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Sermones
LA PREDICACIÓN DE JUAN  CON RESPECTO A CRISTO
R.M. McCheyne

"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros Ojos, 10, que hemos mirado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada y vimos y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido), lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos para que también vosotros tengáis comunión con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre Y con su Hijo Jesucristo. Y estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea cumplido" (I Juan 1:14).
Fue a Jesucristo y a el crucificado a quien Juan predicó. "Lo que hemos visto y oído, esto os anunciamos". Tal fue la predicación de Juan el Bautista: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Señalaba a Jesús. Esa fue la predicación de Felipe (Hechos 8: 5): "Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo". Y cuando se juntó al etíope eunuco "le anunció el evangelio de Jesús". Fue también la predicación de Pablo: "No me propuse saber algo entre vosotros, sino a Cristo, y a éste crucificado". Éste fue el principio, y el contenido y el fin de la predicación de Pablo. Y fue asimismo la predicación de Juan: Declarar a todos lo que él había visto con sus dos ojos, oído con sus oídos, palpado con sus manos, tocante al Verbo, al Emmanuel. Ése fue el objeto de su vida, el alfa y omega de su predicación. Sabía bien que Jesús era como la caja de ungüento de alabastro, llena de perfume, y perfume muy costoso. Toda su labor la hacía consistir en quebrar la caja y derramar el buen aroma ante los ojos de los fracasados pecadores para que fuesen atraídos por su buen perfume. Sabía que Jesús era como el tarro de mirra y toda su vida la dedicaba a ir destapando el tarro para que pudiese perfumar a los pecadores y pudiesen ser atraídos por sus refrescantes y dulces aromas. Llevaba tras sí el buen olor en Cristo por doquiera que iba. Conocía que Jesús era el "tarrito de mirra y su obra consistía en abrir el bálsamo ante los ojos de los débiles pecadores para sanarles.
I. LAS COSAS QUE JUAN PREDICO "TOCANTE AL VERBO DE VIDA"
1. Su existencia eterna. - "Lo que era desde el principio". A menudo había oído hablar a Jesús de su eternidad. "En el principio era el Verbo". "Antes de que Abraham fue se, yo soy". Recordaba también cómo oró Jesús en el huerto diciendo: "Glorifícame tú, cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese." "Me has amado desde antes de la fundación del mundo". Juan sabía así que Jesús era el Eterno, que Él existía antes de que se creasen todas las cosas visibles, porque Él las hizo todas. Por Él Dios hizo el mundo. Aún en los tiempos en que Juan se reclinaba sobre el seno de Jesús, sintió que aquel seno era el seno del Increado. Juan siempre declaró esto porque se complacía en extender el conocimiento que de Él tenía. ¡Oh amados!, si vosotros también os habéis reclinado sobre el corazón de Jesús sabed que os habéis reclinado en el seno del Eterno.
2. Su eterna preexistencia con el Padre. - Juan sabía, por lo que declara Prov. 8:30, que Jesús estaba con el Padre antes de la fundación del mundo. "Con él estaba yo ordenándolo todo y fui su delicia todos los días teniendo solaz delante de él en todo tiempo". Juan había oído contar a Jesús muchos de los secretos que conocía existían en el seno del Padre, de los cuales él aprendió que Jesús había estado con el Padre: "Todas las cosas que he oído de mi Padre os he hecho saber". Había oído decir claramente a Jesús: "Sal! del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre". Juan sintió, aún en el momento en que Jesús le lavaba los pies, que éste era el compañero de Dios. Y vivió para declarar la verdad. ¿Miras así tú a Jesús? ¿Contemplas tú su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad? ¡Oh, almas azotadas por el temor de la condenación, éste es el que viene a salvaros!
3. Su vida eterna. - Juan sabía que Jesús era el autor de la vida natural, que ningún hombre respira, ni ninguna bestia de la selva se mueve, ni ninguna ave extiende sus alas, sino porque todos esos seres reciben la vida de la mano de Emmanuel. Había visto resucitar a la hija de Jairo de la muerte y llamar a Lázaro de la tumba. Sabía que Jesús era el autor de toda vida en toda alma. Había oído decir a Jesús: "Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida". "Mis ovejas oyen mi voz y yo les doy vida eterna". Había oído también cómo decía: "Yo soy el camino y la verdad y la vida".
Sobre todo Juan había sentido en su propia alma. que Cristo era la Vida eterna. Aquella mañana en que se sentó con su padre Zebedeo en el barco, remendando en él sus redes, Jesús le dijo: "Sígueme" y la vida entró en su alma en sus posteriores contactos con Jesús. Llegó después a darse cuenta de que una continua corriente de vida fluía en su alma. Cristo era su vida. Por esto le reconoció como la Vida eterna. Aún en el momento en que le vio dar el espíritu, cuando ' contempló su palidez y su cuerpo sin vida, las heridas de sus pies y manos, sus ojos ya no penetrantes, el cuerpo frío como la misma tumba en que fue depositado, aún entonces sintió que Jesús era la Vida eterna. ¡Oh muy amados!, ¿creéis que Jesús es la vida del mundo? Algunos de vosotros sentís que vuestras almas carecen de vida; estáis sin vida en la oración, sin vida en la alabanza. ¡Oh!, fijad vuestros ojos en aquel a quien Juan os declara. Sin Él todo es muerte. Traed y unid vuestra alma muerta a Él y os dará vida eterna.
4. Su ser manifestado. -¡Oh muy amados, si Jesús no hubiese sido manifestado, nunca hubiésemos sido salvos! Hubiese sido completamente lógico que Dios hubiese guardado a su Hijo en su propio seno, que hubiese guardado aquella joya en su justo lugar sobre el trono del cielo. Dios hubiese continuado siendo el mismo Dios amoroso, pero nosotros hubiésemos perecido todos en una tremenda condenación. Si aquella Vida eterna que estaba con el Padre hubiese permanecido en su gloria como el único que tiene vida en sí mismo, entonces tú y yo hubiésemos llevado nuestra propia maldición. Pero Él fue manifestado. "Dios ha sido manifestado en carne, ha sido justificado en el Espíritu. ha sido visto de los ángeles, ha sido creído en el mundo, ha sido recibido en gloria".
Juan le vio: contempló su amante faz, admiró su gloria, gloria como del Unigénito del Padre lleno de gracia y verdad. Pudo ver aquel mejor sol velado con la carne que no llegó a evitar resplandeciesen los rayos de su divinidad. Le vio en el monte cuando su cara resplandeció como el mismo Sol. Le vio en el huerto, cuando cayó de rodillas para orar. Le vio sobre la cruz, suspendido entre cielo y tierra. Le miró a Él; numerosas veces contempló su faz, su ojo tropezó con el de Él muchas veces.
Juan le oyó: oyó la voz que dijo: "¡ Sea la luz!" Pudo oír aquella voz comparable al sonido de las muchas aguas. Escuchó también todas sus palabras llenas de gracia, sus "labras acerca de Dios y -del camino de la paz. Le oyó decir a un pecador: "Confía, hijo; tus pecados te son perdonados".
Juan le palpó: le tocó, puso sus manos sobre sus manos, sus brazos rodearon los brazos de Él y su cabeza se reclinó sobre el seno de Jesús. Quizá tocó el pálido cuerpo de Jesús al ser bajado éste de la cruz, y palpó con sus manos la fría carne del Emmanuel. ¡Oh, muy amados!, es un Cristo manifiesto y manifestado el que os declaramos. No es el Hijo en el seno del Padre siempre oculto; el tal nunca os hubiese podido salvar. Es Jesús manifestado en carne; el Hijo de Dios viviendo y muriendo como un hombre en lugar de los pecadores; a Él os declaramos.
Aprended el verdadero camino de alcanzar la paz. No es otro que contemplar a Jesús manifestado. Algunos de vosotros pensáis que obtendréis la paz mirando a vuestro propio corazón. Vuestro ojo ahí queda detenido y está atento a todos los cambios que en él se producen. SI os fuese dado ver un o rayo de luz penetrando hasta contemplar a Cristo, ¡OH; qué gozo tendríais! Si pudieseis ver solamente cuán bueno sería mirar a Cristo, si pudieseis ver a vuestro corazón volviendo a Dios, si pudieseis tener solamente una breve visión de la imagen de Jesús en vuestro corazón, ¡tendríais paz! Pero no podéis, todo son tinieblas en vuestro interior. No es ahí, oh queridas almas, donde hallaréis paz. Debéis apartar vuestros ojos de vuestro interior. Habéis de mirar a un Cristo declarado, manifestado. Creed el testimonio de Dios con respecto a su Hijo. En los evangelios se halla la narración, o por mejor decir, la descripción del corazón de Jesús, la historia de los hechos de Jesús y de la gracia de Jesús. Mirad con avidez todos los relatos evangélicos, hasta que dejen una huella en vuestro corazón. Clamad para que el Espíritu Santo aliente sobre cada página que leáis y os presente a nuestros ojos de modo completo un Cristo manifestado, En el momento en que vosotros queráis creer todo cuanto allí se cuenta de Jesús, en aquel momento brotarán lágrimas de vuestros ojos y cambiarán vuestros suspiros en una nueva canción de alabanza.
II. EL OBJETIVO QUE JUAN PROSEGUIA CUANDO PREDICABA A CRISTO
1. Que vosotros podáis tener comunión con nosotros. Tener comunión con otra persona es tener cosas en común con ella. Así, en Hechos 4:32, los primeros cristianos fueron "de un corazón y de un alma; y ninguno decía ser suyo algo de lo que poseía: mas todas las cosas les eran comunes". Tenían todas sus posesiones en común; participaban de lo que tenían unos con otros. Esto es lo que Juan deseaba con respecto a las cosas espirituales.
En el perdón. - Hay quien cree que es imposible tener el mismo perdón que tuvieron los apóstoles, que sería una pretensión demasiado grande, sería demasiada osadía creer tal cosa. Pero ¿ no es mayor osadía decir que Juan era un mentiroso y hacer al Espíritu Santo mentiroso? Aquí se nos dice llanamente que toda su predicación y todo su deseo era que nosotros todos tuviéramos comunión con Él. Sí, pecador, el perdón te es ofrecido tan libremente como lo fue a Juan. 1* sangre de Jesús, que le lavó de todos sus pecados, está a punto de lavarte a ti y dejarte más blanco que la nieve. Juan tuvo la misma necesidad que tiene el más vil de cuantos estáis hoy aquí. Solamente mirad a un Emmanuel declarado. Limpiad vuestro ojo de la incredulidad y contemplad al Jesús qué libremente os es presentado y encontraréis el mismo y tan amplio perdón como el que halló el mismo Juan.
En el mismo amor de Jesús. - Juan fue el discípulo a quien Jesús amaba. Del mismo modo que Daniel fue el profeta grandemente amado, "varon de deseos" así Juan fue el discípulo a quien Jesús amaba. Durante la última cena que Jesús tuvo en este mundo, Juan se reclinó sobre su seno. Tuvo el lugar más cercano al corazón de Cristo, cual nadie más pudo tenerlo en este mundo. Quizá pensáis que es totalmente imposible que vosotros podáis venir a Él. Algunos de vosotros pensáis, temblando, que os está vedado, pero vosotros también, si miráis y hacéis vuestro único objeto de mira a aquél que Juan escogió, disfrutaréis del amor de Jesús, con Juan, pasaréis a ser uno de los suyos, amados de forma muy particular. Quienes más creen, más amor obtienen; quienes más cerca de Jesús se llegan, saben mucho de lo que representa para el alma reclinar la cabeza sobre su seno. Además, creyentes, tened por cierto que, si realmente sois del Señor, el seno de Cristo es, como lo fue de Juan, vuestra posesión, y lo será plenamente en el cielo. Si pensáis que creéis poco guardaos más cerca de Cristo.
En el mismo trato paternal que disfrutó Juan. - Juan experimentó muchos tratos paternales de Dios. Tuvo que soportar muchas de las obras del Padre que limpiaron su vida, como el podador limpia los pámpanos. Fue una rama llena de fruto y el Padre la podó para que pudiese llevar más fruto. Cuando ya fue viejo fue desterrado a Patmos, una isla del mar Egeo, y se supone que fue esclavo en las ruinas de aquélla isla. Fue un compañero, solitario de los. creyentes en la tribulación, pero contaba con numerosos rayos del amor del Padre que iluminaban su alma. Tuvo dulces revelaciones de Cristo durante el tiempo de su aflicción, y fue librado de todos sus temores. Experimentó de forma muy particular los cuidados paternales de Dios. Y así tú, creyente, puedes hacer igual. Mira adonde miró Juan, cree como creyó Juan y como él encontrarás que tienes un Padre en los cielos, que te cuida, que te corrige sabiamente, que enviará su viento del solano en el día en que sople el viento austral, que te preservará para su reino celestial.
2. Para que tengáis comunión con el Padre. - ¡Oh, amados, es tan maravilloso esto, que no podría creerlo si no lo hubiese visto! ¿Podrá un vil gusano y miserable, que es digno tan sólo de la condenación del infierno, venir y aparecer en la misma presencia del Dios Santo? ¡Oh profundidad y largura del amor de Dios, que excede a todo conocimiento!
En su santidad. - El hombre natural no tiene en él ni un ápice de la santidad de Dios. Existe en el hombre natural una clase de bondad que definiremos. Podéis ser amables, agradables, bondadosos, amigables; hay quizá también cierta integridad de carácter en vosotros, de tal manera que no habéis caído en la mentira y os habéis mantenido íntegros en vuestro hablar, pero mientras estéis en vuestro estado natural, sin haber nacido de nuevo, no hay en vosotros ni un gramo de la santidad de Dios. No tenéis ni un ápice de aquel odio absoluto y perfecto que Dios tiene contra todo pecado; carecéis también de aquel ardiente y vivo amor que Él tiene para con todo lo que es amable, puro, santo y que mora de manera innata en el corazón de Dios. Pero tan pronto como creéis en un Cristo manifestado, recibís el Espíritu y el mismo Espíritu que habita en el seno infinito del Padre, habita en vosotros; as! venís a ser participantes de la santidad de Dios, participes de la naturaleza divina. No seréis tan santos como lo es Dios, pero la misma corriente que recorre el corazón de Dios fluirá en vosotros. ¡Ah! ¿no tenéis el corazón quebrantado en vuestro deseo de ser más santos? Entonces mirad a Jesús y habitad en Él, y participaréis del mismo Espíritu de que participa Él mismo.
En su gozo. - No hay gozo semejante al gozo divino. Es infinito, pleno, eterno, puro e inalterable. Es como la luz sin brisa alguna que la turbe. Las nubes y las tinieblas desaparecen ante Él, la tormenta y el fuego huyen en su presencia; y, en cambio, en Él todo es paz inefable e inmutable. Los creyentes participan de forma muy peculiar de este gozo.
Mencionemos algunos de los elementos del gozo de Dios. Primeramente, todas las cosas suceden según el beneplácito de su voluntad. Él ordenó cuanto tenía que suceder. Nada de cuanto sucede deja de estar preparado por Dios. Muchas de las cosas que suceden le son odiosas, aunque, consideradas globalmente, puede hallar deleite en todas. Si habéis acudido a Cristo, tendréis algunas gotas de su gozo. Podéis contemplar todos los acontecimientos con calma, con gozo santo, sabiendo que todos los propósitos y la voluntad de vuestro Padre tendrán feliz cumplimiento. Segundo, la conversión de las almas. Hay gozo delante de los ángeles de Dios por cada pecador que se arrepiente, más que por noventa y nueve que no tienen necesidad de arrepentirse. Estoy cierto que éste es uno de los principales elementos de su gozo, ver que las almas pasan a disfrutar de su favor. Desea salvarlas, se complace en la misericordia; se deleita cada vez que puede ser al mismo tiempo un Dios justo y Salvador. Si vosotros habéis acudido a Cristo, tendréis el mismo gozo.
S. Para que vosotros podáis tener comunión en su Hijo. En su justificación. Sólo una vez apareció Cristo como no justificado; en una ocasión los pecados fueron depositados sobre Él, los pecados de muchos. Tal hecho fue el que motivó su agonía en el huerto y sobre la cruz. Su único consuelo fue saber que el que le justificaba estaba cercano a él. Sabía que el tiempo sería breve. Pero en aquel momento toda la ira de Dios se descargó sobre él. Los truenos de la ira de Dios descargaron todos sus relámpagos sobre su cabeza. Los vasos de la ira de Dios fueron derramados hasta su última gota sobre él. Ahora, sin embargo, está completamente justificado de todos los pecados de que se hizo cargo. Los enterró dejándolos junto con los lienzos que le cubrieron en la sepultura. Sus hermanos, los hombres, le imputaron todos sus pecados dejándolos a su cargo y Él calló. ¿Crees tú este testimonio relativo a su Hijo? ¿Has puesto sobre Él los tuyos? En ese caso tienes comunión con Él en su justificación. Estás tan justificado como lo está el mismo Cristo. Hay sobre ti tanta culpa como la que hay en Cristo, que no tiene absolutamente ninguna. Los vasos de la ira justa de Dios no tienen ninguna gota más de aquel amargo contenido para Cristo, como tampoco la tienen para ti. Estás completamente justificado.
En su adoración. - Cuando Jesús ascendió a los cielos, dijo., "Voy a mí Padre". Cuando entró en los cielos, la palabra de recepción de Dios fue: "Tú eres mi Hijo, siéntate a mi diestra en tanto pongo a tus enemigos por estrado de tus pies". i Oh, fue un bendito cambio el, realizado cuando abandonó los odios y maldiciones de nuestro mundo para recibir la bienvenida de los brazos de su Padre, cuando trocó la corona de espinas por la corona de gloria, cuando pasó de la ira de Dios al amor paterna¡ de Dios 1 Tal es vuestro cambio, el cambio que os aguarda quienes creéis en Jesús. Vosotros, que tenéis comunión con el Hijo, participaréis de adopción. Jesús dijo: "Voy a mi. Padre y a vuestro Padre". Dios es tanto vuestro Padre como es Padre de Cristo, vuestro Dios como el Dios de Cristo.,¡ Oh, qué cambio! De herederos del infierno pasamos a ser herederos de Dios y coherederos con Cristo. Sólo la eternidad nos enseñará cuánto encierra la palabra "heredero de Dios".
4. Para que vuestro gozo sea cumplido. - Los otros gozos no pueden nunca ser completos. Los gozos humanos sólo llenarán una pequeña parte del alma: el dinero, las haciendas y mansiones, las tierras, la música, las diversiones, los amigos, producen gozos siempre incompletos, son sola y justamente gotas de los muchos y diversos gozos. Pero un Cristo revelado a un alma hace que la copa del gozo esté rebosando. "Ungiste mi cabeza con aceite,, mi copa, está rebosando". La fe en un Cristo realmente manifestado llena el corazón de la plenitud del gozo. "Hartura de alegrías hay con tu rostro para siempre." Cristo conduce al alma a la misma presencia de. Dios. Una sonrisa de Dios colma de satisfacción. verdadera a un corazón más completamente que diez mil sonrisas de cualquier mortal.
Vosotros que no tenéis más que gozos humanos, -que andáis, como mariposas, de un lugar a otro, que os alimentáis sólo de carroñas que no aprovechan, ¿por qué gastáis vuestro dinero, no en pan? Vosotros que estáis afligidos, atormentados y desconsolados, mirad a Cristo manifestado a vosotros. De acuerdo con vuestra fe os será hecho. No creáis y careceréis de gozo. Creed un poco y disfrutaréis un ligero gozo. Creed mucho y mucho gozaréis en Cristo. Creed todo lo relativo a Jesús manifestado en las Sagradas Escrituras y tendréis vuestro gozo cumplido, completo. Será como vaso que rebosa, bien medido, bien llenado, que se derrama de puro lleno. Amén.
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