CAPITULO LIX
La Prueba y la Crisis de la Fe

Llegamos a las consideraciones finales en torno al cuadro que ofrecen los versículos 24-27 y también en torno a las dos metáforas previas que ya hemos estudiado. Recordemos que la enseñanza en general tiene como propósito ponernos sobre aviso en contra del peligro terrible y sutil del autoengaño. Sorprende advertir cuánto espacio dedica el Nuevo Testamento a advertencias. Pero somos muy lentos en observarlas y en prestarles atención. Contiene advertencias constantes en contra de una creencia ligera y superficial, en contra de la tendencia a limitarse a decir, 'Se¬ñor, Señor', y no hacer nada más; advertencias en contra del peligro de confiar en las obras y en las propias actividades. Se nos ha recordado esto con mucho vigor en la segunda metáfora. Es algo que se encuentra en todo el Nuevo Testamento; se encuentra a menudo en la enseñanza de nuestro Señor mismo, y luego en la enseñanza de los apóstoles.
Pero incluye al mismo tiempo el peligro de confiar en sentimientos, especialmente en sentimientos falsos. No hay nada que sorprenda más a la mente natural que lo que el Nuevo Testamento dice acerca del tema del amor. Por una razón u otra, tendemos a pensar en el amor como algo puramente sentimental y emocional; tendemos a considerarlo sólo como tal. Y hacemos lo mismo cuando pensamos respecto al gran evangelio del amor que contiene el Nuevo Testamento, y a la proclamación del amor de Dios a los pecadores. Pero pensemos por un momento en el evangelio de Juan y en su primera carta, en los cuales se dice tanto acerca del amor, y también en primera Corintios 13. Veremos cómo lo que resaltan es el hecho de que el amor es algo muy práctico. ¡Cuan a menudo dice nuestro Señor de distintas formas "el que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama!'!
Ésta es la enseñanza precisa en este punto. Toda esta amonestación al final del Sermón del Monte tiene simplemente como fin enfatizar una cosa, que "no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". El énfasis repetido en esto tiene como fin evitar que nos engañemos a nosotros mismos pensando que todo está bien en nuestra vida debido a que quizá poseamos un sentimiento vago y general. Nuestro Señor dice que de nada sirve hablar acerca de amarle a no ser que guardemos sus mandamientos. "El que me ama de verdad", parece decir, "hace lo que yo le digo que haga". No hay nada tan falaz como poner sentimientos y sensibilidades en lugar de obediencia concreta. Esto es algo que se subraya enfáticamente en estas grandes palabras finales de advertencia y por esto hemos examinado en detalle qué significa hacer la voluntad del Padre que está en los cielos. El hombre prudente es el que, habiendo oído estas cosas, las hace.
Pero nos queda todavía por examinar por qué nuestro Señor plantea su enseñanza en esta forma específica. Se puede advertir que en todas estas metáforas está presente una nota de advertencia. Hemos venido haciendo alusiones pasajeras a eso a medida que examinábamos cada una de estas metáforas. Pero es evidente que no podemos evitar esta serie de consideraciones sin examinar la cuestión del juicio que se anuncia en todas las metáforas a partir del versículo 13. Recordemos que en este versículo se habla de entrar por la puerta estrecha y que a partir de él se comienza a aplicar el mensaje del Sermón y a hacer hincapié en su doctrina; y de ahí en adelante aparece la nota de juicio. "Entrad por la puerta estrecha", dice, "porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición". De inmediato se advierte la nota de advertencia. Se encuentra otra vez en la misma forma en relación con la segunda metáfora, en la que se compara al verdadero cristiano con el árbol bueno y al cristiano falso con el árbol malo. Se nos dice que "todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego". En la siguiente metáfora encontramos las palabras: muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: nunca os conocí; apartaos de mí hacedores de maldad!' Y de nuevo la encontramos, en forma vigorosa, en la última metáfora de las dos casas y de los dos hombres, porque se nos dice que llegará el día en que las casas serán sometidas a prueba y que una de ellas sucumbirá, y "fue grande su ruina". Es pues necesario examinar la gran cuestión del juicio. En realidad, hemos visto que no sólo es la nota destacada en estas metáforas al final del Sermón, sino que ha sido la nota dominante a lo largo de este capítulo, a partir del "No juzguéis, para que no seáis juzgados..!', en el versículo primero. La nota que se encuentra a lo largo de esta exhortación final es la nota tremenda del juicio.
En cierto sentido el mensaje se puede formular así: dejando de lado cualquier otra consideración, la falsa religión de nada sirve. Por lo tanto es algo malo; toda cosa falsa siempre es mala; pero aparte de ser mala, en última instancia no tiene ningún valor. Al final no conduce a nada. Puede dar satisfacción pasajera; pero fracasa ante las verdaderas pruebas. Esto es lo que detaca aquí. Ese camino espacioso parece seguro; ese árbol corrompido y malo, en general parece saludable e incluso imagina uno que su fruto es bueno, hasta que al examinarlo se descubre que no lo es. Así también la casa que construye el hombre necio sobre la arena parece perfecta; tiene aspecto duradero y sólido. Pero el hecho es que al final ninguna de estas cosas tiene valor alguno; no resisten la prueba. Acerca de esto no puede haber ningún desacuerdo. Lo que necesitamos conocer acerca de cualquier filosofía de la vida, o acerca de cualquier situación en que estemos en la vida, es si puede resistir la prueba. ¿Nos va a ayudar y nos resultará de valor a la hora de nuestra mayor necesidad? De poco vale una casa, por lujosa y confortable que sea, si ante las tempestades y lluvias torrenciales, de repente se derrumba. Eso es lo que llamamos vivir en un 'paraíso de necios'. Parecía tan maravilloso mientras el sol brillaba, y tanto que, en cierto sentido, ni necesitábamos su protección y nos podía bastar una tienda. Pero necesitamos una casa que puede resistir a las tempestades y huracanes. La casa construida sobre arena no puede resistir y es obvio que no tiene ningún valor.
La Biblia insiste mucho sobre esto. Ofrece algunos cuadros alarmantes del éxito y bienestar aparentes de los impíos, que se expanden como 'laurel verde' cuando todo va bien. Pero cuando llega el tiempo de calamidad, cuando toda su prosperidad ha desaparecido, no les queda nada en que sostenerse. La Biblia se esfuerza en mostrar la necedad total del hombre que no es cristiano. Dejando de lado otras razones, qué necio resulta vivir para cosas y confiar en cosas, que no lo pueden ayudar a uno cuando más lo necesita. Pensemos en el ejemplo que nuestro Señor pone del rico necio que tenía los graneros repletos de grano y que incluso pensaba en construir otros mayores, cuando Dios le dijo de repente, "necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?" La Biblia está llena de enseñanzas de esta clase.
Pero esta enseñanza de que lo que es falso de nada vale no se encuentra sólo en la Biblia; la experiencia humana a lo largó de los siglos lo confirma y fortalece. Podríamos estudiarlo a la luz de esta metáfora concreta. Nuestro Se¬ñor dice que todo lo que construimos en este mundo, todo aquello en lo que confiamos, todos los preparativos que hacemos, toda la perspectiva de la vida, va a verse sometida a pruebas. Describe las pruebas en forma de lluvia que desciende y de ríos que crecen y vientos que soplan. Es algo universal; es algo que va a sucederle al prudente y al necio por igual. En ninguna parte nos dice la Biblia que en cuanto uno llega a ser cristiano se acaban las dificultades y que el resto de su vida será un 'vivir felices para siempre'. Nada de esto. "Descendió lluvia, y vinieron ríos y soplaron vientos y dieron con ímpetu" tanto contra una casa como contra la otra. Toda la humanidad se ve sujeta a estas pruebas.
Tiene mucho interés el preguntarnos a qué se refería nuestro Señor exactamente con los detalles de esta ilustración. Algunos dicen que se refiere sólo al día del juicio; pero esta forma de entender la ilustración es totalmente inadecuada. Ciertamente que incluye el día del juicio; pero lo que nuestro Señor dice aquí se aplica a la vida en este mundo tanto como a lo que nos sucederá después de la muerte y más allá del sepulcro.
Claro que resulta peligroso insistir demasiado en los detalles de cualquier ejemplo, pero con todo, nuestro Señor no pudo haberse molestado en distinguir para nada entre la lluvia y los ríos y los vientos. Obviamente deseaba transmitir ciertas ideas concretas, y nos es posible descubrir algo de lo que estas imágenes representan. Pensemos en la lluvia, por ejemplo. Esta lluvia de la que habla es algo que todos encontraremos. Todos nos hallamos en una de dos posiciones; o somos como el hombre prudente o como el necio; como vimos antes, o hacemos todo lo que podemos por poner en práctica las enseñanzas del Sermón del Monte, o no lo hacemos; o somos cristianos o nos estamos engañando pensando que somos cristianos, escogiendo las cosas del evangelio que nos agradan y diciendo. "Esto basta. No hay que tomar las cosas al pie de la letra; no hay que ser de mente estrecha. Lo demás no importa con tal de que uno crea en general:' Pero nuestro Señor nos enseña aquí que si nos encontramos en la posición falsa, nuestra supuesta fe no nos ayudará para nada; mas aún, nos fallará por completo cuando más la necesitamos. ¿Qué quiere decir con la lluvia? Me parece que quiere decir cosa como enfermedad, pérdidas o desengaños, algo que va mal en la vida; algo en lo cual uno confiaba y que de repente se derrumba ante los ojos; quizá el que alguien le falle a uno, o en experimentar algún desengaño serio, un cambio repentino y desfavorable en las circunstancias, un dolor o angustia abrumadores. Éstas son cosas que, en un momento u otro, nos llegan a todos. Hay ciertas cosas en la vida que son inevitables; por mucho que tratemos de eludirlas, al final tenemos que enfrentarnos con ellas. A los jóvenes, a los que están llenos de salud y vigor les resulta muy difícil pensar en sí mismos como ancianos, para quienes resulta difícil el ir de una habitación a otra, o incluso de una silla a otra. Pero éstas son las clases de cosas que llegan a suceder: los años pasan, la salud y el vigor se debilitan, la enfermedad llega. Estas cosas, como indica nuestro Señor aquí, son inevitables, y cuando llegan nos someten a prueba. No es una prueba pequeña pasar semanas y meses en la misma habitación: pone a prueba de mucha ayuda; pero cuando el interés de uno se absorbe en ellas, está uno probablemente más preocupado por la mecánica de la Biblia que por el alimento espiritual que comunica.
El último peligro es el de oponer gracia y ley e interesarse sólo por la gracia. No hay doctrina salvadora aparte de la doctrina de la gracia; pero debemos tener cuidado de no ocultarnos detrás de ella de una forma equivocada. Recuerdo también a un hombre que se había convertido, pero que después cayó en el pecado. Quise ayudarlo hasta que descubrí que estaba demasiado dispuesto a ayudarse a sí mismo. En otras palabras, vino a hablarme del pecado, pero inmediatamente comenzó a sonreír y dijo: "después de todo, está la doctrina de la gracia". Sentí que estaba demasiado saludable, se curó a sí mismo demasiado rápidamente. La reacción ante el pecado debería ser la de profunda penitencia. Cuando alguien está en una condición espiritual saludable, no encuentra alivio tan fácilmente. Siente que es vil, que no tiene remedio. Si, pues, uno cree que puede curarse fácilmente, si encuentra que puede acudir alegremente a la doctrina de la gracia, diría que esa persona está en situación peligrosa. El hombre verdaderamente espiritual, si bien cree en la doctrina de la gracia, cuando adquiere el convencimiento de pecado por el Espíritu Santo, siente a veces que es casi imposible que Dios lo pueda perdonar. He dicho esto a veces de la siguiente forma: que no entiendo bien al cristiano que puede escuchar un sermón genuinamente evangelístico sin volver a sentirse acusado de pecado. No me cabe duda de que el sentir debería ser: "Casi experimenté que pasé por ello una vez más; experimenté que estaba pasando de nuevo por todo el proceso". Ésta es la verdadera reacción. En el mensaje, siempre hay un aspecto de convicción de pecado; y si descubrimos que no reaccionamos de esta forma porque ya en una ocasión nos refugiamos en la gracia, nos encontramos en la situación que conduce a este trágico autoengaño. En otras palabras, la pregunta definitiva es ésta: ¿Qué le pasa al alma? Quizá recuerden la famosa historia acerca de William Wilberforce y de la mujer que acudió a él en el punto culminante de su campaña contra la esclavitud y le dijo, "Sr. Wilberforce, ¿y qué le pasa al alma?" Y el Sr. Wilberforce se volvió a la mujer y le dijo, "Señora, casi había olvidado que tenía alma". Esta pobre mujer se acercó a Wilberforce a hacerle la pregunta vital y el gran hombre dijo que estaba tan preocupado por la liberación de los esclavos que casi había olvidado su alma. Pero, con todo el respeto debido a esa persona, la mujer tenía razón. Claro que quizá también ella fue una persona entremetida; pero no hay prueba de que fuera así. Probablemente, la mujer vio que estaba frente a un excelente hombre cristiano, que realizaba una labor extraordinaria. Sí, pero también cayó en la cuenta del peligro que acechaba a un hombre así, a saber, estar tan absorbido en la cuestión del abolicionismo que llegara a olvidar su propia alma. Alguien puede estar tan ocupado predicando en pulpitos que llegue a olvidar y descuidar su propia alma. Después de haber asistido a todas las reuniones, haber acusado al comunismo hasta casi perder la voz, después de haberse ocupado de toda esa apologética, desplegado una maravilloso conocimiento de teología y una gran comprensión de los tiempos, después de haber leído todas las traducciones de la Biblia, y haber demostrado habilidad en el conocimiento de su mecánica, todavía pregunto: "¿Qué me decís de vuestra relación con el Señor Jesucristo?" Sabéis mucho más que hace un año; pero ¿lo conocéis mejor a Él? Levantáis la voz contra muchas cosas malas; pero ¿lo amáis más a Él? Vuestro conocimiento de la Biblia y de sus traducciones ha llegado a ser sorprendente, y os habéis convertido en expertos en apologética; pero ¿obedecéis a la ley de Dios y de Cristo cada vez más? ¿Se manifiesta cada vez una mayor evidencia en vuestra vida el fruto del Espíritu? Éstas son las preguntas. "No todo el que dice: Señor, Señor" (y hace mucho milagros), "sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". Examinémonos a nosotros mismos y tomemos tiempo para hacerlo con detalle. ¿Deseamos realmente conocerlo? Pablo dice que prácticamente se había olvidado de todo lo demás. Ninguna otra cosa le preocupaba: "A fin de conocerle, y el poder de su resurrección..!' (Fil. 3:10). Se olvidaba de todo lo pasado, y se afanaba por esto —por 'conocerle', y ser 'semejante a Él'—. Si algo ocupa el lugar de esto, estamos en el camino equivocado. Todas las demás cosas son medio para conducirnos al conocimiento de Él, y si nos contentamos con los medios, éstos mismos nos apartan de Él. Dios nos libre del peligro de permitir que los medios de gracia oculten al bendito Salvador.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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