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Diálogo de doctrina cristiana
                  Juan de Valdés 


EL CREDO O SIMBOLO DE LOS APOSTOLES

Eusebio.- Decís muy bien, y pues decís que lo primero que a los niños se debe enseñar es el Credo, es menester que nos digáis sobre cada artículo de él lo que os parece se les debe decir.

Arzobispo.- Soy contento. Preguntádmelo vos de la manera que lo deseáis saber y yo os responderé, y de esta manera quedará declarado, de suerte que pueda el cura tomar para sus muchachos lo que mejor pareciere.

Antronio.- Sea así.

Eusebio.- El primer artículo dice: Creo en Dios Padre Todopoderoso, que crió el cielo y la tierra.

Arzobispo.- Así es verdad.

Eusebio.- Pues veamos ahora, cuando decimos Dios, ¿qué hemos de entender?

Arzobispo.- Que es un ser eterno que ni jamás tuvo principio ni ha de tener fin, y que es tal que no hay cosa que en grandeza ni en sabiduría se le pueda igualar. El cual con sólo su querer crió todas las cosas, así visibles como invisibles, y con su maravillosa sabiduría las rige y gobierna; con su suma bondad todas las apacienta y conserva; el cual también restituyó al linaje humano de la miseria en que por el pecado del primer hombre cayó.

Eusebio.- Veamos, ¿qué es el provecho que de considerar estas tres cosas en Dios se puede sacar?

Arzobispo.- Yo os lo diré: que cuando le consideramos omnipotente, nos sometemos todos y del todo a El, viendo que delante de su majestad es nada toda la alteza de los hombres y de los ángeles; y así, luego, con grandísima fe y entera certidumbre, creemos todas las cosas que en la Sagrada Escritura se cuentan que hizo; y también creemos que acontecerá lo que prometió que aconteceríe, y de aquí viene que, desconfiando de nuestras fuerzas, que son en la verdad flacas y ruines, nos ponemos muy de verdad en las manos de Aquel que puede todo lo que quiere. Cuando pensamos en su suma sabiduría, ningún caso hacemos de nuestra sabiduría ni de la de ningún hombre, pero creemos que todas las cosas que El hace las hace recta y justamente; puesto caso que al juicio humano algunas parezcan absurdas. Cuando consideramos su suma bondad, conocemos claramente que ninguna cosa hay en nosotros que no la debamos a su magnífica liberalidad, y pensamos también que no hay pecado, por grave que sea, que El no huelgue de perdonar al que muy de veras se vuelve y convierte a El, y además de esto, que ninguna cosa hay en el mundo que El no huelgue de dar al que con entera confianza se la pide.

Eusebio.- Y, veamos, ¿creéis que basta solamente creer que es Dios tal como decís?

Arzobispo.- No, de ninguna manera; antes, además de esto, es menester que con sincero y puro ánimo pongamos en El todo nuestro amor, esperanza y confianza, y abominemos y maldigamos a Satanás con toda la idolatría y todas las maneras de artes mágicas, y que a un solo Dios adoremos y ninguna cosa haya que tengamos en más ni en tanto como a El: ni ángel, ni padres, ni señor, ni riquezas, ni honras, ni deleites; así que estemos aparejados a perder la vida por su causa, con entera y firme certidumbre que no puede perecer el que se pone todo en sus manos.

Eusebio.- Veamos; ¿hay alguna cosa que debamos honrar, temer o amar, sino a un solo Dios?

Arzobispo.- Si alguna cosa honraremos, si algo temeremos, si algo amaremos fuera de El, por su amor lo debemos honrar, tener y amar, atribuyéndolo todo a su gloria, dándole siempre gracias por todas las cosas que nos sucedieren, ahora sean tristes, ahora sean alegres.

Antronio.- Veamos, señor, ¿eso es para todos?

Arzobispo.- Sí, sin duda; para todos los que quisieren gozar de la pasión de Jesucristo es esto, y no para unos más que para otros.

Eusebio.- Está bien, vamos adelante.

El segundo artículo es creer en Jesucristo, Hijo de Dios, un solo Señor, Dios nuestro.

Arzobispo.- Es verdad.

Eusebio.- Pues decidnos, ¿cómo pudo ser que el mismo Jesucristo fuese Dios inmortal y hombre mortal?

Arzobispo.- Fue esa una cosa muy ligera de hacer a Aquel que puede todo lo que quiere; y además de creer que Jesucristo es tal por causa de la naturaleza divina que tiene común con el Padre, todo lo que de grandeza, de sabiduría y bondad atribuimos al Padre, lo hemos de atribuir también al Hijo; y todo lo que debemos al Padre, hemos de creer que se lo debemos también al Hijo. Verdad es que quiso el eterno Padre criar todas las cosas y dárnoslas mediante el Hijo.

Eusebio.- ¿Por qué la Sagrada Escritura llama al hijo Hijo?

Arzobispo.- Porque es propio del Hijo ser engendrado y nacer del eterno Padre.

Eusebio.- ¿Por qué lo llama único?

Arzobispo.- Por hacer diferencia entre el Hijo natural, que es Jesucristo, y los hijos adoptivos que son todos los que están allegados y unidos con El por unión de amor.

Eusebio.- Pues veamos, ¿por qué quiso Dios que su Hijo, siendo Dios, se hiciese hombre?

Arzobispo.- Porque mediante hombre fuesen los hombres reconciliados con Dios.

Antronio.- Huélgome en extremo de oíros, porque si bien pregunta el uno, muy mejor responde el otro.

Eusebio.- Yo os prometo que vos oigáis cosas de que más os maravilléis.

El tercer artículo es creer que Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo, y que nació de la Virgen María. Decidnos la causa por qué quiso nacer de esta manera.

Arzobispo. - Porque así convenía que naciese Dios y así era necesario que naciese el que venía a limpiar las inmundicias y suciedades de nuestro nacimiento. Quiso Dios nacer hijo humano para que nosotros, naciendo atra vez en virtud suya, por nuevo nacimiento espiritual, naciésemos hijos de Dios.

Eusebio.- Y decidme, ¿hemos de creer que este mismo Jesucristo conversó acá en el mundo, e hizo aquellos milagros, y enseñó aquellas cosas que cuentan los evangelistas?

Arzobispo.- Mucho mejor que creer que yo soy hombre.

Eusebio.- Luego, ¿también hemos de creer que es éste el Mesías que estaba figurado en las figuras de la ley vieja, el cual habían prometido los profetas, y los judíos por luengo tiempo habían esperado?

Arzobispo.- Sí, sin ninguna duda, y de la misma manera debéis creer que para alcanzar entera y perfecta santidad, basta imitar y seguir la vida y doctrina del mismo Jesucristo.

Eusebio.- De estos tres artículos pasados, yo quedo bien satisfecho.

El cuarto ya sabéis que es creer que este mismo Jesucristo, Señor nuestro, padeció muerte y pasión en tiempo de Poncio Pilato, y que fue crucificado, muerto y sepultado.

Arzobispo.- Sí sé; pero también conviene que sepamos que fue cordero sin mancilla y que padeció todas estas cosas muy de buena gana, sin culpa suya, y como aquel que para nuestra salvación mucho las deseaba padecer, y también que fue todo por ordenación de su Eterno Padre.

Eusebio.- Decidnos más, ¿por qué el Padre quiso que su tan querido Hijo, siendo la misma inocencia, padeciese cosas tan crueles, tan indignas y terribles?

Arzobispo.- Porque mediante este altísimo sacrificio fuésemos reconciliados con El cuando pusiéremos en su nombre toda la confianza y esperanza de nuestra justificación.

Eusebio.- Decidnos otra cosa, ¿por qué consintió Dios que todo el linaje humano cayese de tal manera?; y ya que lo consintió, veamos, ¿no pudiera reparar por otra vía nuestra caída?

Arzobispo.- Esto me da a mí a entender, no la razón humana, la cual de esto alcanza muy poco, sino la fe, que por ninguna otra vía se pudiera hacer mejor ni con más utilidad nuestra.

Antronio.- Una cosa ha mucho que yo deseo saber, la cual os quiero preguntar: ¿por qué quiso Jesucristo morir esta manera de muerte antes que otra ninguna?

Arzobispo.- Porque estaba así profetizado, y porque el mundo la tenía esta manera de muerte por la más deshonrada de todas, porque los tormentos de ella son crueles y pesados; así que de tal muerte convenía que muriese Aquel que, teniendo extendidos los brazos hacia todas las partes del mundo, convida a todas las gentes de él a la salud y vida eterna. Y asimismo llama a los hombres que están chapuzados en cuidados terrenales, a que gocen de los gozos celestiales; y, en fin, puesto de aquella manera en la cruz, nos representó la serpiente que Moisés colgó del madero, para que los que fuesen mordidos por las serpientes, poniendo los ojos en ella, sanasen.

Eusebio.- Está bien; pero veamos, ¿porqué quiso ser sepultado con tanta curiosidad, envuelto con ungüentos, encerrado en nuevo monumento cavado en piedra viva, y sellada la puerta y puestas guardas públicas?

Arzobispo.- Por muchas causas, y la una es porque fuese más notorio y claro que verdaderamente había resucitado, y no resucitó luego; porque si la muerte fuera dudosa, fuéralo también la resurrección, la cual quiso El que fuese certísima.

Eusebio.- Pues nos habéis ya satisfecho a nuestras preguntas, vamos adelante.

El quinto artículo es creer que descendió a los infiernos y que resucitó al tercero día de entre los muertos.

Antronio.- Veamos, ¿padeció allí algún detrimento?

Arzobispo.- No, de ninguna manera.

Antronio.- Pues, ¿a qué bajó?

Arzobispo.- A sacar las ánimas de los santos padres que luengo tiempo le habían esperado, y también para que, habiendo El quebrantado el reino del demonio, de allí adelante pudiésemos nosotros más a nuestro salvo pelear contra el mismo demonio.

Antronio.- ¿Por qué quiso resucitar?

Arzobispo.- Por tres cosas principales: la primera, por darnos cierta esperanza de nuestra resurrección; la segunda, porque supiésemos que es inmortal y así, de mejor gana, pusiésemos en él la esperanza de nuestra salud; la última, porque muertos nosotros (mediante la penitencia), a los pecados, y sepultados juntamente con Jesucristo mediante el bautismo, favorecidos con su gracia, resucitásemos para vivir nueva manera de vida.

Antronio.- En verdad, estas tres razones me parecen a maravilla bien. ¡Quién tuviese por escrito todo lo que aquí decís!

Eusebio.- Paréceme, que pues os parece bien, lo debéis escribir en vuestra memoria, o por mejor decir, en vuestra alma; pero ¡dad acá!, no perdamos tiempo.

El sexto artículo es creer que Jesucristo subió al cielo, y que está sentado a la diestra de Dios Padre.

Arzobispo.- Así es verdad, y así lo debemos todos creer.

Eusebio.- Veamos, ¿por qué quiso dejar el mundo?

Arzobispo.- Porque todos le amásemos espiritualmente y juntamente levantásemos nuestras almas al cielo; y así ninguna nación hubiese que particularmente se pudiese vanagloriar de tener en su tierra a Jesucristo; ni menos hubiese ninguno que por la presencia corporal le amase, como parece que algún tiempo le amaron los Apóstoles.

Eusebio.- Es sin duda muy buena y cristiana razón la que decís, y pluguiese a Dios que aprendiésemos todos los que nos llamamos cristianos a no hacer tanto hincapié en estas cosas corporales y exteriores, y a poner todo el fundamento de nuestra cristiandad en las espirituales e interiores. Esto hará Dios cuando fuere servido.

Quiero yo preguntar adelante: el séptimo artículo es creer que el mismo Jesucristo desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y quiero que me digáis lo que de estos advenimientos sentís.

Arzobispo.- Soy contento. El primer advenimiento fue, según las profecías, en el cual vino Jesucristo, humilde y abyecto, para instruir nuestra vida, quiero decir, para mostrarnos cómo hemos de vivir si queremos ser partícipes de su gloria, la cual quiso El que alcanzásemos en virtud de su justicia. Será también el segundo advenimiento, según las profecías, en el cual vendrá con gran majestad. Y estarán, mal que les pese, ante su acatamiento todos los hombres, de cualquier estado o nación que sean, porque todos los que desde el principio del mundo, hasta aquel día fueren muertos, en un instante resucitarán, y cada uno, vestido con su mismo cuerpo, verá al eterno juez. Allí se hallarán los bienaventurados ángeles como siervos fieles. También se hallarán los demonios para ser juzgados. Y entonces, aquel divino juez Jesucristo pronunciará desde lo alto aquella inmutable sentencia, por la cual enviará a los eternos tormentos a todos los que siguieron la bandera del demonio, y a todos los buenos santos llevará consigo para que juntamente gocen del Reino celestial, ya seguros de toda molestia y trabajos. Verdad es que no quiso manifestarnos el día de este advenimiento; lo cual todo conviene que creamos así los cristianos, y que lo enseñemos asimismo a los que instruimos.

Antronio.- Cuanto a mí, paréceme cosa de entre sueños oír lo que oigo, porque de todo ello no sabía mas que una tabla.

Eusebio.- Bien está.

El octavo artículo es creer en el Espíritu Santo. De éste bien sé yo que nos diréis maravillas.

Arzobispo.- Lo que os puedo decir es que conviene que todos creamos que el Espíritu Santo es verdadero Dios, juntamente con el Padre y con el Hijo; y que de tal manera son tres personas, que es una misma esencia, quiero decir, un mismo ser. Y porque no hay razones humanas que sean bastantes para persuadir y para entender esto, es menester que el entendimiento humano se sojuzgue y someta a la obediencia de la fe. Por este mismo Espíritu hemos de creer que fueron inspirados los que nos escribieron los libros del Viejo y Nuevo Testamento, sin cuyo favor y gracia ninguno alcanza vida ni salud eterna.

Eusebio.- ¿Por qué se llama Espíritu?

Arzobispo.- Porque así como nuestros cuerpos viven mediante el hálito o huelgo, así mediante las secretas inspiraciones que se atribuyen al Espíritu Santo, son nuestros ánimos vivificados.

Eusebio.- Veamos. ¿Es lícito llamar al Padre, Espíritu?

Arzobispo.- Sí, ¿por qué no?

Eusebio.- Porque parece que se confunden las personas.

Arzobispo.- No hacen; que el Padre llámase Espíritu, porque es incorpóreo, lo cual es común a todas tres personas según la naturaleza divina. Pero la tercera persona llámase Espíritu porque a ella se atribuye que inspira e invisiblemente traspasa por nuestros ánimos, así como los aires traspasan por la tierra o por el agua.

Antronio.- Cuanto que eso por alto se me pasa a mí; allá os avenid vosotros que lo entendéis.

Eusebio.- Aunque ahora no lo entendáis, no curéis que vos lo entenderéis algún día; y porque se nos va ya el tiempo, ya veis, que el nono artículo es creer la Santa Iglesia Católica, que es la comunión de los santos.

Arzobispo.- Bien decís.

Eusebio.- Pues quiero que me digáis, por qué no decimos en la Santa Iglesia.

Arzobispo.- La causa de esto anota muy bien San Cipriano, el cual dice que, porque en sólo Dios somos obligados a creer, por eso no pusieron los Apóstoles en la Santa Iglesia, sino Santa Iglesia.

Antronio.- Eso no lo entiendo, si no me lo decís más claro.

Arzobispo.- Lo que San Cipriano dice es, que conviene que tengamos nuestra esperanza del todo puesta en Dios, y no en criatura ninguna, y porque la Iglesia consiste de hombres que son criaturas en las cuales no es lícito que pongamos nuestra esperanza ni confianza, por eso se hace aquella diferencia.

Antronio.- Está bien, pero a esa cuenta querría decir, creo Santa Iglesia.

Arzobispo.- Habéis de saber que Iglesia es vocablo griego y quiere decir congregación o ayuntamiento. Pues lo que en este artículo decimos que creemos, es que hay acá en el mundo una iglesia que es un ayuntamiento de fieles, los cuales creen en un Dios Padre y ponen toda su confianza en su Hijo y son regidos y gobernados por el Espíritu Santo que procede de entrambos. De la cual congregación se aparta cualquiera que comete pecado mortal, y así dicen algunos, según vos parece que lo entendéis, que lo que se añade, ayuntamiento de santos, no es otra cosa sino declaración de lo primero. Como si dijera: Santa Iglesia Católica, quiero decir, ayuntamiento de santos, que es brevemente una tal participación y comunicación entre todos los santos, que son los verdaderos cristianos, que desde el principio del mundo fueron y serán, de todas sus buenas obras, cual es la amistad y compañía de los miembros del cuerpo, de tal manera que los unos se ayudan a los otros. Pero fuera de esta congregación que digo, aun sus propias buenas obras no aprovechan a ninguno para la vida eterna, si no se reconcilia y torna a juntar a la santa congregación; y por esta causa se sigue luego el décimo artículo, que es: creer la remisión o perdón de los pecados; porque fuera de la Iglesia que digo, a ninguno se perdonan los pecados; puesto caso que se aflija mucho y atormente con penitencias o ejercite todas las obras de misericordia; y mirad que digo que en la Iglesia, no de los herejes, sino santa; quiero decir, que está ayuntada con el espíritu de Jesucristo. Hay remisión de pecados, mediante el bautismo; y después mediante la penitencia y las llaves que Jesucristo dio a la Iglesia. Todo esto se debe saber, y creer y enseñar de esta manera; y yo así tengo determinado de mandar se haga en mi arzobispado; porque diciéndose de esta manera se mostrará la necedad grosera de muchos que temeraria y locamente dicen que ya no hay en el mundo santos; y los necios no miran que lo que por una parte confiesan en el Credo, por otra lo niegan en sus pláticas; esto les viene de no saber lo que confiesan que creen; y por ventura no lo saben, porque no han tenido quien se lo declarare.

Antronio.- Por las órdenes que recibí, que yo he caído en esa necedad muchas veces sin mirar en ello. Pero de aquí en adelante sabré más.

Eusebio.- Sí sabréis, yo os prometo, y por tanto me debéis dejar preguntar

El undécimo artículo es: creer la resurrección de la carne. Decidnos, ¿qué debemos entender por carne?

Arzobispo.- El cuerpo humano animado con ánima humana.

Antronio.- Pues tan a mi placer respondéis, decidme a mí: ¿hemos de creer que cada ánima tomará a tomar el mismo cuerpo que dejó?

Arzobispo.- Sí, sin duda alguna.

Antronio.- Recia cosa parece que después de haber sido traído un cuerpo muerto de acá para acullá pueda resucitar todo junto.

Arzobispo.- Mirad, hermano, al que pudo criar todo cuanto quiso de la nada, creedme que no le será dificultoso tornar en su primera figura lo desfigurado. La manera cómo esto se ha de hacer, no curemos aquí de disputarla, pues nos basta abrazándonos más con la fe que con razones humanas. Creed que el que esto prometió es de tal manera verdadero que no puede mentir, y es de tal manera poderoso que en un momento puede hacer cuanto quisiere.

Antronio.- Yo quedo de esto satisfecho; pero decidme otra cosa: ¿qué necesidad habrá entonces de los cuerpos?

Arzobispo.- Sabed, hermano, que quiere Dios que todo el hombre, en cuerpo y alma, se goce en la gloria con Jesucristo, pues acá en el mundo fue todo, cuerpo y alma, afligido por Jesucristo.

Eusebio.- A lo menos, de esto no os quejaréis que no quedáis satisfecho; y pues ya no nos queda sino el último artículo, que es: creer la vida eterna, por caridad, declarádnoslo muy altamente.

Arzobispo.- Lo declararé como supiere. Habéis de saber que en esta vida hay dos maneras de muertes: la una del cuerpo, y ésta es común a los buenos y a los malos; la otra del alma. En la otra vida, después de la universal resurrección, tendrán los buenos vida eterna, así del cuerpo como del alma. Y el cuerpo será ya libre de toda fatiga y, hecho espiritual, será regido por el espíritu; y el alma, siendo libre de toda tentación, gozará sin fin del sumo bien que es Dios. Tendrán por el contrario los malos muerte eterna, así del cuerpo como del alma, porque tendrán cuerpo inmortal, para que eternamente sea atormentado, y alma que sin esperanza de misericordia sea siempre afligida con estímulo de pecados.

Antronio.- En verdad, eso me contenta mucho. Pluguiese a Dios que lo supiese yo tan bien sentir como vos sabéis decir.

Arzobispo.- Mirad, hermano, el saber decir bien las cosas es a las veces (como dicen) gracia natural. Pero el saberlas gustar y sentir creedme que es don de Dios; dígolo, porque si lo que he dicho os parece bien y deseáis el fruto de ello, debéis pedirlo a Dios; y pedirlo, no tibia, ni fríamente, sino con mucho fervor, conociendo vuestra necesidad, porque quiero que sepáis que tanto fervor tenemos en la oración, cuanta es la necesidad que en nosotros conocemos.

Eusebio.- Dios me es testigo, que entre muchas declaraciones del Credo que he oído, es ésta que aquí habéis dicho la que más me satisface; y por esto os suplico, señor, que me digáis si la habéis aprendido en algún libro.

Arzobispo.- Que me place de muy buena gana. Bien habréis oído nombrar un excelente doctor, verdaderamente teólogo, que ahora vive, el cual se llama Erasmo Roterodamo.

Eusebio.- Sí, he.

Arzobispo.- ¿Ya habéis leído algunas obras suyas?

Eusebio.- No, porque algunos me han aconsejado que me guarde de leerlas.

Arzobispo.- Pues tomad vos mi consejo y dejad a ésos para necios; y vos leed y estudiad en las obras de Erasmo y veréis cuán gran fruto sacáis; y dejado aparte esto, habéis de saber que entre las obras de este Erasmo hay un librito de coloquios familiares, el cual dice él que hizo para que los niños juntamente aprendiesen latinidad y cristiandad, porque en él trata muchas cosas cristianas. Entre éstos, pues, hay uno donde se declara el Credo casi de la manera que yo aquí os lo he declarado; y no os maravilléis que lo tenga así en la cabeza, que lo he leído muchas veces y con mucha atención.

Eusebio.- Dígoos de verdad que, dejada aparte la autoridad de vuestra persona, la cual yo tengo en mucho, solamente esta declaración del Credo me aficionará a leer en Erasmo, y nunca dejarlo de las manos; lo cual entiendo hacer así de aquí en adelante.

Antronio.- Por el hábito de San Pedro, que aunque por información de algunos amigos míos estaba mal con ese Erasmo que decís, yo de aquí en adelante estaré bien, pues vos, señor, le alabáis tanto. Mirad, cuánto hace al caso la buena comunicación; pero ha de ser con esta condición, pues yo no entiendo esos latines, que me habéis de dar un traslado de ese coloquio o como le llamáis.

Arzobispo.- Soy contento; yo haré que se os dé; pero mirad, padre honrado, las cosas semejantes más es menester que se tengan impresas y encajadas en el alma que escritas en los libros. Os lo digo porque querría que hicieseis más caso de tener lo dicho en vuestra alma que en vuestra cámara.

Antronio.- Vuestro consejo es como de tal persona se espera. Yo os prometo de trabajar cuanto pudiere, con la gracia de Nuestro Señor, en hacer lo que decís.

Arzobispo.- Hacedlo vos así, y yo os doy mi palabra que no perderéis nada. También podréis de aquí colegir la manera cómo habéis de declarar a vuestros muchachos el Credo, y después que lo sepa alguno, debéisle vos mismo preguntar, así como Eusebio me ha preguntado a mí.

Antronio.- Digo que también haré eso.

Eusebio.- Pues ya el Credo está declarado, conviene que pasemos adelante.