COMENTARIO A LA 
  PRIMERA EPISTOLA PASTORAL
      DE SAN PABLO A TIMOTEO

              Por Juan Calvino

(CAPITULOS 1 Y 2)
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INTRODUCCIÓN

Desde su época de estudiante hasta el fin de su vida, Juan Calvino fue un hombre de letras. Los cincuenta volúmenes en cuarto de sus obras lo señalan como "pronto y sincero" en esta obra del Señor. En sus comentarios, Calvino analiza los diferentes sentidos de la Escritura y pone de manifiesto su sentido histórico-gramatical y su aplicación religiosa. La vigencia de esta obra se hace evidente por la acogida que se ha dado a esta nueva edición. Es evidente en la observación hecha por el distinguido teólogo suizo, Karl Barth, de que Calvino es el "mejor de todos", y también por el hecho de que este teólogo citó únicamente a, dos comentaristas en su exposición de Segunda de Pedro: Schlatter y Calvino.
Calvino atribuye las epístolas pastorales a Pablo. Se objeta contra lo anterior que éstas no encajan dentro de la cronología de la vida de Pablo. En la Enciclopedia Británica, Bartlet defiende la autoridad paulina basándose en una cronología que las coloca dentro del ministerio del Apóstol dado en la última parte de Los Hechos. Zahn, la Enciclopedia Bíblica Internacional Standard, el Diccionario Westminster y otros, defienden la autoridad paulina afirmando la tradición de que Pablo, al ser liberado de su prisión romana, emprendió otros viajes misioneros, y después fue encarcelado por segunda vez en Roma. La teología es de Pablo, y las referencias personales apoyan fuertemente la conclusión de que ésta es obra suya. El tema del lenguaje está inconcluso. El descubrimiento del antiguo predominio de la enseñanza gnóstica y la ausencia del episcopado monárquico en estas epístolas están en armonía con la autoridad paulina. Casi al fin de su vida, Harnack hizo la observación de que necesitaba de diez a veinte años más para agotar su estudio de las epístolas pastorales. Pero también afirmó que si le fuese permitido emitir un juicio preliminar, quedaría convencido de que este estudio podría afianzar la autoridad paulina.
En estas epístolas el Apóstol insiste en que nuestra salvación desde su principio, en el eterno propósito de Dios, hasta su consumación en la corona de justicia, proviene de la gracia de Dios. Él nos salvó y nos llamó con vocación santa, no de acuerdo con nuestras obras, sino de acuerdo con su designio y gracia que nos fueron dados en Cristo Jesús antes que los tiempos comenzaran su curso. No por obras de justicia que nosotros hayamos hecho, sino que, de acuerdo con su misericordia, nos salvó por el lavacro de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, el cual Él derramó sobre nosotros abundantemente por Jesucristo. En esta forma descubre aquí Calvino "la invariable norma por la cual toda interpretación de la Escritura ha de ser probada". "Porque, ¿qué puede haber más consistente con la fe que el reconocernos a nosotros mismos como desnudos de toda virtud, para que podamos ser vestidos por Dios; vacíos de todo bien, para que podamos ser llenados por Él; esclavos del pecado, para que podamos ser liberados por Él; ciegos, para que podamos ser iluminados por Él; lisiados, para que podamos ser guiados; débiles, para que podamos ser sostenidos por Él; para despojarnos a nosotros mismos de todo motivo de jactancia, para que Él solo sea eminentemente glorioso, y para que nos gloriemos en Él?"
El pleno reconocimiento de la absoluta gracia de la salvación jamás significó para Calvino ninguna disminución de la responsabilidad humana. Aunque la mano de Dios esté siempre sobre el timón, las manos del hambre son causas eficientes, responsables de actuar con diligencia, prudencia y persistencia. El comentario sobre la Epístola a Tito está dedicado afectuosamente a Guillermo Farel y a Pedro Viret, quienes prepararon el camino para Juan Calvino en Ginebra. Hacia el fin de su vida, Calvino escribe a Farel: "En la medida en que nuestra intimidad ha sido útil a la Iglesia de Dios, producirá frutos para nosotros en el cielo". Al discutir las epístolas pastorales, Calvino puntualiza las tareas de responsabilidad asignadas a los ministros de la Palabra, a los diáconos y a las mujeres que dedican todo su tiempo a la obra de la Iglesia. Incidentalmente, Calvino descubre dos clases de ancianos en 1 Timoteo 5:7. Así pues, para Calvino tanto el oficio de anciano gobernante como el de anciano educador tienen la misma autoridad escrituraria.
Como los días de su vida llegaban a su fin, el apóstol Pablo concentró su atención en entregar a Timoteo, a Tito y a sus sucesores el santo depósito de la fe cristiana, acumulándola en enjundiosas expresiones que han venido a ser moneda de amplia circulación dentro de su círculo. Encarece las buenas formas de la sana doctrina y la instrucción cuidadosa. Recomienda hacer de la lectura de la Palabra de Dios un hábito vitalicio. Comentando sobre 2 Timoteo 3:15-17, Calvino dice que nosotros debemos a la Escritura la misma reverencia que debemos a Dios, ya que su Palabra procede únicamente de Él, y no hemos de buscar en ninguna otra parte la sabiduría que es necesaria para la salvación. Por la iluminación del Espíritu Santo sabemos que fue la boca del Señor la que habló por medio de los profetas. El Espíritu que dio a Moisés y a los profetas la certeza de su llamamiento, testifica en nuestro corazón que Él los ha usado como siervos suyos para instruirnos.
Este comentario demuestra que la Reforma fue un redescubrimiento de nuestro Señor Jesucristo en su gracia y en su gloria, en su importancia fundamental y en su toda suficiencia. El espacio sólo nos permite citar una pocas de las oraciones y frases en las que Calvino proclama que "nadie puede poner otro fundamento fuera del ya puesto, que es Jesucristo" (1 Cor. 3:11, Bover-Cantera). En este comentario leemos: "El punto fundamental y básico de toda la doctrina celestial es aquel que se refiere al Hijo de Dios manifestado en carne." "En la doctrina de la religión, ciertamente, el punto principal es venir a Cristo, para que estando perdidos en nosotros mismos, podamos obtener la salvación de Él." "El Hijo de Dios nos tiende la mano de un hermano, y somos unidos a Él por el compañerismo de nuestra naturaleza, a fin de que desde nuestra baja condición, Él nos levante hasta el cielo." "En Cristo nosotros contemplamos la infinita gloria de Dios unida a nuestra corrompida naturaleza en tal forma, que las dos se hacen una." "Distingamos sus dos naturalezas, como para darnos cuenta de que éste es el Hijo de Dios, el cual es nuestro hermano..., y el diablo se verá obligado a hacer el último esfuerzo por anular este artículo de fe porque él sabe que allí está el fundamento de nuestra salvación." "Dios vino a buscarnos, y puesto que nosotros no podíamos levantarnos para llegar hasta Él, Él descendió hasta nosotros." "Debemos, por tanto, llegar a esta unión de la majestad de Dios con la naturaleza humana." "Hasta que conozcamos la divina majestad que está en Jesucristo, y nuestra debilidad humana que Él ha tomado sobre sí, es imposible que nosotros tengamos alguna esperanza, o que seamos capaces de contar con los recursos de la bondad de Dios." "Pablo coloca el fundamento de la salvación en Cristo, porque, aparte de Él, no hay adopción ni salvación." "Aquel que reconoce que Cristo ha resucitado, afirma también que lo mismo ocurrirá con nosotros; porque Cristo no resucitó para sí mismo sino para nosotros. La cabeza no debe estar separada de los miembros. Además, en la resurrección de Cristo está contenida nuestra redención y nuestra salvación." "Entonces, el conocimiento más valioso es la fe en Cristo."
Así que, de acuerdo con los Comentarios y con la Institución (comp. II, xvi, 19), el contenido íntegro de nuestra salvación con todas sus implicaciones está comprendido en Cristo, y debemos tener cuidado en no separar de Él ni la más insignificante porción". Ya que las bendiciones de todas clases están depositadas en Él, echemos mano de este tesoro, y no de ningún otro, hasta que nuestros deseos estén satisfechos.


Guillermo Childs Robinson, Th. D., D. D.
Profesor de Teología Histórica.
Columbia Theological Seminary

Decatur, Georgia,
Junio, 1948




Al Nobilísimo y Cristianísimo Príncipe

EDUARDO, DUQUE DE SOMERSET,

Conde de Hertford, etc., Protector de Inglaterra e Irlanda,
y Tutor Real,

JUAN CALVINO
Ofrece sus salutaciones.

La brillante reputación, ¡oh nobilísimo príncipe!, no sólo de tus demás virtudes, para siempre heroicas, sino especialmente de tu distinguida piedad, produce un afecto tan cálido en el corazón de todos los hombres buenos, y aun en aquellos que no te conocen personalmente, que tú inevitablemente debes ser estimado con un extraordinario afecto y reverencia por todas las personas honorables en el reino de Inglaterra, quienes han sido agraciadas con el privilegio, no únicamente de contemplar con sus ojos aquellos bienes que son admirados por otros que sólo oyen de ellos, sino también de recibir todo el provecho que un excelentísimo gobernante puede conferir sobre toda la nación, y sobre cada uno de sus gobernados. No hay razón alguna de por qué los encomios a ti conferidos se consideren como falsos, como si procediesen de aduladores; porque una prueba clara de ellos ha de encontrarse en tus acciones.
Cuando un alumno pertenece a la vida privada, y su riqueza es moderada, el trabajo de tutor se hace con dificultad; pero tú tienes el oficio de tutor, no únicamente del Rey, sino de un dilatado reino, y desempeñas ese oficio con tal sabiduría y destreza, que todos están asombrados de tu éxito. Tu virtud no brilla únicamente en medio de las leyes, y en un estado pacífico de la nación, sino que Dios lo ha hecho palpable también en la guerra, la cual hasta ahora tú has conducido con no menos éxito y valor.
Sin embargo, las grandes y numerosas dificultades que cualquiera fácilmente comprende que tú has experimentado, no te impidieron el hacer de la restauración religiosa tu objetivo principal. Esa consideración, ciertamente, no es menos ventajosa para provecho público del reino como lo es digna de un Príncipe; porque los reinos sólo disfrutan de sólida prosperidad y fiel protección, cuando Aquel sobre quien han sido establecidos, y por quien son preservados —el propio Hijo de Dios— gobierna sobre ellos. En este caso tú no hubieras podido establecer más firmemente el reino de Inglaterra que por la exterminación de los ídolos y por el establecimiento del verdadero culto a Dios; porque la verdadera doctrina de la piedad, que por tanto tiempo había estado aplastada y enterrada por la sacrílega tiranía del Anticristo romano, no puede menos que ser restaurada; y ¿en qué consiste esa restauración sino en poner a Cristo sobre Su trono? Y este acto, que en sí mismo es excelente, es todavía más digno de alabanza por causa del pequeño número de gobernantes que en el momento presente admiten la sujeción de su elevado rango al cetro espiritual de Cristo.
Fue, por lo tanto, una inmensa ventaja para este ilustrísimo rey, que tal persona, emparentada a él por lazos sanguíneos, fuese el guía de su juventud; pues, aunque el noble carácter de su mente es universalmente reconocido, no obstante, para entrenarle en los hábitos de la firmeza varonil, y para moderar la Iglesia de Inglaterra, entre tanto que su tierna edad no le permitiera desempeñar estas funciones, tal instructor era muy necesario. Y no dudo que aun ahora él ya reconozca que tú le fuiste dado por la bondad particular de Dios, para que él pudiera posteriormente recibir sus asuntos de tus manos en excelente condición.
Por mi parte, ni la distancia ni mi humilde rango pudieron impedirme el felicitarte por tu distinguido éxito en promover la gloria de Cristo. Y puesto que Dios ha querido hacerme uno de sus instrumentos por cuyas labores y esfuerzos en el día presente Él ha dado al mundo la doctrina del Evangelio en mayor pureza que antes, ¿por qué, entonces, aunque estemos muy separados el uno del otro, no he de expresarte tan intensamente como yo pueda mi reverencia por ti, que has sido designado, por la extraordinaria bondad de Dios, para ser el defensor y protector de esa misma doctrina? Y puesto que yo no tenía otra cosa que ofrecerte, pensé que al menos como una muestra de mi estimación, sería mi deber dedicarte mis Comentarios sobre las dos Epístolas de Pablo. Tampoco he escogido al azar el presente que te debo hacer, pues he seleccionado, en pleno ejercicio de mi criterio, aquello que me pareció más apropiado. Aquí Pablo aconseja a su amado Timoteo con qué clase de doctrina debe edificar la Iglesia de Dios, qué vicios y qué enemigos debe resistir, y cuántas penalidades debe soportar. Le exhorta a no ceder ante las dificultades, a vencer todos los peligros con valor, a reprimir por medio de la autoridad el libertinaje de los hombres perversos, y a no otorgar dádivas con el anhelo de obtener su favor. En suma, en estas dos epístolas tenemos el verdadero gobierno de la Iglesia expuesto ante nosotros por medio de un cuadro vivo.
Ahora bien, ya que para restaurar la Iglesia de Inglaterra, la cual, juntamente con casi todas las partes del cuerpo de Cristo, ha sido miserablemente corrompida por la horrorosa malignidad del papado, tú empleas tus vigorosos esfuerzos bajo la dirección de tu Rey, y con ese fin tienes muchos Timoteos a tu cargo, ni ellos ni tú podéis dirigir vuestras piadosas transacciones de una manera más provechosa que siguiendo las reglas expuestas aquí por Pablo como modelo. Pues nada hay en ellas que no sea altamente aplicable a nuestros tiempos, y a duras penas habrá algo que sea necesario para la edificación de la Iglesia, que igualmente no se pueda sacar de ellas. Yo espero que mi labor proporcionara, finalmente, alguna ayuda; pero prefiero que de eso dé cuenta la experiencia, y no que yo me ufane de ello mediante mis palabras. Si tú, nobilísimo Príncipe, le concedes tu aprobación, tendré abundante razón para felicitarme a mí mismo; y tu extraordinaria bondad no me permite dudar de que aceptarás de buen grado ese servicio que yo ahora ejecuto.
Que el Señor, en cuyas manos están los fines de la tierra, sostenga por mucho tiempo la seguridad y la prosperidad del Reino de Inglaterra, adorne a su ilustre rey con el espíritu real, le otorgue bendiciones a raudal, y le conceda su gracia para perseverar felizmente en su noble carrera, y que por tu medio su fama se extienda más y más.


Ginebra, 25 de julio de 1556



EL CONTENIDO DE LA PRIMERA EPÍSTOLA
A TIMOTEO

Esta epístola me parece que fue escrita más por causa de otros que por causa de Timoteo, y esa opinión recibirá el asentimiento de aquellos que estudien cuidadosamente todo su contenido. Yo, ciertamente, no niego que Pablo se propusiera también enseñarle y amonestarle; pero mi opinión de la epístola es que contiene muchas cosas que hubiera sido superfluo escribir, si se tratara de Timoteo únicamente. Éste era un joven no investido todavía con esa autoridad que hubiera bastado para restringir a los testarudos hombres que se levantaron contra él. Es manifiesto, por las palabras usadas por Pablo, que había en aquel tiempo, algunos que se inclinaban prodigiosamente a la ostentación, y por esa razón no cederían voluntariamente ante nadie, pues al mismo tiempo ardían en ambiciones desmedidas, y jamás hubieran dejado de perturbar a la Iglesia, si uno más grande que Timoteo no se hubiera interpuesto. Es manifiesto además, que había muchas cosas que tenían que ajustarse en Éfeso, y que necesitaban la aprobación de Pablo y la sanción de su nombre. Habiendo, pues, tratado de aconsejar a Timoteo respecto a muchos asuntos, resolvió al mismo tiempo aconsejar a otros bajo el nombre de Timoteo.
En el primer capítulo ataca a algunos ambiciosos que se ufanaban en discutir cuestiones necias. Fácilmente podría deducirse que eran judíos, los cuales, en tanto que pretendían ser celosos por la Ley, despreciaban la edificación, y atendían únicamente a las disputas frívolas. Es una intolerable profanación de la Ley de Dios, el sacar de ella nada que no sea provechoso, sino meramente escoger material para hablar, y abusar tomándola como pretexto para agobiar a la Iglesia con bagatelas despreciables.
Tales corrupciones han prevalecido más de lo suficiente dentro del papado; porque ¿qué otra cosa era la teología escolástica sino un inmenso caos de especulaciones inútiles y vacías? Y en nuestro propio día hay muchos que a fin de exhibir su destreza en el manejo de la Palabra de Dios, se permiten jugar con ella en la misma forma que si fuese una filosofía profana. Pablo acomete la tarea de apoyar a Timoteo para que corrija este vicio, y señala cuál es la enseñanza principal que ha de sacarse de la Ley; para que se haga evidente que aquellos que usan de la Ley de un modo diferente, son corruptores de ella.
En seguida, para que su autoridad no sea despreciada, después de haber reconocido su indignidad, él, al mismo tiempo, afirma en términos elevados lo que llegó a ser por medio de la grada de Dios. Y por fin concluye el capítulo con una solemne amenaza, por medio de la cual al mismo tiempo confirma a Timoteo en la sana doctrina y buena conciencia, y llena a otros con el terror y la alarma, presentándoles el ejemplo de Himeneo y Alejandro.
En el segundo capítulo manda que se hagan oraciones públicas a Dios por todos los hombres, y especialmente por los príncipes y magistrados; y aquí, de paso, hace notar igualmente la ventaja que el mundo obtiene del gobierno civil. Menciona luego la razón por la que debemos orar por todos los hombres; particularmente, porque Dios, al ofrecer a todos el Evangelio y a Cristo el Mediador, demuestra que Él quiere que todos los hombres sean salvos; y además confirma esta declaración con su propio apostolado, el cual fue designado especialmente para los gentiles. En seguida, invita a todo hombre, cualquiera que sea su país o lugar de residencia, a orar a Dios; y aprovecha la ocasión para inculcar esa modestia y sujeción que las mujeres deben mantener en la santa congregación.
En el capítulo tercero, después de haber declarado la excelencia del obispado, describe a un verdadero obispo, y enumera las cualidades que debe tener. Luego, describe las cualidades de los diáconos, y de las esposas, tanto de éstos como de los obispos. Y, a fin de que Timoteo sea más diligente y consciente en observar todas las cosas, le recuerda que tiene que emplearse en el gobierno de la Iglesia, "la cual es la casa de Dios, columna y apoyo de la verdad". Finalmente, menciona el punto fundamental y principal de toda la doctrina celestial, aquel que se relaciona con el Hijo de Dios manifestado en la carne; en comparación del cual, todas las demás cosas, a las cuales él se dio cuenta que los hombres ambiciosos se habían dedicado completamente, tendrían que reconocerse como de ningún valor.
En cuanto a lo que sigue, después de haber recomendado modestia y amabilidad en las reprensiones, razona acerca de las viudas, que en un tiempo fueron admitidas al servicio de la Iglesia. Ordena que no hayan de ser recibidas indistintamente, sino sólo aquellas que, habiendo sido aprobadas en toda su vida, han llegado a los sesenta y no tienen lazos domésticos. De aquí sigue con los ancianos, y explica cómo deben conducirse a sí mismos, tanto en la conducta como en el ejercicio de la disciplina. El Apóstol sella esta doctrina por medio de un solemne juramento, y de nuevo le prohíbe admitir a cualquiera, descuidadamente, para que desempeñe el oficio de anciano. Le exhorta a tomar vino, en lugar de agua, para la preservación de su salud. Al final del capítulo le exhorta a diferir la declaración de juicio sobre las transgresiones ocultas.
En el capítulo seis, da instrucciones respecto al deber de los siervos, y aprovecha la ocasión para hacer un vehemente ataque contra los falsos maestros, quienes, discutiendo sobre inútiles especulaciones, desean más el lucro que la edificación, y demuestra que la avaricia es una plaga sumamente mortal. Entonces vuelve a hacer un solemne cargo similar al anterior, añadiendo que las exhortaciones que hace ahora a Timoteo no han de quedar sin efecto. Finalmente, después de referirse de pasada a las riquezas, otra vez prohíbe a Timoteo ocuparse de doctrinas inútiles.
En cuanto a la inscripción griega ordinaria, que afirma que esta epístola fue escrita desde Laodicea, yo no estoy de acuerdo con ella; puesto que Pablo, escribiendo a los colosenses al encontrarse prisionero, afirma que jamás había visto a los laodicenses; aquellos que sostienen dicha opinión, la cual yo rechazo, están obligados a aceptar dos clases de laodicenses en Asia Menor, aunque sólo una es mencionada por los historiadores. Además, cuando Pablo fue a Macedonia, dejó a Timoteo en Éfeso, según declara expresamente. Él escribió esta epístola ya sea en el camino antes de llegar allá, o después de haber regresado del viaje. Ahora bien, Laodicea, evidentemente, está a mayor distancia de Macedonia que Éfeso; y no es probable que Pablo, a su regreso, fuese a Laodicea, pasando por Éfeso, puesto que especialmente había muchas razones que le apremiaban a visitarlo; y por lo tanto, yo más bien pienso que la escribió desde otro lugar. Pero éste no es un asunto de tanta importancia como para que yo desee discutirlo con aquellos que opinen de diferente manera. Que cada cual siga su propio juicio. Yo únicamente señalo lo que al menos en mi opinión es más probable.

***

CAPITULO PRIMERO

1. Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo, nuestra esperanza,
2. a Timoteo, verdadero hijo en la fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor.
3. Como te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina,
4. ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora.

1, Pablo, apóstol. Si él hubiese escrito sólo a Timoteo, no hubiera sido necesario reclamar este título, ni sostenerlo en la forma que lo hace. Indudablemente Timoteo hubiera quedado satisfecho sólo con el nombre; porque sabía que Pablo era apóstol de Cristo, y no tenía necesidad de pruebas para convencerse, ya que estaba perfectamente dispuesto a reconocerlo y lo había estado por mucho tiempo. Sus pensamientos están dirigidos principalmente hacia otros que no estaban tan dispuestos a escucharle, o que no creían a sus palabras tan fácilmente. Por causa de esas personas, y para que no menospreciaran lo que escribe, afirma que él es "apóstol de Cristo".
Por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo. Pablo confirma su apostolado por nombramiento o mandato de Dios; porque nadie puede constituirse apóstol por sí mismo, pues sólo aquel que Dios ha nombrado es un verdadero apóstol, y digno de tal honor. Tampoco afirma que únicamente debe su apostolado a Dios Padre, sino que lo atribuye también a Cristo; y en realidad, en el gobierno de la Iglesia, el Padre no hace nada sino por el Hijo, de modo que los dos actúan juntamente.
Llama a Dios Salvador, título que con mayor frecuencia acostumbra a asignar al Hijo, pero que pertenece también al Padre, porque Él fue quien nos dio al Hijo. Con justicia, entonces, la gloria de nuestra salvación se atribuye a Él. Pues, ¿cómo es que somos salvos? Es porque el Padre de tal manera nos amó que determinó redimirnos y salvarnos mediante el Hijo. Llama a Cristo nuestra esperanza; y este título se lo aplica con toda exactitud, porque comenzamos a tener verdadera esperanza cuando miramos a Cristo, ya que solamente en Él se basa nuestra salvación.
2. A Timoteo, verdadero hijo en la fe. Esta recomendación expresa una alabanza no pequeña. Pablo indica con ella que Timoteo es un hijo verdadero, y no bastardo, y desea que los demás lo reconozcan como tal; y además aplaude a Timoteo de igual manera que si fuera otro Pablo. Pero, ¿en qué forma está de acuerdo esto con la admonición de Cristo: "Y vuestro Padre no llaméis a nadie en la tierra"  (Mateo 23:9)? ¿O cómo puede estar de acuerdo con la declaración del apóstol: "Aunque tengáis muchos padres según la carne, no hay sino un solo Padre de los espíritus" (1 Cor. 4:15; Heb. 12:9). (Nuestro autor, citando de memoria, combina los dos pasajes, no en forma exacta, sino más bien para dar a entender e verdadero significado de ambos. (N. del E.) Respondo, que aunque Pablo reclama para sí el apelativo de padre, lo hace en tal forma que no quite ni disminuya un solo ápice del honor que corresponde a Dios (Heb. 12:9). Dice un proverbio común: “Lo que se coloca debajo de otro, no está en oposición a ello". El nombre de padre, aplicado a Pablo en relación con Dios, pertenece a esta categoría. Sólo Dios es el Padre de todos por lo que toca a la fe, porque Él nos regenera a todos por su Palabra, y por el poder de su Espíritu, y porque nadie sino Él otorga la fe. Pero a aquellos a quienes se complace en emplear como sus ministros para este propósito, les permite de igual manera compartir con Él Su honor, mientras que, al propio tiempo, Él no comparte con nadie nada de lo que le es privativo. Así Dios, y sólo Él, hablando con exactitud, fue el Padre de Timoteo; empero Pablo, que fue el ministro de Dios para engendrar a Timoteo, reclama este título, y a esto se le puede llamar un derecho subordinado.
Gracia, misericordia y paz. Por lo que toca a la palabra misericordia, se ha apartado de su costumbre usual al introducirla, movido quizá por su extraordinario afecto hacia Timoteo. Además, no observa el orden exacto; porque coloca en primer término lo que debiera estar en el último, es decir la gracia que emana de la misericordia. Porque la razón por la cual Dios primeramente nos recibe para gozar de su favor, y por la que nos ama, es su misericordia. Pero no es cosa rara mencionar la causa después del efecto, por vía de explicación. En cuanto a los vocablos gracia y paz, ya hemos hablado de ellos en otras ocasiones.
3. Como te rogué. La sintaxis aquí es elíptica, o de otra manera la partícula hiña es redundante; y en los dos casos el significado es obvio. Primero recuerda a Timoteo por qué razón le había rogado que se quedase en Éfeso. Fue con gran desgana, y por apremiante necesidad, que se había separado de su compañero tan querido y tan fiel, y fue también para que diligentemente desempeñara la parte de su comisión, la cual ningún otro podría haber desempeñado; por lo tanto, Timoteo debió haberse conmovido profundamente por esta consideración, no sólo para no malgastar su tiempo, sino para comportarse de manera excelente y distinguida.
Para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina. Así, por inferencia, le exhorta a oponerse a los falsos maestros que corrompían la sana doctrina. En el requerimiento hecho a Timoteo, para que ocupara su lugar en Éfeso, debemos observar la santa ansiedad del Apóstol; porque mientras trabajaba tanto para establecer nuevas iglesias, no dejaba las anteriores destituidas de pastor. Y en verdad, como observa cierto antiguo escritor, "el conservar lo que se ha ganado no es menor virtud que hacer nuevas adquisiciones". El vocablo mandar denota poder; porque Pablo desea armarlo con el poder necesario para contener a otros.
Que no enseñen diferente doctrina. El vocablo griego que Pablo emplea (heterodidaskalein), es un vocablo compuesto, y puede traducirse por "enseñar diferente", o "según un método nuevo", o "enseñar una doctrina diferente". La traducción de Erasmo "seguir" (sectari), no me satisface, porque se puede entender como aplicable a los oidores. Mas Pablo alude a aquellos que por ambición se presentaban con una nueva doctrina.
Si leemos "enseñar diferente", el significado será más amplio; porque con esta expresión impedirá que Timoteo permita la introducción de nuevas formas de enseñanza que no estén de acuerdo con la verdadera y sana doctrina que él ha enseñado. Así, en la segunda epístola, recomienda hupotuposis, ("Él no recomienda a Timoteo simplemente que retenga su doctrina, sino que emplea una palabra que denota el verdadero modelo o un vivo retrato de ella."), es decir un retrato vivo de su doctrina (2 Timoteo 1:3). Porque, así como la verdad de Dios es una, así también hay sólo una manera sencilla de enseñarla, libre de falsos adornos, y que participa más de la majestad del Espíritu, que de la pompa y de la elocuencia humanas. Quien se aparta de ella, desfigura y corrompe la doctrina misma; por lo tanto, enseñar diferente debe relacionarse con la forma.
Si leemos "enseñar algo diferente", se relacionará con la materia. Sin embargo, es digno de observarse que damos el nombre de doctrina diferente, no sólo a aquella que está abiertamente en oposición a la sana doctrina del Evangelio, sino a todo lo que corrompe la sana doctrina mediante inventos nuevos o adquiridos, o la oscurece mediante especulaciones irreverentes. Porque todos los inventos de los hombres son otras tantas corrupciones del Evangelio; y aquellos que juegan con las Escrituras, como la gente impía acostumbra, haciendo del cristianismo un acto de ostentación, oscurecen el Evangelio. Su manera de enseñar, entonces es enteramente opuesta a la Palabra de Dios, y a aquella pureza de doctrina en la que Pablo amonesta a los efesios a seguir.
4. Ni presten atención a fábulas. En mi opinión, Pablo aplica el término "fábulas", no únicamente a falsedades inventadas, sino a bagatelas y tonterías que no tienen solidez; porque es posible que algo que no es falso, sí pueda ser fabuloso. En este sentido, Suetonio habla de la historia fabulosa, y Levy emplea la palabra fabulari, "relatar fábulas", como significando conversaciones inútiles y tontas. E indudablemente, la palabra muthos (que Pablo emplea aquí), es equivalente al vocablo griego finaría, es decir, "bagatelas". Además, al mencionar una clase por vía de ejemplo, ha despejado toda duda; porque las disputas acerca de genealogías son catalogadas por él entre las fábulas, y no porque todo lo que pueda decirse de ellas sea ficticio, sino porque es inútil e infructuoso.
Este pasaje, por lo tanto, puede explicarse en esta forma: "Que no presten atención a fábulas de ese carácter y descripción al cual pertenecen las genealogías". Y esa es realmente la historia fabulosa de que habla Suetonio, ("Y es en este sentido que Suetonio, en su vida de Tiberio, dice que el emperador se divertía mucho con la historia fabulosa."), la cual, aun entre los gramáticos, ha sido siempre justamente ridiculizada por las personas de sano juicio; porque era imposible no considerar como ridícula esa curiosidad que, descuidando el conocimiento útil, se pasó toda la vida investigando la genealogía de Aquiles y Ajax, y desperdició sus fuerzas en contar los hijos de Príamo. Si esto no puede tolerarse dentro del conocimiento pueril, en el cual existe lugar para aquello que proporciona placer, ¿cuánto más intolerable será dentro de la sabiduría celestial? ("Aquí vemos más claramente, que Pablo no sólo condenó en este pasaje las doctrinas que son del todo falsas, y que contienen algunas blasfemias, sino también todas aquellas especulaciones inútiles que sirven para desviar a los creyentes de la sencillez pura de nuestra Señor Jesucristo. Esto es lo que Pablo incluye dentro del término "fábulas"; porque para él significa, no únicamente falsedades deliberadas y manifiestas, sino también todo lo que no es de utilidad; y esto se implica en la palabra que emplea. ¿Qué es, entonces, lo que Pablo desecha en este pasaje? Todas las indagaciones curiosas, todas las especulaciones que únicamente sirven para inquietar y perturbar la mente, o en las cuales no hay nada sino espectáculo y exhibición, y tampoco promueven la salvación de aquellos que las escuchan. Esto tiene que recordarse cuidadosamente; porque después veremos que la razón por la que Pablo habla de ellas en esta forma es la de que la Palabra de Dios sea de provecho (2 Tim. 3:16). Todos los que no aplican la Palabra de Dios para beneficio y avance, son despreciadores y falsificadores de la buena doctrina." Fr. Ser.)
Y genealogías interminables. ("Aperantes significa propiamente interminables. Aquí hay también un sentido implícito de lo inútil, y yo pienso que, imprudentemente, algunos lo hacen el objeto principal." Bloomfield.) Las llama interminables, porque la vana curiosidad no tiene límite, sino que continuamente pasa de un laberinto a otro.
Que acarrean disputas. Pablo juzga la doctrina por el fruto, porque todo lo que no edifica debe ser rechazado, aunque no tenga otro defecto; y todo lo que no sirve sino para suscitar pleitos, debe ser doblemente condenado. Y tales son todas las cuestiones sutiles en las cuales los hombres ambiciosos ejercitan sus facultades. Recordemos, pues, que todas las doctrinas deben ser probadas por esta regla: aquellas que contribuyen a la edificación pueden ser aprobadas, y aquellas que dan motivos para disputas infructuosas pueden ser rechazadas por indignas de la Iglesia de Dios.
Si esta prueba se hubiera aplicado desde hace muchos siglos, aunque la religión estuviese plagada de muchos errores, al menos el arte diabólico de disputar, que ha obtenido la aprobación de la teología escolástica, no hubiera prevalecido en grado sumo como lo ha hecho. Pues ¿qué otra cosa tiene esa teología sino contiendas y vanas especulaciones, de las cuales no se puede sacar ningún provecho? En efecto, cuanto más versado esté un individuo en ella, más miserable debemos considerarlo. Estoy enterado de las plausibles excusas con que pretenderán defenderla, pero jamás descubrirán que Pablo haya hablado en vano al condenar todo lo que sea de esta naturaleza.
Más bien que edificación de Dios. ("Más bien que edificar piadosamente." Eng. Tr.) Los artificios de esta / naturaleza edifican en orgullo, y en vanidad, pero no en Dios. La llama "la edificación de Dios", ya sea porque Él la aprueba, ya porque esté de acuerdo con la naturaleza de Dios. (Esta palabra edificar es muy común en la Sagrada Escritura, pero no es entendida por todos. A fin de entenderla correctamente, observemos que es una comparación que pone delante de nosotros; pues debemos ser templo de Dios, porque Él desea morar en nosotros. Aquellos que sacan provecho en forma correcta, es decir, en fe, en el temor de Dios, en santidad de vida, se dice que son edificados; es decir, Dios los edifica para que sean sus templos, y desea morar en ellos; y también para que en unidad formemos el templo de Dios; porque cada uno de nosotros es una piedra de ese templo. Así, cuando cada uno de nosotros esté bien instruido en su deber, y cuando todos estemos unidos en santa hermandad, seremos edificados en Dios. Es cierto que los hombres algunas veces son edificados en orgullo: cuando vemos que aquellos que se deleitan en sus vanas imaginaciones, y que extienden sus alas, y se inflan como sapos, piensan que están bien edificados. ¡Ah, qué miserable edificio es éste! Empero Pablo dice expresamente que debemos ser edificados según Dios. Por lo cual, él demuestra que cuando seamos educados para servir a Dios, para rendirle un culto verdadero, para poner toda nuestra confianza en Él, alcanzaremos la edificación a que debemos aspirar; y toda doctrina que siga esa tendencia es buena y santa, y debe ser aceptada; pero todo lo que se oponga a ella debe ser rechazado sin más disputa: será, pues, inútil hacer indagaciones de otra naturaleza. ¿Y por qué tiene que ser rechazado «esto» o «aquello»? Porque no contribuye a la edificación de Dios." Fr. Ser.)
Que es por fe. En seguida demuestra que esta edificación consiste en la fe; y con este término no excluye el amor a nuestro prójimo, o el temor de Dios o el arrepentimiento; pues, ¿qué son todos éstos, sino frutos de "la fe", la cual siempre produce el temor de Dios? Sabiendo que todo el culto a Dios se basa únicamente en la fe, él, por tanto, consideró suficiente mencionar la "fe" sobre la cual depende todo lo demás.

5. Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida,
6. de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería,
7. queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman.
8. Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente;
9. conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas,
10. para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina,
11. según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.

Aquellos hombres sin conciencia con quienes Timoteo tuvo que tratar, se jactaban de tener la Ley de su parte, y por esto Pablo se anticipa y demuestra que la Ley no sólo les negaba apoyo, sino que se oponía a ellos, y que estaba de acuerdo perfectamente con el Evangelio que él había enseñado. La defensa aducida por ellos no es diferente de la aducida por los que en la actualidad someten la Palabra de Dios a tortura. Ellos afirman que nosotros no aspiramos a otra cosa sino a destruir la sagrada teología, como si ellos solos la alimentaran de su seno. Ellos hablaban de la Ley en tal forma como para exhibir a Pablo bajo una luz odiosa. ¿Y cuál es su respuesta? A fin de disipar estos nubarrones de humo, ("Para borrar todo aquello que habían amontonado con el fin de cegar los ojos de la gente sencilla".), se adelanta a ellos con paso firme y sereno, y prueba que su doctrina está en perfecta armonía con la Ley, y que ésta ha sido completamente violada por aquellos que la emplean para otros fines. De igual manera, cuando nosotros ahora definimos lo que significa la verdadera teología, es evidentemente claro que deseamos la restauración de lo que ha sido miserablemente destrozado y desfigurado por aquellos individuos frívolos que, inflados por el vano título de teólogos, están familiarizados sólo con bagatelas insulsas y desprovistas de significado. Mandamiento se coloca aquí en lugar de Ley, tomando la parte por el todo.
Amor nacido de corazón limpio. Si la Ley ha de tener como finalidad el que seamos instruidos en el amor que emana de la fe y de la buena conciencia, se concluye, pues, que aquellos que desvían tal instrucción hacia las cuestiones curiosas, son malos exponentes de la Ley. Además, no es de gran importancia que la palabra amor sea considerada en este pasaje como relacionado con las dos tablas de la Ley, o únicamente con la segunda. Se nos manda amar a Dios con todo nuestro corazón, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos; pero cuando en las Escrituras se habla del amor, se le limita con más frecuencia a la segunda parte. En esta ocasión no se debe titubear en entender aquí tanto el amor a Dios como el amor a nuestro prójimo, aunque Pablo hubiera empleado únicamente la palabra amor; pero como añade: "fe, y una buena conciencia, y un corazón limpio", la interpretación que ahora voy a dar no estará en desacuerdo con su intención, y sí concordará muy bien con el tenor del pasaje. La suma de la Ley es ésta: que amemos a Dios con fe verdadera y con limpia conciencia, y que nos amemos unos a otros. Cualquiera que se aparte de esto corrompe la Ley de Dios y la desvía hacia un propósito diferente.
Pero aquí suscitan la duda de que Pablo parece preferir el "amor" a la "fe". A esto respondo, que quienes así opinan razonan en forma excesivamente pueril; porque si el amor se menciona primero, no por ello ocupa la fila de honor, puesto que Pablo demuestra también que éste emana de la fe. Ahora bien, la causa indudablemente precede al efecto. Y si pesamos cuidadosamente todo el contexto, lo que Pablo dice tiene la misma importancia que si hubiera afirmado: "La Ley, nos fue dada con el propósito de instruirnos en la fe, la cual es la madre de una buena conciencia y del amor". Así que tenemos que comenzar con la fe y no con el amor.
"Un corazón limpio" y "una buena conciencia" no difieren mucho lo uno de lo otro. Ambos proceden de la fe, pero respecto al "corazón limpio" sabemos que "Dios purifica los corazones por la fe" (Hch. 15:9). En cuanto a una buena conciencia, Pedro declara que ésta se basa en la resurrección de Cristo (1 Ped. 3:21). De este pasaje también aprendemos que no puede haber verdadero amor donde no hay temor de Dios y rectitud de conciencia.
No es por demás que observemos que a cada uno de ellos añade un epíteto; ("A  cada virtud  da  su  epíteto."), porque no hay cosa tan ordinaria y tan fácil, como el ufanarse de tener fe y de tener una buena conciencia. ¡Pero cuan pocos son en realidad los que con sus hechos prueban tener una fe verdadera y estar libres de toda hipocresía! Es oportuno observar especialmente el epíteto que da a la "fe" cuando la llama fe no fingida; con ello significa que nuestra profesión de fe no es sincera cuando no tenemos una buena conciencia, y cuando no manifestamos el amor. Ahora bien, ya que la salvación de los hombres depende de la fe, y puesto que el verdadero culto a Dios se apoya en una buena conciencia y en el amor, no tenemos por qué asombrarnos de que Pablo insista en que la suma de la Ley consista en estas cosas.
6. De las cuales cosas desviándose algunos. Pablo continúa tras la metáfora de un objeto o fin; porque el verbo astokein, cuyo participio se da aquí, significa errar, o desviarse del blanco. ("Aquí él se vale de una metáfora tomada de los que disparan flechas con un arco, porque ellos tienen su blanco al cual apuntan, y no disparan descuidadamente o al azar. Así Pablo demuestra que Dios, al darnos la Ley, determinó darnos un camino seguro, para que no estemos expuestos a andar errantes cual vagabundos. Ciertamente, y no sin razón, Moisés, exhorta al pueblo: «Éste es el camino, andad por él», y es como si dijera que los hombres no saben donde están, hasta que Dios les haya declarado su voluntad; y en esta forma ellos cuentan con una regla infalible. Observemos cuidadosamente que Dios se dirige a nosotros en tal forma que no es posible extraviarnos, dando por hecho que le tomemos por nuestro guía, y sabiendo que Él está dispuesto a desempeñar ese oficio a favor nuestro. Esto es lo que Pablo quiso decir con esta metáfora; pues nos dice que todos aquellos que no quieren descansar en la gracia de Dios, ni invocarlo como su Padre, ni esperar de Él la salvación, ni caminar con una buena conciencia, ni andar con un corazón limpio para con sus semejantes, son como personas que andan errantes y extraviadas." Fr. Ser.)
Se apartaron a vana palabrería. Éste es un pasaje extraordinario, en el cual él califica de "vana palabrería" ("De vanidad y falsedad."), a todas las doctrinas que no se encaminan hacia este simple fin, y al propio tiempo señala que las opiniones y pensamientos de todos los que persiguen cualquier otra finalidad se desvanecerán. Es posible, ciertamente, que las fruslerías inútiles sean consideradas con admiración por muchas personas; empero la declaración de Pablo permanece firme, y todo lo que no edifique en la piedad es mataiología, (Mataiología se refiere a la interminable e inútil dztesis mencionada en el versículo 4, y llamada kenojonías en el versículo 20; oponiéndose esta palabrería vana y vacía, por implicación, a la ejecución de los deberes substanciales." Bloomfield.), "vana palabrería". Debemos, pues, poner el mayor cuidado posible en no buscar en la santa Palabra de Dios sino la sólida edificación, no sea que de otra manera Él nos castigue severamente por abusar de ello.
7. Queriendo ser doctores de la ley. Pablo no crítica a aquellos que abiertamente abordan la instrucción de la Ley, sino a los que se ufanan de pertenecer a las filas de los que la enseñan. Afirma que tales personas no tienen entendimiento, porque fatigan sus facultades sin ningún propósito y sólo con fines curiosos. Y, al propio tiempo, reprende su orgullo añadiendo:
Sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman; porque no se encontrará a ninguno que hable con tanta firmeza y tan atrevidamente como los maestros de tales fábulas. Vemos en la actualidad con cuanto orgullo y con cuanta arrogancia las escuelas de la Sorbona pronuncian sus decisiones autoritarias. ¿Y sobre qué temas? Sobre aquellos que están completamente fuera del alcance de la mentalidad humana, y que ni afirmación de la Escritura ni revelación nos los han dado a conocer. Y todavía con mayor atrevimiento proclaman su purgatorio ("Y en el papado, ¿cuáles son los artículos de fe que deben tenerse como más ciertos? ¿Qué ángel, o qué demonio, les reveló que existe un purgatorio? Ellos mismos se lo han fabricado con su propia cabeza; y después de haber intentado aducir algunos pasajes de las Sagradas Escrituras, a la larga se ha quedado aturdidos, de suerte que no saben cómo defender su purgatorio, salvo por su antigüedad. «¡Allí lo tenéis!», es lo que nos dicen. Tal es el fundamento de la fe, de acuerdo con los letrados papistas. Y entonces no debemos poner en tela de juicio que debemos acudir a los santos muertos a implorar su ayuda como nuestros abogados e intercesores. El acudir a Dios, sin tener como nuestro guía a san Miguel o a la Virgen María, o algún otro santo a quien el Papa habrá insertado en su calendario para la ocasión, no servirá de nada. ¿Y por qué? ¿Sobre qué base? ¿Encontrarán en todas las Sagradas Escrituras una sola palabra, una sola sílaba, para demostrar que las criaturas, es decir, las personas finadas, interceden por nosotros? Porque en este mundo debemos orar los unos por los otros, y ésa es una obligación mutua; pero en cuanto a los muertos, ni una sola palabra se dice de ellos." Fr. Ser.), que la resurrección de los muertos. Tocante a sus invenciones acerca de la intercesión de los santos, si no las aceptamos como un oráculo certísimo, nos gritan que toda la religión se ha trastornado. ¿Qué diré de sus complicados laberintos acerca de las jerarquías del cielo, relaciones, e inventos semejantes? Esto es cosa que no tiene fin. El Apóstol insinúa que en ellos se cumple lo que dice un viejo y conocido proverbio: "La ignorancia es atrevida"; pero los previene para que "ninguno los defraude de su galardón, haciendo alarde de humildad y culto a los ángeles, entregándose a sus visiones, y vanamente hinchados por la mente de su carne" (Col. 2:18).
8. Pero sabemos que la ley es buena. Otra vez se anticipa a las calumnias con que le han infamado; porque, siempre que se oponía a sus vanas ostentaciones, ellos se protegían en este escudo para defenderse: "¿Qué entonces? ¿Queréis que la Ley quede sepultada y borrada de la memoria de los hombres?" A fin de rechazar esta calumnia, Pablo reconoce que "la Ley es buena", pero sostiene que debemos— hacer legítimo uso de ella. Argumenta partiendo del uso de términos afines. La palabra legítimo se deriva del vocablo lex. Pero va más allá todavía, y demuestra que la Ley concuerda excelentemente con la doctrina que enseña; y aun la dirige contra ellos.
9. Que la ley no fue dada para el justo. El apóstol no se propone discutir acerca de todo el ministerio de la Ley, sino que la examina en relación con los hombres. Frecuentemente acontece que, aquellos que desean ser considerados como los más grandes partidarios de la Ley, demuestran, por su manera de vivir, que son sus más grandes aborrecedores. Un ejemplo extraordinario y sorprendente de esto ha de encontrarse en aquellos que apoyan la justicia de las obras y defienden el libre albedrío. Ellos continuamente tienen en su boca estas palabras: "Perfecta santidad, méritos, satisfacciones"; pero su vida entera clama contra ellos, testificando que son ferozmente malos e impíos, que provocan, en toda forma posible, la ira de Dios, y temerariamente desprecian Su juicio. Ellos exaltan en términos elevados la elección libre entre el bien y el mal; pero abiertamente demuestran, con sus hechos, que son esclavos de Satán, y que están firmemente encadenados a él por las cadenas de la esclavitud.
Teniendo tales adversarios, y a fin de refrenar su arrogante insolencia. Pablo reconviene que la Ley es como si fuera la espada de Dios para matarlos; y que ni él ni otro como él tienen razón en considerar la Ley con temor o aversión; porque no se opone a las personas justas, es decir, a los piadosos y a aquellos que voluntariamente obedecen a Dios. Estoy bien enterado de que algunos hombres letrados sacan conclusiones ingeniosas de estas palabras; como si Pablo estuviese discurriendo teológicamente sobre la naturaleza de "la Ley". Ellos alegan que la Ley no tiene nada que ver con los hijos de Dios, quienes han sido regenerados por el Espíritu; porque aquélla no fue dada para los justos. Empero la relación en que estas palabras se hallan me obliga a dar una interpretación más sencilla a esta declaración. Él da por hecho la bien conocida opinión de que "las leyes han emanado de las malas costumbres", y mantiene que la Ley de Dios fue dada a fin de refrenar el libertinaje de los hombres perversos; porque quienes ya son buenos de por sí no necesitan la prohibición imperativa de la Ley.
Cabe ahora preguntar: "¿Hay algún hombre mortal que no pertenezca a esta clase?" Yo respondo, que en este pasaje Pablo da el apelativo de "justo" a aquellos que no son absolutamente perfectos (porque tales personas jamás podrán encontrarse), pero que con el más vehemente deseo en su corazón, aspiran a lo que es bueno; de suerte que el deseo piadoso para ellos es una especie de ley voluntaria, sin ningún motivo o refrenamiento de otro origen. Él, por lo tanto, deseaba poner coto a la desfachatez de los adversarios —quienes se armaban a sí mismos con el arma de "la Ley" y la apuntaban contra los hombres piadosos, cuya vida entera demuestra el gobierno actual de la Ley—, puesto que tenían mucha necesidad de ella, y no obstante ésta no les preocupaba mucho; lo cual se expresa más claramente por la cláusula opuesta. Si alguno rehúsa admitir que Pablo hace cargos implícitos o indirectos contra sus adversarios, como culpables que son de los actos perversos que él enumera, con todo, esto tendrá que reconocerse como un simple rechazo de la calumnia; y si ellos estaban animados de un sincero y genuino fervor por la Ley, más bien deberían haberse valido de su armadura para llevar a cabo la guerra contra las ofensas y crímenes, en lugar de emplearla como un pretexto para sus propias ambiciones y su modo de hablar disparatado.
Para los transgresores y desobedientes. En lugar de "transgresores" hubiera sido mejor si los traductores hubiesen hecho uso del vocablo "ilegales"; porque el vocablo griego es anomous, el cual no difiere mucho de la segunda palabra de la cláusula, "desobedientes." Por "pecadores" Pablo entiende personas malvadas, o aquellos que llevan uní vida baja e inmoral.
Para los irreverentes y profanos. Estas palabras pudieran haberse traducido apropiadamente "profanos e impuros"; pero no quiero ser melindroso en asuntos de poca importancia.
10. Para los secuestradores. El vocablo latino plagium fue usado por los antiguos escritores para denotar el acto de llevarse o seducir al esclavo de otro hombre, o la falsa venta de un hombre libre. Aquellos que deseen obtener más amplia información sobre este tenia pueden consultar autores sobre la ley civil, y especialmente sobre la Ley Flaviana.
Aquí Pablo alude a las diferentes ofensas que incluyen brevemente toda clase de transgresiones. La raíz es la porfía y la rebelión; lo cual él describe en las dos primeras palabras. La expresión impíos y pecadores parece denotar a los transgresores de la primera y segunda tabla. A éstos añade los profanos e impuros, o a aquellos que llevan una vida baja y disoluta. Siendo básicamente tres las formas en que los hombres perjudican a sus vecinos, a saber, la violencia, el fraude y la lujuria, él condena sucesivamente estas tres formas, tal como se puede ver fácilmente. Primero, habla de la violencia tal como se presenta en los asesinos y parricidas; segundo, describe la vergonzosa obscenidad; y tercero, alude por fin al fraude y a otros crímenes.
Y para cuanto se oponga a la sana doctrina. En esta cláusula mantiene que su Evangelio está tan lejos de oponerse a la ley, que más bien es una poderosa confirmación de ella. Declara que mediante su predicación, él apoya esa misma sentencia que el Señor pronunció en su Ley, contra "todo cuanto se oponga a la sana doctrina". De esto se sigue, que aquellos que se apartan del Evangelio, no se adhieren al espíritu de la Ley, y únicamente van tras su sombra.
La sana doctrina está en contraste con las frívolas cuestiones de las cuales él dice que los maestros necios se encuentran en malsana condición, y que por el efecto que producen en ellos se les llama enfermos (1 Tim. 6:3-10). ("Todos los vicios son contrarios a la sana doctrina. Porque, ¿cuál es el provecho que ha de sacarse de la Palabra de Dios? Ella es el alimento para nuestras almas; y también es medicina. Tenemos pan y diferentes clases de alimento para la nutrición de nuestro cuerpo; mas la Palabra de Dios es para el uso de nuestra alma. Empero ella es más provechosa a este respecto; pues cuando estamos enfermos de nuestros vicios, cuando tenemos muchas corrupciones y deseos perversos, debemos deshacernos de ellos; y la Palabra de Dios nos sirve para varios fines: para purificar, para limpiar, para beber, y para dieta. En suma, todo lo que los médicos pueden aplicar al cuerpo humano, para sanarlo de sus enfermedades, no es ni siquiera la décima parte de lo que la Palabra de Dios puede realizar para la salud de nuestra alma.
"Por esta razón Pablo habla aquí de la sana doctrina. Pues las personas inquisitivas y ambiciosas están siempre en un estado enfermizo; no son sanas de por sí; son como aquellos desdichados pacientes que han perdido el apetito, y que chupan y lamen, pero no pueden recibir ningún alimento. Pero cuando la Palabra de Dios se les aplica en forma correcta, tienen que comenzar una lucha, una guerra contra todos los vicios; y la Palabra de Dios debe atacarlos en tal forma que el corazón de los hombres sea tocado y herido; y así humillados, se postren en sincero arrepentimiento y giman delante de Dios; y si no sucede otra cosa, que al menos se convenzan de su pecado, y que experimenten el remordimiento y sepan que hay un hierro candente para quemarlos, y que Dios los perseguirá. De esta forma, elos pueden ser un ejemplo para los que aún son susceptibles de corrección. Ésta es la manera en que el Señor desea que su Palabra sea aplicada para un buen uso." Fr. Ser.)
11. Según el glorioso evangelio. Al llamarlo "el glorioso Evangelio", Pablo reprende a aquellos que se esforzaban en degradar el Evangelio en el cual Dios exhibe su gloria. Afirma expresamente que a él se le ha encomendado, para que todos sepan que no hay otro Evangelio excepto el que él predica; y consecuentemente, todas las fábulas que anteriormente condenó están en contradicción tanto con la Ley como con el Evangelio de Dios.

12. Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio,
13. habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad.

12. Doy gracias. Grande es la dignidad del apostolado que Pablo reclamaba para sí; porque mirando hacia su vida pasada, no podía en ninguna forma considerarse digno de tan señalado honor. Por consiguiente, para evitar que le acusaran de presunción tiene forzosamente que mencionar su propia indignidad; mas, a pesar de todo, él afirma que es apóstol por la gracia de Dios. Pero va más allá todavía, y torna a su favor aquello que parecía menguar su autoridad, declarando que la gracia de Dios brilla en él aun con más fulgor.
A Cristo Jesús nuestro Señor. Cuando da gracias a Cristo, suprime aquella aversión hacia él que pudieran haber albergado, y corta de raíz todo motivo que pudiera dar lugar a esta pregunta: "¿Merece o no este oficio tan honorable?"; porque aunque en sí no tenía grandeza alguna, sin embargo, es suficiente que haya sido escogido por Jesucristo. Hay, ciertamente, muchos que con las mismas palabras hacen una exhibición de humildad, pero se encuentran muy distantes de la rectitud de Pablo, cuya intención era, no sólo ufanarse valerosamente en el Señor, sino desprenderse de toda la gloria que fuese suya. ("Sino separarse de toda ostentación, y reconocer sinceramente su propia indignidad.")
Poniéndome en el ministerio. ¿Por qué da gracias? Porque ha sido puesto en el ministerio; pues de aquí concluye que el Señor le tuvo por fiel. Cristo no recibe a ninguno en la forma que lo hacen las personas ambiciosas, ("Cristo no actúa como los hombres, por ambición, colocando a las personas en un puesto, sin considerar por qué, o cómo".), sino que selecciona únicamente a los que están bien calificados; por tanto, todos aquellos a quienes Él confiere algún honor deben ser tenidos por dignos. Tampoco es incompatible con esto, el que Judas, de acuerdo con la predicción (Sal. 109:8), fuese exaltado por un poco de tiempo, para después caer repentinamente. En cambio, con Pablo todo fue distinto: él obtuvo el honor para un propósito diferente, y bajo diferentes condiciones, pues Cristo le declaró que le era un "instrumento escogido" (Hch. 9:15).
Empero en esta forma Pablo parece decir que la fidelidad, con la cual él fue previamente señalado, era la causa de su llamamiento. De ser así, el agradecimiento hubiera sido hipócrita y contradictorio; porque él podría atribuir su apostolado, no sólo a Dios, sino a sus propios méritos. Yo niego, por lo tanto, que él fuese admitido dentro del apostolado porque Dios pudo haber previsto su fe; ya que Cristo no vio en él nada bueno sino lo que el Padre le otorgó. Sin embargo, sigue siendo verdadero lo que Jesús dijo: "No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros" (Jn. 15:16). Y por el contrario, Pablo arranca de aquí la prueba de su fidelidad, y de que Cristo le haya hecho apóstol; pues declara que quienes Cristo hace apóstoles tienen que ser declarados fieles mediante su decreto. En suma, este acto judicial no es atribuido por él al preconocimiento, sino que más bien señala el testimonio que se presenta ante los hombres; como si dijera: "Doy gracias a Cristo, quien, al llamarme al ministerio, ha declarado abiertamente que sanciona mi fidelidad". ("Aquí tenemos a Pablo calumniado por muchos; como vemos, siempre hay muchos perros que ladran contra los siervos del Señor, sin otro fin que despreciarlos, o más bien hacer que su doctrina sea despreciada y aborrecida. Deseando hacer callar las bocas de tales personas, Pablo afirma que está satisfecho de tener la garantía y autoridad de Cristo. Como si dijera: «Los hombres pueden rechazarme, pero me basta haber sido declarado fiel por Uno que tiene toda autoridad en sí mismo, y que, siendo el Juez celestial, 'lo ha declarado. Cuando me puso en este oficio, Él declaró que me reconocía por siervo suyo, y que se proponía emplearme en la predicación de su Evangelio. Esto me basta. Que los hombres tramen y urdan tantas calumnias como quieran. Con tal que yo tenga a Cristo de mi parte, que ellos se mofen de mí, pues tal cosa me tiene sin cuidado; porque la decisión pronunciada por el Señor jamás puede ser revocada». En esta forma vemos cuál fue la intención de Pablo, a saber, que Cristo no vio en él alguna cosa digna para conferirle tan honorable oficio, sino que simplemente, al conferírselo, Él declaró y evidenció ante los hombres, que se proponía emplearlo en su servicio." Fr. Ser.)
Al que me fortaleció. Ahora introduce y menciona otro acto de la bondad de Cristo: "que lo fortaleció", o que lo "hizo fuerte". Con esta expresión no sólo quiere decir que fue formado por la mano de Dios, para estar bien calificado para el desempeño de su oficio, sino que incluye igualmente el continuo otorgamiento de la gracia. Porque no hubiera bastado que una sola ocasión hubiese sido declarado fiel, si Cristo no le hubiera fortalecido con la constante comunicación de Su socorro. Él reconoce, por tanto, que es deudor a la gracia de Cristo por dos motivos: porque una vez fue elevado a su oficio, y porque continúa en él.
13. Habiendo yo sido antes blasfemo y perseguidor; un blasfemo contra Dios, y un perseguidor y opresor contra la Iglesia. Vemos aquí con cuánta sinceridad reconoce él que esto se le hubiera podido imputar como reproche, y cuan lejos está de atenuar sus pecados, y cómo también al reconocer voluntariamente su indignidad, exalta la magnificencia de la gracia de Dios. No satisfecho con llamarse a sí mismo un "perseguidor", se propuso expresar más claramente su saña y crueldad mediante el vocablo adicional de injuriador o insolente.
Porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. "Obtuve perdón", dice él, "por mi incredulidad; la cual procedía de mi ignorancia"; porque la opresión y la persecución no eran otra cosa sino los frutos de la incredulidad.
Pero parece insinuar que no puede haber perdón sino cuando la ignorancia pueda aducirse como excusa. ¿Y qué entonces? ¿Acaso Dios jamás perdonará al que haya pecado a sabiendas? Yo respondo que debemos fijarnos en la palabra incredulidad; ("Por incredulidad, o por no tener fe."), porque este término limita la declaración de Pablo a la primera tabla de la ley. Las transgresiones de la segunda tabla, aunque sean voluntarias, tienen perdón; pero aquel que a sabiendas y deliberadamente quebranta la primera tabla, peca contra el Espíritu Santo, porque está en directa oposición a Dios. No peca por debilidad, sino que, precipitándose inicuamente contra Dios, da una prueba segura de su condenación.
Y de aquí puede obtenerse una definición del pecado contra el Espíritu Santo: primero, dicho pecado es una abierta rebelión contra Dios en la trasgresión de la primera tabla; segundo, es un malicioso rechazamiento de la verdad; porque cuando la verdad de Dios no es rechazada deliberadamente y con malicia, el Espíritu Santo no es resistido. Finalmente, incredulidad se emplea aquí como un término general; y la intención maliciosa que se contrasta con la ignorancia, puede considerarse como el punto de diferencia. ("En la definición del pecado contra el Espíritu Santo, incredulidad es el término general; y el propósito malicioso, que es lo contrario de la ignorancia, puede ser considerado como aquello que los dialécticos llaman la diferencia, la cual limita lo que es general.")
Por consiguiente, están equivocados aquellos que afirman que el pecado contra el Espíritu Santo consiste en la transgresión de la segunda tabla, y también lo están quienes sólo consideran como simple violencia irreflexiva un crimen tan atroz. Porque los hombres pecan contra el Espíritu Santo cuando emprenden una guerra deliberada contra Dios, a fin de extinguir esa luz del Espíritu que les ha sido ofrecida. Ésta es una espantosa maldad y un monstruoso atrevimiento. Tampoco se puede dudar de que, mediante una amenaza implícita, él se propuso atemorizar a todos los que una vez fueron iluminados, para que no tropezaran contra la verdad que ya conocían; porque una caída semejante es destructiva y fatal; pues si por ignorancia Dios perdonó a Pablo sus blasfemias, aquellos que a sabiendas e intencionadamente blasfeman no deben esperar ningún perdón.
Mas pudiera pensarse que lo que ahora dice no tiene ningún objeto; porque la incredulidad, que siempre es ciega, jamás puede separarse de la ignorancia. Yo respondo, que entre los incrédulos algunos están tan ofuscados que se engañan por una falsa representación de la verdad; y otros, no obstante estar cegados, la malicia prevalece en ellos. Pablo no estaba del todo libre de una disposición perversa; pero se había precipitado hacia ella movido por un celo irreflexivo, como para pensar que lo que hacía era correcto. Fue así como se convirtió en adversario de Cristo, mas no por intención deliberada, sino por error e ignorancia; pero los otros fueron impulsados por la ambición, y por un odio ruin contra la sana doctrina, y aun por la furiosa rebelión contra Dios; de suerte que maliciosa e intencionadamente, y no por ignorancia, se rebelaron contra Cristo. (Vale la pena considerar si una gran parte de este hábil argumento no pudiera haberse evitado mediante un arreglo diferente del pasaje: "Habiendo sido antes blasfemo, y perseguidor, e injuriador (porque lo hice por ignorancia e incredulidad), mas obtuve misericordia; y la gracia de nuestro Señor Jesucristo abundó en exceso, con la fe y el amor que es en Cristo Jesús". (N. del E.)

14. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús.
15. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
16. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.
17. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

14. Pero la gracia de nuestro Señor. De nuevo exalta Pablo la gracia de Dios para consigo mismo, no sólo con el fin de suprimir la aversión hacia ella y dar testimonio de su gratitud, sino también para utilizarla como un escudo contra las calumnias de los hombres perversos, cuya plena intención era rebajar su apostolado a un nivel muy bajo. Cuando dice que abundó, o sobreabundó, la afirmación implica que la memoria de las transacciones pasadas fue borrada y absorbida en forma tan completa, que prácticamente no le resultó desventajoso que Dios antes fuese clemente para con los buenos.
Con la fe y el amor. Se puede pensar que ambas cosas se refieren a Dios, en este sentido: que Dios demostró en sí ser verdadero, y dio una demostración de su amor en Cristo, cuando le otorgó su gracia. Sin embargo, yo prefiero una interpretación más sencilla: la de que "la fe y el amor" son indicaciones y pruebas de esa gracia que él había mencionado, para que no supusieran que él se jactaba inútilmente o sin razón. Y, ciertamente, pone en contraste "la fe" con la incredulidad; y "el amor de Cristo" en oposición a la crueldad que él había ejercitado para con los creyentes; y tal cosa es como si dijera que Dios le había cambiado de forma tan completa, que se había hecho un hombre totalmente nuevo. Así que, de las señales y de los efectos, él celebra en términos exaltados la excelencia de esa gracia que debe borrar el recuerdo de su vida pasada.
15. Palabra fiel. Después de haber defendido su ministerio contra las calumnias e injustas acusaciones, y no satisfecho con esto, torna para provecho suyo aquello que sus adversarios pudieron haber esgrimido en contra suya como reproche. Demuestra también que fue provechoso para la Iglesia que él haya sido la persona que realmente fue antes de ser llamado al apostolado, porque Cristo, al tomarlo a él como ejemplo, invita a todos los pecadores a la firme y segura esperanza del perdón. Porque cuando él, siendo una bestia salvaje y fiera, fue cambiado en un pastor, Cristo, al transformarlo, hizo una notable exhibición de su gracia, mediante la cual todos podrían ser inducidos a creer firmemente que a ningún pecador, por monstruosas y graves que hayan sido sus transgresiones, se le cierra la puerta de la salvación.
Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Pablo hace primero esta declaración general, y luego la adorna con un prefacio, como acostumbra a hacerlo en asuntos de gran importancia. En la enseñanza de la religión, ciertamente, el punto principal es acudir a Cristo, para que, estando perdidos en nosotros mismos, podamos obtener la salvación de Él. Que este prefacio llegue a nuestros oídos como el sonido de una trompeta que proclama las alabanzas de la gracia de Cristo, a fin de que podamos creerla con una fe todavía más vigorosa. Que sea para nosotros como un sello que imprima sobre nuestros corazones una firme convicción del perdón de los pecados, la cual, de otro modo, con dificultad hallaría entrada en nuestro ser.
Palabra fiel es ésta. ¿Por qué llama Pablo la atención con estas palabras, si no es porque los hombres siempre están disputando entre sí acerca de su salvación. ("Si no es porque los hombres siempre están disputando, y tienen dudas entre ellos mismos acerca de su salvación.")
Pues aunque el Padre una y mil veces nos ofrece la salvación, y aunque Cristo mismo nos habla de su misión, con todo, no por eso dejamos de albergar temores, o reflexionar dentro de nosotros mismos si realmente esto es así. Por tanto, cuando en nuestra mente surja alguna duda tocante al perdón de los pecados, aprendamos a rechazarla valerosamente con el escudo de que es una verdad indubitable, y merece ser recibida sin discusión.
Para salvar a los pecadores. El vocablo pecadores es enfático; porque aquellos que reconocen que la misión de Cristo es salvar, tienen dificultad en admitir que esa salvación es para los "pecadores". Nuestra mente se siente siempre inclinada a considerar nuestra propia dignidad; y tan pronto como ésta aparece, nuestra confianza se va a pique. Por consiguiente, cuanto más se vea uno oprimido por sus pecados, más valerosamente debe acudir a Cristo confiando en esta doctrina: que Él vino a traer salvación, no a los justos, sino a los "pecadores". También merece atención que Pablo derive una conclusión del oficio general de Cristo, para que lo afirmado por él recientemente sobre su persona, no parezca un absurdo por razón de lo novedoso.
De los cuales yo soy el primero. Cuidémonos de pensar que el apóstol, bajo una pretendida modestia, haya hablado falsamente, porque él se propuso hacer una confesión no menos verdadera que humilde, y emanada de lo profundo de su corazón. ("Debemos estar alerta contra el pensamiento de que el apóstol haya hablado bajo una pretendida modestia, y que no pensase así en su corazón.")
Mas algunos preguntarán: "¿Por qué él, que únicamente erró por ignorar la sana doctrina, y siendo por lo demás intachable en todo ante los hombres, declaró ser el primero de los pecadores?" Yo respondo, que estas palabras nos informan de cuan nefando y horrible es el crimen de la incredulidad delante de Dios, especialmente cuando va acompañada de la obstinación y la furia de persecución (Fil. 3:6). Ciertamente, ante los hombres es fácil atenuar, bajo un pretendido celo irreflexivo, todo lo que Pablo admitió acerca de sí mismo; pero Dios está más interesado en valorar más alto la obediencia de fe, que en imputar y considerar la incredulidad acompañada de obstinación como un pequeño crimen. ("Si consideramos cuál es el servicio principal que Dios demanda y acepta, sabremos lo que da a entender cuando dice que la humildad es el mayor sacrificio que Él aprueba (1 Sam. 15:22). Y ésta es la razón por la que afirmamos que la fe debe considerarse como la madre de todas las virtudes. En efecto, aquélla es el fundamento y origen de todas éstas. De no ser así, todas las virtudes que son altamente estimadas por los hombres, no tienen valor real; son solamente otros tantos vicios que Dios condena. Después que la hayamos colocado entre los ángeles, será rechazada por Dios a pesar de su buena reputación, a menos que tenga esa obediencia que es por fe. Así que, será en vano que los hombres digan: «Yo no lo intenté, ésa fue mi opinión»; porque muy a pesar de sus buenas intenciones y de su excelente reputación, tienen que ser condenados delante de Dios por rebeldes. Esto, a primera vista, parece difícil de ser aceptado. ¿Por qué? Porque siempre vemos que los hombres se esfuerzan por escapar de la mano de Dios, para echar mano de otros recursos indirectos. Y con frecuencia dan esta excusa: «Intenté lo que era recto, ¿por qué no aceptar mi buena intención»? Si esto pudiera alegarse con éxito, pensamos que sería suficiente; pero tales paliativos y excusas no valdrán delante de Dios." Fr. Ser.)
Debemos observar cuidadosamente este pasaje, el cual nos enseña que un hombre, ante el mundo, puede ser no sólo inocente, sino eminente por sus distinguidas virtudes, y dignísimo de encomios por su vida ejemplar; sin embargo, por haberse opuesto a la doctrina del Evangelio, y por su obstinada incredulidad, es reconocido como uno de los pecadores más perversos. De aquí podemos deducir fácilmente el valor que delante de Dios tienen todas las fastuosas exhibiciones de los hipócritas, mientras ellos se empeñen en rechazar a Cristo.
16. Para que Jesucristo mostrase en mí el primero. Cuando se autodenomina el primero, alude a lo que había dicho un poco antes, que él era el primero entre los pecadores; y, en efecto, esta palabra significa "el principal" o "el más destacado entre ellos". El apóstol nos quiere decir que desde el mismo principio, Dios exhibió un modelo tal, como para que fuese visible desde una plataforma conspicua y elevada, para que ninguno tuviese la menor duda de que podría alcanzar perdón, dando por hecho que se acerque a Cristo por fe. Y, ciertamente, la desconfianza que todos nosotros abrigamos, se disipa cuando contemplamos en Pablo al modelo visible de esa gracia que queríamos ver.
17. Por tanto, al Rey de los siglos. Su asombrosa vehemencia prorrumpe al fin en esta exclamación; porque no podía encontrar palabras para expresar su gratitud. Porque estas súbitas explosiones ocurren principalmente cuando nos vemos obligados a interrumpir el discurso, como consecuencia de haber sido subyugados por la grandeza del tema. ¿Y qué, acaso puede haber algo más asombroso que la conversión de Pablo? Pero al mismo tiempo él con su ejemplo nos recuerda a todos que jamás debemos pensar en la gracia del llamamiento divino sin ser movidos a una excelsa admiración.
Inmortal, invisible, único y sabio. Esta sublime alabanza de la gracia que Dios le ha otorgado absorbe todo el recuerdo de su vida pasada. ¡Qué piélago tan inmenso es la gloria de Dios! Estos atributos que él le aplica, aunque siempre le pertenecen, no obstante se adaptan admirablemente a la presente ocasión. El apóstol le llama Rey de los siglos, porque no está expuesto a ningún cambio; invisible, porque habita en luz inaccesible (1 Tim. 6:16); y, finalmente, único y sabio, porque considera insensatez y condena como vanidad toda la sabiduría de los hombres. El todo concuerda con esa conclusión a que él llega: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Rom. 11:33). Pablo quiere decir que la infinita e incomprensible sabiduría de Dios debe ser contemplada por nosotros con tal reverencia que, si sus obras trascienden los límites de nuestros sentidos, debemos aún sentirnos arrobados de admiración.
Sin embargo, en cuanto al último epíteto, único, es dudoso si quiere reclamar toda la gloria para Dios únicamente, o si le llama único sabio, o dice que sólo Él es Dios. El segundo de estos significados es el que yo prefiero; porque éste está en perfecta armonía con el tema que trata, a saber, que el entendimiento de los hombres, sea cual fuere, debe doblegarse ante el propósito secreto de Dios. Con todo, yo no niego que él afirme que sólo Dios es digno de toda la gloria; porque, mientras Él derrame sobre sus criaturas, por todas partes, las chispas de su gloria, toda la grandeza corresponde real y verdaderamente sólo a Él. Mas cualquiera de estos dos significados implica que no existe sino la gloria que pertenece a Dios.

18. Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia,
19. manteniendo  la  fe  y  buena  conciencia,  desechando  la  cual naufragaron en cuanto a la fe algunos,
20. De los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar.

18. Este mandamiento te encargo. Todo lo que él había declarado acerca de su propia persona puede considerarse como una digresión de su tema. Habiendo determinado investir a Timoteo de autoridad, se hacía necesario que él mismo estuviese investido de la más alta autoridad; y, por lo tanto, se adelantó oportunamente a refutar una opinión que pudo haber obstaculizado su camino. Y ahora, después de demostrar que su apostolado no debe ser tenido en poco por los hombres buenos por haber luchado en una ocasión contra el reino de Cristo, y habiendo quitado ese obstáculo, vuelve a ocuparse de su exhortación. El mandamiento, por consiguiente, es el mismo que mencionó al principio.
Hijo Timoteo. Al llamarle hijo suyo, no sólo expresa su cálida estimación hacia él, sino también lo recomienda a otros con este nombre.
Conforme a las profecías que se hicieron en cuanto a ti. A fin de animarlo más todavía, le recuerda la clase de testimonio que él había obtenido del Espíritu de Dios; porque no fue pequeña la emoción que sintió al saber que su ministerio era aprobado por Dios, y al saber que también fue llamado por revelación divina antes de serlo por la decisión de los hombres. "Es vergonzoso no llegar a las expectaciones de los hombres; pero es más vergonzoso frustrar, en lo que está dentro de nuestro poder, los planes de Dios."
Pero debemos averiguar, ante todo, cuáles son las profecías de que él habla. Algunos piensan que Pablo fue enseñado por revelación para que confiriese el ministerio a Timoteo. Esto lo reconozco como verdad, pero añado que otros también hicieron revelaciones; porque no sin razón se valió del plural para expresarse. Por consiguiente, deducimos de estas palabras que se dijeron varias profecías acerca de Timoteo, a fin de recomendarlo a la Iglesia. ("Para recomendarlo a la Iglesia y darle autoridad.")
Siendo aún joven, pudo haber sido menospreciado por causa de su edad; y Pablo también pudo haberse expuesto a las calumnias, por haber conferido la ordenación al presbiterio a un joven, antes del tiempo requerido. Además, Dios lo había designado para empresas grandes y difíciles; porque él no era de la clase común de los ministros, sino que se acercaba mucho al rango de los apóstoles, y frecuentemente ocupaba el lugar de Pablo durante su ausencia. Por consiguiente era preciso que él recibiese un testimonio extraordinario para evidenciar que su misión no le fue conferida al azar por los hombres, sino que fue escogido por Dios mismo. El ser honrado con la aprobación de los profetas no fue un evento ordinario, o común para él u otros; mas por haber mediado circunstancias especiales fue la voluntad de Dios que Timoteo no fuese aceptado por los hombres hasta ser previamente aprobado por la propia voz divina; fue también la voluntad de Dios que no iniciase su ministerio hasta haber sido llamado por las revelaciones proféticas. Lo mismo sucedió con Pablo y Bernabé (Hch. 13:2), cuando recibieron la ordenación al magisterio de los gentiles. Porque éste fue un acontecimiento nuevo y no común, pues de otra manera no podían haber evitado los ataques imprudentes y precipitados de los enemigos.
Mas algunos objetarán: "Si Dios había declarado antiguamente por sus profetas la clase de ministro que tendría que ser Timoteo, ¿qué objeto tenía amonestarlo para demostrar que él era realmente esa persona? ¿Acaso podía él falsificar las profecías que habían sido dadas por revelación? Yo respondo que no podía suceder en forma diferente de lo que Dios había prometido; pero al mismo tiempo era deber de Timoteo no abandonarse a la pereza ni a la inactividad, sino cooperar alegre y dócilmente con la providencia de Dios. Es por esto que Pablo, no sin aducir una buena razón y deseando estimularlo todavía más, menciona las "profecías", por las cuales nos asegura que Dios mismo se comprometió a favor de Timoteo. Además, también así se le recordaba el propósito para el cual había sido llamado.
Que milites por ellas la buena milicia. Con esto indica que Timoteo, apoyado por tal beneplácito de Dios, debe luchar valientemente. ¿Qué otra cosa hay que deba o pueda proporcionarnos mayor alegría, sino el saber que Dios nos ha designado para hacer lo que estamos haciendo? Éstas son nuestras armas, ésta es nuestra artillería defensiva a cuyo amparo jamás fracasaremos.
Con la palabra milicia, Pablo afirma indirectamente que debemos mantener un combate; y esto se aplica universalmente a todos los creyentes, pero en especial a los maestros cristianos, de quienes puede afirmarse que son abanderados y adalides. Es como si dijera: "Oh Timoteo, si tú no puedes cumplir tu misión sin combatir, recuerda que estás armado por la victoria, y que su evocación te ayude a despertar. Este combate que sostenemos, teniendo a Dios como nuestro capitán, es un buen combate; es decir, es glorioso y obtiene buen resultado." ("Cuando Pablo habla de milicia, añade, a manera de consolación, y a fin de aminorar el cansancio que pudiéramos sentir en este mundo, que «esta milicia es buena»; como si dijera que el resultado será feliz; porque se nos promete la victoria, y no 'a perderemos, como se dice en Jeremías: «Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte» (Jer. 1:19). Esto fue lo que declaró nuestro Señor: que el mundo será siempre tan malvado que rechazará su Palabra, y causará aflicción a todos los que la predican; pero al fin, los malos serán derrotados. Cuando hayan hecho todo lo posible por derrotarnos, Dios triunfará sobre ellos, y esa rebelión y furia que han demostrado, darán más esplendor al poder que nuestro Señor otorga a su Palabra. Por esto san Pablo exhorta aquí a los ministros de la Palabra de Dios a que no se inquieten, ni se desanimen, porque triunfarán; y aunque los combates sean terribles y enconados, ellos tienen que estar absolutamente ciertos de que Dios extenderá su mano fuerte para socorrerlos, y jamás serán derrotados por sus enemigos; pero en cambio, todos los que se levantaron contra ellos perecerán." Fr. Ser.)
19. Manteniendo la fe y buena conciencia. Yo entiendo la palabra fe en sentido general, denotando la sana doctrina. Con la misma significación, Pablo habla poco después del "misterio de la fe" (1 Tim. 3:9). Y, ciertamente, lo principal que se exige de un maestro son dos cosas: que se mantenga firme en la pura verdad del Evangelio; y en seguida, que la administre con una buena conciencia y sincero fervor. Cuando exista esto, todo lo demás vendrá por añadidura.
Desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos. Pablo demuestra cuan necesario es que la fe vaya acompañada de una limpia conciencia; porque, de no ser así, experimentaremos el castigo de una mala conciencia y nos desviaremos de la senda del deber. Aquellos que no sirven a Dios con un corazón sincero y perfecto, sino que dan rienda suelta a las inclinaciones perversas, aunque al principio hayan tenido un entendimiento sano, llegarán a perderlo completamente.
Debemos observar cuidadosamente este pasaje. Pues sabemos que el tesoro de la sana doctrina es inestimable, y por lo tanto no hay nada que debamos temer tanto como que nos sea arrebatado. Empero Pablo aquí nos informa que sólo hay una forma de guardarlo seguro; y es ésta: asegurarlo dentro de las cerraduras y de las cajas fuertes de una buena conciencia. Esto lo experimentamos diariamente; entonces, ¿cómo es que hay tantos que, desviándose del Evangelio, se precipitan dentro de sectas perversas, o se meten en monstruosos errores? Es porque, con esta clase de ceguera, Dios castiga la hipocresía; mientras que, por otra parte, un genuino temor de Dios nos da fortaleza para perseverar.
De aquí podemos aprender dos lecciones. Primera, que los maestros predicadores del Evangelio, juntamente con todas las iglesias, deben aprender a contemplar con mucho horror una profesión hipócrita y engañosa de la verdadera doctrina, sabiendo que se castiga con tanta severidad. Segunda, que este pasaje elimina el obstáculo con que tantas personas tropiezan y caen, al ver que algunos que anteriormente profesaban amor a Cristo y al Evangelio, no sólo caen en sus antiguas supersticiones, sino que (lo que es peor) son atraídos y confundidos por monstruosos errores. Pues por medio de tales ejemplos, Dios abiertamente sostiene la majestad del Evangelio, y abiertamente demuestra que no puede, en ninguna forma, soportar su profanación. Y es esto lo que la experiencia nos ha enseñado en todas las épocas. Todos los errores que han existido en la Iglesia cristiana desde el principio, emanaron de esta fuente. Pues sabido es que algunos por ambición, y otros por avaricia, extinguieron en su vida el verdadero temor de Dios. Una mala conciencia es, por tanto, la madre de todas las herejías; y vemos que un gran número de personas, que no habían abrazado la fe con honradez y sinceridad, se precipitaron como bestias brutas en los arrobamientos de los epicúreos, de modo que su hipocresía se hizo manifiesta. Y no sólo esto, sino que el desprecio a Dios prevalece universalmente, y las vidas libertinas y licenciosas, en casi todos los niveles sociales, demuestran que no hay o que sólo existe una mínima porción de integridad en el mundo; de suerte que hay una razón muy grande para temer que la luz que se ha encendido pueda extinguirse rápidamente, y que Dios pueda conceder el puro entendimiento del Evangelio solamente a unos cuantos.
Naufragaron. La metáfora, tomada del naufragio es sumamente apropiada; porque nos sugiere que, si deseamos llegar confiadamente a puerto seguro, nuestra carrera deberá ser guiada por una buena conciencia, pues de otra manera hay peligro de "naufragar"; es decir, hay peligro de que la fe se hunda en una mala conciencia, como por un remolino en un mar tempestuoso. ("¿Qué es la vida humana y todo su curso? Una navegación. No sólo somos viajeros, como la Escritura nos enseña (1 Ped. 2:11), sino que tampoco tenemos solidez Los que viajan, ya sea a pie o a caballo, tienen su camino firme y seguro; pero en el mundo, en lugar de ir a pie o a caballo, tenemos que viajar como si estuviéramos en el mar, porque no tenemos una base sólida. Somos como los que van en una barca, que siempre están a un paso de la muerte; y la barca es una especie de tumba, porque ven el agua por todas partes, lista para tragárselos. Pues, por una parte, está la fragilidad que llevamos dentro, que es más fluida que el agua; y luego todo lo que nos rodea es como agua, que fluye por todos lados, mientras que a cada minuto se levantan vientos y tempestades. Y si es así, ¿qué será de nosotros si no contamos con una buena barca o con un buen piloto?" Fr. Ser.)
20. De los cuales son Himeneo y Alejandro. El primero será mencionado otra vez en la segunda epístola, en !a cual también se dirá qué clase de naufragio tuvo; porque afirmó que la resurrección era pasada (2 Tim. 2:17,18). Hay razón para creer que Alejandro también fue atraído por este error tan absurdo. ¿Y nos asombraremos hoy si algunos son engañados por los ensalmos de Satanás, cuando vemos que uno de los compañeros de Pablo pereció en una caída tan espantosa?
Él menciona a ambos ante Timoteo como personas que éste conocía. Yo, por mi parte, no dudo que este Alejandro sea el mismo mencionado por Lucas, y que trató, sin conseguirlo, de reprimir la conmoción. Ahora bien, él era de Éfeso, y hemos afirmado que esta epístola fue escrita principalmente por causa de los efesios. Ahora ya sabemos cuál fue su fin; y al oírlo, mantengamos la posesión de nuestra fe mediante limpia conciencia, para que la retengamos firme hasta el final.
A quienes entregué a Satanás. Como ya mencioné en la explicación de otro pasaje (1 Cor. 5:5), hay algunos que interpretan esto dando a entender que ese extraordinario castigo fue impuesto a aquellas personas; y consideran esto como referencia a dunameis, "los poderes" mencionados por Pablo en la misma epístola (1 Cor. 12:28). Porque como los apóstoles estaban investidos con el don de sanidad, a fin de testificar del favor y de la bondad de Dios para con los piadosos; así también, contra los malos y rebeldes, estaban armados de poder, ya fuese para entregarlos al demonio para ser atormentados, o para imponer sobre ellos otros castigos. De este "poder", Pedro hizo una demostración con Ananías y Safira (Hch. 5:1), y Pablo, con el mago Barjesús (Hch. 13:6). Pero, por mi parte, yo más bien prefiero explicarlo como relacionado con la excomunión; porque la opinión de que el incestuoso corintio recibió otro castigo aparte de la excomunión, no se sostiene por ninguna conjetura probable.
Y, si por la excomunión Pablo lo entregó a Satanás, ¿por qué la misma forma de expresarse no ha de tener aquí en este pasaje la misma importancia? Además, esto explica muy bien la fuerza de la excomunión; porque dentro de la Iglesia Cristo retiene el trono de su reino, pero fuera de la misma no hay nada sino el dominio de Satanás. Por consiguiente, quien es expulsado de la Iglesia debe ser colocado por un tiempo bajo la tiranía de Satanás, hasta que, siendo reconciliado con la Iglesia, regrese a Cristo. Hago sólo una excepción: que, por la enormidad de la ofensa, él pudo haber pronunciado una sentencia de excomunión perpetua contra ellos; pero en ese punto no me aventuro a hacer una afirmación positiva.
Para que aprendan a no blasfemar. ¿Cuál es el significado de esta última cláusula? Es cierto que quienes han sido expulsados de la Iglesia se tomarán mayor libertad de acción, y siendo liberados del yugo de la disciplina ordinaria, se entregarán a una conducta descarada. Pero yo respondo, que no importa el grado de perversidad a que ellos se entreguen; las puertas se les cerrarán para que no contaminen al rebaño, porque el mayor daño que pueden causar los hombres perversos, es cuando se juntan con los demás bajo el pretexto de tener la misma fe. En cambio, el poder de dañar se les restringe cuando son marcados con el sello de la infamia pública, de modo que ninguno sea tan simple como para ignorar que estos hombres son irreligiosos y detestables, y que su compañerismo debe ser rehuido por todos. También, algunas veces, sucede que —siendo señalados por esta marca de desgracia— se hacen menos atrevidos y obstinados; y por tanto, aunque este remedio algunas veces los hace más perversos, sin embargo no es del todo ineficaz para dominar su fiereza.

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CAPITULO II

1. Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres;
2. por los reyes  y  por  todos  los  que  están  en  eminencia,  para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.
3. Porque   esto   es   bueno   y  agradable   delante  de  Dios  nuestro Salvador,
4. El cual quiere que todos los hombres sean salvos, y vengan al conocimiento  de  la  verdad.

1. Exhorto ante todo. Estos ejercicios de piedad nos mantienen y fortalecen en el culto sincero y en el temor de Dios, y también fomentan la buena conciencia de que Pablo había hablado. No inapropiadamente hace uso de la expresión ante todo, para denotar una inferencia; porque esas exhortaciones dependen del mandamiento que precede.
Que se hagan rogativas. Primero, habla de las oraciones públicas, las cuales manda que sean ofrecidas, no sólo por los creyentes, sino por toda la humanidad. Algunos podrían razonar dentro de sí en esta forma: "¿Por qué preocuparnos de la salvación de los incrédulos, con los cuales no tenemos nexos? ¿No es suficiente que nosotros, que somos hermanos, oremos mutuamente los unos por los otros, y encomendemos a Dios el resto de su Iglesia, ya que no tenemos nada que ver con los extraños?" Pablo prevé esta consideración perversa, y manda a los efesios que incluyan en sus oraciones a todos los hombres, y que no las limiten al cuerpo de la Iglesia.
Confieso que no entiendo completamente cuál es la diferencia entre tres de las cuatro clases de plegarías que Pablo enumera. La opinión expresada por Agustín, que tuerce las palabras de Pablo como para denotar las observaciones ceremoniales acostumbradas en aquel tiempo, es completamente pueril. Una explicación más sencilla es dada por aquellos que piensan que las "rogativas" son cuando pedimos ser librados de lo que es malo; las "oraciones" son cuando deseamos obtener algo provechoso; y las "peticiones", cuando deploramos delante de Dios los daños que hemos sufrido.
Sin embargo, yo, por mi parte, no puedo establecer la diferencia de manera tan ingenua; o, al menos, prefiero otro modo de distinguirlas.
Proseujai es el vocablo griego para toda clase de oraciones; y deesis denota aquellas formas de peticiones en que se pide algo concreto. De esta forma los dos vocablos concuerdan mutuamente en género y especie. Enteuxesis es la palabra empleada comúnmente por Pablo para significar aquellas oraciones que ofrecemos los unos por los otros La palabra empleada en la traducción latina es intercesiones, "intercesiones". No obstante, Platón, en su segundo diálogo, intitulado Alcibíades, la usa en diferente sentido, para indicar una petición definida ofrecida por una persona en favor de sí misma; y en cada inscripción del libro, y en muchos pasajes, él demuestra llanamente, como he dicho, que proseuje es un término general. ("Dernesis, si nos fijamos en su sentido etimológico, se deriva de apo tou deisthai, «de estar en necesidad», y es una petición por eso ou deometba, «que necesitamos».. Esto lo define muy correctamente Gregorio Nacianceno en su XV Oda Jámbica: Deesin oíou aitesm endeon, «considera que cuando te falta algo, tu petición es deesis». Si otra vez nos fijamos en el uso común de la palabra, es «una petición de un beneficio». Mi opinión es que los diferentes nombres expresan la misma cosa, vista bajo diferentes aspectos. Nuestras oraciones son llamadas deesis, en tanto que por medio de ellas declaramos a Dios nuestra necesidad; porque deesthai es «estar necesitado». Son proseujai, en tanto que contienen nuestros deseos. Son altérnala, en cuanto expresan peticiones y deseos. Son enteuxeis, en tanto que Dios nos permite acercarnos a Él, no con timidez, sino en una forma familiar; porque enteuxis es una conversación familiar y una entrevista." Witsio, Sobre la Oración del Señor.)
Empero, para no detenernos más de lo necesario en un asunto que no es esencial, Pablo, en mi opinión, simplemente ordena que siempre que se eleven oraciones públicas, deberán hacerse peticiones y rogativas por todos los hombres, aun por aquellos que por el momento no estén relacionados con nosotros. Y no obstante, esta acumulación de palabras no es superflua; pues me parece que Pablo intencionalmente junta estos tres términos con el mismo objeto, es decir, a fin de recomendar con más ahínco, y pedir con más vehemencia, las oraciones intensas y constantes.
Y acciones de gracias. En cuanto a este término, no existe oscuridad; porque así como nos pide que supliquemos a Dios por la salvación de los pecadores, así también quiere que demos gracias por su éxito y prosperidad. Esa admirable bondad que manifiesta diariamente, cuando "hace que su sol salga sobre malos y buenos" (Mt. 5:45), vale la pena agradecerla; y el amor a nuestros prójimos debe extenderse también a quienes no lo merecen.
2. Por los reyes. Él expresamente menciona reyes y otros magistrados, porque, más que todos los demás, ellos podrían ser odiados por los cristianos. Todos los magistrados que existían en aquel tiempo eran enemigos acérrimos de Cristo; y por lo tanto se les podría ocurrir este pensamiento: que no deberían orar por aquellos que dedicaban todo su poder y toda su riqueza para combatir contra el reino de Cristo, cuya extensión sobrepasa a todo lo que se puede desear de Dios no deba ser acatada. Por consiguiente, sabiendo que Dios designó magistrados y príncipes para la preservación de la humanidad, y pese a la deficiencia con que ellos ejecuten el cometido divino, no debemos por eso dejar de amar lo que pertenece a Dios, y desear que permanezca en vigor. Ésta es la razón por la que los creyentes, en cualquier país donde vivan, no sólo deben obedecer las leyes y el gobierno de los magistrados, sino que en sus oraciones deben también suplicar a Dios por la salvación de sus gobernantes. Jeremías dijo a los israelitas: "Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice traspasar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros la paz" (Jer. 29:7). La doctrina universal es ésta: que debemos desear la continuación y el estado pacífico de aquellos gobiernos que han sido designados por Dios.
Para que vivamos quieta y reposadamente. Al demostrar la superioridad, él ofrece un aliciente más; porque enumera los frutos que nos produce un gobierno bien ordenado. El primero es una vida quieta; porque los magistrados están armados con la espada, a fin de conservarnos en paz. Si ellos no frenasen la temeridad de los hombres perversos, por todas partes abundarían los robos y asesinatos. El verdadero camino para mantener la paz se logra, pues, cuando cada cual obtiene lo que le pertenece, y cuando la violencia de los más poderosos es frenada.
En toda piedad y honestidad. El segundo fruto es la preservación de la piedad, es decir, cuando los magistrados se dedican a promover la religión, a mantener el culto divino, y a cuidar de que las ordenanzas sagradas sean acatadas con la debida reverencia. El tercer fruto es el cuidado de la honestidad pública; porque también incumbe a los magistrados impedir que los hombres se entreguen a asquerosas brutalidades y a actuaciones perversas y, por el contrario, promover la decencia y la moderación. Si estas tres cosas se suprimiesen ¿cuál sería la condición de la vida humana? Si somos, pues, movidos por la solicitud en favor de la paz social, o de la piedad, o de la decencia, recordemos que también debemos ser solícitos en favor de aquellos por cuya instrumentalidad obtenemos tan distinguidos beneficios.
De esto concluimos, que los fanáticos que desean eliminar a los magistrados están desprovistos de todo sentimiento humanitario, y no respiran otra cosa sino cruel barbarie. ¡Cuánta diferencia hay entre decir que debemos orar por los reyes, a fin de que la justicia y la honestidad prevalezcan, y decir que, no sólo el poder real, sino todo gobierno, se oponen a la religión! Creemos que el Espíritu de Dios es el autor del primer sentimiento; y el del último, en cambio, debe de ser el demonio.
Mas si alguno pregunta: ¿Debemos orar por los reyes de quienes no obtenemos ninguna de estas ventajas?, yo respondo: el objeto de nuestra oración es que, guiados por el Espíritu de Dios, ellos comiencen a impartirnos aquellos beneficios de los cuales anteriormente nos habían privado. Es, pues, nuestro deber, no sólo orar por aquellos que ya son dignos, sino porque Dios haga buenos a los hombres malos. Debemos guiarnos siempre por este principio: que los magistrados fueron designados por Dios para salvaguardar la religión, así como para mantener la paz y la decencia de la sociedad, exactamente en la misma forma que la tierra fue designada para producir alimento. ("Ni más ni menos como la tierra fue destinada para producir lo apropiado para nuestra nutrición.") Por consiguiente, cuando le pedimos a Dios nuestro pan de cada día, le pedimos que fertilice la tierra con su bendición; así tocante a aquellos beneficios de que ya hemos hablado, debemos considerar los medios ordinarios que Él ha designado en su providencia para otorgarlos.
A esto hay que añadir que, si nos vemos privados de aquellos beneficios cuya comunicación Pablo asigna a los magistrados, es por nuestra propia culpa. Es la ira de Dios lo que hace que los magistrados nos sean inútiles, en la misma forma que hace que la tierra se vuelva estéril; y, por lo tanto, debemos orar por la remoción de aquellos castigos que nos han venido a causa de nuestros pecados.
Por otra parte, los príncipes, y todos los que tienen el oficio de la magistratura, son aquí advertidos de sus deberes. No es suficiente si, al dar a cada cual lo que le corresponde, ellos reprimen los actos de violencia, y mantienen la paz; sino que deben en la misma forma esforzarse en promover la religión, y regular la moral mediante una sana disciplina. La exhortación de David (Sal. 2:12) a "besar al Hijo", y la profecía de Isaías para que sean ayos de la Iglesia (Is. 49:23), no están ahí sin objeto; y, por lo tanto, ellos no tienen derecho a favorecerse a sí mismos, si descuidan prestar su apoyo para mantener el culto a Dios.
3. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios. Pablo, después de haber enseñado que lo que impuso es útil, presenta ahora un argumento más poderoso: que agrada a Dios; porque cuando sabemos su voluntad, ésta debe tener la fuerza de todas las razones posibles. Por bueno él indica lo que es propio y lícito; y, puesto que la voluntad de Dios es la norma por la que tenemos que regular todos nuestros deberes, él demuestra que es recto porque agrada a Dios.
Este pasaje es muy digno de nuestra consideración; primero, sacamos de él la enseñanza general de que la verdadera norma para actuar bien y con propiedad es acatar y esperar en la voluntad de Dios, y no emprender nada sino lo que Él aprueba. Segundo, se ha dado aquí igualmente una regla para la oración piadosa, a saber, que debemos seguir a Dios como nuestro guía, y que todas nuestras oraciones deben ser reguladas por Su voluntad y Su mandato. Si hubieran concedido la fuerza debida a este argumento, las oraciones de los papistas, en la actualidad, no sufrirían tantas corrupciones. ¿Pues, como probarán que tienen la autoridad divina para acudir a los muertos como sus intercesores, o para orar por los muertos? En suma, de todas sus formas de orar, ¿qué cosa podrán señalar que agrade a Dios?
4. El cual quiere que todos los hombres sean salvos. De aquí se sigue una confirmación del segundo argumento; ¿y qué cosa podrá haber más razonable sino que todas nuestras oraciones estén en conformidad con este decreto de Dios?
Y vengan al conocimiento de la verdad. Finalmente, Pablo demuestra que Dios tiene en el corazón la salvación de todos, porque Él invita a todos al reconocimiento de su verdad. Este argumento pertenece a esa clase en que la causa se prueba por el efecto; porque, si "el Evangelio es potencia de Dios para la salvación de todo aquel que cree" (Rom. 1:16), es cierto que todos aquellos a quienes se dirige el Evangelio son invitados a la esperanza de la vida eterna. En suma, como el llamamiento es una prueba de la elección secreta, así aquellos a quienes Dios hace partícipes de su Evangelio son admitidos por Él a poseer la salvación; porque el Evangelio nos revela la justicia de Dios, la cual es segura entrada a la vida.
De aquí podemos ver la pueril locura de aquellos que nos presentan este pasaje como opuesto a la predestinación. "Si Dios", dicen ellos, "quiere que todos los hombres sean salvos sin discriminación, es falso que algunos estén predestinados por Su eterno propósito para la salvación, y otros lo estén para la perdición". Ellos pudieran haber tenido alguna base para decir esto, si Pablo estuviese hablando aquí de los hombres en lo individual; y aunque así fuera, no careceríamos de los medios para responder a este argumento; porque, aunque la voluntad de Dios no debe ser juzgada por sus ocultos decretos, cuando Él nos los revela mediante señales externas, con todo, no puede deducirse, de ninguna manera, que Él no haya determinado consigo mismo lo que se propone hacer con cada individuo en lo personal.
Pero no añadiré más sobre este tema, porque nada tiene qué ver con este pasaje; pues el Apóstol simplemente quiere decir que no hay pueblo ni rango en el mundo que quede excluido de la salvación; porque Dios quiere que el Evangelio sea proclamado a todos sin excepción. Ahora bien, la predicación del Evangelio da vida; y de aquí justamente concluye el Apóstol que Dios invita a todos igualmente a participar de la salvación. Empero el presente discurso se relaciona a clases de hombres, y no a personas en lo individual; porque su solo objeto es incluir en este número príncipes y naciones extranjeras. Que Dios quiere que la doctrina de la salvación sea disfrutada por ellos así como por otros, se hace evidente por los pasajes ya citados, y por otros pasajes de naturaleza semejante. No sin una buena razón se dijo: "Ahora reyes, entended"; y otra vez, en el mismo Salmo: "Yo te daré los gentiles por heredad, y por posesión tuya los términos de h tierra" (Sal. 2:8,10).
En suma, Pablo procuró demostrar que es nuestra obligación considerar, no qué clase de personas fueron los príncipes en aquel tiempo, sino 'o que Dios quería que fuesen. Ahora bien, el deber que brota de ese amor que debemos a nuestro vecino es ser solícitos y esforzarnos por la salvación de todos los que Dios incluye en su llamamiento, y dar fe de esto por medio de nuestras oraciones.
Con el mismo objeto llama él a Dios nuestro Salvador; porque así fue predicho en los profetas, tocante a todas las clases y a todas las naciones.

5. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,
6. el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.
7. Para esto yo fui constituido predicador y apóstol (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad.

5. Porque hay un solo Dios. Si no hubiera hecho una transición desde Dios hasta los hombres, este argumento de que Dios desea que todos los hombres sean salvos, porque Él es uno, pudiera, a primera vista, no parecer fuerte. Crisóstomo, y otros después de él, lo consideran en el mismo sentido de que no hay muchos dioses, como se imaginan los idólatras. Mas yo pienso que la intención de Pablo era diferente, y que hay aquí una comparación implícita de un Dios con todo el mundo y con las diferentes naciones, y de tal comparación surge una perspectiva de ambos, en tanto que mutuamente se consideran el uno al otro. En la misma forma dice el Apóstol: "¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles" (Rom. 3:29). Por consiguiente, cualquiera que haya sido la diferencia existente entre los hombres en aquel tiempo, porque muchas clases y muchas naciones eran extrañas a la fe, Pablo trae a la memoria de los creyentes la unidad de Dios, para que sepan que ellos están relacionados con todos; porque hay un Dios de todos para que sepan que quienes están bajo el poder del mismo Dios no son excluidos para siempre de la esperanza de la salvación.
Y un solo mediador entre Dios y los hombres. Esta cláusula es de igual importancia que la anterior; porque, así como hay un Dios, el Creador y el Padre de todos, así dice él que sólo hay un mediador, ("Se dice que Cristo es un solo Mediador en el mismo sentido que se dice que Dios es un solo Dios. Así como hay sólo un Creador del hombre, así también hay sólo un Mediador para los hombres. Como Dios es el Dios de todos los que murieron antes de que Cristo viniera, también lo es de todos los que murieron después; como Cristo es el Mediador de todos los que murieron antes de Su venida, también lo es de aquellos que vieron Su día. Ellos tuvieron a Cristo por Mediador, o algún otro; pero no pudieron tener a otro porque no hay más que uno. Ellos también pudieron haber tenido otro Creador aparte de Dios, así como otro Mediador aparte del hombre Cristo Jesús. Respecto a la antigüedad de Su mediación, Él es representado desde la creación del mundo como el Mediador que camina «en medio de los siete candeleros de oro», con «sus cabellos tan blancos como la lana blanca», característica de la ancianidad (Apoc. 1:14). Así se representa a Dios con relación a su eternidad (Dan. 7:9). No hay sino un sólo Dios desde la eternidad, y un Mediador, cuyo oficio tiene la misma fecha que la fundación del mundo, y corre paralelo con él." Charnock.), por quien tenemos acceso al Padre; y que este Mediador fue dado, no sólo a una nación o a un pequeño número de personas de cierta clase particular, sino a todos; porque el fruto del sacrificio, por el cual Él hizo expiación por los pecados, se extiende a todos. Muy especialmente porque una gran parte del mundo estaba en aquel tiempo alejada de Dios, él menciona expresamente al Mediador, por quien los que estaban lejos, ahora están cerca.
El término universal todos debe referirse siempre a clases de hombres, y no a personas; como si dijera que no sólo judíos, sino gentiles también, no sólo personas de humilde rango, sino también príncipes, fueron redimidos por la sangre de Cristo. Puesto que él desea que el beneficio de la muerte de Cristo sea coman a todos, toma como insulto la actitud de aquellos que con su opinión, privan a alguien de la esperanza de la salvación.
Jesucristo hombre. Cuando declara que Cristo es "hombre", el Apóstol no niega que el Mediador sea Dios; pero, queriendo señalar el vínculo de nuestra unión con Dios, menciona la naturaleza humana más bien que la divina. Desde un principio, los hombres, inventando para ellos mismos este o aquel mediador, se apartaron más de Dios; y la razón fue que, estando predispuestos por el error de que Dios estaba muy distante de ellos, no sabían a dónde volverse. Pablo remedia este mal, cuando dice que Dios está con nosotros; porque Él ha descendido hasta nosotros, de suerte que no necesitamos buscarle arriba de las nubes. Lo mismo se dice en Hebreos 4:15: "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado".
Y, en verdad, si quedase profundamente grabado en el corazón de todos que el Hijo de Dios nos tiende la mano de hermano, y que estamos unidos a Él por el compañerismo de nuestra naturaleza, para que, desde nuestra baja condición, Él pueda levantarnos hasta el cielo, ¿quién no decidiría andar en este camino recto, en vez de vagar por sendas inciertas y tempestuosas? Por consiguiente, siempre que tengamos que orar a Dios, y pensemos en su elevada e inasequible majestad, para que no retrocedamos por temor a ella, recordemos a "Jesucristo hombre", que amante nos invita, y nos lleva de la mano para que el Padre, que antes había sido objeto de terror y alarma, sea reconciliado por Él con nosotros y se convierta en nuestro amigo. Ésta es la única llave que nos abre la puerta del reino celestial, para que podamos presentarnos ante Dios con entera confianza.
De aquí vemos que Satanás ha seguido este procedimiento en todas las edades, con el fin de desviar a los hombres del sendero recto. No quiero hablar de los diferentes métodos por los cuales, antes de la venida de Cristo, él enajenó las mentes de los hombres para que se forjaran sus propios sistemas de acercarse a Dios. Hablaré de la Iglesia cristiana cuando Cristo, al mero principio, estaba fresco en la memoria de los hombres, y cuando en la tierra todavía resonaba la deliciosamente suave palabra de su boca: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar" (Mt. 11:28); ya entonces hubo, no obstante, algunas personas expertas en el engaño, que metieron ángeles en Su lugar como mediadores; lo cual es evidente en Colosenses 2:18. Pero lo que Satanás en aquel tiempo proyectó secretamente, lo llevó a cabo en tal forma durante el papado, que difícilmente una persona entre mil reconocía a Cristo como el Mediador, aun siquiera de palabra. Y entretanto que Su nombre estaba olvidado, la realidad de Su persona era todavía más desconocida.
Ahora bien, a pesar de que Dios levantó a maestros tan buenos y fieles, que laboraron por restaurar y traer a la memoria de los hombres aquellos grandes y bien conocidos principios de nuestra fe, los sofistas de la iglesia de Roma han recurrido a toda clase de inventos para obscurecer un punto que es tan claro. Primero, el nombre del Salvador es tan odioso para ellos, que si alguno menciona a Cristo como Mediador, sin fijarse en los santos, cae instantáneamente bajo sospecha de herejía. Más, porque no se atreven a rechazar completamente lo que Pablo enseña en este pasaje, ellos lo eluden mediante la explicación insensata de que Él es llamado "un mediador", y no "el único mediador". Como si el Apóstol hubiera mencionado a Dios como a uno entre una enorme multitud de dioses; pues las dos cláusulas están relacionadas estrechamente, que "hay un solo Dios y un solo mediador"; por lo tanto, aquellos que colocan a Cristo como "un mediador" entre muchos, deben aplicar la misma interpretación al hablar de Dios. ¿Acaso se atreverían a destrozar la gloria de Cristo si no estuvieran impulsados por su ciega ira y por su desfachatez?
Hay otros que se creen más ingeniosos, y que hacen esta distinción: que Cristo es el único mediador de la redención, mientras que afirman que los santos son mediadores de la intercesión. Pero la locura de estos intérpretes es reprobada por la trascendencia del pasaje, en el cual el Apóstol habla expresamente acerca de la oración. El Espíritu Santo nos manda orar por todos, porque nuestro único Mediador admite a todos los que se acercan a Él; justamente así como por su muerte reconcilió a todos con el Padre. "Y sin embargo, aquellos que con sacrilegio tan desafiante despojan a Cristo de Su honor, desean ser considerados como cristianos.
Empero se objeta que esto tiene la apariencia de una contradicción; porque en este mismo pasaje Pablo nos manda interceder por los demás, mientras que en la Epístola a los Romanos declara que la intercesión pertenece únicamente a Cristo (Rom. 8:34). Yo respondo: las intercesiones de los santos, por las cuales ellos se ayudan mutuamente en sus pláticas con Dios, no contradicen la doctrina de que todos tienen únicamente un solo Intercesor; porque las oraciones de un hombre no son escuchadas a favor de sí mismo, o a favor de otro, a menos que confíe en Cristo como su abogado. Cuando intercedemos los unos por los otros, estamos muy lejos de hacer a un lado la intercesión de Cristo, que a Él solo le pertenece; pues se da la mayor seguridad y la mayor importancia a esa intercesión.
Algunos pensarán, en efecto, que será fácil que nosotros lleguemos a un acuerdo con los papistas, si colocan por abajo de la intercesión de Cristo, todo lo que atribuyen a los santos. Éste no es el caso; pues la razón por la que ellos transfieren a los santos el oficio de la intercesión, es porque se imaginan que de otra manera se ven privados de un abogado. Es opinión común entre ellos, que nosotros necesitamos intercesores, porque somos indignos de presentarnos delante de Dios por nosotros mismos. Al hablar en esta forma, ellos despojan a Cristo de este honor. Además, es una horrible blasfemia atribuir a los santos la excelencia de procurarnos el favor de Dios; pues todos los profetas, y los apóstoles, y mártires, y aun los mismos ángeles, están muy lejos de reclamar para sí tales prerrogativas, siendo que ellos también tienen necesidad de la misma intercesión que nosotros.
Nuevamente, es un mero sueño, originado en su propio cerebro, que los muertos intercedan por nosotros; y, por tanto, basar nuestras oraciones en esto es quitar por completo la confianza en nuestra invocación a Dios. Pablo establece como regla para invocar a Dios en la forma apropiada, la fe basada en la Palabra de Dios (Rom. 10:17). Entonces, todo lo que los hombres piensan sin la autoridad de la Palabra de Dios, será rechazado por nosotros.
Empero para no detenernos en este tema más de lo necesario al explicar el pasaje, recapitulémoslo en esta forma: que aquellos que verdaderamente han entendido la misión de Cristo estarán satisfechos con tenerlo a Él solo, y que nadie se forjará mediadores a su antojo, sino aquellos que no conocen a Dios ni a Cristo. De aquí concluyo, que la doctrina de los papistas que obscurece y casi nulifica la intercesión de Cristo, e introduce pretendidos intercesores sin ningún apoyo de las Escrituras, está llena de una perversa desconfianza, y de una descabellada temeridad.
6. El cual se dio a sí mismo en rescate por todos. ("Se dio a sí mismo antilutron huper, «un rescate por» todos. Si esto no implica la idea vicaria, dudo mucho que el lenguaje pueda expresarla. Lutron es un rescate, que da a entender un sentido vicario, en su acepción más común y autorizada. Anti, que equivale a en lugar de, determina y fortalece la idea en forma más plena todavía. (Anti, Mt. 2:22). Con esta palabra la Septuaginta tradujo el vocablo hebreo tajat. Y que tajat denota la sustitución de uno en lugar de otro, ningún estudiante de hebreo se atreverá a negarlo (véase Gn. 22:13; 2 Sam. 18:33; 2 Rev. 10:24). Huper, que se traduce por y denota una sustitución de uno en lugar de otro; y esto, agregado a lo demás, vuelve la expresión determinada y enfática para el propósito posible que tienen las palabras. Así escribe Clemente Romano: «Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros, y su carne por nuestra carne, y su alma por nuestra alma» (Ef. 1 y a los Corintios). Exactamente para el mismo fin, Justino Mártir se expresa: «Él dio a su propio Hijo en rescate (huper) por nosotros, el santo por los transgresores, el impecable por los pecadores, el justo por los injustos, el inmortal por los mortales» (Ep. a Diog.).a Herveys Theron and Aspasio. El mencionar la redención en este pasaje no es superfluo, porque hay una relación necesaria entre las dos cosas: el sacrificio de la muerte de Cristo y su continua intercesión (Romanos 8:34). Éstas son las dos partes de Su sacerdocio: porque, cuando a Cristo se le llama nuestro sacerdote, es en este sentido: que Él una vez hizo la expiación por nuestros pecados mediante su muerte, para reconciliarnos a Dios; y ahora, habiendo entrado en el santuario del cielo, aparece en presencia del Padre, a fin de obtener gracia para nosotros, para que podamos ser escuchados en Su nombre (Salmo 110:4; Heb. 7:17). Pablo expone ahora el atroz sacrilegio de los papistas, quienes, al convertir a los santos muertos en compañeros de Cristo en este oficio, transfieren a ellos, en igual forma, la gloria del sacerdocio. Leed el cuarto capítulo de la Epístola a los Hebreos, hacia la conclusión, y al principio del capítulo quinto, y encontraréis lo que yo sostengo: que la intercesión por la cual Dios es reconciliado a nosotros se basa en el sacrificio; lo cual, ciertamente, se demuestra mediante todo el sistema del antiguo sacerdocio.
Se sigue, por tanto, que es imposible arrancar a Cristo cualquier parte de su oficio como intercesor, y conferirlo a otros, sin despojarlo del título del sacerdocio.
Además, cuando el Apóstol lo llama antilutron, "un rescate", ("Cuando él le llama Rescate o Precio de nuestra redención". "Cristo vino a entregar su vida como lutron. Ahora bien, lutron propiamente denota el rescate pagado, a fin de librar a cualquiera de la muerte, o su equivalente, cautividad; o de cualquier castigo en general. Se ha probado satisfactoriamente que, tanto entre judíos como entre gentiles, se aceptaban víctimas particulares como rescate por la vida de un delincuente, y para expiar por su delito. El antilutron de este pasaje es un término más fuerte que el lutron de Mateo 20:28, y está bien explicado por Hesiquio, antidotan, implicando la sustitución, al sufrir el castigo una persona por otra. Véase 1 Cor. 15:3; 2 Cor. 5:21; Tit. 2:14; 1 Ped. 1:18." Bloomfield.), echa por tierra todas las demás satisfacciones. Sin embargo, no ignoro los perjudiciales inventos de los papistas, quienes pretenden que el precio de la redención, que Cristo pagó con su muerte, nos es aplicado por medio del bautismo, de modo que el pecado original desaparece, y que después somos reconciliados con Dios mediante satisfacciones. En esta forma ellos limitan a un corto tiempo, y a una sola clase, el beneficio que fue universal y perpetuo. Empero una completa ilustración de este tema se encontrará en la "Institución".
De lo cual se dio testimonio a su debido tiempo; es decir, a fin de que la gracia pudiese ser revelada en el tiempo designado. La frase, por todos, que el Apóstol había usado, pudo haber dado lugar a que surgiera la pregunta: "¿Por qué, pues, Dios había escogido a un pueblo peculiar, si Él se reveló como un Padre reconciliado para con todos sin ninguna distinción, y si la sola redención por Cristo fue común a todos?" Pablo suprime todo motivo para esa pregunta, relacionando al propósito de Dios el tiempo adecuado ("El tiempo adecuado y la estación propicia".), para revelar su gracia. Porque si nos maravillamos de que en invierno los árboles se despojen de su follaje, los campos se cubran de nieve, y las praderas se endurezcan por la escarcha; y que, al calor afable de la primavera, lo que aparecía por un tiempo como muerto, comience a revivir, porque Dios designó las estaciones para que se sucedieran una tras otra, ¿por qué no hemos de conceder la misma autoridad a su providencia en otros asuntos? ¿Acusaremos a Dios de inestabilidad, porque realiza, en el tiempo apropiado, lo que siempre había determinado y ordenado en su propia mente?
Por consiguiente, aunque vino de repente al mundo, y era del todo inesperado que Cristo fuese revelado como Redentor de judíos y gentiles sin distinción, no pensemos que fue repentino con respecto a Dios; mas por el contrario, aprendamos a someter todo nuestro sentido a su maravillosa providencia. El resultado será que no habrá nada que proceda de Él que no nos parezca sumamente oportuno. Por esto, hallamos frecuentemente dicha amonestación en los escritos de Pablo, y especialmente cuando trata del llamamiento de los gentiles; por lo cual, en aquel tiempo, a causa de la novedad, muchas personas se espantaron y se quedaron casi confundidas. Aquellos que no están satisfechos con esta solución de que Dios, mediante su sabiduría oculta, arregló la secesión de las estaciones, un día sentirán que, en el tiempo que piensan que Él estaba inactivo, estaba preparando un infierno para los preguntones.
7. Para esto yo fui constituido. Para que no piensen que hace aseveraciones imprudentes sobre un tema que él no entendía bien, afirma que Dios lo ha designado para este fin: para que conduzca a los gentiles, quienes anteriormente se encontraban alejados del reino de Dios, a que participen de los bienes del Evangelio; porque su apostolado tiene el fundamento firme del llamamiento divino. Y por esta causa trabaja él afanosamente para defenderlo, ya que hay muchos que lo recibieron con no poca dificultad.
Digo verdad en Cristo, no miento. Pablo emplea un juramento o protesta, como en un asunto de extraordinaria ponderosidad e importancia, afirmando que él es un maestro de los gentiles, y que lo es en fe y en verdad. Estas dos cosas denotan una buena conciencia; pero no obstante, él debe descansar sobre la certeza de la voluntad de Dios. Así Pablo indica que predica el Evangelio a los gentiles, no sólo con afecto puro, sino también con una conciencia recta y osada; porque no hace nada excepto por el mandato de Dios.

8. Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda.
9. Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos,
10. sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad.

8. Quiero, pues, que los hombres oren. Esta inferencia depende de la información precedente, porque, como vimos en la Epístola a los Calatas, tenemos que recibir el "Espíritu de adopción", para que podamos invocar a Dios en forma adecuada. Así, después de haber mostrado a todos la gracia de Cristo, y después de haber mencionado que él fue dado a los gentiles con el determinado fin de que ellos también disfrutasen del mismo beneficio de la redención juntamente con los judíos, invita a todos a que oren en la misma forma; porque la fe conduce a invocar a Dios. De aquí que él demuestre en Romanos 15:9 el llamamiento de los gentiles mediante estos pasajes: "Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben" (Sal. 67:5). De nuevo: "Alabad a Jehová, naciones todas" (Sal. 117:1). Y otra vez: "Por tanto yo te confesaré entre las naciones, oh Jehová (Sal. 18:49). El argumento esencial se mantiene válido, de la fe a la oración, y de la oración a la fe, ya sea que razonemos de la causa al efecto, o del efecto a la causa. Esto es digno de observación, porque nos recuerda que Dios se revela a nosotros en su Palabra, para que le invoquemos; y éste es el entrenamiento principal de nuestra fe.
En todo lugar. Esta expresión tiene la misma importancia que al principio de la Primera Epístola a los Corintios: "Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (1 Cor. 1:2), de suerte que ahora no hay diferencia entre judío y gentil, entre griego y bárbaro, porque todos en común tienen a Dios por Padre; y en Cristo se ha cumplido ahora lo que Malaquías había predi-cho: que no sólo en Judea, sino por todo el mundo, se ofrecen sacrificios limpios (Mal. 1:11).
Levantando manos santas. Como si dijera: "A condición de que esto vaya acompañado de una buena conciencia, no habrá nada que impida que todas las naciones invoquen a Dios por todas partes". Empero él ha empleado el símbolo en vez de la realidad, porque las "manos santas" son las expresiones de un corazón puro; así como, por otra parte, Isaías reprende a los judíos por levantar "manos llenas de sangre", cuando ataca su crueldad (Is. 1:15). Además, esta actitud ha sido empleada generalmente en el culto durante todos los siglos; porque es un sentimiento que la naturaleza ha implantado en nosotros, cuando pedimos a Dios, vueltos hacia arriba; y esto ha sido siempre tan poderoso, que aun los mismos idólatras, aunque en otros respectos hagan un dios de madera o de piedra, sin embargo retuvieron la costumbre de levantar sus manos al cielo. Aprendamos pues que la actitud va de acuerdo con la verdadera piedad, a condición de que sea acompañada de la correspondiente verdad que se representa por ella; es decir, que, habiendo sido informados de que debemos buscar a Dios en el cielo, primero, no debemos formarnos la idea de que Él sea terrenal o carnal; y, segundo, que hagamos a un lado los efectos carnales, de modo que nada impida que nuestro corazón se eleve por encima del mundo. Mas los idólatras e hipócritas, cuando elevan sus manos en oración, son como los changos; que al mismo tiempo que profesan, mediante el símbolo externo, que su mente está vuelta hacia arriba, los primeros se aferran a la madera y a la piedra, como si Dios estuviera contenido en ellas; y los últimos, envueltos ya en inútiles ansiedades, ya en pensamientos perversos, se adhieren a la tierra; y por lo tanto, mediante un gesto de significado opuesto, dan testimonio contra sí mismos. ("Dando una apariencia contraria a lo que está en su corazón."
Sin ira. Algunos explican esto como significando un estallido de indignación, cuando la conciencia lucha contra sí misma, y, por decirlo así, pelea con Dios, lo cual comúnmente ocurre cuando la adversidad nos oprime duramente; porque entonces nos enfadamos de que Dios no nos mande ayuda inmediata, y nos turbamos por la impaciencia. Nuestra fe también es sacudida por varios asaltos; porque, como consecuencia de que Su ayuda no es visible, nos sobrecogen las dudas, de que cuide o no de nosotros, o de que quiera salvarnos, y cosas semejantes.
Aquellos que asumen esta posición piensan que la palabra contendiendo denota esa alarma que proviene de la duda. Así, de acuerdo con ellos, el significado sería, que debemos orar con una conciencia tranquila y con una confianza segura. Crisóstomo y otros piensan que el Apóstol demanda aquí que nuestra mente esté en calma y libre de sentimientos de ansiedad tanto para con Dios como para con los hombres; porque no hay nada que tienda tanto a impedir la invocación pura a Dios como las reyertas y contiendas. Por este motivo, Cristo ordena que si alguno tiene enemistad contra su hermano debe ir y reconciliarse con él antes de llevar su ofrenda al altar.
Por mi parte, reconozco que ambas opiniones son correctas; mas cuando tomo en consideración el contexto de este pasaje, no dudo que Pablo estuviera pensando en las disputas que surgieron de la indignación de los judíos por tener a los gentiles como iguales a ellos, por lo cual ellos iniciaron una controversia tocante al llamamiento de los gentiles, y llegaron a un extremo tal que los querían rechazar y excluir de la participación de la gracia. Pablo, por lo tanto, desea que los altercados de esta naturaleza se eviten, y que todos los hijos de Dios de toda nación y país oren a Dios con un solo corazón. Con todo, no hay nada que nos impida sacar de esta afirmación particular una enseñanza general.
9. Asimismo que las mujeres. Así como ordenó a los hombres levantar manos santas, así ahora prescribe la forma en que las mujeres deben prepararse para orar correctamente. Y parece haber un contraste implícito entre aquellas virtudes que él recomienda, y la santificación externa de los judíos; porque insinúa que no existe lugar profano, ni sitio alguno donde tanto hombres como mujeres no puedan acercarse a Dios, a condición de que no sean rechazados por sus vicios.
Pablo trató de aprovechar la oportunidad para corregir un vicio al cual casi todas las mujeres se inclinan, ya que en Éfeso, siendo una ciudad de mucha riqueza y mercaderías, abundaba especialmente. El vicio es el de la excesiva avidez y deseos de vestirse lujosamente. Él desea, pues, que su forma de vestir sea regulada por la modestia y la sobriedad; porque el lujo y los gastos inmoderados emanan de sus deseos de exhibición, ya sea por causa del orgullo, o por haberse apartado de la castidad. Y de aquí debemos sacar la norma de moderación; porque, ya que el asunto de vestir es cosa pasajera (como son todas las cosas externas), es difícil fijar un límite, para saber hasta dónde podemos llegar. Los gobernantes pueden ciertamente hacer leyes, por medio de las cuales el furor por los gastos superfluos puede restringirse hasta cierto punto; pero los maestros piadosos, cuya misión es guiar las conciencias, deben tener siempre presente el fin de los usos lícitos. Esto al menos deberá solucionarse indiscutiblemente: que todo lo relacionado con el vestido que no esté de acuerdo con la modestia y la sobriedad tendrá que rechazarse.
Sin embargo, debemos siempre comenzar con las disposiciones; porque donde reina el libertinaje, no habrá castidad; y donde reina la ambición, no habrá modestia en el vestido externo. Mas por cuanto los hipócritas comúnmente se valen de todos los pretextos que pueden encontrar para ocultar sus perversas inclinaciones, nos vemos obligados a señalar lo que observamos. Sería mucha bajeza negar lo apropiado de la modestia como el adorno peculiar y constante de las mujeres virtuosas y castas, o el deber de todas de observar la moderación. Todo lo que se oponga a estas virtudes no podrá justificarse. Pablo critica expresamente ciertas clases de superfluidad, tales como el pelo rizado, las joyas y los anillos de oro; y no es que prohiba expresamente el uso del oro o de las joyas, sino que, siempre que se exhiben de manera ostentosa, por lo regular traen consigo otros males que he mencionado, provenientes de la ambición o de la falta de castidad.
10. Como corresponde a mujeres; porque indudablente el vestido de una mujer piadosa y recatada debe ser diferente al de una ramera. Lo que él establece son marcas de distinción; y si la piedad ha de testificarse con las buenas obras, esta virtud tiene que hacerse visible en castidad y vestidos decorosos.

11. La  mujer  aprenda  en  silencio,  con  toda  sujeción.
12. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.
13. Porque Adán  fue  formado  primero,  después  Eva;
14. y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión.
15. Pero se salvará engendrando   hijos, si permaneciere   en   fe, amor y santificación, con modestia.

11. La mujer aprenda en silencio. Después de hablar del vestido, ahora añade con qué clase de modestia las mujeres tienen que conducirse dentro de la santa congregación. Y primero ordena que aprendan quietamente; porque quietud significa silencio, para que no se ocupen de hablar en público. Esto lo explica inmediatamente y con mayor claridad, al prohibirles enseñar.
12. Porque no permito a la mujer enseñar. No es que les prohíba enseñar a su familia, sino que únicamente las excluye de la misión de enseñar, la cual Dios ha encargado únicamente a los hombres. Sobre este tema ya hemos dado nuestro punto de vista en la exposición de la Primera Epístola a los Corintios. Si alguno, a manera de objeción, presentase a Débora (Jue. 4:4) y a otras de la misma clase, de quienes leemos que en una ocasión fueron designadas por mandato de Dios para gobernar al pueblo, la respuesta es fácil. Los actos extraordinarios ejecutados por Dios no echan abajo las normas ordinarias de gobierno, por las cuales Él ha decidido sujetarnos. Por consiguiente, si las mujeres en una ocasión actuaron como profetisas y maestras, y cuando también en forma sobrenatural fueron escogidas para ello por el Espíritu de Dios, Aquel que está por encima de toda ley pudo hacer esto; mas siendo un caso peculiar, ("Porque  es  un  caso  peculiar  y  extraordinario."), no se opone al constante y ordinario sistema de gobierno.
Pablo añade —lo cual está íntimamente ligado al oficio de enseñar—: ni ejercer dominio sobre el hombre, pues la verdadera razón de por qué se les prohíbe enseñar, es que no les está permitido por su condición. Ellas están sujetas, y enseñar implica una posición de autoridad y poder. Sin embargo, podrá pensarse que este argumento no tiene mucha fuerza; porque aun los profetas y los maestros están sujetos a los reyes y a otros gobernantes. Yo respondo que no es absurdo que la misma persona mande y obedezca al propio tiempo, cuando se le observa en diferentes relaciones. Mas esto no se aplica al caso de la mujer, quien por naturaleza (es decir, por la ley ordinaria de Dios) ha sido formada para obedecer; porque la gunaikokratia, (el gobierno de las mujeres) ha sido siempre considerada por todas las personas cuerdas como algo anormal; y, entonces, por decirlo así, habrá un revoltijo de cielos y tierra, si las mujeres usurpan el derecho de enseñar. Por consiguiente, Pablo ordena que se estén "quietas", es decir, que se mantengan dentro de su propio oficio. ("Él ordena, pues, que se mantengan en silencio; es decir, que se guarden dentro de los límites de su condición y de su sexo.")
13. Porque Adán fue formado primero. Pablo señala dos razones por las que las mujeres deben estar sujetas a los hombres: porque Dios no sólo promulgó esta ley al principio, sino que también la impuso como un castigo sobre la mujer (Gen. 3:16). Por consiguiente, demuestra que, aunque la humanidad hubiera permanecido en su rectitud original, el verdadero orden de la naturaleza, que procedió del mandato de Dios, prueba que las mujeres deberán estar sujetas. Tampoco es esto inconsistente con el hecho de que Adán, por caer de su primera dignidad, se despojó a sí mismo de su autoridad; porque a pesar de la ruina que siguió al pecado, permanecen aún residuos de la divina bendición, y no era consecuente que la mujer, por su culpa, hiciera que su condición fuese mejor que antes. ("Que la mujer por su pecado mejorase su condición.")
Sin embargo, la razón que Pablo señala, de que la mujer es secundaria en el orden de la creación, no parece ser un argumento poderoso en favor de su sujeción; porque Juan el Bautista fue antes de Cristo en cuanto a tiempo, y no obstante, fue grandemente inferior en rango. Mas aunque Pablo no declare todas las circunstancias que son narradas por Moisés, con todo, él se propuso que sus lectores las tomarán en consideración. Ahora bien, Moisés demuestra que la mujer fue creada después, a fin de que fuese cierta clase de complemento para el hombre; y que fue unida al hombre bajo condición expresa de que estuviese a la mano para prestar obediencia a él (Gen. 2:21). Entonces, ya que Dios no creó dos mandatarios de igual poder, sino que agregó al hombre un ayudante inferior, el Apóstol justamente nos recuerda el orden de la creación, en el cual el eterno e inviolable decreto de Dios se manifiesta asombrosamente.
14. Y Adán no fue engañado. Él alude al castigo impuesto a la mujer: "Por cuanto has obedecido a la voz de la serpiente, estarás sujeta a la potestad de tu marido, y tu deseo será para tu marido" ("Y tu voluntad estará sujeta a la voluntad de él.") (Gen. 3:16). Y porque ella dio 1 Timoteo 2:14,15; consejo tan fatal, era justo que aprendiera que tenía que estar bajo el poder y la voluntad de otro; y porque desvió a su esposo del mandato de Dios, era correcto que quedase privada de toda libertad y colocada bajo un yugo. Además, el Apóstol no basa su argumento entera o absolutamente sobre la causa de la trasgresión, sino que lo funda sobre la sentencia que fue pronunciada por Dios.
No obstante, se puede pensar que estas dos afirmaciones son un tanto contradictorias: que la sujeción de la mujer es el castigo de su trasgresión, y con todo, dicha sujeción le fue impuesta desde la creación; porque de ello se concluirá, que fue condenada a servidumbre antes de que pecara. Yo respondo, que no hay nada que impida que la condición de obedecer tenga que ser natural desde un principio, y que después la condición accidental de servir debe entrar en existencia; de suerte que la sujeción es ahora menos voluntaria y agradable de lo que había sido anteriormente.
Nuevamente, este pasaje ha dado a algunas personas ocasión para afirmar que Adán no cayó por error, sino que únicamente fue vencido por los halagos de su esposa. Por consiguiente, ellos piensan que sólo la mujer fue engañada por los ardides del demonio, al creer que ella y su esposo serían como dioses; pero que Adán de ninguna manera fue persuadido de esto, sino que probó del fruto con el solo fin de agradar a su esposa. Empero es fácil refutar esta opinión; porque, si Adán no hubiese dado crédito a la falsedad de Satanás, Dios no le hubiera reprochado: "He aquí el hombre es como uno de nosotros" (Gen. 3:22). Hay otras razones de las cuales no digo nada; porque no hay necesidad de que una extensa refutación de un error descanse en alguna probable conjetura. Con estas palabras Pablo no dice que Adán no fue enredado por el mismo engaño del diablo, ("Que él no cedió a ninguna persuasión del demonio."), sino que la causa u origen de la trasgresión procedía de Eva.
15. Pero se salvará. La debilidad del sexo hace que las mujeres sean más suspicaces y tímidas, y la afirmación precedente podría alarmar y aterrorizar grandemente a los cerebros más fuertes. Por estas razones, Pablo modifica lo que había dicho, añadiendo una consolación; porque el Espíritu de Dios no nos acusa o nos reprocha, para imponerse sobre nosotros, cuando estamos cubiertos de vergüenza; mas por el contrario, cuando hemos sido derribados, inmediatamente nos levanta. Esto podría causar el efecto (como ya dije) de infundir el terror en la mente de las mujeres, ("Era  apropiado  para  desanimar  a   las  mujeres,  y  meterlas  en desesperación".), cuando ellas fuesen informadas de que la destrucción de toda la raza humana era atribuida a ellas; ¿pues qué será esta condenación, especialmente cuando su sujeción, como un testimonio de la ira de Dios, está continuamente ante sus ojos? Por consiguiente, Pablo, a fin de confortarlas y hacer su condición más tolerable, les informa de que continuarán disfrutando de la esperanza de la salvación, aunque sufran un castigo temporal. Es conveniente observar que el buen efecto de esta consolación es doble. Primero, por la esperanza de la salvación propuesta a ellas, son prevenidas de caer en la desesperación por causa de la alarma que les pueda ocasionar la mención de su culpabilidad. Segundo, se acostumbran a soportar con calma y paciencia la necesidad de la sumisión, así como el someterse voluntariamente a sus esposos, cuando son informadas de que esta clase de obediencia es provechosa para ellas y a la vez aceptable a Dios. Si este pasaje es tergiversado, como acostumbran a hacer los papistas, para dar apoyo a la justificación por las obras, la respuesta es fácil. El Apóstol no discute aquí acerca de la causa de la salvación, y por lo tanto no podemos y no debemos inferir de estas palabras lo que merecen las obras; mas únicamente nos demuestran en qué forma Dios nos conduce a la salvación, para la cual nos ha designado mediante su gracia.
Engendrando hijos, A los hombres rígidos podría parecer absurdo que un Apóstol de Cristo, no sólo exhortase a las mujeres a prestar atención a la procreación de los hijos, sino a apremiar este trabajo como religioso y santo hasta tal grado como para representarlo como instrumento que procura la salvación. Más aún, vemos también con qué reproches el lecho conyugal ha sido infamado por los hipócritas, que desean ser considerados más santos que los demás hombres. Más no hay dificultad en responder a estos escarnecedores perversos. Primero, aquí el Apóstol no habla meramente acerca de tener hijos, sino de soportar todas las penas, las cuales son múltiples y severas, tanto en el nacimiento como en la educación de los hijos.
Segundo, todo lo que los hipócritas o sabios del mundo pueden pensar de ellos, cuando una mujer, considerando a lo que ha sido llamada, se somete a la condición que Dios le ha asignado, y no rehúsa soportar las penas, o más bien la atroz angustia del parto, o la ansiedad acerca de su prole, o cualquier cosa que pertenezca a su deber, Dios estima esta obediencia más altamente que si, en alguna forma, ella hiciera una exhibición de sus heroicas virtudes, mientras que rehusaba obedecer a la vocación de Dios. A esto hay que añadir, que ninguna consolación podía ser más apropiada o más eficaz que demostrar que los propios medios (por decirlo así) de procurar la salvación se encuentran en el mismo castigo.
Si permaneciere en la fe. Como la antigua traducción se valió de la frase "engendramiento de hijos", comúnmente se ha pensado que esta cláusula se refiere a los hijos. Pero el término empleado por Pablo para denotar el "engendramiento de-hijos", es una sola palabra, teknogonis, y por lo tanto tiene que referirse a las mujeres. En cuanto a que el verbo sea plural, y el sustantivo singular, tal cosa no implica dificultad alguna; porque un sustantivo indeterminado, al menos cuando denota una multitud, tiene la fuerza de un nombre colectivo, y por lo tanto admite fácilmente un cambio del singular al plural.
Además, para que él no representara todas las virtudes de las mujeres como incluidas en los deberes del matrimonio, inmediatamente después añade mayores virtudes, en las cuales es propio que las mujeres piadosas sobresalgan, para que se distingan de las mujeres irreligiosas. Aun el "engendrar-hijos" es obediencia aceptable a Dios, sólo en cuanto emana de la fe y el amor. A esto él añade la santificación, que incluye toda aquella pureza de vida que corresponde a las mujeres cristianas. Finalmente sigue la modestia,, que había mencionado cuando habló acerca del vestido; pero ahora la extiende más ampliamente a otras partes de la vida.

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