Libertad bajo la Ley de Dios

Por Rev. R. J. Rushdoony


En años recientes hemos olvido que la libertad es un hecho religioso. Es Cristo Jesús quien nos libera de la esclavitud del pecado para hacernos hombres libres (Juan 8:31-36). La forma más grande de esclavitud y cautividad es la esclavitud del pecado. Estar ”en Cristo” es libertad, y la ley de Dios es la “perfecta ley de la libertad” (Santiago 1:25; 2:12).

Hay muchas clases de Leyes: la budista, la sintoísta, la islámica, la humanista, etc., pero todas estas son prescripciones para la tiranía. Vemos a los líderes políticos ofrecernos soluciones a nuestros problemas en la forma de un escenario legal, pero estas respuestas nos dirigen solamente a una siempre creciente esclavitud a un poder estatal.

Todas las leyes son una descripción del bien y del mal definiciones de lo que es correcto y de lo que es equivocado en términos de una fe particular o de una filosofía. ¿Podemos confiar en el Nacional Socialismo (el Nazismo) para que defina lo que es bueno y lo que es malo para nosotros, o podemos depender de los homosexuales, los aborcionistas y otras personas como ellos para que nos hagan una buena descripción de lo que son los principios morales? Con franqueza, ¿podemos permitirle a otro que no sea el trino Dios a través de Su palabra definir lo que es Ley y Moralidad para nosotros?

En recientes generaciones hemos preferido olvidar que el definidor de Ley y Moralidad es siempre el Dios de la sociedad, el árbitro final de la ley, y de la verdad. ¿Cómo puede cualquier cristiano mirar hacia cualquier otra fuente que no sea Dios y Su Palabra escrita para ser tal árbitro y tal definidor?

Vivimos en una sociedad en la cual los poderes legales específica y sistemáticamente niegan la validez de la Ley de Dios y le rechazan como Salvador y como el Legislador Supremo. Peor aún, la mayoría de las Iglesias son antinomianistas, y dan su visto bueno a este rechazo.

Ahora podemos dar por sentado que los Estados Unidos han sido muchas veces indiferentes a Cristo y a la Biblia. Ha visto demasiada hipocresía en los lugares más altos. Y aún así, a pesar del servicio solamente de labios de muchos políticos, nuestro sistema legal todavía refleja sus orígenes Bíblicos. No fue sino en la parte tardía del siglo XIX que las Escuelas de Derecho comenzaron a minar los fundamentos Bíblicos de la ley, y no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que la Corte Suprema de los Estado Unidos comenzó a desmantelar la naturaleza Bíblica de la Ley de los Estados Unidos. Esa obra de desmantelamiento está casi por ser terminada.

La doctrina de la expiación obrada por Cristo es básica para los sistemas legales de lo que fue una vez la Cristiandad. Esta doctrina enfatiza con mucha fuerza el requerimiento esencial de la restitución. Cristo hace restitución a Dios a favor de nosotros, y nosotros hacemos restitución los unos con los otros.

Ahora vemos una variedad de modelos extraños y ajenos a la Ley. El modelo marxista mira la culpa como un asunto de clase, el atributo de los ricos y de la clase media, quienes supuestamente oprimen a los pobres. El modelo racista mira a la culpa como pertinente a la raza, negros o blancos, quienes son así la fuente del mal. El modelo terapéutico ve hacia la enfermedad mental, creada por varias agencias, como responsable por el crimen, y el crimen es visto no como requiriendo restitución o castigo, sino como terapia. La lista de alternativas a la perspectiva Bíblica puede extenderse indefinidamente, pero es suficiente decir que el crimen se incrementa bajo estas falsas soluciones.

Si Dios no define para nosotros el bien y el mal, entonces estamos bajo su juicio. No hay bien fuera de Dios, ni ninguna definición de bien aparte de Su Palabra. De hecho, si rechazamos la definición de Dios de lo que es Ley, o bien o mal, en realidad hemos rechazado a Dios. ¿No hemos hecho a algo o a alguien más nuestro “ángel de luz” y nuestra fuente de “ministerio de justicia o rectitud” (2 Corintios 11:14-15)?

Estamos profundamente en crisis, y es un desastre provocado por nuestras propias manos.


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