SERMONES SOBRE JOB
Por Juan Calvino
Sermones
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SERMÓN N°4
¿COMO SE JUSTIFICARA EL HOMBRE ANTE LOS OJOS DE DIOS?*

"Respondió Job, y dijo: Ciertamente yo sé que es así; ¿Y cómo se justificará el hombre con Dios? Si quisiere contender con él, no le podrá responder a una cosa entre mil. El es sabio de corazón, y poderoso en fuerzas; ¿Quién se endureció contra él, y le fue bien? El arranca los montes con su furor, y no saben quién los trastornó; él remueve la tierra de su lugar, y hace temblar sus columnas" (Job 9:1-6).

Aunque los hombres fuesen obligados a confesar que Dios es justo y que no hay ningún defecto en él, sus pasiones son tan excesivas,1 que cuando alguno es afligido no solamente se oirán murmuraciones contra Dios con la voz en cuello. Aunque entretanto no dejen de ser atormentados tienen la impresión de vengarse de alguna manera al desafiar así a aquel con quien tienen que vérselas. Para nosotros es tanto más necesario haber meditado en la justicia de Dios, vista en perspectiva,2 a efectos de que, al ser afligidos por él podamos permanecer suficientemente humildes y reconocer lo que él es: es decir, justo y sin culpa.3 Sin embargo, no es suficiente confesar en general que en Dios sólo hay equidad. Porque anteriormente ya hemos visto que Bildad, sosteniendo el argumento de que Dios es justo hizo una aplicación pobre cuando terminó afirmando que Dios castiga a los hombres conforme a lo que se merecen. Ahora, (como ya lo hemos visto), esta no es una regla equitativa. A veces Dios guarda y sostiene a los malvados; a veces castiga a quienes ama tratándolos con una severidad mucho mayor que a aquellos que son totalmente incorregibles. Entonces, si queremos decir que Dios castiga a los hombres, a cada uno según su merecido, ¿cuál sería el resultado? Todo aquel que intente apoyar la justicia de Dios por este medio procede con escasa sabiduría. Es entonces un vicio, cuando alguien quiere medir la justicia de Dios como diciendo: "No aflige a nadie excepto por causa de sus faltas; Dios tiene que devolver a cada uno, en este mundo, tanto en calidad como en cantidad según haya sido su ofensa." En ese caso la justicia de Dios no es adecuadamente comprendida. Por eso Job ofrece aquí un tratamiento mucho mejor de la justicia de Dios y de la forma en que debe ser reconocida, comparado con aquel que acaba de hacer Bildad. Es que sin mirar un pecado u otro, sino tomando a los hombres como son desde el vientre de su madre, el mundo entero tendría que ser condenado y tendría que reconocerse que aunque las aflicciones pueden parecer severas, no obstante, nadie puede argumentar contra Dios. Notemos entonces que estas son dos maneras de hablar. Una dice, "Dios es justo porque castiga a los hombres de acuerdo a lo que se merecen." La otra dice, "Dios es justo, porque independientemente de cómo trata a los hombres, debemos callarnos la boca y no murmurar contra él, porque nada remediaremos con ello." Si vemos a un hombre perverso, afligido por Dios (tal como lo hemos discutido antes) es porque Dios quiere que su juicio particular sea reconocido, para que algunos sean prevenidos por él, y es eso lo que mencionan las Sagradas Escrituras. Vemos que Dios castigará a los adúlteros, castigará la crueldad, castigará perjurios, castigará blasfemias y cosas similares. Efectivamente, su castigo vendrá sobre personas, o sobre naciones, o sobre algunos lugares que han andado en pecado. Dios pone su mano allí donde quiere mostrarnos un espejo para instruirnos. Es como lo que San Pablo declara de nosotros cuando dice: "Dios juzga a los pecadores para que cada uno esté atento. Porque si ha castigado las rebeliones en contra de su palabra, es para que andemos en temor; cuando castiga a la malvada avaricia," es para que podamos andar en toda sujeción; cuando castigó a los adúlteros fue para que podamos andar en toda pureza, tanto de cuerpo como de alma. Entonces, seguramente es así como Dios quiere que sus juicios al ser manifestados sean considerados y contemplados. Algunas veces alguien podrá decir, "Dios es justo, y ¿por qué? Porque ha castigado a tal persona, efectivamente, porque tal persona era un hombre de vida mala y disoluta. Dios ha ejercido su venganza sobre tal país. ¿Y por qué? porque estaba totalmente infectado y hediondo." Tenemos todo el derecho de hablar de esa manera, y también el deber; aunque no siempre. Porque como ya hemos dicho, no es una regla universal. ¿Qué debemos hacer, entonces? Debemos llegar a reconocer algo mayor: que Dios siempre es justo, independiente de cómo pueda tratar a los hombres. Ahora bien, esto es muy digno de ser notado; porque hoy vemos bestias que viven creyéndose sutiles maestros.7 Cuando apoyan la justicia de Dios conforme a su disparatada interpretación, quieren que Dios sea reconocido como justo, ¿y por qué? Porque, (como ya he dicho), Dios trata a los hombres según lo que cada uno se merece, y para ello deben atribuir libre voluntad a los hombres; la elección por parte de Dios tiene que ser arruinada y aniquilada. Porque les parece sumamente extraño decir que Dios elige a los que él quiere y que en su soberana bondad los llama a la salvación, y que otros son rechazados por él. Y por eso, estos perturbadores,8 que pretenden ser grandes eruditos, trastornan los primeros fundamentos de nuestra fe para probar la justicia de Dios, en efecto, según su imaginación. ¿Y por qué lo hacen? Porque no pueden subir tan alto como para reconocer que Dios siempre es justo en comparación con los hombres, por muy justos que estos puedan ser. Es cierto que tenemos que observar el otro extremo, pues está pervertido. Porque veremos que aquellos que tienen una vida tan infame como posible, si no son descubiertos en sus infamias9 dirán: "Oh, en cuanto a mí, soy un buen hombre (sí, ante el mundo), pero reconozco que ante Dios cada uno es pecador." Se cubren con esta capa común. Observemos a un adúltero que se ha extralimitado durante diez años; observemos al blasfemo que no cesa de maldecir y blasfemar, desafiando a Dios; miren al obsceno que desprecia a Dios y a toda religión; miren al licencioso, un hombre sin conciencia que solamente quiere satisfacer su deseo, sin fe, sin lealtad; tales canallas10 dirán que es cierto, que son pecadores delante de Dios; porque nadie es justo ante él. De esa manera se excusan de sus faltas que son tan enormes que mayores no podrían ser. Se ocultan bajo la capa de la debilidad humana diciendo que nadie puede igualarse a Dios. Creen que haciendo tal confesión han hecho mucho. Ahora bien, ya he demostrado que debemos tener presentes a estos dos artículos. Uno es que, en general, reconocemos que Dios es justo respecto al mundo entero, y que los hombres, por muy brillantes, que sean, no deben argumentar ni debatir contra Dios, puesto que de esa manera no lograrán nada bueno; es preciso, en cambio, que tanto grandes como chicos, todos sean confundidos. Ese es un punto. El segundo es que cada uno se considera a sí mismo, y que cada uno gima por sus faltas, y que cada uno las deteste y las condene. Además, conozcamos las venganzas y castigos que Dios envía sobre los pecados, a efectos de saber cómo aprovechar dicho conocimiento. Si sus varas nos azotan, diga cada uno, "Es totalmente correcto; ciertamente lo he merecido." Si Dios nos instruye a expensas de otro, corrigiendo a otros ante nuestros ojos, permitamos que ello nos afecte. Apliquemos tal ejemplo a nuestra instrucción, a efectos de anticipar la necesidad de Dios de venir sobre nosotros, habiendo aprovechado los castigos que nos ha mostrado en otras personas. Estos, entonces, son los dos asuntos que aquí debemos notar y practicar.
Procedamos ahora a explicar lo dicho por Job aquí: "Ciertamente, yo sé que es así"; dice, "¿cómo se justificará el hombre con Dios?" Así está escrito. Pero la palabra "con" equivale a "ante los ojos de Dios."J1 Ahora bien, correctamente entendida ésta es una enseñanza de gran peso. ¿Por qué se justificarán tan osadamente los hombres a sí mismos? Es decir, presumen de sí mismos, están presos y llenos de orgullo. ¿Y cuál es la causa, sino que limitan su atención a compararse con sus semejantes aquí abajo? A esto pues nos volvemos. Y es por eso que San Pablo nos trae de vuelta al gran Juez: "Porque cada uno llevará su propia carga,"12 como si dijera: "Mis amigos, es un error trazar semejante comparación." Por ejemplo: "Veo que otros no viven mejor que yo; Y, yo tengo vicios, pero cada uno los tiene." Es por eso entonces, que los hombres no se condenan a sí mismos como debieran, sino que más bien se adulan justificándose ellos mismos. Pero aquí se afirma de modo especial que con Dios ningún hombre se justificará. ¿Qué debemos hacer entonces? Aprendamos a que, cada vez que sean mencionados nuestros pecados y expresados ante nosotros, no debemos fijar nuestros ojos aquí abajo, sino considerar el trono del juicio de nuestro Señor Jesucristo, ante el cual todos hemos de rendir cuentas; debemos reconocer la indecible majestad de Dios. Entonces que cada uno piense en esto y luego despertemos todos para apartarnos de nuestras tonterías para que ya no andemos en estas fantasías y sueños que adormecen a los pecadores. Sin esto se hubiera observado, hoy no tendríamos los debates en el cristianismo acerca de la justicia por la fe. Pero los papistas no se dejan convencer de lo que decimos, de que somos justificados por la pura gracia de Dios, en nuestro Señor Jesucristo. ¿Y por qué no? "Pero, ¿qué de los méritos?," dicen. ¿Y qué de las buenas obras de la que consiste la salvación de los hombres?" ¿Y por qué es que los papistas se detienen y se embriagan con sus méritos sino es porque no tienen en cuenta a Dios? En sus escuelas disputan acerca de ellas: "He aquí, las buenas obras que merecen recompensa y pago, como también las obras malas merecen castigo; porque estas son dos cosas opuestas: si los pecados de los hombres merecen ser castigados, es preciso que haya alguna recompensa para sus virtudes; porque sin la justicia de Dios no sería equitativa, al menos así nos parece a nosotros, de modo que todo argumento al respecto queda reducido a encerrar sombras." Pero es aquí donde los papistas están dormidos en sus disputas; porque mientras tanto, Dios por su parte, no deja de juzgar, y no lo hace conforme a la ley de ellos, sino conforme a su majestad, es decir, hallando en los hombres lo que nosotros no podemos percibir allí. Ahora, si nuestras virtudes realmente fuesen divinas, es decir, si pudiesen satisfacer a Dios, eso sería algo. Pero, ¿qué son? Adecuadamente entendidas no son sino humo; presentadas ante la presencia de Dios tendrían que ser desechadas. Entonces, recordemos bien lo que se dice aquí, que el hombre no será justificado ante los ojos de Dios.^ Por eso se nos amonesta a que, cada vez que hablemos de nuestros pecados, no nos detengamos aquí abajo, comparezcamos más bien delante de Dios, para llegar a saber qué Juez tenemos. Porque tan pronto queremos hacerle pleito tenemos que ser confundidos y, en efecto, arrojados al infierno.
Ahora bien, Job sigue añadiendo, "si quisiere contender con él, no le podrá responder una cosa entre mil." Es cierto, esto es algo que se puede decir de Dios; si hemos llevado un buen pleito, si somos capaces de llevar un juicio prolongado consistente de mil cargos, Dios no se humillará a abrir su boca y contestar a uno solo de ellos. Y esto es muy cierto, porque toda nuestra pretendida plausibilidad para justificarnos a nosotros mismos bien puede ser convincente delante de los hombres, porque los hombres no ven con toda claridad que las circunstancias requieren. Pero cuando nos acercamos a Dios todo ello es como nada. No pensemos entonces que Dios esté impresionado por nuestros arduos y prolongados juicios, mientras echamos humo por la boca, tratando de excusarnos a nosotros mismos, resaltando nuestras virtudes con las cuales Dios aparentemente tendría que ser derrotado por nosotros. En efecto, él, entre tanto, no hace sino reírse y burlarse de toda la fanfarroneada producida por los hombres y que no es nada. Noten entonces, una afirmación buena y santa: Dios no responderá a un solo cargo cuando le hayamos presentado mil. ¿La razón? Es como que ni siquiera son asentados en el legajo de Dios, ni siquiera decepcionados por él. Para los hombres mil cargos ciertamente serían tenidos en cuenta. Pero, ¿delante de Dios? A Dios no le asombrarán en lo más mínimo. Ahora bien, el sentido natural de este pasaje es que quedaremos tan postrados al presentarnos delante de Dios (esto es combatiendo contra él) que seremos incapaces de responder a un solo cargo de entre mil que él tendrá que hacer contra nosotros. Es cierto que, en primer lugar, nosotros seremos abatidos así, aún antes de haber desenvainado nuestra espada (como ellos dicen) para combatir contra Dios. Y eso lo vemos. Les pregunto, ¿no nos resulta sumamente difícil combatir contra un hombre mortal o contra una criatura que no es nada comparada con el Dios viviente? Cuando queremos hacer guerra contra alguien pensamos, "¿tendrá los medios para defenderse? ¿Cómo saldremos nosotros al final?" Tales pensamientos pueden llevarnos al enojo y a la desesperación. Nos cuestionamos muchas cosas en cuanto a abrir pleito contra los hombres; y si queremos combatir a Dios cometemos un terrible disparate. De esta manera vemos entonces lo que hay en los hombres, en efecto, una furia diabólica; si de todos modos combatimos sabremos por experiencia que ligaremos la peor parte de la refriega, y que un Maestro como él no juega con nosotros. Eso es entonces lo que Job nos muestra aquí. Afirma que en los hombres existe tal audacia como la que vemos; y por el otro lado deja establecido el problema que los hombres tienen cuando Dios les hace ver que él es justo y que él los turba. Entonces, notemos bien que los hombres quieren hacerle juicio a Dios y debatir contra él, según lo vemos aquí. Pero habiendo entrado en combate es preciso que sean molidos por él mismo; Dios les hará sentir que tienen que soportar la turbación aunque crujan sus dientes. Esto es sumamente necesario porque ya he demostrado que la necia presunción que engaña a los hombres procede del hecho de no considerar a Dios; al contrario, ellos presentan su caso. "Y, en efecto, no soy peor que otros, además, si tengo vicios también tengo virtudes que los compensan." De esa manera los hombres duermen sin reconocer cuál es la majestad de Dios y sin tener un vivo temor por ella. Puesto que así son las cosas, notemos bien lo que se dice aquí, es decir, que los hombres quieren abrir pleito y juicio contra Dios. ¿Y por qué? Porque estamos tan enceguecidos que no podemos mirarnos a nosotros mismos y decir, "¿Y ahora qué? Mira a Dios, él puede tragarnos y arrojarnos a lo más profundo del infierno; no obstante, venimos y nos presentamos combatiendo contra él?" Si alguien nos habla de hacer juicio a Dios la naturaleza misma nos enseña a considerarlo un horror; incluso a los más malvados. Veremos personas enloquecidas13 que no tienen conciencia de religión; sin embargo, conservan grabado en ellas un sentimiento natural de asombro y vergüenza cuando se les dice, "¿Quieren hacerle juicio a Dios?" En cambio, aquellos que parecen ser buenos y modestos iniciarán juicio a Dios, de tal modo que parecerán actuar como caballos desbocados 14corriendo contra Dios. Vemos que aun los profetas soportaron el embate de semejante tentación. Es cierto que lo resistieron adecuadamente; sin embargo, el temor de que algunas veces se enojaran viendo juicios tan extraños de parte de Dios no les preocupó en absoluto y, en efecto, su razón los descarrió.
Puesto entonces, que somos tan inclinados a combatir a Dios es preciso que esta doctrina quede tanto más grabada en nuestra memoria, es decir, deberíamos controlarnos a nosotros mismos al ser tentados a luchar así contra Dios, sabiendo bien que, hagamos lo que hagamos, nada ganaremos con ello. Ahora, una vez advertidos de esto no hemos de escandalizarnos demasiado viendo que son muchos los que de esa manera se salen de quicios. Porque es un escándalo que aflige a los débiles. Ciertamente debiéramos desear que cada uno de nosotros confesara a Dios como justo, reconociendo que su misericordia llena a todo el mundo y que por eso debemos limitarnos a glorificarlo. Pero cuando hay personas malvadas que provocan a Dios, otras que blasfeman contra él y que ninguno se atreve a abrir la boca para amonestarlas, puesto que están en la moda, triunfando conforme al mundo; viendo esto, los débiles se sienten afligidos y les parece que el poder y la justicia de Dios han disminuido tanto que ya no le pueden rendir la gloria que le pertenece. Vemos que para los hombres es casi natural combatir así contra Dios; y aunque sea algo monstruoso, y aunque tengamos que detestarlo, no obstante se trata de un vicio muy común. Siendo así las cosas, no nos aflijamos demasiado cuando ocurra. Esto es lo que debemos recordar. Ahora debemos notar bien lo que se agrega aquí en el segundo punto: esto es, que si Dios presenta mil cargos contra nosotros, apenas seremos capaces de contestar a uno de ellos. Se nos amonesta aquí diciendo que habiendo analizado15 todos nuestros vicios no habremos reconocido ni siquiera la centésima parte, ni aún uno entre mil. Es cierto que si los hombres se examinan bien, sin hipocresía, se encontrarán tan envueltos en el mal que se avergonzarán de sí mismos quedando totalmente postrados; especialmente nosotros mismos. Porque si uno escogiera a aquellos que son más santos, aun ellos deben seguir los pasos de David quien confesó que nadie puede conocer a ciencia cierta sus propios pecados (Salmo 19: 12).16 Y si los más santos, que parecen ser como ángeles, están totalmente perdidos en sus pecados, dado que estos son infinitos, les pregunto, ¿qué de la gente común? Pues aunque hayamos podido progresar mucho en la santidad, no obstante estamos lejos de aquellos de quienes hablo. Entonces, si los hombres examinan sinceramente sus vidas hallarán tal profundidad de pecados que quedarán totalmente desalentados. ¿Y entonces, qué? Todavía no habremos conocido la centésima parte de lo que se requiere. ¿Y por qué? He aquí David quien efectuó el examen de mirar sus propias faltas y clama, "¿Quién podrá conocer sus propios pecados?"17 Luego confiesa conocer un vasto número de ellos, pero agrega diciendo, "Señor, límpiame de mis pecados ocultos." ¿Y por qué lo dice? ¿Porque dice que las faltas están ocultas? Puesto que nuestros pecados tienen que ser conocidos, o de lo contrario no podemos confesarlos como pecados. La respuesta es que David sabía muy bien que Dios ve con más claridad que nosotros. Entonces, cuando nuestra conciencia nos reprocha, ¿cuál será el juicio de Dios? Noten pues el orden que hemos de observar: cada uno tiene que entrar a sí mismo y analizar cuidadosamente sus vicios, en la medida en que sea capaz de llegar a conocerlos. ¿Nos hemos examinado a nosotros mismos? Bien, allí está nuestra conciencia, ella es juez; ¡y qué juez! Ciertamente es un juez digno de ser temido. ¿Pero acaso no ve Dios con claridad mucho mayor que un hombre mortal? Mi conciencia me convencerá de mil pecados, pero si Dios viene a pedirme cuentas, se hallarán más.
Ciertamente, debemos pesar entonces lo que se afirma aquí, es decir, que de mil puntos presentados por Dios apenas podremos responder a uno; si hemos visto una falla en nosotros, Dios seguramente va más allá porque él ve las que están ocultas en nosotros. Aprendamos entonces, conforme a lo dicho, a considerar nuestras faltas de tal manera de estar completamente convencidos de que Dios no estará satisfecho con lo que somos capaces de conocer. El, en cambio, juzgará conforme a lo que él vio y conoció y no conforme a lo que nosotros seamos capaces de hallar, porque (como dicen) nosotros pasamos el hierro caliente a otro. Dios, en cambio, opera a fondo; la tarea de escudriñar los corazones es suya, tal como él se la atribuye en las Escrituras. Además, nosotros no sabemos distinguir entre virtudes y vicios con toda la claridad que debiéramos. Es algo entonces, que le tiene que quedar reservado a él. ¿Así que nosotros no distinguimos? Si queremos juzgar bien y correctamente todas nuestras obras tienen que reconocer qué es perfección. Porque sin perfección nada es bueno delante de Dios. Es decir, solamente hay hediondez. ¿Y quién es aquel que merece ser aprobado por Dios a menos que se lo declare perfecto? Ahora bien, ¿cómo vamos a reconocer lo que es perfecto siendo que nuestra vista ha sido tan disminuida y teniendo en cuenta que no vemos sino alumbrados por una luz imperfecta?18 Porque si bien Dios puede resplandecer sobre nosotros, no obstante nuestra vista no es tan pura y clara como para dar uso a la luz que él puede mostrarnos. Es cierto que la palabra de Dios entra a las profundidades más remotas de nuestro corazón, que penetra los huesos y los tuétanos y todo lo demás. Es cierto que es una lámpara encendida; es cierto que Jesucristo es llamado Sol y que él brilla en todas partes; sin embargo, nuestra visión no deja de estar distorsionada. Es imprescindible entonces que sepamos lo que es la perfección. Con lo cual se nos amonesta a que hallando cosas buenas, sin percibir vicios, sepamos que éstos no dejan de estar allí, porque no reconocemos la perfección que Dios demanda. En resumen, sólo Dios sabe lo que es perfección o integridad. ¿Por qué? Porque está en él, él la conoce, mientras que nosotros somos demasiado débiles para llegar a ella. Por eso se dice que lo que nosotros hagamos será en vano; no podremos responder a un solo punto cuando nos haya presentado mil. Ahora bien, ya he mencionado que los hombres son amonestados de que combatiendo a Dios siempre serán turbados por su propia perdición; y en tal caso será demasiado tarde. De todos modos, esta advertencia nos es muy útil. ¿Por qué? Porque antes del golpe cada uno se podrá mantenerse sobrio y modesto, diciendo: "Ciertamente, ¿qué ganaremos con combatir a nuestro Dios? ¿Acaso creemos que vamos a ganar nuestro caso? Al contrario, Dios nos derribará." Y la única forma de ser absueltos por él es que cada uno se condene a sí mismo. Pero si lo tomamos superficialmente, Dios nos castigará por semejante orgullo. Quizá al principio no nos muestre nuestra turbación. Sin embargo, al final seremos tan absorbidos por ella que no seremos capaces de salir.
He aquí, entonces, cómo Dios coloca en un laberinto a todos los presuntuosos que le atacan y que emprenden la lucha aquí mencionada, aunque es cierto que con algunos Dios obrará de tal modo de arrinconarlos19 para que finalmente corrijan sus caminos; pero no por eso vamos a suponer que Dios siempre obra de la misma manera. Vemos a algunos, llenos de orgullo, llenos de su propia justicia, los cuales quieren obligar a Dios a serles favorable; muy bien, Dios los pone en jaque y los amansa, Dios los sumerge en extrema turbación y luego vuelve a sacarlos. Ciertamente veremos que la obra de Dios no sigue siempre el mismo modelo. Por eso, siempre debemos oír lo que las Escrituras nos dicen, esto es que Dios extiende su mano contra los orgullosos y lo derriba. Y ésta es su forma de proceder. Digo que los hipócritas están tan inflados de orgullo y presunción que ciertamente creen que sus virtudes merecen ser recibidas, y que, en efecto, merecen salario y pago. Muy bien, por un tiempo se complacen a sí mismos en esa opinión, y Dios los deja; Satanás, por otra parte, los adula y los lisonjea y los ata más y más; ellos admiran sus plumas como pavos reales diciendo, "He hecho esto y aquello" y, en efecto, creen que Dios tendría que estar satisfecho con ellos. Sin embargo, habiendo estado muy complacidos consigo mismos y con todas sus virtudes, si Dios les pide cuentas y les demuestra que todo lo que creen ser virtud no sino vicio, en efecto, solo hediondez y abominación ante sus ojos; entonces se sienten turbados, y con justicia, puesto que, habiendo engañado no solamente al mundo, sino también a sí mismos, confiando en aquello que tenía hermosa vista y apariencia exterior; cada vez tendrá que manifestarse lo que se dice en San Lucas 16:15, es decir, lo que es estimado alto y excelso ante los hombres no es sino inmundo ante los ojos de Dios. Cuidémonos bien entonces de levantarnos al extremo de luchar contra Dios y levantarnos enjuicio a efectos de justificarnos a nosotros mismos. De lo contrario, Dios tendrá que turbarnos y venir contra nosotros de modo de oprimirnos y despedazarnos por mil crímenes sin que podamos responder a uno solo de los cargos; cuando seamos acusados de mil pecados mortales, es decir, de un número infinito; cuando queramos defendernos contra uno solo, nuestro caso será desestimado por falta de evidencias.20 Cuidémonos, digo, de llegar a asumir tal posición. Ahora, a efectos de ser tanto más tocados por esto, se dice, "Dios es sobrio de corazón y robusto en su fuerza." Esta doctrina ya ha sido discutida; pero el hecho de ser mencionada nuevamente aquí no carece de motivo; porque esta es una lección en la cual deberíamos meditar todos los días. Ya he dicho que los hombres se engañan a sí mismos y son extraviados por sus frívolas fantasías, puesto que no piensan en Dios, sino que confían en sí mismos.21 Esto es malo.
Avancemos ahora. Si los hombres hubieran pensado en Dios, ¿acaso no habrían sido tocados de una manera viva a reconocerlo conforme a lo que él declara de sí mismo? ¿Acaso no se sentirían motivados por semejante temor y reverencia a glorificar a Dios conforme él se lo merece? Pero no lo hacen. ¿El motivo? Es que no entienden cómo es Dios. Ciertamente, decimos "Dios, Dios"; es algo que desborda de nuestras bocas; sin embargo, su infinita majestad no es conocida por experiencia, todo lo que hay en Dios, según lo vemos nosotros, es como algo muerto. En efecto, esto se ve en las blasfemias, perjurios y cosas semejantes. Si los hombres fuesen afectados de alguna manera por la majestad de Dios, ¿acaso oiríamos que algo tan santo y tan sagrado sea despedazado de tal manera? Cuando los nombres están enojados, tienen que compararlo con Dios, como si él fuese su criado, como un patrón que, enfurecido (si es gruñón) acacheteará a su criado; o como un marido enloquecido a su esposa; o quizá como un caballo cuando patea a su dueño. Así nacemos con Dios. Cuando vemos a los hombres arrojarse en ira contra él, como si Dios fuese un subordinado, ¿no tenemos que decir que estamos totalmente infatuados? Y, en efecto, no tenemos que enojarnos de modo de actuar de esa manera. Porque vemos que los perros22 no tienen escrúpulos en despedazar el nombre de Dios. Y aunque no haya ocasión para incitarlos a ello, no obstante nunca dejan de blasfemar, lo cual es monstruoso y contra la naturaleza. Esto es, entonces, una señal segura de que se desconoce la majestad de Dios, aunque la palabra corra con suficiente facilidad de nuestra boca. También están los que practican el perjurio. Es horrible que hoy en día no se pueda extraer una sola palabra de verdad sin cierta ceremonia que induzca a aquellos que son llamados como testigos a abstenerse de los perjurios; entre todos los que son examinados, difícilmente se encontrará que uno de cada diez habla la verdad. En efecto, tienen un proverbio común entre ellos, de que han ganado su caso cuando no hubo testigos; es decir, cuando no hay quien se atreva a decir la verdad. Y es así como desafían a Dios. Y, les pregunto, ¿qué hacen con la buena Sagrada Escritura, y con toda religión, y con cosas tan sagradas como las que tenemos en la actualidad? Por temor a ellas los hombres deberían abstenerse conforme con lo que se afirma, puesto que la verdadera señal de un hijo de Dios es que tal tiemble bajo la palabra. Pero ahora vemos que se habla de Dios, se charla y se conducen habladurías en exceso y, en efecto, todos los secretos de su majestad son usados para burla; ¿acaso no son argumentos irrefutables para decir que no sabemos cómo es Dios, aunque su nombre esté en boca de todos?
Entonces notemos bien lo que aquí se añade y que no es un punto superfluo, es decir: Dios es sobrio de corazón y robusto en su fuerza. Está bien, estas palabras no parecen tener toda la vehemencia del caso; pero bien explicadas, su intención es que nos volvamos atrás. Porque cuando se afirma que Dios es sobrio de corazón no se trata de sabiduría humana ni de ninguna cosa comprensible a nuestros sentidos. Cuando se afirma que es robusto no solamente lo es como si fuera un gigante, o una montaña; sino que también debemos glorificarle de tal manera que podamos saber que no hay poder similar ni fuerza ni vigor en todo aquello que vemos en las criaturas; no tiene parte en ninguna de las cosas que vemos aquí abajo; debemos, en cambio, buscar toda la fuerza y vigor solamente en Dios. Eso es lo que significan estas palabras. Es cierto que el tema no puede ser tratado ahora como debiera. Pero tuvimos que mencionarlo a efectos de ver el procedimiento usado aquí por Job, o más bien por el Espíritu tanto que habla por su boca, a efectos de mostrarnos lo que es la justicia de Dios. Por eso, ¿realmente queremos saber lo que somos? Entonces es preciso que aceptemos esta conclusión general, que cuando no se encuentran pecados abiertos en nosotros, cuando nuestra vida no es una vida disoluta, cuando hemos andado honestamente y sin reproches ante los ojos de los hombres, ello no es todo. ¿Por qué no? Así como son, Dios podría condenar a todas las criaturas, y seguiría siendo justo. Y si nosotros intentamos replicarle es cierto que conforme a nuestra imaginación y por algún tiempo hallaremos cosas que decir, y quizá Dios lo permita sin resistirnos al principio. Sin embargo, al final habremos de agachar la cabeza para recibir la sentencia de condenación; y aunque los hombres nos hayan aplaudido, en efecto, cuando nos hayan absuelto, no dejaremos de ser condenados y turbados al venir ante este gran Juez. Porque ciertamente, él ve con mayor claridad y con más agudeza que todos los hombres del mundo. Sepamos entonces que no hay otra forma de obtener gracia ante los ojos de Dios y de lograr que nuestros pecados sean cubiertos, sino confesando abiertamente que en nosotros no hay sino toda clase de hedor e infección, excepto que tengamos nuestro refugio en el Señor Jesucristo. Pues en él hallamos justicia plena y perfecta, y la virtud que nos hará aceptables a Dios; de esa manera le hallaremos propicio para con nosotros.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia delante del rostro de nuestro Dios.

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NOTAS DELTEXTO
SERMÓN NO. 4

*Sermón 33 en Calvini Opera, Corpus Reformatorum, V. 33, pp. 406-418.
1.Latín: ex órbita, desviado.
2.Franceés: de longue main.
3.Francés: irreprehensible.
4.Francés: les paillardises, antigua palabra genérica para pecados sexuales.
5.Vea Romanos 2 y II Tesalonicenses 1.
6.Francés: cupidités.
7.Francés: docteurs.
8.Francés: belistres.
9.Latín: turpitudo.
10.Francés: canailles, como llamar "perros" a la gente sin pronunciar la palabra.
11.Francés: envers Dieu, hacia Dios.
12.Calatas 6:5.
13.Francés: gaudisseurs.
14.Francés: le cheval eschappé, expresión común para designar a una "persona ingobernable."
15.Francés: bien espluche, desplumado.
16.David no oró ser guardado de cometer todos los pecados secretos, sino solamente ser limpiado del poder de ellos.   Pidió ser guardado de cometer pecados de rebelión, deliberados, y del pecado imperdonable.
17.Francés: qui cognoislra, ¿Quién sabrá?
18.Francés: á demi your.
19.Francés: U les manera, los pondrá en jaque mate, como en el ajedrez.
20.Francés: nous en serons deboutez, el juez nos absolverá.
21.Francés: ils s'appuyent sur eux memes, se apoyan en sí mismos.
22.Aquí Calvino realmente llama a esas personas "perros" como lo hacen las escrituras por ej, en Mateo 7:6, Filipenses 3:2 y Apocalipsis 22:15.