EL HOGAR
Efesios 6:1-4
por Martyn Lloyd-Jones

Parte 1
Parte 2

HIJOS SUMISOS
Efesios 6:1-4

Aquí llegamos no solamente al comienzo de un nuevo capítulo en la epís¬tola de Pablo a los efesios, sino también a una nueva subdivisión y a un nuevo tema—la relación de hijos y padres. A medida que lo enfocamos es muy importante para nosotros recordar que esto es solamente otra ilustra¬ción del gran principio que el apóstol ha establecido en el capítulo previo y que ahora desarrolla en términos de nuestras diversas relaciones humanas.
Este principio está expresado en 5:18: "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu". Esa es la clave—y todo lo que dice de allí en adelante no es sino una ilustración de cómo la vida cristiana, sea de un hombre o de una mujer, llena del Espíritu, es vivida en sus diferentes aspectos. Otro principio adicional de tipo general quedó expresado en el versículo 21, 'sometiéndoos unos a otros en el temor de Dios'. En otras palabras, debemos recordar que el apóstol está afirmando que la vida cristiana es una vida totalmente nueva, completamente distinta a la vida 'natural' aun en su mejor expresión. Su preocupación principal ha sido trazar un contraste entre esta nueva vida con la antigua vida pagana que estas personas habían vivido antes de su conversión; y es virtualmente la diferencia que hay entre un hombre que está ebrio y un hombre que está lleno del Espíritu de Dios. Les recuerdo esto a fin de acentuar que lo que aquí estamos considerando no es mera ética o moralidad; esta es la práctica de la doctrina cristiana y la verdad cristiana.
Habiendo desarrollado su principio en términos de maridos y esposas, ahora el apóstol procede a hacer lo mismo en términos de las relaciones den¬tro de la familia, especialmente las relaciones entre padres e hijos, y entre hijos y padres. Todos concordarán en que este es un tema de tremenda im¬portancia en los tiempos que vivimos. Estamos viviendo en un mundo que presencia un alarmante colapso en lo que a la disciplina se refiere. El desor¬den es desenfrenado, existe un colapso en la disciplina en todas estas unida¬des fundamentales de la vida—en el matrimonio y en las relaciones hogare¬ñas. Se ha hecho común un espíritu de licencia, y las cosas que en un tiempo se dieron por sentadas, ahora no sólo son cuestionadas y combatidas, sino ridiculizadas y despreciadas. No hay duda alguna de que estamos viviendo en una era que contiene un fermento de mal que obra activamente en toda la sociedad. Podemos proseguir más aun—y estoy diciendo simplemente algo que todos los observadores de la vida reconocen, sean cristianos o no—y afirmar que de muchas maneras estamos encarando un colapso total y un quebrantamiento de lo que es llamado 'civilización' y sociedad. Y no hay ningún aspecto de la vida en la cual esto sea más evidente y obvio que en las relaciones entre padres e hijos. Sé que mucho de lo que estamos presencian¬do probablemente es una reacción hacia algo que fue desafortunadamente demasiado común al final de la era victoriana y en los primeros años del presente siglo. Después tendré más que decir al respecto, pero aquí lo men¬ciono de paso para destacar claramente este problema. Sin duda hay una reacción contra el tipo Victoriano de padre que era severo, legalista y casi cruel. No estoy justificando la situación del presente, pero es importante que la entendamos y tratemos de rastrear su origen. Pero cualquiera sea la causa, no cabe la menor duda que la presente situación es una parte del co¬lapso en este asunto de la disciplina y de la ley y del orden.
En su enseñanza e historia la Biblia nos dice que esto es algo que siempre ocurre en épocas sin religión, en épocas de impiedad. Por ejemplo, tenemos una notable ilustración en lo que el apóstol dice del mundo en Romanos 1:18-32. Allí el apóstol nos da una descripción impresionante del mundo en el momento cuando vino nuestro Señor. Aquello era un estado de absoluto desorden. Y en las diversas manifestaciones de ese desorden que él enumera incluye este preciso asunto que ahora estamos considerando. En primer lu¬gar dice en versículo 28, "Dios los entregó a una mente reprobada, para ha¬cer cosas que no convienen". Luego continúa la descripción: "Estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; lle¬nos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmura¬dores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, in¬ventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia... ". En esta horrible lista el apóstol Pablo incluye la idea de la desobediencia a los padres. Nuevamente, en la se¬gunda epístola a Timoteo, probablemente la última carta que haya escrito el apóstol, lo encontramos diciendo lo siguiente en 3:2: "En los postreros días vendrán tiempos peligrosos". Luego establece las características de esos tiempos: "Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanaglo¬riosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios".
En ambos casos el apóstol nos recuerda que en épocas de apostasía, en tiempos de grave impiedad y carencia de religión, en épocas cuando los mismos fundamentos son sacudidos, una de las más impresionantes manifesta¬ciones del desorden es la 'desobediencia a los padres'. De modo que es de ninguna manera sorprendente que aquí llame la atención a este asunto al darnos ilustraciones de cómo se manifiesta la vida que es 'llena del Espíritu' de Dios. ¿Cuándo comprenderán y se darán cuenta las autoridades civiles que existe una conexión indisoluble entre la ausencia de Dios en las gentes y una carencia de moralidad y comportamiento decente? Existe un orden en estos asuntos. "Porque la ira de Dios se revela desde el cielo" dice el apóstol en Romanos 1:18, "contra toda impiedad e injusticia de los hombres". Si tiene impiedad, siempre tendrá injusticia. Pero la tragedia es que las autori¬dades civiles—sin diferencia del partido político que esté en el poder—pare¬cen ser gobernadas todas por la psicología moderna más que por las Escritu¬ras. Todas ellas están convencidas de que pueden tratar directamente con la injusticia, como si fuese cosa independiente. Pero eso es imposible. La in¬justicia siempre es el resultado de la impiedad; y la única esperanza de vol¬ver a tener cierta medida de justicia en la vida consiste en tener un reaviva-miento de la santidad. Eso es precisamente lo que el apóstol está diciendo a los efesios y a nosotros. En la historia de este país y de cualquier otro país, los mejores períodos, las épocas de mayor moralidad han sido aquellas que siguieron a los poderosos avivamientos religiosos. Este problema del desor¬den, y de la falta de disciplina, el problema de los hijos y de la juventud, sencillamente no existía cincuenta años atrás, como existe hoy. ¿Por qué? Porque aún estaba en operación la gran tradición del avivamiento evangé¬lico del siglo dieciocho. Como fue quedando en el pasado, estos terribles problemas morales y sociales vuelven, tal como lo enseña el apóstol y tal como siempre han vuelto a lo largo de los siglos.
Por eso las condiciones actuales requieren que miremos a la declaración del apóstol. Creo que padres e hijos cristianos, familias cristianas, tienen una oportunidad singular de testificar al mundo actual por el solo hecho de ser diferentes. Podemos ser verdaderos evangelistas mostrando esta disci¬plina, esta ley y orden, esta relación correcta entre padres e hijos. Podemos ser el instrumento en la mano de Dios para que muchas personas lleguen al conocimiento de la verdad. Por lo tanto considerémoslo de ese modo.
Además existe un segundo motivo por el cual todos necesitamos esta ense¬ñanza. De acuerdo a las Escrituras, no sólo la necesitan aquellos que no son cristianos tal como he estado indicando, sino también las personas cristia¬nas necesitan esta exhortación, puesto que con frecuencia el diablo se intro¬duce sutilmente en este punto tratando de descarriarlo. En el capítulo quince del Evangelio de Mateo nuestro Señor considera este asunto con los religiosos de su tiempo puesto que ellos estaban evadiendo de manera muy sutil uno de los requerimientos claros de los Diez Mandamientos. Los Diez Mandamientos les mandaban a honrar a sus padres, respetarlos y cuidarlos, pero lo que pasaba era que algunas de aquellas personas que se preciaban de ser ultra religiosas, en vez de estar haciendo lo que les decía el mandamien¬to, decían: "Ah, yo he dedicado este dinero, que es mío, al Señor; en conse¬cuencia no puedo ocuparme de ustedes, que son mis padres". Esta es la for¬ma en que lo expresó el Señor: "Pero, vosotros decís: cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre". Ellos estaban di¬ciendo, "Esto es Corbán, esto está dedicado al Señor. Por supuesto me gus¬taría ocuparme de ustedes y ayudarles, y todo lo demás, pero esto ha sido dedicado al Señor". De esta manera ellos estaban descuidando a sus padres en cuanto a sus deberes hacia ellos.
Aquel era un peligro muy sutil, un peligro que aún persiste con nosotros. Hay personas jóvenes que en la actualidad causan gran daño a la causa cris¬tiana porque son engañados por Satanás en este preciso aspecto. Son perso¬nas que se comportan rudamente con sus padres, y lo que es más grave aun, lo hacen así en términos de sus ideas cristianas y de su servicio cristiano. De esa manera son una piedra de tropiezo a sus propios padres inconversos. Estos cristianos no logran comprender que al convertirnos en cristianos no ponemos de lado estos grandes mandamientos, sino que, al contrario, de¬biéramos estar practicándolos y ejemplificándolos mucho más de lo que lo hemos hecho hasta ahora.
Notemos entonces, a la luz de estas cosas, cómo expresa el apóstol este asunto. El comienza con los hijos, usando el mismo principio que ha utili¬zado en el caso de la relación matrimonial. Es decir, comienza con aquellos que están bajo obediencia, con aquellos que deben estar en sujeción. El ha¬bía comenzado con las esposas y luego prosiguió con los maridos. Aquí co¬mienza con los hijos para luego proseguir con los padres. Lo hace de esta manera porque está ilustrando este punto fundamental, 'sometiéndoos unos a otros en el temor de Dios'. El mandato es, 'Hijos, obedeced a vuestros pa¬dres'. Y luego les recuerda el mandamiento, 'Honra a tu padre y a tu madre'. De paso notamos un punto interesante aquí. Una vez más tenemos algo que distingue el cristianismo del paganismo. En estos asuntos los paganos no re¬lacionaban la madre con el padre, sino que hablaban solamente del padre. Pero, la posición cristiana, como en efecto la posición judía, tal como le fue dada por Dios a Moisés, pone a la madre junto al padre. El mandamiento es que los hijos deben obedecer a sus padres, y la palabra 'obedecer' no sólo significa escucharles, sino prestar atención comprendiendo que se está bajo autoridad, prestar atención 'en sumisión'. Sumiso, está esperando un man¬damiento, y no sólo escucha, sino reconoce su posición de subordinado y entonces procede a ponerla en práctica.
Pero, es de suprema importancia que esta obediencia sea gobernada y controlada por la idea paralela de 'honrar'. 'Honra a tu padre y a tu madre'. Esto significa 'respeto' o 'reverencia'. Esta es una parte esencial del manda¬miento. Pero, los hijos no deben limitarse a una obediencia mecánica y bajo protesta. Eso sería totalmente equivocado; sería observar la letra pero no el espíritu. Eso es lo que nuestro Señor condenó tan severamente en los fari¬seos. No, ellos deben observar el espíritu tanto como la letra de la ley. Los hijos deben reverenciar y respetar a sus padres, y deben comprender la posi¬ción que les corresponde entre ellos, y deben regocijarse en ella. Deben con¬siderarla un gran privilegio, y por lo tanto hacer todo lo que esté de su parte para demostrar esta reverencia y respeto en cada cosa que hagan.
La apelación del apóstol implica que los hijos cristianos debieran consti¬tuir todo un contraste respecto de los hijos impíos que generalmente mues¬tran una falta de reverencia hacia sus padres y que pregunta: "¿Quiénes son ellos?" "¿Por qué he de prestarles atención?" Consideran a sus padres como 'figuras secundarias' y al hablar de ellos lo hacen en forma irrespetuosa. En todo este asunto de la conducta se afirman a sí mismos defen¬diendo sus derechos y su 'modernismo'. Eso era lo que ocurría en la socie¬dad pagana de la cual provenían estos efesios, tal como ocurre en la socie¬dad pagana de la actualidad que nos rodea. Constantemente leemos en los diarios como se manifiesta este desorden y cómo los hijos 'están madurando a edad más temprana' por utilizar la terminología en boga. Por supuesto no hay tal cosa. La psicología no cambia. Lo que cambia es la mentalidad y la perspectiva que conduce a la agresividad y a un fracaso en cuanto a funda¬mentar el gobierno en principios bíblicos y enseñanzas bíblicas. Por todas partes uno oye de esta realidad. Jóvenes que hablan irrespetuosamente a sus padres, que los miran irrespetuosamente, que desprecian lo que ellos dicen, imponiéndose a sí mismos y haciendo valer sus propios derechos. Esta es una de las manifestaciones más horrendas de la pecaminosidad y del desor¬den de nuestro siglo. Ahora bien, en oposición a semejante comportamiento el apóstol dice: "Hijos, obedezcan a vuestros padres; honren a su padre y a su madre, trátenlos con respeto y reverencia, demuestren comprender su po¬sición y lo que ella significa".
Pero, consideremos ahora las razones del apóstol para darnos este man¬damiento. El primero es—y lo menciono en este orden particular por moti¬vos que serán evidentes más adelante—'Porque esto es justo'. Con esto él quiere decir: Es una actitud justa, es algo que es esencialmente correcto y bueno en y por sí mismo. ¿Le sorprende que el apóstol lo ponga de esta ma¬nera? Existen ciertas personas cristianas—generalmente se precian de tener un nivel especial de espiritualidad—que siempre se oponen a este tipo de ra¬zonamiento. Ellas dicen: "Ya no pienso conforme al nivel natural; ahora soy un cristiano". Sin embargo, el gran apóstol habló de esa manera. El dice, 'Hijos, obedeced a vuestros padres'. ¿Por qué he de obedecer a mis padres?, pregunta alguno. Su primera respuesta es ésta, 'Porque esto es justo'; esto es algo justo que se debe hacer. El cristiano no desprecia ese ni¬vel, más bien comienza con el nivel natural.
En otras palabras, lo que Pablo quiere decir por 'justo' es esto: El está re¬trocediendo al orden de la creación establecido en el comienzo mismo allí en el libro de Génesis. Ya hemos visto que al considerar a los maridos y sus es¬posas hizo exactamente lo mismo; retrocedió y presentó una cita del se¬gundo capítulo de Génesis: "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a la mujer, y los dos serán una sola carne". El no vaciló en presentar la relación matrimonial diciendo: "Yo solamente les pido que ha¬gan lo que es fundamental, lo que es natural, lo que ha sido establecido desde el comienzo mismo en cuanto al hombre y a la mujer, al marido y la esposa". Y ahora nos dice eso con respecto al tema de los hijos. El principio quedó establecido allí en el comienzo, siempre ha sido así, esto es una parte del orden de la naturaleza, es una parte de la regla básica de la vida. Es algo que no solamente encuentra entre los seres humanos, sino que opera tam¬bién entre los animales. En el mundo animal la madre cuida de su cría recién nacida, se ocupa de ella, la alimenta, la protege. No sólo eso, también le en¬seña cómo hacer diferentes cosas—a un pequeño pájaro le enseña como usar sus alas, a un pequeño animal como caminar y tropezar y abrirse paso. Este es el orden de la naturaleza. En su debilidad e ignorancia la joven cria¬tura necesita la protección, dirección, ayuda e instrucción que le es dada por sus padres. Por eso el apóstol dice: 'Obedeced a vuestros padres.. .porque esto es justo'. Los cristianos no están divorciados de un orden natural que se encuentra en todas partes de la creación.
El solo hecho que esto tenga que ser dicho a personas cristianas es lamen¬table. ¿Cómo es posible que la gente pueda desviarse en un solo punto de algo que es tan patentemente obvio y que pertenece al orden y curso mismo de la naturaleza? Incluso la sabiduría del mundo lo reconoce. Hay personas alrededor de nosotros que no son cristianas pero que son firmes creyentes en la disciplina y el orden. ¿Por qué? Porque la totalidad de la vida y la totalidad de la naturaleza lo indica. Es algo ridículo y necio que un vástago se rebele contra sus padres y se rehúse a escuchar y obedecer. Algunas veces vemos que los animales lo hacen y lo consideramos ridículo. ¡Pero cuánto más ridículo es cuando lo hace un ser humano! Es algo antinatural que los hijos no obe¬dezcan a sus padres; están violando algo que evidentemente es una parte de la trama de la naturaleza humana, algo que se ve desde donde se lo mire. La vida ha sido planificada sobre esta base. Y por supuesto, si no fuera así, pronto la vida se convertiría en un caos y terminaría con su propia existencia.
'¡Porque esto es justo!' Hay algo acerca de este aspecto de la enseñanza del Nuevo Testamento que me parece sumamente maravilloso. Nos demues¬tra que no debe separar el Antiguo Testamento del Nuevo Testamento. No hay nada que demuestre más la ignorancia de un cristiano que cuando éste dice, "Por supuesto, ahora que soy cristiano no estoy interesado en el Anti¬guo Testamento". Eso seria totalmente equivocado, pues, como el apóstol nos lo recuerda aquí, el mismo Dios que hizo la creación en el comienzo, es el Dios que ahora salva. Desde el comienzo hasta el fin es el mismo Dios. Dios hizo al hombre y a la mujer, a los padres y a los hijos; y lo hizo a través de toda la naturaleza. Dios lo hizo de esa manera, y la vida debe desarro¬llarse siguiendo esos principios. De manera que el apóstol comienza su ex¬hortación diciendo virtualmente esto: "Esto es justo, esto es básico, esto es fundamental, esto es parte del orden de la naturaleza. No retroceda en cuanto a este punto; si usted lo hace está negando su fe cristiana, está ne¬gando al Dios que estableció la vida conforme a este modelo y lo hizo desa¬rrollarse siguiendo estos principios. La obediencia es justa.
Ahora bien, habiendo hablado de esta manera, el apóstol prosigue pre¬sentando un segundo punto. Esto no sólo es justo, afirma, sino también es 'el primer mandamiento con promesa'. 'Honra a tu padre y a tu madre; que es el primer mandamiento con promesa'. El apóstol quiere decir que honrar a los padres no sólo es esencialmente correcto, sino que en realidad es una de las cosas que Dios destacó en los Diez Mandamientos. Este es el quinto mandamiento, 'Honra a tu padre y a tu madre'. Aquí nuevamente hay un punto interesante. En cierto sentido no había nada nuevo en los Diez Man¬damientos. ¿Por qué entonces los dio? Lo hizo por el siguiente motivo: la humanidad, incluso los hijos de Israel, en su pecado y en su necedad había olvidado y se había apartado de estas leyes fundamentales provenientes de Dios referidas a la vida entera. Entonces, en efecto Dios dice: "Voy a expo¬nerlos otra vez uno por uno; los voy a escribir y subrayar de manera que la gente pueda verlos claramente". Siempre había sido incorrecto ser desobe¬diente a los padres; siempre había sido incorrecto robar y cometer adulterio. Aquellos reglamentos no tuvieron su origen con los Diez Mandamientos. El propósito de los Diez Mandamientos era que estos quedasen grabados en la mente de la gente, que quedasen establecidos claramente; son una forma de decir, "Estas son las cosas que ustedes deben observar". ¡Con el primer mandamiento con promesa, el quinto mandamiento del decálogo! Dios se ha esforzado de manera especial para llamar la atención a este asunto.
¿Qué quiere decir el apóstol con la expresión, 'Primer mandamiento con promesa'? Este es un punto difícil y nuestra respuesta no puede ser total¬mente conclusiva. Obviamente no significa que éste sea el primer manda¬miento que venga acompañado de una promesa, porque se nota que nin¬guno de los otros mandamientos está acompañado por promesa alguna. Si fuese correcto decir que los mandamientos seis, siete, ocho, nueve y diez están acompañados de promesa, entonces podríamos decir, "Por supuesto quiere decir que éste es el 'primero' de los mandamientos acompañados de una promesa". Pero los otros mandamientos no están acompañados de promesa, por eso no puede ser éste el significado. ¿Qué significa entonces? Podría significar que aquí en este quinto mandamiento comenzamos a tener instrucciones referidas a nuestras relaciones los unos con los otros. Hasta ahora los mandamientos han tratado nuestra relación hacia Dios, su nombre, su día, y sucesivamente. Pero aquí la atención se vuelve a nuestras rela¬ciones los unos con los otros; de modo que en ese sentido, este puede ser el primer mandamiento. Sin embargo, por encima de esto puede significar que es el primer mandamiento, no tanto en orden como en rango, que Dios se sintió tan ansioso por grabarlo en la mente de los hijos de Israel que, a fin de darle mayor fuerza le añadió esta promesa. Primero, por así decirlo, en rango, ¡primero en importancia! No es que al final de cuentas alguno de estos sea más importante que los otros, puesto que todos son importantes. Sin embargo existe una importancia relativa, y yo quisiera considerarlo como tal, es decir, que este es uno de los mandamientos que cuando se des¬cuide conduce al derrumbamiento de la sociedad. Nos guste o no nos guste, un quebrantamiento de la vida hogareña finalmente conducirá a un que¬brantamiento de todo lo demás. Sin lugar a dudas, éste es el aspecto más amenazante y más peligroso de las condiciones de la sociedad actual. Una vez desaparecido el concepto de la familia, la unidad familiar, una vez que¬brantada la vida familiar—cuando todo esto haya desaparecido—pronto habrá desaparecido toda otra lealtad. Se trata de un asunto de suprema gra¬vedad. Y tal vez ése sea el motivo por el cual Dios acompañó este manda¬miento de una promesa.
Pero yo creo que aquí encontramos otra sugerencia. Hay algo singular en esta relación entre hijos y padres, algo que señala hacia una relación aun su¬perior. Después de todo, Dios es nuestro Padre. Ese es el término que él mismo usa; ése es el término que nuestro Señor usa en su oración modelo: 'Padre nuestro que estás en los cielos'. Entonces, por así decirlo, el padre te¬rrenal es alguien que nos recuerda a aquel otro Padre, el Padre celestial. En la relación de los hijos hacia sus padres tenemos un cuadro de la relación de toda la humanidad original hacia Dios. Todos nosotros somos 'hijos' de¬lante de Dios. El es nuestro Padre, 'linaje suyo somos' (Hch. 17:28). De ma¬nera que en forma muy maravillosa la relación entre padre e hijo es una ré¬plica, un cuadro, un retrato, una predicación referida a toda esta relación que subsiste especialmente entre aquellos que son cristianos y Dios mismo. Aquí en Efesios 3:14, 15 hay una referencia a este asunto. El apóstol dice: "Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesu¬cristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra". Al¬gunos afirman que aquí la traducción debiera decir: 'Dios es el padre de to¬dos los padres'. Tengan razón o no, sea como fuere, aquí existe la sugeren¬cia de que la relación del padre y el hijo siempre debiera recordarnos nuestra relación con Dios. En ese sentido esta relación particular es única. No ocu¬rre lo mismo en la relación entre marido y mujer que, según hemos visto, nos recuerda a Cristo y a la iglesia. Pero, esta relación nos recuerda a Dios como Padre y a nosotros como hijos suyos. Existe algo muy sagrado acerca de la familia, acerca de esta relación entre padres e hijos. Dios nos lo ha dicho en los Diez Mandamientos, por eso, llegado el momento de establecer este mandamiento particular, 'Honra a tu padre y a tu madre', lo acompañó de una promesa.
¿Qué promesa? 'Para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra'. Sin lugar a dudas, el significado original de la promesa para los hijos de Is¬rael era lo siguiente: "Si ustedes quieren seguir viviendo en esta tierra pro¬metida a la cual los estoy guiando, observen estos mandamientos, particu¬larmente éste. Si quieren experimentar un tiempo de bendición y felicidad en aquella tierra prometida, si quieren seguir viviendo allí bajo mi bendi¬ción, observen estos mandamientos, y especialmente éste". No cabe nin¬guna duda de que esa fue la promesa original.
Pero, ahora el apóstol generaliza la promesa porque está dirigiéndose tanto a gentiles como a judíos que se habían convertido en cristianos. En¬tonces dice en efecto: "Ahora bien, si quieren que todas las cosas les vayan bien, y si quieren vivir una vida larga, una vida plena sobre la tierra, honren a su padre y a su madre". ¿Significa esto que si soy un hijo o una hija res¬ponsable, necesariamente voy a vivir muchos años? No, no es ése el signifi¬cado. Pero sin lugar a dudas la promesa significa que si quiere vivir una vida de bendición, una vida plena bajo la bendición de Dios, cumpla este manda¬miento. Tal vez él le escoja para una larga vida sobre la tierra a modo de ejemplo e ilustración. Pero, sin reparar en la edad que tenga al dejar esta tierra, sabrá que está bajo la bendición, bajo la buena mano de Dios. No de¬bemos considerar estos asuntos en forma mecánica. Lo que se quiere trans¬mitir aquí es que a Dios le agrada en gran manera la gente que obedece este mandamiento, y si nos dedicamos a cumplir estos mandamientos, y éste en particular, con los motivos correctos, entonces Dios nos mirará complacido, se sonreirá al mirarnos y nos bendecirá. ¡Gracias a Dios por tal promesa!
Esto nos conduce al tercer y último punto. Nota la forma en que lo ex¬presa el apóstol: 'Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres. Honra a tu padre y a tu madre'. La naturaleza lo dicta, pero no solamente la natura¬leza, sino también la ley. Pero nosotros debemos ir más allá de eso—¡a la gracia! El orden es éste: naturaleza, ley, gracia. 'Hijos obedeced a vuestros padres, en el Señor'. Es importante que estas palabras 'en el Señor' las rela¬cionemos a la palabra correcta. No significa 'Hijos, obedeced a vuestros pa¬dres en el Señor'. Mas bien es, 'Hijos, obedeced en el Señor a vuestros pa¬dres'. En otras palabras, el apóstol está repitiendo precisamente lo que dijo en el caso de los esposos y las esposas. 'Las casadas estén sujetas a sus pro¬pios maridos, como al Señor". 'Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia'. Y al llegar a sus palabras referidas a los siervos lo hallaremos diciendo, 'Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales.. .como a Cristo'. Eso es lo que significa en el Señor. En otras palabras, éste es el motivo supremo. Debemos obedecer a nuestros padres y honrarlos y respe¬tarlos porque esta es una parte de nuestra obediencia a nuestro Señor y Sal¬vador Jesucristo. En último análisis ése es el motivo por el cual hemos de hacerlo. La naturaleza lo dicta, la ley lo subraya, pero como cristianos tene¬mos esta otra razón, este motivo grande y poderoso—El nos pide que lo ha¬gamos; es un mandamiento suyo; es una de las formas en que demostramos nuestra relación con él y nuestra obediencia a él. 'Hijos, obedeced a vues¬tros padres como al Señor'. Es cierto, existen aquellas razones secundarias, pero no debemos detenernos en ellas, sino obedecer el mandamiento por amor de Cristo.
Permítanme acentuar una vez más que esto es algo muy típico de la ense¬ñanza del Nuevo Testamento. El cristianismo nunca aparta la naturaleza. No me malentiendan; no estoy diciendo 'naturaleza caída'. Estoy diciendo 'naturaleza', refiriéndome a lo que Dios creó y ordenó en el origen. En ese sentido el cristianismo nunca contradice a la naturaleza. Al principio de la era cristiana hubo personas que pensaban lo contrario, aun respecto de las relaciones matrimoniales. Por eso Pablo tuvo que escribir el capítulo siete de 1 Corintios. Algunos de los corintios argumentaban de esta manera: "Yo me he convertido en cristiano, pero mi esposa no ha hecho lo mismo, por lo tanto, por el hecho de ser yo cristiano y ella no, yo voy a dejarla". Y las es¬posas decían lo mismo. Pero eso es un error, dice Pablo. La fe cristiana nunca nos lleva a negar o a ir en contra de la naturaleza; Dios nunca quiso que fuéramos antinaturales. Lo que hace la fe cristiana es elevar y santificar lo natural.
Lo mismo ocurre con la ley. El cristianismo no anula la ley como regla de vida. Lo que hace es añadirle gracia, capacitándolo a ejecutar la ley. 'Honra a tu padre y a tu madre'. La ley dio ese mandamiento, el cristianismo hace lo mismo, pero además nos da este motivo superior para obedecerlo, nos da un discernimiento y un entendimiento para hacerlo. Nosotros que somos cristianos comprendemos lo que hacemos 'como para el Señor', para el Se¬ñor que vino del cielo. Cristo vino del cielo para honrar la ley de su Padre. El guardó la ley, vivió conforme a la ley. Ahora él nos ha redimido para que fuésemos 'un pueblo particular, celoso de buenas obras', para que pudiéra¬mos 'cumplir' la ley. El se dio a sí mismo por nosotros, 'para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Ro. 8:4). La gracia eleva el mandamiento al su¬premo nivel, y nosotros, por nuestra parte, hemos de obedecer a nuestros padres, y honrarlos, y respetarlos para agradar a nuestro Señor y Salvador quien nos mira desde arriba. El apóstol ya había dicho esto en Efesios 3:10: "Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales". ¿Se da cuenta que los ángeles y principados y potestades miran desde arriba al pueblo cristiano y al ver que ejemplificamos estas cosas en nuestras vidas diarias, ellos se asombran de que él, el Hijo, haya sido capaz de hacer seme¬jante pueblo de nosotros; que nosotros podamos vivir conforme a los man¬damientos de Dios en un mundo pecaminoso como éste?
Hacedlo 'como al Señor'. Obedeced a vuestro padre y a vuestra madre ‘en el Señor’. Este es el mayor aliciente de todos. Esto lo complace; esta es luna prueba de lo que él ha dicho; nosotros estamos comprobando su enseñanza. El ha dicho que vino al mundo para redimirnos, para lavar nuestros [pecados, para darnos una nueva naturaleza, para hacernos hombres y mujeres nuevos. Bien, dice el apóstol, pruébenlo, demuéstrenlo en la práctica. ¡Hijos, demuéstrenlo obedeciendo a sus padres; ustedes serán diferentes a (aquellos hijos arrogantes, agresivos, orgullosos, jactanciosos, de mala lengua, que les rodean en la actualidad. Demuestren que son diferentes, demuestren que tienen el Espíritu de Dios adentro, demuestren que pertenecen a Cristo. Tienen una maravillosa oportunidad; y esto será de gran regocijo y ¡placer para el Señor.
Pero, prosigamos un paso más. 'Hijos, obedeced a vuestros padres', porque cuando él estuvo en este mundo también lo hizo así. Esto es lo que encuentro en Lucas 2:51: "Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba ¡sujeto a ellos". Las palabras se refieren al Señor Jesús a la edad de doce años. Junto a José y María había estado en Jerusalén. Estaban en su viaje |de regreso y ya habían hecho un día de camino antes de descubrir que él no estaba entre su grupo. Entonces regresaron y lo encontraron en el templo (razonando y debatiendo y platicando con los doctores de la ley, refutando |sus argumentos y confundiéndolos. Ellos se sintieron perturbados y asom¬brados. Entonces él les dijo "¿No sabéis que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" A los doce años ya era básicamente consciente de esto. Pero luego se nos dice que regresó con ellos a Nazaret—'y descendió con ellos, y volvió a Nazaret y estaba sujeto a ellos'. ¡El Hijo encarnado de Dios Cometiéndose a sí mismo a José y María! Aunque interiormente era consciente de estar en este mundo para atender los negocios de su Padre, se hu¬milló a sí mismo y fue obediente a sus padres. Mirémoslo a él, comprénda¬los por qué lo hacía, básicamente para agradar a su Padre en el cielo, a fin de cumplir su ley en cada aspecto y dejarnos un ejemplo y que nosotros pu¬liéramos seguir en sus pasos.
Estas son entonces las razones que tiene para este mandato, y segura¬mente no hay nada más que agregar. Porque es justo. La naturaleza lo dic-está establecido por la ley de Dios, rubricado y subrayado. Agrada al Señor. La obediencia es una prueba de que es como él, porque hace lo que él hizo cuando estuvo aquí en este mundo pecaminoso y malo. ¡Quiera Dios Iluminarnos uno por uno en cuanto a la importancia de cumplir este mandamiento!
Hemos de ver que el apóstol prosigue tal como lo hace siempre. Su ense¬ñanza es equilibrada y por lo tanto, también tiene una palabra para los padres. Lo que hemos dicho puede ser malinterpretado. Si los padres se detienen en esto serán culpables de un grave desentendido. Pablo aún no ha terminado; todavía falta una palabra para los padres. Sin embargo hasta aquí este es el mensaje para los hijos. Y a medida que lo leemos y lo considera¬mos a la luz de lo que dice a los padres, quizás seamos capaces de compren¬der algunos de los problemas que tienen ciertos hijos, cualquiera sea su edad, cuyos padres no son cristianos y que se preguntan qué hacer. ¡Quiera darnos Dios toda la gracia necesaria para cumplir este mandato!


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PADRES INCRÉDULOS
Efesios 6:1-4

Hemos visto que este tema de padres e hijos, que siempre es importante, es especialmente importante en este tiempo. Es importante para todos noso¬tros. No sólo se refiere a los hijos como tales, y a la gente joven; y no sólo a padres que tienen hijos; éste es un tema que pertenece y se aplica a todos. Hay un aspecto mas bien patético en el hecho de ciertas personas cristianas que aparentemente se divorcian de estos asuntos. Por ejemplo, he oído de algunos que creen que el tema de los maridos y las esposas no tiene nada que ver con ellos, porque ellos no son casados. Eso es sumamente lamentable porque, estén casados o no, sean padres o no, los cristianos deberían estar interesados en los principios de la verdad. Además, si no es casado, quizás tenga un amigo casado que está pasando por problemas en cuanto a su vida matrimonial; entonces, si va a funcionar como cristiano, debe ser capaz de ayudar a tal persona. Para ello debe saber cómo ayudar, y sólo puede descu¬brir cómo ayudar entendiendo la enseñanza de las Escrituras. Por eso, nadie debiera excusarse pensando que esto nada tiene que ver con él o con ella. Quizás no se haya casado o tal vez sea casado pero sin hijos; sin embargo, debiera sentir simpatía y compasión por los padres de hoy, por los padres que viven en este mundo difícil y moderno. Es deber y asunto suyo ayudar¬les y auxiliarlos. Estos requerimientos particulares no están dirigidos a per¬sonas individuales, sino son para todos nosotros.
Pero, más allá y por encima de ello, todos nosotros debiéramos estar inte¬resados en comprender la verdad divina y en observar cómo Dios, en su infi¬nita bondad y sabiduría, en su infinita condescendencia, nos sale al encuentro en las diversas situaciones que atravesamos al transitar este mundo. Las mismas autoridades civiles reconocen la importancia que todo este pro¬blema tiene en la actualidad. Una importante comisión referida al tema de la educación, recientemente declaró que uno de los problemas más urgentes en este país hoy día es el quebrantamiento del hogar y de la vida familiar. Por lo tanto estamos considerando un tema del cual bien puede depender el futuro de la sociedad y de este país. De entre todos los pueblos somos nosotros, los cristianos, quienes debiéramos dar urgente atención a estos asuntos a fin de poder ofrecer un ejemplo a otros y demostrar cómo vivir como hijos y padres, y cómo conducir la familia y la vida del hogar.
Hasta aquí solamente hemos considerado el asunto desde el punto de vista de los hijos, y el deber dirigido a ellos, es decir, de la obediencia a sus padres. Pero ahora, en el cuarto versículo, el apóstol nos presenta el otro lado: "Y vosotros, padres", dice el apóstol, "no provoquéis a ira a vuestros hijos". No es que esta añadidura neutralice lo que el apóstol había dicho acerca de los hijos; más bien es dado para salvaguardarlo y quitar cualquier obstáculo que pudiese haber en el camino de los hijos al obedecer a sus pa¬dres. Es otra notable ilustración del equilibrio y de la justicia en las Escritu¬ras. ¿Cómo puede negar alguien que esta sea la inspirada palabra de Dios, viendo cara a cara este perfecto equilibrio, esta equidad, este presentar siempre juntos los dos aspectos de un asunto? Hemos visto su carácter di¬vino en el caso de los maridos y las mujeres, y aquí volvemos a encontrarlo en el caso de los padres y los hijos; y lo encontraremos también más ade¬lante en el caso de los amos y los siervos.
La obediencia que se requiere de los hijos debe ser mostrada a todos los tipos de padres. Existen padres culpables de provocar a ira a sus hijos. Ahora bien, quedemos en claro que el apóstol enseña que los hijos deben obedecer aun a esa clase de padres. Su declaración es de carácter general. El mandamiento debe ser obedecido sin consideración del carácter de los padres, y es un mandamiento que incluso se aplica al caso de padres no cristianos.
Quisiera examinar cuidadosamente este aspecto del asunto porque puedo decir honestamente y basado en una larga experiencia pastoral, que este es uno de los problemas más comunes que he tenido que tratar, cuando las personas han venido y me han expresado las dificultades de sus vidas perso¬nales. Recuerdan lo que dijo nuestro Señor en Mateo 10:34: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino es¬pada". El dijo que su enseñanza no suavizaría las cosas, sino que más bien crearía división, dividiendo al padre de su hijo, a la madre de su hija, etcé¬tera. El motivo es que cuando una persona se convierte en cristiano hay un cambio tan profundo que inmediatamente quedan afectadas todas las esfe¬ras de la vida. No hay aspecto donde esto se sienta con mayor agudeza que el de las relaciones más íntimas y personales; porque tan pronto una persona se convierte en cristiana, esa persona comprende que su lealtad corresponde al fin de cuentas a Dios y al Señor Jesucristo. Eso inevitablemente tiene su efecto sobre toda otra forma de lealtad. De modo que nuestro Señor afirma que se convertirá en fuente de división—'Los enemigos del hombre serán los de su propia casa'. Deben estar preparados, dice el Señor, para estos casos que en la práctica de todos los días han demostrado ser ciertos.
El problema que surge aguda y frecuentemente es el de hijos que se han convertido a la fe cristiana pero cuyos padres no lo han hecho. Inmediatamente nace la tensión. ¿Qué deben hacer esos hijos? ¿Cómo deben compor¬tarse? Simplemente estoy acentuando que el apóstol dice que esos hijos, personas jóvenes—el término 'hijos' no debe interpretarse solamente desde el punto de vista de la edad—deben obedecer al mandamiento. Lo que el apóstol Pablo está diciendo es esto: "Hijos, obedeced a sus padres sean o no cristianos; no importa lo que ellos sean". Esta es una declaración gene¬ral, un mandato general; pero desafortunadamente en este punto muchos cristianos jóvenes inconscientemente causan grave daño. Posiblemente en este punto el fracaso sea más grave que en cualquier otro. ¿Cómo deben comportarse estos hijos con respecto a sus padres no cristianos? Ese es el problema. Inconscientemente muchas veces es en este punto que tales hijos causan grave daño por no entender la enseñanza bíblica por una falta de equilibrio en su perspectiva global. Muchas veces ellos son la causa de una actitud hostil de sus padres hacia la fe cristiana. Por eso, se trata aquí un asunto de suprema importancia.
Existe una sola limitación que debe ser añadida a este mandato general que dice, 'Hijos, obedeced a vuestros padres'. La limitación es cuando nuestra relación con Dios es vitalmente afectada. En este punto peso mis pa¬labras con particular cuidado. Si sus padres están tratando de prohibirle la adoración a Dios y la obediencia a él, en ese caso no obedece a sus padres. Si ellos deliberadamente le incitan o tratan de impulsarle a pecar, a cometer actos pecaminosos, nuevamente, debe rehusarse. Pero esa es la única limita¬ción. Por debajo de ella (vuelvo a enfatizarlo) debemos ir hasta el último ex¬tremo; y aun en este caso, cuando estamos encarando la pregunta si los pa¬dres se interponen entre nosotros y nuestra relación con Dios, debemos ir hasta el último extremo de la conciliación y concesión.
En la experiencia pastoral descubro que precisamente aquí es donde la mayoría de las personas tienen dificultades. Quiero decir que como cristia¬nos se aferran a posiciones que yo consideraría detalles totalmente insignifi¬cantes. Por supuesto, eso es muy natural. Todos nosotros, por naturaleza somos personas que tienden a ir a los extremos; y habiéndonos convertido en cristianos sabemos exactamente como debiéramos vivir. Nuestro gran peligro en este punto—y sin lugar a dudas el diablo tiene su parte en ello— consiste en aferramos a posiciones totalmente ridículas, a posiciones que realmente son insignificantes y que realmente no afectan nuestra posición de cristianos.
Permítanme darles una ilustración. Con frecuencia ocurre, según he visto, en relación con las bodas de una pareja o con todo el tema del matri¬monio que dos jóvenes cristianos deciden contraer matrimonio cuando los Padres de ambos lados no son cristianos. Los dos jóvenes cristianos anhelan Profundamente que esto sea un ejemplo excelente de bodas cristianas y se Proponen a invitar a todos sus amigos creyentes. Pero, por supuesto, los pa¬dres también deben estar presentes—estos padres no cristianos de ambas partes—y también algunos de sus amigos y parientes que no son cristianos. He visto muchas veces la tendencia de estos jóvenes, excelentes cristianos de aferrarse a detalles de la ceremonia que en realidad no importan, y de esa manera causar más daño que bien. En otras palabras, dicen que todo tiene que ser exclusivamente cristiano; y tienden a llevar esto a un extremo de convertirlo en ofensa a los presentes que no son cristianos. Tengo la impre¬sión que es precisamente allí donde dejan de practicar el juicio y el equili¬brio que se encuentra en las Escrituras. Por supuesto, la boda tiene que cele¬brarse, pero hay muchos otros asuntos incidentales en cuanto a los arreglos que me parecen totalmente indiferentes. Si somos realmente cristianos en ese punto debemos hacer todas las concesiones que podamos y hacer todo lo posible para facilitar las cosas a los demás, con la esperanza de que ellos, al ver lo que es un matrimonio cristiano, realmente se sientan atraídos a la fe. Pero si vamos a aferramos rígidamente a una posición, sin hacer ninguna concesión respecto de ningún punto o detalle, y si insistimos que todo tiene que hacerse a nuestro modo—en otras palabras, si estamos más preocupa¬dos por impresionar a nuestros amigos cristianos que en ayudar a nuestros padres no cristianos—en ese caso no estamos cumpliendo este deber apostó¬lico referido a la obediencia hacia nuestros padres. Eso es lo que quiero decir en cuanto a aferrarse a asuntos que son realmente vitales y no a deta¬lles insignificativos e incidentales.
También es importante que cuando sostenemos alguna posición lo haga¬mos con el espíritu correcto. Si defendemos algún principio cristiano, nunca debemos hacerlo de una manera contenciosa o impaciente. Mucho menos debemos hacerlo en forma arrogante y crítica. Con frecuencia nos traicio¬namos a nosotros mismos por la forma en que decimos las cosas. He notado que personas culpables de este descuido muchas veces revelan su actitud errónea aun por la forma en que discuten conmigo los arreglos de las bodas. Esas personas me dicen con una sonrisa torcida en su cara, "Por supuesto mis padres no son cristianos". Y con eso los hacen a un lado. Tan pronto una persona habla de esa manera yo sé que él o ella ya está en camino equi¬vocado. Cualquier posición que una persona quiera defender de esa manera en terreno cristiano probablemente será inútil y susceptible de hacer mucho más daño que bien. Si sus padres no son cristianos no debe hablar de esa forma de ellos, no debe hacerlos a un lado, no debe hablar contenciosa¬mente de ellos. Debería sentirse acongojado por causa de ellos, y en conse¬cuencia, hablar de ellos con dolor y pena. Sin embargo, creo que demasia¬das veces hay en los hijos una dureza y una aspereza que no son cristianas.
Esa clase de 'hijos' no está obedeciendo a sus padres; no están honrando a su padre y a su madre. Debe honrar a su padre y madre, sean cristianos o no; ese es el mandato. Muchas veces esto es difícil, pero es el precepto; y re¬pito que en esto existe un sólo límite, es decir, el momento cuando ellos tra¬tan, clara y deliberadamente, de evitar que adore a Dios y le sirva, o tratan de guiarle deliberadamente a cometer pecado. La forma en que actuamos a este respecto es de vital importancia; cada vez que llegamos a la situación en la cual realmente debamos oponernos a desobedecer, debemos hacerlo de tal manera de dar la impresión de que ello nos apena, que nos hiere, que lo lamentamos, y que ello es una decisión por demás lamentable. Pues que un hijo deba oponerse a sus padres es una de las cosas más serias y solemnes a las que podamos sentirnos llamados en esta vida. Por lo tanto, siempre que lo hagamos en el nombre de Cristo y de Dios, debemos hacerlo con un cora¬zón quebrantado. De ninguna manera debemos dejar de dar la impresión a nuestros padres de que se trata de algo que nos hiere, que nos causa profun¬da pena, que nos cuesta mucho, que estaríamos dispuestos a cortarnos la mano derecha a fin de evitarlo, pero que, dada la situación, no tenemos otra alternativa.
Hecho de esa manera, bien puede ser que Dios lo utilice para influir en ellos; pero si es hecho en forma arrogante, contenciosa, con espíritu de cen¬sura, con toda certeza causará daño. En ese caso carecerá totalmente de va¬lor, apartará a la gente de Cristo y les hará sentir y decir, "Estos hijos, desde que se convirtieron en cristianos, son obstinados, sabelotodos, son duros y rígidos y legalistas". Esto levantará una terrible barrera entre ellos y su conocimiento de Dios y de nuestro Señor y Salvador. Siempre que nos sintamos impulsados a aferramos a cierta posición debemos hacerlo con un corazón quebrantado, con un espíritu manso y humillado. Debiéramos dar la impresión de que nuestro mismo corazón sangra al sentirnos impulsados por esta maravillosa obra que Dios ha hecho con nosotros a oponernos a nuestros padres. Este es un asunto que siempre debemos considerar de esta manera.
Permítanme darles algunas razones por las cuales hemos de obrar de esta manera y que nos sirvan de ayuda y guía cada vez que estemos en una situa¬ción como ésta. ¿Por qué es que un cristiano debiera comportarse de la ma¬nera que he estado indicando, tanto negativa como positivamente? La res¬puesta es ésta: porque el hijo cristiano debiera ser el mejor tipo de hijo en el mundo. Esta es una declaración general, una afirmación universal. Todo lo que haga el cristiano siempre debiera ser hecho de la mejor manera. Digo esto a modo de proposición general. El hijo cristiano debiera ser un hijo me¬jor que cualquier otro hijo, el marido cristiano el mejor marido, la mujer cristiana la mejor esposa, la familia cristiana el mejor tipo de familia de todo el mundo, el hombre de negocios cristiano el mejor hombre de nego¬cios que se pueda concebir, el profesional debiera ser el mejor en la profe¬sión. No hablo desde el punto de vista de la capacidad, sino de todos los de¬más aspectos. Todo lo que el cristiano haga debiera ser hecho conforme a todas sus posibilidades, y con una minuciosidad y un entendimiento que na¬die más es capaz de demostrar. Por supuesto, este es el trasfondo de todos estos deberes detallados que estamos estudiando. El cristiano, recuérdelo, es una persona llena del Espíritu: 'No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; mas sed llenos del Espíritu'. Ahora bien, cuando un hijo es 'lleno del Espíritu', por definición ése será un hijo ejemplar, un hijo absolu¬tamente mejor que aquel que carece del Espíritu.
¿Hacia dónde nos lleva esto entonces? Nos lleva a la conclusión de que los hijos cristianos debieran ser los mejores hijos del mundo porque sólo ellos tienen un entendimiento real y auténtico de esta relación. Hay una cri¬sis en la vida de la familia y del hogar hoy en día porque ambos lados, tanto los padres como los hijos, no entienden el significado de estas cosas. No sa¬ben nada desde el punto de vista bíblico cuál es la relación entre padres e hi¬jos. Ellos no pueden ver estas cosas 'en el Señor' como nosotros las vemos; y debido a que nosotros estamos 'en el Señor' tenemos un entendimiento nuevo acerca de estas cosas. Vemos que esta relación de padre e hijo es un reflejo y un cuadro de la relación de Dios con el cristiano que es su hijo. De manera que tenemos este concepto exaltado y elevado de la paternidad y de la relación de los hijos hacia sus padres. Debido a que sólo el hijo cristiano tiene un entendimiento de estos asuntos y de esta relación, él o ella en la práctica siempre debiera superar a los otros. Como cristianos no obramos automáticamente. El cristiano siempre sabe por qué hace las cosas. Tiene sus razones, tiene estas explicaciones y exposiciones de la Escritura; por eso entiende la situación.
Luego sólo el cristiano tiene el espíritu correcto: 'Sed llenos del Espíritu'. Todo el problema en este asunto es, al fin y al cabo, un problema de espí¬ritu. La actitud moderna es, "¿Por qué he de prestar atención a mis padres? ¿Quiénes son ellos? ¡Son anticuados y pasados de moda! ¿Qué saben ellos?" Ese es el espíritu que causa tantos problemas en nuestros días. Los padres por su parte son culpables de lo mismo, de la carencia del espíritu correcto. Con frecuencia dicen: "Estos hijos son un estorbo. Nos gustaría salir de no¬che como solíamos hacerlo antes, pero desde que han llegado los hijos no podemos hacerlo". El espíritu de esa actitud ya es equivocado, y a ello se deben tantos fracasos. Todos estos problemas son asunto del 'espíritu', y por eso los patéticos hombres de estado y políticos, con sus actos de parla¬mento, ni siquiera están comenzando a comprender la naturaleza del pro¬blema que están considerando. No se puede legislar sobre estos asuntos; son asuntos del espíritu.
Es muy importante que el hijo cristiano tenga un espíritu adecuado en es¬tos asuntos; un espíritu egoísta sería lo último de lo que debiera ser culpa¬ble. Ya lo he mencionado antes. He aquí una situación muy delicada. Aquí están estos jóvenes cristianos que van a contraer matrimonio y con ellos los padres no cristianos. La tentación que sobreviene a estos jóvenes cristianos es: "Debo insistir en esto y aquello; soy cristiano; ahora entiendo y por lo tanto esto debe ser hecho tal como yo digo". Esta actitud ya tiene un espí¬ritu erróneo. Su deseo es hacer lo que considera correcto; ¿pero qué de ellos? 'La conciencia, no sólo la tuya digo, sino también la del otro'. 'Todas las cosas son lícitas, pero no todas convienen'. ¿Qué del hermano débil? ¿Qué de aquél que no es cristiano? ¿No los considera? ¿Acaso sólo le preo¬cupa que todo sea hecha de tal manera que salga absolutamente acertado, habiendo guardado la letra de la ley en cada detalle? ¡Esa es la esencia del fariseísmo! Ese es el espíritu que 'diezma la menta y el eneldo y el comino, y deja lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia...'. ¡Quiera Dios concedernos sabiduría en estos asuntos! He visto tanto daño hecho a la causa de Cristo por fracasar en este sentido que le estoy dando atención es¬pecial. Nunca debemos actuar con un espíritu egoísta, con un espíritu de auto justicia.
Pero permítanme añadir algo más. El cristiano está en una condición excepcionalmente ventajosa en cuanto a estos asuntos, porque como cris¬tiano, debiera comprender las dificultades de sus padres. Consideren el caso de hijos no cristianos que entran en conflicto con la opinión y la voluntad de sus padres no cristianos. ¿Qué es lo que ocurre? Inmediatamente se produce un choque de personalidades, un choque de voluntades y ninguno de los dos lados entiende al otro. El hijo dice, "Los padres no tienen derecho de decir esto"; y los padres miran a sus hijos y dicen "Estos hijos son imposibles y totalmente equivocados". Las dos partes se mantienen rígidas sin la menor intención de entender el punto de vista opuesto. Pero eso nunca debiera ocurrir en los cristianos. El cristiano tiene esta gran ventaja sobre aquel que no es cristiano; como cristiano debiera saber por qué sus padres no pueden entenderlo y por qué se comportan de la manera que se comportan. No sola¬mente los considera corno padres difíciles, no se limita a interesarse en su personalidad, sino que como cristiano, dice, "Por supuesto, en cierto sen¬tido no pueden obrar de otra manera; aunque esto es muy triste, muy trá¬gico, yo no debo desesperarme por causa de ellos puesto que de ninguna manera pueden ver el asunto desde la perspectiva cristiana. Ellos son incon-versos y esperar que lo vean desde la perspectiva cristiana sin ser cristianos es pedirles que hagan lo imposible. Yo mismo estuve una vez en esa condi¬ción, yo fui igualmente ciego. Gracias a Dios mis ojos han sido abiertos y ahora veo el camino correcto; en cambio, ellos no; por lo tanto debo ser amable con ellos, debo ser paciente y debo ser comprensivo. Debo hacerles toda concesión que esté a mi alcance; debo ir hasta donde yo pueda para salirles al encuentro y ayudarles y aplacarlos". Esa es la ventaja que disfruta el cristiano. 'Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres' porque tiene este entendimiento. No se mantenga como una personalidad contra otra personalidad; reconozca que es la ceguera del pecado lo que está causando el problema. No lo mire simplemente como padres que están en contra suya; por el contrario, ponga su atención en el pecado que causa la división. Eso es lo que nuestro Señor quiso decir en su enseñanza sobre 'traer una espada' y causar esta clase de división. Es algo que no debe sorprendernos, es algo que no nos debe impulsar a reaccionar violentamente. Debemos enfocarlo con un espíritu de entendimiento y simpatía.
Esto conduce a mi última razón. Cualquier cosa que nosotros hagamos como cristianos; cualquier cosa que hagamos como hijos cristianos, cada vez que lleguemos a este punto del choque, a esta división, sintiéndonos im¬pulsados incluso a decir 'no' a nuestros padres, siempre debemos hacerlo totalmente convencidos de que en tal circunstancia nuestra preocupación está dirigida a las almas de nuestros padres. 'Honra a tu padre y a tu madre'. El hecho de que ahora se ha convertido en cristiano y que ellos no lo son, no significa que va a mirarles despectivamente y tratarles con menos¬precio y desdén, y hacerles a un lado. Debe honrarlos y puede honrarlos por sobre todas las cosas mediante esa preocupación por sus almas. Si como personas cristianas nuestro espíritu y nuestro corazón no están preocupados por las almas de aquellos que están unidos a nosotros mediante esta más ín¬tima de las relaciones, nosotros estaremos desobedeciendo a nuestros pa¬dres, no estaremos 'honrando a nuestro padre y a nuestra madre' de la ma¬nera en que lo indican las Escrituras.
Por lo tanto, protejámonos a nosotros mismos mediante estas considera¬ciones del tipo de comportamiento voluble, superficial y mecánico que nos es recomendado, si es que no nos lo imponen esos cristianos de buena inten¬ción pero ignorantes. Hay muchos. Esas personas dicen, "Ahora usted se ha convertido, esto es lo que usted debe hacer ahora" y prácticamente lo alientan a volverse en contra de sus propios padres. Nunca les permita ha¬cerlo. Estas reglas fundamentales, estas leyes aún tienen vigencia y perma¬necen. La única división legítima es aquella que es causada por Cristo mismo. Nosotros nunca debemos crear las divisiones; debemos hacer todo lo que está a nuestro alcance para evitarlas, y debemos ir hasta los límites más extremos para impedirlo. La única división legítima es aquella división inevitable, esa división tremenda hecha por la espada del Espíritu, blandida por el Hijo de Dios mismo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Nunca de¬bemos ser difíciles, nunca debemos aferramos a detalles irrelevantes; nunca debemos hacer cosas que causen división. La única división que es inevita¬ble y permisible es aquella producida por la espada que nuestro Señor dijo haber traído (Mt. 10:34-38).
Ahora dirigimos nuestra atención a los padres. Dice el apóstol, 'Y voso¬tros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos'. Nótese que solamente menciona a los padres. Acaba de citar las palabras de la ley—'Honra a tu padre y a tu madre'—pero ahora escoge solamente a los padres porque toda su enseñanza ha sido, según hemos visto, que el padre es quien ocupa la po¬sición de autoridad. Eso es lo que siempre encontramos en el Antiguo Testa¬mento; eso es como Dios ha enseñado desde siempre que se comporte la gente; por lo tanto, naturalmente dirige este mandato particular a los pa¬dres. Pero el mandato no debe ser limitado a los padres; también incluye a las madres; ¡y en tiempos como los nuestros hemos llegado a una situación en la cual el orden prácticamente debe ser revertido! Vivimos en una especie de sociedad matriarcal en la cual los padres, y por cierto los maridos, han abdicado su posición en el hogar de tal manera que prácticamente todo queda librado al gobierno de las madres. Por eso es preciso comprender que lo dicho aquí a los padres se aplica igualmente a las madres. Se aplica a aquella persona que está en posición de ejercer la disciplina. En otras pala¬bras, el tema al cual somos introducidos aquí en este cuarto versículo, tema que ya estaba implicado en los versículos anteriores, es de la disciplina.
Es preciso examinar cuidadosamente este tema, y por supuesto es un tema sumamente extenso. Una vez más quisiera decir que no hay asunto de ma¬yor importancia en este país y en todo otro país, que todo este problema de la disciplina. Estamos presenciando una crisis de la sociedad, una crisis que está principalmente relacionada a este asunto de la disciplina. Lo vemos en el hogar, lo vemos en las escuelas, lo vemos en la industria; lo vemos en to¬das partes. El problema que está confrontando actualmente a la sociedad en cada esfera de la vida es, en último análisis, el problema de la disciplina. Responsabilidad, relaciones, la forma en que debe ser conducida la vida, ¡la forma en cómo debe proseguir la vida! Tengo la impresión que todo el fu¬turo de la civilización descansa en esto. El propósito principal de la predica¬ción no consiste en tratar asuntos políticos y sociales, sin embargo podemos arrojar importante luz sobre ellos.
Se nos dice que la división más importante del mundo actual es la causada por la 'cortina de hierro'. En vista de ello me atrevo a hacer esta afirmación, esta profecía: Si sucumbe y es derrotado el oeste, el único motivo será su desintegración interna. Al otro lado no existe el problema de la disciplina porque se trata de una dictadura y por eso habrá eficiencia. Nosotros no creemos en dictaduras; por lo tanto no hay nada más importante para noso¬tros que el problema de la disciplina. Si proseguimos derrochando nuestras vidas con diversiones, trabajando cada vez menos, demandando cada vez más dinero, cada vez más placer, y la así llamada felicidad, más y más in¬dulgencia respecto de los deseos de la carne, y negándose a aceptar nuestras responsabilidades, no habrá sino un solo e inevitable resultado: fracaso completo y abyecto. ¿Porqué conquistaron los godos y los vándalos y otros bárbaros al antiguo imperio romano? ¿Acaso fue por un poder militar supe¬rior? ¡Por supuesto que no! Los historiadores saben que existe una sola res¬puesta; la caída de Roma sobrevino por el espíritu de indulgencia que había invadido al mundo romano. Los juegos, los placeres, los baños. La desinte¬gración moral que había penetrado el corazón del imperio romano fue la causa de la 'decadencia y caída' de Roma. No fue una supremacía de poder desde afuera, sino la desintegración interna lo que arruinó a Roma. Y en la actualidad, el hecho realmente alarmante es que estamos presenciando una decadencia similar en este país y en otros países occidentales. Esta negligencia, esta indisciplina, esta perspectiva y espíritu son característicos de un pe¬ríodo de decadencia. La manía de los placeres, de los deportes, de las bebi¬das y drogas se han adueñado de las masas. ¡Este es el problema esencial esta absoluta ausencia de disciplina y de orden y de conceptos correctos dé gobierno!
A mi parecer, estos asuntos son presentados con mucha claridad por lo que el apóstol nos dice aquí. Más adelante he de presentarlos a nuestra con¬sideración y demostrar cómo las Escrituras nos iluminan respecto de ello. Pero antes de ello permítanme mencionar algo que ayudará y estimulará todo el proceso de sus pensamientos. Uno de nuestros problemas actuales es que ya no pensamos por nosotros mismos. Los periódicos piensan por noso¬tros, la gente que se entrevista en la radio y televisión lo hace por nosotros, y nosotros nos sentamos a escuchar. Esa es una de las manifestaciones de la crisis en la autodisciplina. Debemos aprender a disciplinar nuestras mentes. Por eso voy a presentar dos citas de las Escrituras, una referida a un aspecto del asunto y la otra al aspecto opuesto. El problema de la disciplina está en¬tre ambos. He aquí el límite de uno de los aspectos: "El que detiene el cas¬tigo, a su hijo aborrece" (Pr. 13:24). El otro es: "Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos". Todo el problema de la disciplina yace entre esos dos límites, y ambos se encuentran en las Escrituras. Trate de captar los grandes principios bíblicos que gobiernan este asunto tan vital y tan urgente. Actualmente, quizás éste sea el problema mayor que aqueja no sólo a las naciones occidentales sino también a otras. Todos nuestros pro¬blemas resultan de andar de un extremo al otro. Y eso es algo que nunca se encuentra en las Escrituras. Lo que caracteriza a la enseñanza de las Escritu¬ras siempre es, y lo es en todas partes, su perfecto equilibrio, una justicia que nunca fracasa, la forma extraordinaria en que están divinamente unidas la gracia y la ley. Hemos de considerar estos asuntos más detalladamente.


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DISCIPLINA Y LA MENTE MODERNA
Efesios 6:1-4

Continuamos nuestro estudio de lo que constituye uno de los asuntos bá¬sicos y fundamentales de toda la vida y conducta humana. Es un problema que no sólo se refiere a personas cristianas sino a toda la sociedad. Lo que nos afecta particularmente a nosotros los cristianos es esto: hemos sido esta¬blecidos, según nos lo recuerdan las Escrituras, como 'luces en el mundo', como 'la sal' de la sociedad, y como 'una ciudad puesta sobre una colina'. No hay otra esperanza para el mundo sino la de la luz que le viene de la en¬señanza cristiana. Por lo tanto, es de doble importancia que, como personas cristianas observemos y entendamos cuidadosamente la enseñanza apostó¬lica. A nosotros nos corresponde dar un ejemplo a todo el mundo de cómo debe ser vivida verdaderamente la vida. Y creo que en tiempos como éstos tenemos una oportunidad única para demostrar el equilibrio cristiano y bí¬blico referido a este grave problema de la disciplina.
Por supuesto, este urgente problema no se limita a la cuestión de los hi¬jos. El mismo principio está implicado en la actitud moderna hacia el cri¬men, la guerra y hacia el castigo en cualquiera de sus tipos y formas. Esta es una parte del problema general. Pero aquí lo estamos considerando particu¬larmente desde el punto de vista de su influencia sobre la disciplina de los hi¬jos y la disciplina en el hogar. Por un lado tenemos la expresión familiar que dice, 'retén el castigo y arruina al niño' y las otras formas de esta expresión que se encuentran en diversos puntos en el libro de Proverbios y en la litera¬tura del Antiguo Testamento conocido como 'sabiduría'. Ese es un aspecto del asunto. El otro aspecto es, 'y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos'. Esas son las dos posiciones fundamentales. Dentro de la elipse de estas dos fuerzas hemos de encontrar la doctrina bíblica referida a este tema.
Primero hemos de considerar el tema en términos generales. Lo que nos impresiona de inmediato es el gran cambio que ha ocurrido durante el pre¬sente siglo respecto al problema de la disciplina, y especialmente durante los últimos treinta años o más. Sin embargo, es un cambio que se extiende a lo largo de todo este siglo. Se ha producido toda una revolución en cuanto a la actitud de la gente hacia este asunto. Anteriormente teníamos lo que hoy la gente llama, con tono burlón, la perspectiva victoriana respecto de la disci¬plina. Admitamos inmediatamente y con toda franqueza que, sin lugar a dudas, esa conducta había excedido sus límites. Fue una conducta repre¬siva, muchas veces brutal; con todo se puede decir que algunas veces fue in¬humana. El padre Victoriano, el abuelo Victoriano, constituyen un tipo bien conocido y bien reconocido. En su concepto de paternidad y de la disciplina familiar había un elemento—ciertamente un elemento considerable—de ti¬ranía. Los hijos eran gobernados severa y ásperamente y se decía que, 'los hijos deben ser vistos pero no oídos'. Y por cierto, esa actitud era puesta en práctica. A los niños no se les permitía expresar su opinión, con frecuencia no se les permitía hacer preguntas; se les indicaba qué hacer, y tenían que hacerlo; y si se rehusaban eran castigados con gran severidad. No necesita¬mos dedicar mucho tiempo a esto; es algo que ha sido atacado, ridiculizado y caricaturizado de tal manera que todo el mundo, sin lugar a dudas conoce el cuadro. La mayoría de nosotros probablemente no tengamos suficiente edad para recordarlo en la práctica, excepto aquellos que hayan pasado los sesenta años; sin embargo, todos nosotros conocemos el cuadro y la idea en general. Esa era la situación hace aproximadamente cien años, situación que continuó en forma más o menos igual hasta la Primera Guerra Mundial.
Pero desde entonces se ha operado un cambio total; y en la actualidad es¬tamos confrontados por una situación que prácticamente es el opuesto ab¬soluto, ya que ahora tenemos la tendencia de hacer de lado todo lo que tenga que ver con la disciplina. Esto es, como he dicho, parte de una actitud general hacia la guerra, el crimen, hacia el castigo en general, y especial¬mente al castigo corporal y capital. Se ha introducido una nueva corriente de opiniones la cual rechaza totalmente las ideas fundamentales del punto de vista Victoriano. En efecto, podemos describirlo como una oposición ge¬neral a la idea en sí de justicia, rectitud, ira y castigo. Todo estos términos son abominados y odiados. En términos generales, el hombre moderno re¬chaza radicalmente estos conceptos. Encontramos ejemplos de ello en nues¬tros periódicos, en tendencias evidentes del parlamento, y en cambios que en medida creciente se han introducido. Pocas veces se escuchan estos gran¬des términos referidos a la justicia, a la verdad, al derecho, y a la rectitud. Las palabras de uso más frecuente en nuestros días son paz, felicidad, gozo, placer, tolerancia. El hombre moderno se ha rebelado contra los grandes términos que siempre han caracterizado a las épocas heroicas en la historia del hombre. Sin embargo esto es en gran medida una reacción contra la se¬veridad de la era victoriana.
Lo que vuelve tan grave esta posición es que dicha actitud generalmente es presentada en términos del cristianismo y especialmente en términos de la enseñanza del Nuevo Testamento; y esto, particularmente como contraste con la enseñanza del Antiguo Testamento. Con frecuencia el caso es expre¬sado de esta manera: "Por supuesto, el problema de aquellos Victorianos como de los puritanos es que vivían en el Antiguo Testamento, adoraban al Dios del Antiguo Testamento. Sin embargo"—añaden—"nosotros no cree¬mos en eso; el Dios de ellos sólo era un dios tribal; y ese no es el Dios del cristianismo, ese no es el 'Padre' de Jesús". Afirman que las ideas moder¬nas referidas a la disciplina están basadas en el Nuevo Testamento, y que ellos han alcanzado el concepto neotestamentario de Dios. En consecuencia dicen que no están interesados en la justicia y la rectitud, en la ira y el cas¬tigo. Nada tiene importancia, sino el amor y la comprensión.
Aquí es donde esta posición se vuelve tan peligrosa. Y es interesante notar que hombres que ni siquiera pretenden ser cristianos están diciendo esa clase de cosas. Incluso en libros, artículos y periódicos uno puede leer expresiones que no vacilan en afirmar que actualmente la posición cristiana por lo gene¬ral no es sostenida por la iglesia, sino por algunos escritores populares aje¬nos a la fe, que franca y abiertamente reconocen no ser cristianos. Se nos dice que el caso cristiano va por el camino del descuido, que la iglesia no está avanzando la causa, y que actualmente y en realidad el cristianismo está siendo presentado por hombres que están fuera de la iglesia. Se dice que ellos están presentando la auténtica exposición de la enseñanza del Nuevo Testamento. Existe esta curiosa alianza entre algunas personas que se dicen cristianas y otras que abiertamente afirman no ser cristianos; pero unidos concuerdan en que el cristianismo y el Nuevo Testamento enseñan este con¬cepto moderno respecto de la disciplina, motivo por el cual se han apartado del punto de vista Victoriano, y particularmente del punto de vista del Anti¬guo Testamento.
Resumiéndolo todo, podemos decir que la idea básica detrás de este con¬cepto es que la naturaleza humana es esencialmente buena. Esa es la filoso¬fía fundamental. Por lo tanto, lo que se requiere es extraer, alentar, y desa¬rrollar la personalidad del niño. Por eso no debe haber reproche, no debe haber control; no debe haber castigos ni administración de correcciones puesto que ello tendería a ser represivo. Siendo este el principio principal, naturalmente éste se hace sentir a lo largo de todas las esferas de la vida.
Considérese, por ejemplo, los métodos de enseñanza. Seguramente este es uno de los asuntos más urgentes que actualmente encara el país. Durante los últimos veinte años o más, los métodos de enseñanza han sido determinados casi exclusivamente por este nuevo enfoque, por esta nueva filosofía que considera la naturaleza humana como esencialmente buena. La idea con¬siste en que no debe obligar o forzar al niño. Una de las primeras personas en describir esta enseñanza fue una doctora María Montessori cuyo método de enseñanza, en términos generales, decía que debía permitir que sus niños decidieran por sí mismos y escogieran en forma independiente, lo que quieren aprender. Antes, por supuesto, había un método obligatorio para enseñar las 3 Rs. (Nota del editor: las 3 Rs en inglés son "reading, writing, arithmetic", (esto es, lectura, redac¬ción y aritmética). Esto equivale a lo más básico en la enseñanza,) y debía utilizarlo aunque no quisiera. Los niños debían aprender de memoria las tablas de multiplicación y otras cosas también. Era algo que se hacía mecánicamente, no había esfuerzo alguno por presentarlo en forma interesante a los niños. Entonces se les decía sencillamente que debían aprender su alfabeto, sus tablas, y su gramática. Todo les era introducido por la fuerza y ellos debían repetirlo mecánicamente hasta saberlo de me¬moria y poder repetirlo en coro. Ahora todo eso, se nos dice, estaba total¬mente equivocado porque no desarrollaba la personalidad del niño. La en¬señanza debe ser presentada en forma interesante y todo debe ser explicado. El niño no debe aprender en forma mecánica, sino entender lo que está aprendiendo; y en consecuencia, se dan las explicaciones; se ha descartado el antiguo método en términos de este nuevo concepto de la naturaleza hu¬mana, esta nueva actitud hacia la vida que pretende ser cristiana. De esta manera entonces, referida a la teoría y al método de la educación, se ha pro¬ducido esta profunda revolución. Pero en la actualidad ya estamos comen¬zando a descubrir algunos de sus resultados. Descubre que empresarios y otras personas se quejan porque muchos que solicitan trabajo como secretarias(os) y mecanógrafas(os) ya no saben deletrear ni resolver simples proble¬mas matemáticos. Pero mi preocupación no se dirige a los resultados prácti¬cos y económicos, sino a los principios subyacentes.
Nuevamente, con respecto al tema del castigo, éste también se ha conver¬tido en gran manera en algo del pasado. Se nos dice que no hay que castigar; en cambio, hay que apelar a los niños, mostrarles el error, darles un buen ejemplo, y luego compensarlos positivamente. Por supuesto, debemos reco¬nocer que en todo esto hay cierta medida de verdad; sin embargo, el peligro es que los hombres generalmente tienden a ir de un extremo al otro, y así es como en la actualidad todo el concepto de corrección ha desaparecido en gran medida. En efecto, existen algunos que llevarían este concepto al ex¬tremo de decir que nunca se debe castigar a un niño. Algunos incluso dicen que la conducta correcta, si un niño se comporta equivocadamente, es darse el castigo a sí mismo y de esa manera avergonzar al niño e inducirlo a aban¬donar su práctica equivocada y mala. Recuerdo perfectamente bien que hace unos treinta años había un hombre que literalmente puso esto en prác¬tica con su propia familia. Tenía un hijo que, como cualquier otro hijo, ocasionalmente se daba a la desobediencia y a una conducta equivocada; pero este hombre, habiéndose aferrado a la nueva teoría, decidió que ya no castigaría al niño en ninguna forma y de ninguna manera, sino que tomaría el castigo sobre sí mismo. Por ejemplo, en vez de castigar al hijo, él, el pa¬dre se abstenía de comer su cena el día de la ofensa. El experimento, debo añadir, no duró mucho. ¡A fin de salvaguardar su propia salud pronto tuvo que regresar al viejo método!
Esa es una ilustración típica de la actitud moderna. La naturaleza hu¬mana, se afirma, es esencialmente buena y no es necesario sino que apelar a lo bueno y elevado en ella. Nunca debe castigar, nunca debe restringir, nun¬ca debe ejercer disciplina. Debe limitarse a establecer el ideal, y sufrir en sí mismo el castigo de la mala conducta de otros, y en consecuencia, los peca¬dores responderán. Esta clase de gente creía que si se hubiese actuado de esta manera con Hitler, no hubiese habido guerra; podría haber cambiado a Hitler si solamente hubiese hablado amable y bondadosamente con él, y si le hubiese mostrado cuánto estaba dispuesto a sufrir. Hubo un predicador muy popular en Londres antes de la Segunda Guerra Mundial que realmente propuso que él y unos pocos más en efecto debían ir y entreponerse a los ejércitos de Japón y China que en ese tiempo estaban en guerra. No lo pu¬sieron en práctica, pero estaban totalmente convencidos que de haberlo he¬cho, y de haberse parado entre los ejércitos enemigos sacrificándose a sí mismos, la guerra habría terminado inmediatamente.
Todo esto, repito, está basado en el punto de vista de que la naturaleza humana es esencialmente buena, y que entonces sólo tiene que apelar a ella. Nunca será preciso hacer uso del castigo. Pero, si alguna vez recurre a él, nunca debe ser en forma corporal, nunca debe ser punitivo; si existe algún tipo de castigo se nos dice que éste debe ser reformatorio. Este es un punto interesante. El nuevo concepto es que en este tema del castigo—si es que se puede decir tanto en su favor—consiste en reformar y no en ejercer retribu¬ción. Se nos dice que siempre debemos ser positivos, que siempre debemos seguir el propósito de edificar un nuevo tipo de personalidad y carácter. ¿En qué resulta esto? Tómese, por ejemplo, el tema de las cárceles. Según el con¬cepto moderno, el propósito de las cárceles no es castigar a los transgresores sino reformarlos. En consecuencia se nos dice con creciente énfasis la nece¬sidad en las cárceles es la abolición de las restricciones y los castigos. Debe¬mos abolir el látigo y toda otra forma de castigo corporal, y las cárceles de¬ben ser atendidas por psiquiatras. La cárcel es un lugar en el cual un hombre debiera recibir tratamiento psicológico y psiquiátrico. No se debe castigar al prisionero por lo que ha hecho, porque esencialmente él es un hombre bueno. Lo que hay que hacer es edificar esa bondad que existe en él, y después ex¬traerla de él. Muéstrele el bien y el mal de algunas de sus propias ideas, y lo que él ha estado haciendo contra la sociedad, y pronto reconocerá sus erro¬res y renunciará a ellos. La gran necesidad consiste en edificar "el otro lado". Y así mediante tratamientos psiquiátricos usted está reformando al hombre y edificando su carácter y su personalidad.
Tal es la idea reinante en la actualidad, respecto del tratamiento del cri¬men y de su castigo. La pena capital ha sido abolida, todas las formas de castigo corporal debieran ser abolidas, y por cierto cualquier clase de severidad debiera ser abolida; todo el énfasis está en el tratamiento psiquiátrico— ¡el enfoque psicológico, la edificación, el desarrollo de este elemento posi¬tivo que existe en la naturaleza humana! Y, por supuesto, la misma idea se aplica al manejo de los hijos. Toda la tendencia en la actualidad, si un niño no se comporta en la escuela como debe es enviarlo a un psiquiatra de niños-todo el mundo debe ser tratado psicológicamente. Esencialmente todos los niños son buenos; por eso nunca debe castigar. La vara y el bastón deben ser eliminados. Lo que se requiere es extraer el bien que se encuentra oculto pero inherente a cada persona. De modo que, cuando el maestro es inefi¬ciente para mantener la disciplina, el niño es enviado al psiquiatra, al psicó¬logo de niños para la investigación y la prescripción de un tratamiento ade¬cuado.
Lo que quiero señalar es que todo esto se hace en el nombre del cristia¬nismo y con la pretensión de que el Nuevo Testamento está en contraste con el Antiguo Testamento. Se nos dice que éste es el enfoque de Cristo respecto de estos asuntos. Por lo tanto, en muchos sentidos toda la posición del cris¬tianismo está comprometida en este punto y con ello todo el futuro de la iglesia. He aqui un punto de vista sostenido y defendido por personas que no son cristianas, pero hecho en el nombre del cristianismo y del Nuevo Tes¬tamento.
Sigamos analizando aun más este tema. ¿Cuál es la enseñanza bíblica, la enseñanza cristiana respecto de este asunto? No vacilo en afirmar que la ac¬titud cristiana y bíblica hacia estos dos extremos es que ambos son equivo¬cados; que la posición victoriana estuvo equivocada, y que la posición mo¬derna lo es aun más. Pero nosotros estamos especialmente ocupados con el presente y los argumentos actuales. Después he de volver al concepto Victo¬riano, el cual puede ser considerado en términos de esta exhortación: 'Y vo¬sotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos'. Porque eso fue exacta¬mente lo que ellos hacían; y esa actitud moderna es la correspondiente reac¬ción. Pero veamos primero la posición moderna.
Mi primera razón para afirmar que desde el punto de vista bíblico y cris¬tiano este concepto moderno referido al problema de la disciplina es total¬mente equivocado, consiste en lo siguiente: lo opuesto a un tipo equivocado de disciplina seguramente no tiene que ser una carencia total de ella. Sin em¬bargo, esto es lo que ocurre en la actualidad. Los Victorianos, se nos dice, estaban equivocados; por lo tanto desechemos literalmente toda disciplina, todo castigo; permitamos que el niño sea como quiera, y que cada uno de nosotros también haga lo que quiera. En esto hay una falacia fundamental. Lo opuesto a la disciplina equivocada no es la ausencia de disciplina, sino disciplina correcta, verdadera disciplina. Eso es lo que hallamos aquí en Efesios 6:1 y 4: 'Hijos obedeced en el Señor a vuestros padres', y 'Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos'. Sométanlos a disciplina, sí, pero no permitan que sea una disciplina equivocada; que sea el tipo correcto de disciplina. 'No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor'. Ahora bien, esa es la verdadera disciplina. Sin embargo, la tragedia de hoy, con su pensamiento superficial, es asumir que lo opuesto a la disciplina equivocada es la ausencia total de disciplina. Esa es una falacia completa desde el punto de vista del pensamiento y de la filo¬sofía, si no lo es también desde otros puntos de vista.
Ahora bien, permítanme expresar el asunto de otra manera. Toda posi¬ción que dice 'sólo la ley' o que dice 'solamente la gracia' necesariamente está equivocada, porque en la Biblia hay 'ley' y 'gracia'. El tema no es 'ley o gracia', sino 'ley y gracia'. Había gracia en la ley del Antiguo Testamento. Todas las ofrendas quemadas y los sacrificios son un indicio de ello. Dios mismo los había ordenado. Que nadie jamás diga que no hubo gracia en la ley de Dios dada a Moisés y a los hijos de Israel. En el último análisis estaba basada en la gracia, es ley que contiene gracia. Y por otra parte, nunca de¬bemos decir que la gracia significa ausencia de ley; eso sería antinomianismo, el cual se condena en todas partes del Nuevo Testamento. Hubo al¬gunos cristianos antiguos que decían: "Ah, nosotros ya no estamos bajo la ley, nosotros estamos bajo la gracia; ello significa que no importa lo que ha¬gamos. Puesto que ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia, pequemos tranquilamente para que la gracia abunde. Hagamos lo que queramos, no importa. Dios es amor, estamos perdonados, estamos en Cristo, hemos na¬cido de nuevo, por lo tanto, hagamos todo lo que queramos". Estas falsas deducciones son consideradas en las epístolas a los romanos y a los corintios y a los tesalonicenses, y también en los primeros tres capítulos del libro de Apocalipsis. Es una trágica falacia pensar que cuando hay gracia ya no hay elemento alguno de la ley, sino que la gracia es una especie de licencia. Ello es una contradicción de la enseñanza bíblica referida tanto a la ley como a la gracia. Hay gracia en la ley, y hay ley en la gracia. Como cristianos no esta¬mos 'sin ley de Dios', dice Pablo, 'sino bajo la ley de Cristo' (1Co. 9:21).
¡Por supuesto, hay disciplina! En efecto, el cristiano debe ser mucho más disciplinado que el hombre que vive bajo la ley porque él ve con mayor cla¬ridad su significado y tiene mayor poder. El cristiano tiene un entendimien¬to más cabal, y por lo tanto, debe vivir una vida mejor y más disciplinada. No hay menos disciplina en el Nuevo Testamento que en el Antiguo; hay más y a un nivel más profundo. Y cualquiera fuese el caso, tal cual lo enseña el apóstol Pablo al escribir a los gálatas, no debe deshacerse de la ley, por¬que la ley fue 'nuestro ayo para llevarnos a Cristo' (Gá. 3:24). No debe con¬siderar estas cosas como mutuamente opuestas. La ley fue dada por Dios para que los hombres pudiesen ser unidos al Cristo que había de venir, y que había de darles esta gran salvación. En consecuencia, afirmo que esta idea moderna malinterpreta totalmente tanto la ley como la gracia. Es un enredo total, una confusión completa; y por cierto de ninguna manera es bíblico.
No es sino filosofía humana, psicología humana. Utiliza términos cristia¬nos, pero en realidad despoja a tales términos de su auténtico significado.
En tercer lugar, la enseñanza moderna—y he aquí una de las cosas más serias referidas a ella—demuestra una ignorancia total de la doctrina bíblica de Dios. Este es un aspecto desesperadamente grave. El cuadro de Dios que se hace el hombre moderno no proviene de la Biblia; proviene de su propia mente y corazón. No cree en la 'revelación'. Por eso hace aproximadamente un siglo y medio se dio origen a la así llamada alta crítica de la Biblia. El hombre ha estado creando un dios a su propia imagen, un dios que debe ser una antítesis exacta del padre Victoriano. Tomo la siguiente descripción de un eminente escritor del presente siglo: "¿Acaso no ve usted que el dios del Antiguo Testamento es su padre Victoriano; y que eso es totalmente equivo¬cado?". De esta manera el Antiguo Testamento es virtualmente desechado. "El Dios en el cual nosotros creemos", dicen los hombres, "es el Dios y Pa¬dre de nuestro Señor Jesucristo". Sin embargo, el Señor Jesucristo creyó en el Dios del Antiguo Testamento. El mismo dijo: "No piensen que he venido para destruir la ley, o los profetas; no he venido para destruir sino para cumplir" El creía en el Dios que se reveló a Moisés en el monte, y en los Diez Mandamientos. Nuestro Señor creyó y aceptó toda la enseñanza del Antiguo Testamento.
Los modernos no tienen derecho de afirmar que la nueva línea es de Cristo. Esta enseñanza no es de él; es de ellos mismos. El Dios que se ha re¬velado a sí mismo a nosotros a través de la Biblia es un Dios santo. Tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo nos indican que debemos acercarnos a Dios 'con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor' (He. 12:29 citando a Dt. 4:24). Por cierto, el Nuevo Testamento solamente nos da una noción tenue de la santidad, la majestad, la gloria y la grandeza de Dios. No había más que una representación externa. Dios es infinita¬mente santo. 'Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él'. Dios es justi¬cia, Dios siempre es justo. Dios es amor, lo sé, pero Dios también es todas estas otras cosas; y no hay contradicción en ellas. Todas ellas son una sola, y todas ellas están simultáneamente presentes en eterno poder y plenitud, en la Deidad. Esa es la revelación de las Escrituras. Y la idea de que Dios pueda no tomar en cuenta el pecado, y hacer como si no lo hubiese visto, y cu¬brirlo, y perdonar a cada pecador, y nunca sentir ninguna ira, y nunca casti¬garlo, es, repito, no sólo una negación del Antiguo Testamento, sino una negación también del Nuevo Testamento. Es el Señor Jesucristo quien ha¬bló del lugar 'donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga'. Es él quien nos habla de la división entre ovejas y cabras; es él quien dice a ciertos hombres 'Apártense de mí. Nunca los he conocido; apártense al lugar preparado para el diablo y sus ángeles'. Nada puede ser tan monstruo¬so que esta enseñanza moderna se disfrace en el nombre del Nuevo Testa¬mento y del Señor Jesucristo. Ella es una negación de la doctrina bíblica de Dios, tal como se encuentra en ambos Testamentos. Dios es un Dios santo, un Dios justo, un Dios recto, que ha expresado con toda claridad que casti¬gará el pecado y la trasgresión, cosa que ha hecho muchas veces en el transcurso de la historia. El castigó a sus propios hijos de Israel por causa de sus transgresiones; él los envió al cautiverio; él levantó a los asirios y a los caldeos como instrumentos suyos para castigo de ellos. El apóstol Pablo en¬seña explícitamente en Romanos 1:18-22 que Dios castiga el pecado y que a veces lo hace abandonando al mundo a su propia maldad e iniquidad. Y cada vez resulta más claro que esto es lo que está haciendo hoy día y que hombres enceguecidos por la psicología moderna no pueden verlo, porque no entienden la verdad bíblica referida a Dios.
¿Por qué tiene tantos problemas el mundo? ¿Por qué estamos temblando por lo que pueda ocurrir mañana? ¿Por qué todos estamos alarmados por estos nuevos y terribles armamentos y la posibilidad de una guerra atómica? La explicación, sugiero yo, es que Dios está castigándonos dejándonos a no¬sotros mismos, porque nos hemos rehusado a someternos a él y a sus santas y rectas leyes. Nuestro alejamiento de la enseñanza bíblica referida a Dios, y como consecuencia de ello, de toda la verdad revelada referente a la disci¬plina, al gobierno y al orden ha resultado precisamente en el castigo hacia el cual los hombres están tan enceguecidos.
En cuarto lugar, hay una absoluta incomprensión respecto de lo que el pecado ha causado al hombre. Todos los conceptos modernos, según los cuales el hombre es fundamental y esencialmente bueno, y que solamente es preciso extraer lo bueno de él, para que todo esté en buen orden; que sólo hay que apelar al elemento positivo, y nunca castigar, y simplemente asumir uno mismo el castigo para que los transgresores sean conmovidos y tan que¬brantados por la apelación moral que se les está presentando que automáti¬camente dejarán de obrar el mal y comenzarán a hacer el bien—todos estos conceptos, repito, son consecuencia de un rechazo de la doctrina bíblica del pecado. La simple respuesta a ellos es que la naturaleza del hombre es mala, y que como resultado de la caída el hombre es totalmente malo. Es un re¬belde, vive sin ley, es gobernado por fuerzas erróneas, y por lo tanto, es in¬sensible a todas las apelaciones que puedan venirle.
El mundo moderno lo está comprobando en virtud de amargas experien¬cias. El método moderno ha sido puesto a prueba ya hace varios años. ¿Y cuales son los resultados? ¡Crecientes problemas—delincuencia juvenil, desorden en el hogar, robo, violencia, crimen, hurtos, y la sociedad moder¬na entera en confusión! Ahora la nueva teoría ha tenido su oportunidad du¬rante treinta años o más y los problemas resultantes están creciendo de se¬mana en semana y prácticamente de día en día. ¡Pero, no se puede esperar otra cosa! El hombre no es fundamentalmente bueno. 'Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal'. Esto es lo que se nos dice del hombre en los días anteriores al diluvio (Gn. 6:5). El hombre no es una criatura buena que sólo necesita un poco de estímulo; su naturaleza ha sido retorcida y pervertida y envilecida. El hombre es un re¬belde, odia la luz, ama la oscuridad, es una criatura llena de deseos y pasio¬nes. Y es a causa de no reconocer esto que se ha producido este concepto moderno y desastroso.
Pero en quinto lugar también existe este malentendido absoluto respecto de la doctrina de la expiación y redención, y de la doctrina fundamental de la regeneración. ¡Todavía no he encontrado a un pacifista que entienda la doctrina de la expiación! Todavía no he encontrado al hombre que sostiene el punto de vista moderno sobre la disciplina y el castigo y que al mismo tiempo entienda la doctrina de la expiación. La doctrina bíblica de la expia¬ción nos dice que en la cruz del Calvario el justo, santo y recto Dios estaba castigando el pecado en la persona de su propio Hijo "con la mira de mani¬festar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús" (Ro. 3:26). "Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:6b). "Por nosotros lo hizo pecado, para que noso¬tros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2Co. 5:21). "Por cuya herida fuisteis sanados" (1 P. 2:24b). "Jehová quiso quebrantarlo" (Is. 53:10). La justicia y la rectitud de Dios demandaron esto, la ira de Dios sobre el pecado insistió en esto. Pero es aquí donde vemos realmente el amor de Dios, aquí vemos que es tan grande que la ira es derramada aun sobre su propio Hijo en toda su inocencia, para que nosotros pudiéramos ser rescatados y libra¬dos. Pero los modernos no entienden ni creen en la expiación. Ellos no ven sino sentimentalismo en la cruz; ellos ven soldados crueles dando muerte al Hijo de Dios que, sin embargo, sonríe sobre ellos y dice, "Aunque ustedes me hicieron esto, yo todavía les perdono".
Eso es lo que ellos afirman; pero no es lo que la Biblia enseña. La Biblia está llena de enseñanzas referidas a ofrendas quemadas y sacrificios, referi¬das a la necesidad de derramar la sangre sacrificial, y que 'sin derrama¬miento de sangre no se hace remisión (de pecado)' (He. 9:22). Esa es la en¬señanza del Antiguo Testamento tanto como la del Nuevo; en cambio, este concepto moderno es una absoluta negación de ello. En todas partes hay en¬señanzas sobre el castigo; y se ve en su expresión suprema en la cruz del monte Calvario.
O bien considérese la doctrina de la regeneración. Si el hombre es esen¬cialmente bueno, no necesita ser 'nacido de nuevo', no necesita la regenera¬ción. Sin embargo, la regeneración es una doctrina central en la Biblia; nuestra única esperanza consiste en que seamos hechos 'partícipes de la na¬turaleza divina'. Por lo tanto, esta nueva enseñanza es una negación de las doctrinas fundamentales de la Biblia; y no obstante se presenta y exhibe ba¬jo el nombre del cristianismo. La enseñanza bíblica es que mientras el hom¬bre no esté bajo 'la gracia', permanece 'bajo el dominio de la ley', que el pe¬cado y el mal deben ser restringidos. ¡Y eso es lo que Dios ha hecho! ¿Quién ha establecido a los magistrados? ¡Dios! Léase Romanos 13. Allí nos dice que el servidor de Dios 'no en vano lleva la espada'. ¿Quién ha establecido a los reyes y gobernadores? ¡Dios! ¿Quién ha establecido los estados? ¡Dios! A fin de mantener el pecado y el mal dentro de sus límites. Si no lo hubiera hecho de esa manera, el mundo se habría descompuesto y reducido a la nada hace siglos. Dios ha instituido la ley por causa de la naturaleza pecami¬nosa del hombre, y para que el hombre pueda ser refrenado y mantenido le¬jos del mal hasta que esté 'bajo la gracia'. Fue Dios quien en los días de Moisés dio la ley y la dio por ese motivo. Y obviamente, para que una ley sea eficaz, debe tener sanciones. De nada valdría tener una ley si cuando un hombre es arrestado por orden de esa ley inmediatamente se le dice: "Muy bien, no se preocupe, lo hemos arrestado, pero no será castigado". ¿Acaso eso tendría algún efecto?
Ciertamente hay una ilustración contemporánea que satisfará nuestras mentes con respecto a este asunto. Piense en los asaltos que ocurren en las carreteras. ¿Qué se hace al respecto? Las autoridades hacen súplicas, redac¬tan declaraciones, ponen en vigencia nuevas regulaciones, comprometen a la radio y a la televisión a repetir las advertencias, y especialmente antes de Semana Santa y Navidad. Pero, ¿tiene eso algún efecto? ¡Apenas! ¿Por qué? Porque el hombre es un rebelde, porque por naturaleza vive sin ley. Hay una sola forma en que el estado puede tratar este problema y es me¬diante el castigo de los transgresores. Ese es el único lenguaje que ellos pue¬den entender. El hombre en pecado nunca ha entendido otro lenguaje. Acérquese a él en un espíritu de dulce razonamiento y se aprovechará de us¬ted. El gobierno británico probó ese método con Hitler; nosotros lo llama¬mos apaciguamiento. Si ahora vemos que en aquel entonces fue un error, ¿por qué ahora no podemos ver que también es un error con todos los de¬más individuos? No hay sentido en apelar a los hombres en términos de un amable razonamiento cuando éstos son malos y gobernados por deseos y pasiones.
La enseñanza bíblica es que esa clase de gente debe ser castigada y que debe sentir su castigo. Si no están dispuestos a escuchar la ley, entonces las sanciones de la ley deben ser aplicadas. Dios, cuando dio su ley, la acompañó de sanciones las cuales debían ser aplicadas después de la trasgresión. Cuando se quebrantaba la ley, se ejecutaban las sanciones. Dios no da una ley, diciendo luego que la desobediencia a sus demandas no tiene importan¬cia. Dios ejecuta su ley. Y si considera la historia de este país, para no ir tan lejos, descubrirá que las épocas más disciplinadas y más gloriosas en esta historia han sido aquellas que siguieron inmediatamente a una reforma reli¬giosa. Consideren la época Isabelina que siguió a la Reforma protestante, cuando los hombres volvieron a la Biblia—al Antiguo y al Nuevo Testa¬mento—y la pusieron en práctica, ejecutando sus leyes. La época Isabelina, la época de Cromwell, y el período que siguió al avivamiento evangélico del siglo XVIII, todos ellos demuestran este principio bíblico. La enseñanza bí¬blica afirma que el hombre, por ser una criatura caída, por ser un pecador y un rebelde, por ser una criatura de deseos y pasiones y gobernada por ellos, el hombre es un ser que debe ser refrenado por la fuerza y obligado al orden. El principio se aplica de igual manera a los niños como a los adultos. Tanto unos como otros son culpables de conducta desordenada, crimen, y desviación de la ley del país y de la ley de Dios. Pruebe cualquier otro mé¬todo y habrá un retorno al caos, como ya estamos comenzando a experi¬mentar. La enseñanza bíblica basada en el carácter y la naturaleza de Dios, enseñanza que reconoce que el hombre está en un estado de pecado, re¬quiere que la ley sea ejecutada por la fuerza, para que los hombres puedan ser llevados al punto de ver y conocer a Dios; luego podrán ser conducidos a la gracia; y entonces, finalmente, podrán ser conducidos a poseer y obede¬cer la ley superior bajo la cual les será un deleite agradar a Dios y honrar y guardar sus santos mandamientos.
Por lo tanto, debemos comenzar con este principio de que la enseñanza bíblica en todas partes establece la necesidad de la disciplina y del castigo. Pero entonces, esto nos deja ante el siguiente interrogante: exactamente, ¿cómo debe ejecutarse ese castigo? Y particularmente, ¿cómo debe ejecu¬tarse en el hogar cristiano? Y es precisamente allí donde nuestro texto cobra tanta importancia. Debe ejercer la disciplina, pero no debe 'provocar sus hi¬jos a ira'. Hay una forma equivocada y una forma correcta de ejercer la dis¬ciplina y lo que ha de preocuparnos en adelante es descubrir el método co¬rrecto, verdadero y bíblico de ejercer la disciplina que manda la santa ley de Dios. El concepto moderno, si bien muchas veces invoca el nombre de Cristo, es una negación de todas las doctrinas básicas y fundamentales de la fe cristiana. No nos sorprende entonces que personas no cristianas la sosten¬gan en forma muy elocuente con respecto a la pena capital, la guerra, la educación, la reforma carcelaria, y a muchas otras cosas. No nos sorprende, repito, que ellos lo sostengan porque no esperamos de ellos un entendimiento cristiano y bíblico. Sin embargo, el cristiano debiera y debe entenderlo.


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