á ninguno. El deber de la generacion humana quiere que el hombre no haga con otro lo que no querria que el otro hiciese con él, y el deber de la regeneracion cristiana pasando más adelante quiere que haga lo que querría que fuese hecho con él. Adonde se entiende que se engañan mucho los que igualan con la doctrina cristiana á la filosofía moral, la cual aún no llega al deber de la generacion humana, al cual deber pasa la doctrina cristiana (49).

    Diciendo «porque esta es la ley» etc., entiende que, teniendo intento la ley y los profetas á reducir á los hombres á esto, el que se reducirá á ello cumplirá con ella y con ellos, y el que faltará será condenado por ella y por ellos, si no habrá abrazado la justicia de Cristo, la cual libra de toda condenacion á los que la abrazan, como entiende San Pablo, Rom. 8. (50)

         Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva á perdicion, y muchos son los que entran por ella, y porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva á la vida, y pocos son los que la hallan.

    Porque la carne, que de ninguna manera querria ser estrechada, queriendo y deseando andar siempre libre y exenta, se pudiera resentir sintiendo la perfeccion que aquí le propone Cristo, queriendo Cristo que sus regenerados no se tiren afuera, espantados de tanta perfeccion: dice «entrad por la puerta» etc. Adonde parece que se imaginó Cristo dos puertas y dos caminos, la una puerta y el un camino difícil y árduo, y la otra puerta y el otro camino fácil y apacible, y que por el difícil se va á la vida eterna y que por el fácil se va á la muerte eterna. Y háse de entender que, así como el que lleva á la muerte eterna es fácil, es dulce y sabroso á la carne, si bien el ánimo, tornando sobre sí, halla en él dificultad y amargura sin sabor, así el camino, que lleva á la vida eterna, es difícil, amargo y desabrido para la carne, si bien es fácil, dulce y sabroso para el ánimo regenerado por Cristo.

    Y entendiendo estas palabras así, no serán contrarias á las que dirá Cristo en el capitulo 11, que su yugo es suave, etc., porque allí, llamando yugo á la fé con que es aceptado el evangelio, lo llama suave porque no hay cosa en el mundo más suave que sentir la remision de pecados y reconciliacion con Dios por Cristo, y, llamando carga á la doctrina del vivir cristiano, la llama ligera porque tal es con efecto á los que, habiendo tomado el yugo de la fé, sienten los efectos de ella. Y aquí llama puerta estrecha y camino angosto á la doctrina del vivir cristiano, de que va hablando, entendiendo que es tal para la carne no mortificada por la fé.

    Facilita pues aquí Cristo la dificultad del vivir cristiano, diciendo que, caminando el hombre por él, va á la inmortalidad y vida eterna, así como, caminando por el vivir mundano, va á la perdicion y muerte eterna.

    En aquello «y pocos son los que la hallan» entiende que serán pocos los que irán á la vida eterna, cotejados con los muy muchos que irán á la muerte eterna. Y la causa, porque son pocos, es porque son pocos los que toman el yugo de la fé cristiana, sin la cual no se halla jamás el camino del vivir cristiano. Es la fé cristiana un manjar tan delicado que pocos estómagos lo sufren, y por tanto decia San Pablo « non omnium est fides» (51); y siendo la fé de pocos, es de pocos hallar el camino del vivir cristiano, por donde se va á la vida eterna.

    Adonde se entiende que los que, aceptando el evangelio, comienzan á vivir cristianamente, comienzan tambien á gozar de la vida eterna, porque comienzan á vivir una vida semejante á la que habemos de vivir en la vida eterna; pero esto no lo creen jamás los que no tienen alguna experiencia de ello. Trabajemos pues, todos los que habemos aceptado el yugo de la fé cristiana, por entrar por la puerta estrecha, por caminar por el camino angosto, poniéndonos delante el deber de la regeneracion cristiana, mortificando todos nuestros deseos carnales, no satisfaciéndonos jamás en cosa ninguna de las que agradan á la sensualidad, ciertos que alcanzaremos inmortalidad y vida eterna con Jesu Cristo nuestro señor.

    Despues de escrito esto, considerando aquello «y pocos son los que la hallan,» entiendo que llama Cristo «puerta estrecha» y «camino angosto» á la fé cristiana, y al vivir cristiano, porque lo uno y lo otro consiste en un punto, el cual es tan primo y tan sútil que pocos lo aciertan á entender y poquísimos lo aciertan á exprimir. Y entiendo que, porque, despues que el hombre acierta en el punto de la fé cristiana y en el punto del vivir cristiano, halla grandísima satisfaccion en lo uno y en lo otro, dice Cristo en el cap. 11 que su yugo es apacible y su carga ligera. Y de esto he hablado en una respuesta.

         Guardáos de los falsos profetas, los cuales vienen á vosotros con vestiduras de ovejas, pero dentro son lobos robadores. Por sus frutos los conocereis. ¿Por ventura cogen de espinas uva, ó de abrojos higos? Así todo árbol bueno hace buena fruta, y el árbol malo hace mala fruta. No puede el buen árbol hacer mala fruta ni el árbol malo hacer buena fruta. Todo árbol, que no hace buena fruta, es cortado y echado en el fuego. Por tanto por sus frutos los conocereis.

    Este aviso, que da Cristo á sus discípulos, consta claramente que no servia para el tiempo que él vivia con ellos corporalmente, sirviendo para el tiempo que él vive con sus discípulos espiritualmente, á los cuales es necesarísimo este consejo en todos tiempos, porque siempre entre los verdaderos profetas se engieren los falsos. Y háse de entender que los que aquí llama Cristo falsos profetas, porque habló en tiempo de la ley, llama San Pablo falsos apóstoles, porque habló en tiempo del evangelio. Estos entiendo que son profetas y son apóstoles, en cuanto predican á Cristo y enseñan el vivir cristiano, habiendo aprendido por ciencia lo uno y lo otro, y entiendo que son falsos, en cuanto con Cristo mezclan á Moisen y con el vivir cristiano mezclan la ley.

    Las «vestiduras de ovejas,» que estos traen, entiendo que son el nombrar mucho á Cristo y al evangelio, la pobreza exterior, la humildad en las palabras, la vida austera, el menosprecio aparente del mundo y de las pompas y riquezas de él. Y el ser estos «lobos robadores» no entiendo que consiste en que toman á nadie lo suyo sino en que, así como los lobos son la peste de las ovejas porque las roban y se las comen, así estos son la peste de las ovejas de Cristo porque las apartan de Cristo y las llevan á Moisen, las apartan del evangelio y las llevan á la ley, como habian apartado á los Gálatas segun parece por la epístola que San Pablo les escribió. De estos tales lobos dice Cristo que nos guardemos, que pongamos los ojos en ellos, para que no nos perviertan.

    Y diciendo «por sus frutos los conocereis», entiende que, mirando bien en sus obras, conoceremos que son falsos profetas y que son falsos apóstoles. Las obras del verdadero profeta y apóstol son la humildad del ánimo, la modestia, la mansedumbre, la sinceridad y la verdad, y es resolutamente la mortificacion de lo que es carne y es mundo; el que es tal, predica puramente á Cristo sin mezclarlo con Moisen, y enseña puramente el vivir cristiano sin mezclarlo con ley, porque en su corazon tiene á Cristo, al evangelio y al vivir cristiano, y no puede dar sino de lo que tiene, y háse de entender que la fé cristiana ha hecho este efecto en él.

    Las obras del falso profeta y apóstol son la propia estimacion, el ser escandaloso, revoltoso, contencioso, falso, maligno y mentiroso; el que es tal, predica más de Moisen que de Cristo, si bien nombra más á Cristo que á Moisen, y enseña más ley que evangelio, porque tiene más de Moisen que de Cristo y más de ley que de evangelio, y no puede dar sino de lo que tiene. Y por tanto muy á propósito compara Cristo á los falsos profetas al árbol malo, comparando á los verdaderos profetas y apóstoles al árbol bueno. Antes es así que todo hombre, por muy virtuoso que sea segun las virtudes morales, si está sin Cristo, es mal árbol, y, siendo mal árbol, es necesario que dé mal fruto, porque el corazon, de donde sale el fruto, es malo; así como todo hombre, por flaco y enfermo que sea, si está incorporado en Cristo, es buen árbol, y, siendo buen árbol, es necesario que dé buen fruto, porque el corazon, de donde sale el fruto, es bueno, estando renovado por Espíritu santo.

    Y por tanto decia bien San Jacobo: «muéstrame tu fé por tus obras y mostraréte yo mi fé por mis obras», entendiendo que no aprovecha que yo diga que creo, si en mi vivir mortificado y aún muerto al mundo no muestro que creo, porque es así que la mortificacion es el efecto de la fé, así como tambien la humildad y la caridad, porque el que cree es humilde y es caritativo.

    Diciendo Cristo «por sus frutos los conocereis», nos da licencia á los que somos suyos que juzguemos de la falsedad y de la verdad de los que no son profetas y apóstoles por lo que veremos en su vivir exterior, á fin que, viendo que su vivir es ambicioso, escandaloso y contencioso, teniéndolos por falsos y mentirosos profetas, huyamos de ellos, y, viendo que es humilde, modesto y puro, teniéndolos por verdaderos profetas, nos lleguemos á ellos. Para el cual juicio es necesario que siempre roguemos á Dios, acreciente en nosotros su espíritu santo, teniendo por cierto que sin él no lo sabremos jamás hacer.

         No todo el que me dice «señor, señor», entrará en el reino de los cielos sino el que hará la voluntad de mi padre el que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel dia: señor, señor, ¿no habemos profetizado en tu nombre? ¿no habemos echado demonios en tu nombre? ¿y en tu nombre habemos hecho muchos milagros? Y entónces les confesaré: nunca os conocí, apartáos de mí los que obrais iniquidad! Por tanto á todo el que oye estas mis palabras y las hace, lo compararé al hombre sabio que edificó su casa sobre piedra; y bajó la lluvia y vinieron los rios y soplaron los vientos y cayeron en aquella casa y no cayó, porque estaba fundada sobre piedra. Y todo el que oye estas mis palabras y no las hace, será semejante al hombre necio que edificó su casa sobre el arena; y bajó la lluvia y vinieron los rios y soplaron los vientos y dieron en aquella casa, y cayó: y fué su caida grande.


    Habiendo Cristo largamente instruido á sus discípulos en el deber de la regeneracion cristiana que es propio de los que están en el reino de los cielos habiendo aceptado la gracia del evangelio, viene á concluir su instruccion, diciendo: «no todo el que me dice» etc., entendiendo que, para tomar posesion del reino de los cielos en la presente vida de manera que la continuemos en la vida eterna, es menester que, aceptando la gracia del evangelio por la cual llamamos á Cristo señor, nos apliquemos á vivir cristianamente por el deber de la regeneracion cristiana segun lo que en estos tres capítulos él nos enseña, confirmando nuestra fé con nuestro vivir cristiano y mostrando por nuestras obras que tenemos fé.

    Y así al hombre que, viviendo segun se acostumbra en el reino del mundo, piensa salvarse, diciendo que tiene fé, lo compara Cristo al que edifica sobre arena su casa, en cuanto la fé del tal, no estando confirmada con experiencia del vivir cristiano, siendo combatida, cae; y al hombre que, viviendo cristianamente sin conformarse en nada con el mundo, confirma su fé cristiana con su vivir cristiano, lo compara Cristo al que edifica su casa sobre piedra, en cuanto la fé del tal, estando así confirmada, aunque es combatida, no cae.

    Adonde se ha de entender que pretende Cristo persuadir á todos los que aceptamos su evangelio, que nos apliquemos á vivir de la manera que él ha enseñado en este razonamiento, pretendiendo con nuestro vivir cristiano mostrar y dar testimonio de nuestra fé cristiana y conservarnos en ella, defender y mantener la posesion del reino de los cielos en que entramos creyendo. Y háse de entender que la fé, que no resuelve al hombre en vivir de esta manera y que no lo reduce á ello á lo menos á quererlo, desearlo y procurarlo, no es inspirada ni revelada sino enseñada y relatada.

    Esto digo á fin que se entienda que el vivir cristiano de los que viven cristianamente es efecto de la fé cristiana y no de su industria humana, para que no se glorie hombre ninguno en presencia de Dios. Así entiendo todas estas palabras de Cristo. Y entiendo más que, porque habia muchos que seguian á Cristo por curiosidad y otros que siguiéndolo no se aplicaban á vivir segun lo que él les enseñaba, y porque conocia Cristo que siempre en el mundo habria otros muchos semejantes á estos, queriendo desengañar á los unos y á los otros, á fin que, ó se aplicasen y apliquen á vivir como él les enseñaba y enseña, ó se apartasen y aparten de él y lo dejasen y dejen y no le diesen ni den mal nombre con su vivir profano y mundano, dice: «no todo el que me» etc., entendiendo: para entrar en el reino de los cielos no basta que os andeis tras mí, que os llameis cristianos y que me llameis señor, porque es menester que principalmente cumplais la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios entiende Cristo que es que nos apliquemos á vivir de la manera que él ha enseñado aquí. Y no nos aplicaremos, si primero no aceptamos la gracia del evangelio, la cual es eficaz en nosotros para resolvernos con el mundo y con nosotros mismos y así aplicarnos y reducirnos á vivir cristianamente.

    Los que no aceptan el evangelio es imposible que vivan cristianamente, y los que lo aceptan, si conservarán en sí la memoria de la aceptacion, será imposible que su poco á poco no vengan á vivir cristianamente, siguiendo tras el deber de la regeneracion cristiana. Queriendo Cristo confirmar esto mismo, dice: «muchos me dirán» etc., entendiendo que en el dia del juicio habrá muchos que, persuadidos por falsos profetas y apóstoles, se habrán creido tener posesion en el reino de los cielos por llamarse cristianos y por llamar á Cristo señor, y hacer ceremonias cristianas y hacer milagros en nombre de Cristo, no teniendo fé cristiana, de la cual nace el vivir cristiano, y que á todos ellos les dirá que se aparten de él, porque no los conoce, por ser ellos como son obradores de iniquidad; y tales son todos los que están sin Cristo, por muy santos que parezcan en los ojos del mundo, y sin Cristo están todos los que dudan de la justificacion por Cristo, y dudando no se aplican al vivir cristiano.

    Aquello «¿no habemos profetizado en tu nombre?» entiendo que toca á los falsos profetas y apóstoles que predican á Cristo con Moisen y al evangelio con la ley, viviendo ellos como gentiles ó como hebreos. Aquello «¿no habemos echado demonios?» con lo que se sigue, entiendo que pertenece á los que, para hacer conjuros, hechizos y ensalmos, se sirven del nombre de Cristo y del nombre de Dios, persuadiéndose ellos que hacen aquello en virtud de Cristo y de Dios, haciéndolo verdaderamente en virtud del demonio. Con quien querrá decir, que puede estar la fé de hacer milagros querrá en nombre de Cristo adonde no está la fé de la justificacion por Cristo que es el fundamento del vivir cristiano, yo no contenderé; es bien verdad que no me puedo persuadir que sea así, porque lo que dice San Pablo, 1ª Cor. 13, lo entiendo de la manera que allí lo he declarado.

    Despues de escrito esto acordándome que los discípulos de Cristo tuvieron don de hacer milagros y los hicieron, ántes que entendiesen el secreto del evangelio, de la muerte de Cristo y resurreccion de Cristo, si bien conocian que Cristo era el Mesía, entiendo que puede estar el don de hacer milagros en hombres que no hayan aceptado la gracia del evangelio entendiéndola. En la cual inteligencia me confirmo más, acordándome que, siendo Júdas del número de los doce, le tocó tambien á él hacer milagros en nombre de Cristo.

    En la comparacion de los que edifican se ha de entender que, diciendo «y las hace,» entiende: y se aplica á hacerlas, á ponerlas en ejecucion, no contentándose con decir: bien dice; y entiendo que no puede haber esta aplicacion sino adonde hay fé cristiana, siendo así que el que no está cierto por la fe cristiana de estar bien en la vida eterna, no se puede jamás despojar del todo del afeccion á la vida presente y á las cosas de ella, y mientras no se despoja de esta afeccion, no puede aplicarse á la doctrina de Cristo.

    La lluvia, los rios y los vientos que dan sobre la casa edificada, quiero decir sobre la fé cristiana, entiendo que son las persecuciones de los hombres del mundo, las falsas persuasiones de los demonios del infierno y los asaltos de la propia sensualidad. Estos entiendo que dan sobre la fé cristiana, y entiendo que, cuando la hallan confirmada con la experiencia del vivir cristiano, está salda, firme y constante, así como, cuando la hallan fundada en opinion y sin experiencia del vivir cristiano, dan con ella en tierra, y su caida es tanto mayor cuanto la profesion cristiana es mayor. Y por tanto es necesario que el hombre funde su fé cristiana con la experiencia del vivir cristiano, segun que me acuerdo haberlo escrito en una consideracion (52).

    Hasta aquí ha puesto San Mateo la mayor parte de la doctrina de Cristo, en la cual conviene y es muy necesario que el cristiano lleve el tino que está dicho arriba, acordándose siempre que le pertenece hacerse una grandísima violencia, resolviéndose con el mundo y consigo mismo, de la manera que habemos dicho arriba, y así reducirse á conformar su vivir, en cuanto le será posible, con esta doctrina, y sabiendo que, cuando alguno faltará en ella, no se ha de tener por ajeno de Cristo, ántes ha de conocer el beneficio de Cristo, considerando que, si Cristo no hubiera satisfecho y pagado por él, con todo este rigor seria juzgado y condenado en el juicio de Dios como serán juzgados y condenados los que no habrán aceptado el perdon general por Cristo que les es intimado en el evangelio, por la cual aceptacion venimos al vivir cristiano, y, aunque faltamos en algo en él, no somos juzgados con este rigor.

         Y aconteció que, como acabó Jesus estas palabras, se espantaron las gentes de su doctrina, porque les enseñaba como persona que tenia autoridad y no como los escribas.

    Habiendo puesto San Mateo este divinísimo razonamiento de Cristo, pone el efecto que hizo en los ánimos de los que lo oyeron, diciendo que se espantaron, que quedaron atónitos, y, diciendo la causa de donde procedia su espanto, dice «porque enseñaba» etc., entendiendo que no se espantaban tanto de lo que decia, cuanto de la majestad y autoridad con que lo decia, como señor y patron de lo que decia y no como siervo y sujeto á ello, cuales eran los escribas.

    Adonde entiendo que la diferencia, que habia entre Cristo y los escribas, la hay tambien entre los que, teniendo del espíritu de Cristo, enseñan por experiencia, siendo tambien ellos señores y patrones de lo que dicen, y los que, teniendo por opinion las cosas cristianas, enseñan por ciencia, no siendo señores de lo que dicen. Esta diferencia la habrán experimentado en sí mismos los que, habiendo en su tiempo enseñado por ciencia, son venidos á enseñar por experiencias á enseñar con espíritu y no con letra; y experiméntanla tambien los que, habiendo oido á los escribas que enseñan por ciencia, oyen á los cristianos que enseñan por experiencia, enseñando aquello que ellos propios experimentan dentro de sí mismos.

    Aquí se me ofrece esta consideracion que verdaderamente me causa grandísima admiracion: que fuesen de mayor eficacia para convertir á los hombres diez palabras de San Pedro despues de la venida del Espíritu santo que todas estas que aquí ha dicho Cristo. En la cual consideracion aprendo tres cosas. La primera, cuánto somos incapaces los hombres de las cosas divinas, por mucho que oigamos hablar en ellas, miéntras que el Espíritu santo no nos mueve interiormente. La segunda, cuánto es Dios más liberal con los hombres despues que en Cristo castigó todos nuestros pecados, que era ántes que los castigase. Y la tercera, que el propio oficio de Cristo en el mundo no fué convertir hombres sino morir por los hombres, tomando sobre sí los pecados de todos ellos. Y cuanto más considero esto, tanto más me certifico en esta verdad que, habiendo Dios castigado en Cristo mis pecados, no me castigará á mí por ellos; y esta certificacion conozco que hace en mí este singularísimo efecto que me mortifica los deseos de pecar y me reduce á término que desearia ser privado de toda delectacion corporal y exterior por poder estar totalmente embebido en la consideracion de este singularísimo beneficio de Cristo, la cual en grandísima manera me aficiona á Dios y á Cristo.

    Aquí me maravillo de esto que, habiendo dicho San Mateo en el principio del capítulo 5 que Cristo comenzó á hablar con sus discípulos y habiendo llevado continuado este razonamiento, diga aquí que se espantaban las gentes, por donde parece que lo oian, pues se espantaban; pero en esto me remito á los que lo entienden; yo me huelgo de confesar mi ignorancia.