Diálogo de doctrina cristiana
                  Juan de Valdés 
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DE LA REFORMA DE LA IGLESIA

Eusebio.- Vos habéis respondido muy bien y muy a propósito, y haréis bien en aplicaros de aquí adelante a alguna manera de estudio, así para lo que conviene a vos, como para lo que conviene a vuestros feligreses; que pues os dan sus haciendas, mucha razón es que vos les deis doctrina; y no se la podéis dar, si no lo sabéis para vos; y no la podéis saber bien, sino con trabajo y estudio.

Arzobispo.- Os dice muy gran verdad. No dejéis de hacerlo así.

Antronio.- Digo que me place; pero, ¿cómo queréis que un hombre como yo, que pasa de cincuenta años, empiece a estudiar gramática?

Arzobispo.- Cómo, ¿que no sabéis latín ninguno?

Antronio.- Un poquito aprendí, siendo rapaz; pero luego se me olvidó.

Arzobispo.- Pues, ¿cómo se ordenaron de misa?

Antronio.- Yo os lo diré. Siendo mancebete me metí fraile; y como tenía buena voz, en siendo de edad, me hicieron ordenar de misa, aunque no sabía latín, ni aun apenas leer, porque como sabéis, a los frailes no los examina el obispo, sino sus guardianes, y así pasé yo entre otros. Después, por no sé qué desconcierto, dejé el hábito, y también porque no me hallaba bien allí.

Arzobispo.- Yo os certifico que esa es una cosa muy recia que se dé orden sacra a hombre que no sepa entender lo que lee, puesto caso que sea fraile, como si no tuviesen también ellos necesidad de saber como los demás. A lo menos, en mi arzobispado, siendo yo vivo, no se ordenará ninguno, sea quien se pagare, sin que yo mismo lo examine, y muy bien examinado; y no solamente le examinaré de lo que sabe, sino antes que le ordene, haré hacer pesquisa, y muy de veras, sobre él, para ver cómo vive y ha vivido, algunos días antes. Y si hallare que su vida ha sido y es muy conforme a la religión cristiana, y que junto con esto es persona de letras y habilidad, le daré órdenes; y, si no, por cualquiera cosa de éstas que le falte, aunque me importune todo el mundo, no le ordenaré ni aun de grados.

Eusebio.- ¡Oh, buena vida os dé Dios, y cuán a mi placer lo decís! Plegue a Dios que viváis muchos años, para que reforméis esto y otras muchas cosas, en que hay tanta perdición, que es la mayor lástima del mundo. Y os prometo que habría otra manera de cristiandad que hay si todos los prelados hiciesen de esta manera; pero como no se mira nada de lo que vos decís en el que se viene a ordenar, no hacen sino hacer clérigos, y la gente lo ha tomado ya por granjería. Y como crecen los clérigos, y también los frailes, crece el desconcierto y mal vivir de ellos. Y los legos toman de allí ocasión de ser ruines, y así va todo perdido. Y para remediarse, no hay otro mejor medio que el que vos ahora habéis dicho; y si en el recibir de los frailes se hiciese otro tanto, sin duda ninguna sería gran bien.

Antronio.- ¡Ahora sus! Respondedme a mí y dejaos de reformar ahora la Iglesia.

Arzobispo.- A vos no hay otra cosa que responderos, sino que, pues ya no tenéis tiempo para aprender latín, estudiéis muy mucho en libros de romance; y que asimismo toméis en vuestra compañía alguna persona de buenas letras y buen espíritu, al cual vos deis la mitad de vuestra renta, porque él vos instruya a vos en lo que debéis hacer. Y no se os haga esto de mal, que yo os certifico, si fuereis mi súbdito, no libraríais tan bien.

Antronio.- No quiero que digáis, señor, eso; que el mayor bien que yo creo pudiera tener, fuera ser vuestro súbdito; tan grandísimo es el amor que os he cobrado. Y pues esto es sin duda así, os suplico me tratéis como a más que a vuestro súbdito, porque en ello recibiré muy crecida merced. Y lo que mandáis que haga, haré de muy buena voluntad; y de mejor, si la persona que hubiere de tomar me la dais vos de vuestra mano.

Arzobispo.- Yo os agradezco mucho vuestra buena voluntad; y por cierto ella nos obliga a que hagamos mucho por vos, y esa persona que decís os dé de mi mano, os la daré, y aun tal, que vos seáis muy contento. Lo que yo os ruego mucho, y encargo, es que primeramente vos os determinéis de ser verdadera y puramente cristiano, conforme a lo que aquí hemos tratado; y para esto será menester que desarraiguéis del todo de vos esos deseos que tenéis de honras mundanas, porque éstas impiden mucho al alma que quiere volar al cielo. Esto haréis fácilmente si, así como los que sirven al mundo tienen vueltas las espaldas a Dios, así vos las volviereis al mundo muy determinadamente, sin pensar en otra cosa, sino en servir y agradar a Dios, no teniendo ningún respeto a cosa ninguna de las que el mundo y sus amadores puede decir de vos. Porque si esto hicierais así, siendo vos tal cual quiere Dios que seáis, procuraréis que asimismo lo sean aquellos que tenéis de parte de Dios en cargo; y procurando esto, cumpliréis muy largamente con el cargo que tenéis. Para todo esto daréis mucho crédito a la persona que yo os diere que esté con vos, porque él es tal persona que os sabrá muy bien instruir y gobernar.

Antronio.- Yo, señor, procuraré, con la gracia de nuestro Señor, de hacer todo lo que mandáis. Y veis que, aunque hablo aquí, yo os prometo que estoy dando gracias a Dios por la merced que me ha hecho, en haber traído ocasión para que yo os haya conocido, y que vos me hayáis dicho tantas y tan buenas y tales cosas. Al padre Eusebio serviré yo toda mi vida, porque él me trajo a que os conociese. ¡Oh, bendito sea aquel día que vos entrasteis en mi iglesia!

Arzobispo.- ¡Ahora sus! Los frailes tañen a cerrar, y no será razón que les hagamos tener la puerta abierta. Si hay más que preguntar sea luego, porque ni ahora hay lugar para detenernos, ni mañana estaré yo tan desocupado como hoy, porque tengo de entender en ciertos negocios del colegio que empiezo a hacer.

Antronio.- Pues que así es; porque yo no lleve escrúpulo ninguno, suplícoos, señor, me digáis si, haciendo lo que me habéis mandado y aconsejado, podré sin escrúpulo decir misa y llevar las rentas de mi beneficio.

Arzobispo.- Sí, podréis lo uno y lo otro, que lo que yo os pido no es que hagáis mudanza de estado, sino de costumbres.

Antronio.- Sin duda ninguna vos, señor, me enviáis tan del todo trocado que, según pienso, los que me vieron no me conocerán. Y háceseme tan de mal apartarme de vos, que jamás querría hacer otra cosa, sino besaros las manos y los pies. ¡Dichosa iglesia que tal prelado ha alcanzado!

Arzobispo.- Bien está. Ios ahora con la paz de Dios, que si otro día venís, yo os diré otras cosas particulares con que os holguéis.

Antronio.- Eso haré yo de muy buena gana, aunque más lejos viviese. Y pues ahora no hay lugar para más, quede Dios con vuestra señoría.

Arzobispo.- El vaya con vos; y vos, padre Eusebio, íos con el padre cura, y haced que le hagan mucha honra.

Eusebio.- Yo haré lo que vuestra señoría manda.

Antronio.- Ahora que estamos a nuestras solas, os quiero decir una cosa, de que a maravilla estoy espantado; y es ésta: que no puedo pensar ¿qué fue la causa que movió al señor arzobispo a tomar el cargo de esta iglesia, siendo, como es, tan buena persona, tan sin avaricia, sin ambición y sin ningún otro vicio malo y, en fin, tan verdaderamente cristiano?

Eusebio.- La causa yo os la diré, y vos veréis que es harto bastante; y yo os aseguro que, después de dicha, le tengáis en más haberlo tomado, que si lo hubiera rehusado.

Habéis de saber, señor cura, que las personas que verdaderamente se dedican al servicio de Dios, es menester que, por todas las vías y maneras que pudieren, procuren de emplearse todas, y del todo, en servirle, sin mirar ningún interés suyo particular. Y porque en ninguna cosa podemos nosotros más verdaderamente servir a Dios que en ser acá, en el mundo, sus procuradores, así para ganarle de nuevo almas, sacándolas del servicio del demonio, y trayéndolas al suyo, como también para conservarle las ganadas, es menester que nuestro principal intento sea éste. Y que para este fin tomemos los medios que fueren más convenientes; y porque ningún medio hay hoy más al propósito que es ser prelado -porque con su autoridad y rentas puede aprovechar mucho-, hacen muy bien los que, para este fin, toman los semejantes cargos. Así como hacen muy mal los que para otro alguno los toman. Así que, siendo el señor arzobispo la persona que habéis visto, ¿no os parece que hiciera mal si, ofreciéndole esta dignidad, sin procurarla él, la rehusara, pudiendo aprovechar en ella tanto como veis?

Antronio.- Sin duda ninguna vos tenéis mucha razón en lo que habéis dicho, y me han contentado en extremo vuestras razones. Y ahora tengo en mucho más a este buen hombre, pues pospuso su interés, que era vivir en su reposo y descanso, por aprovechar a muchos con su desasosiego y trabajo. Ciertamente él debe mucho a Dios que tal ánimo le dio; y nosotros mucho a él que a tanto se pone por nuestro provecho.

Eusebio.- Yo os certifico que tenéis mucha razón de decir lo que decís; y quiero que sepáis que, así como me parece muy mal, porque en verdad lo es, andar procurando de haber estas dignidades, y quererlas para honrarse con ellas; así también tengo por mal cuando veo que las dan a algunos que parece podrían aprovechar en ellas y servir a Dios, y las rehúsan, porque parece que quieren más vivir para sí, quiero decir, no teniendo respecto sino a sí, que para sus prójimos y para Dios. Aunque esto, mal pecado, acontece bien pocas veces; y de aquí viene que tenga el vulgo por mejor a un buen hombre, si rehúsa los tales cargos, que si los acepta; en lo cual vos también parece que estabais engañado.

Antronio.- Si, estaba, en verdad; y pues ya estoy desengañado así en esto como en otras muchas cosas, querría saber de vos qué medio tendré para huir de algunas compañías de mal arte que allá en mi tierra tengo.

Eusebio.- Ya veis que llegamos a la posada. Callemos ahora, que en eso, y en lo demás que quisiereis, podremos después hablar largamente.

Antronio.- Sea así.