Juan Wyclif

Juan Wyclif, también conocido como "el Lucero del Alba de la Reforma", nace cerca de Richmond en el condado inglés de Yorkshire, alrededor de 1325, en la misma época que Geert Grote. Poco se sabe sobre su infancia.
A partir de 1345 empieza sus estudios en Oxford, y se queda allí durante 17 años. Se entrega profundamente a la teología y la filosofía, interrumpe sus estudios por varias razones, pero se gradúa finalmente en 1372 como doctor. Pero todo esto son detalles exteriores. Los tratados y disertaciones legados de aquel tiempo a la posteridad muestran un teólogo muy culto que - a diferencia de la teología académica dominante - recurre a los discernimientos más antiguos de Agustino y los presenta en forma sofisticada. Ya en los años antes de su graduación, Wyclif tenía la tarea de interpretar la Biblia para los estudiantes. De ahí se determina su futuro camino: la Biblia cobra cada vez más importancia. Ella es - como reconoce - incomparable con cualquier otra escritura, ella es para él "el espejo en el cual podemos reconocer las verdades eternas" (citado de G.A. Benrath). En el transcurso del tiempo, Wyclif se acerca cada vez más a opiniones que corresponden al punto de vista reformado sobre el rol y la importancia de la Biblia. Es él quien motiva en el año 1382 una traducción de la Biblia al inglés. Para Wyclif, la Biblia asume el rol de los sacramentos que, según la doctrina católicorromana, transmiten la presencia de Cristo: su lectura transforma al hombre. Tiene este poder porque, según Wyclif, Cristo mismo es el aval de la verdad bíblica; es porque cumplió la ley tanto en su vida como en sus enseñanzas. Es Cristo quien dio los mandamientos y los cumplió, y es tarea de la iglesia y de todos los cristianos seguir su ejemplo. Wyclif remarca especialmente la pobreza de Jesús, su humildad y su pacienca en el sufrimiento.
La iglesia de la época, sin embargo, no corresponde a esta norma; se había tornado demasiado laica, demasiado satisfecha. ¿Por qué? Según Wyclif es porque no toma en serio la Biblia. Su propuesta terapéutica: expropiar la iglesia, y hacerlo con las medidas del poder secular. Wyclif quiere cambiar el sistema existente, y es por eso que predica la lucha contra el patrimonio del clero. Pero también se hace oír con escritos teóricos: Ahí Wyclif toma posición contra el celibato forzado de los curas, el comercio de indulgencias, la extremaunción, la misa de difuntos y también contra la veneración de los santos. Todo eso, dice Wyclif, no está prescrito en la Biblia. La reacción no se deja esperar: Wyclif es denunciado en Roma por el "clero secular" (o sea, los clérigos que no viven en monasterios), y condenado en 1377. Pero simultáneamente, Wyclif es protegido por el Estado inglés. Insiste cada vez con más fuerza en el derecho de los laicos y del Estado a enderezar una iglesia que no actúa según el Evangelio. Al Papa sólo se debe obediencia si éste ha optado por el buen camino: si vive en pobreza y anuncia la ley de Cristo. Hay que obedecer, sin embargo, al Estado que fue instaurado por Dios para gobernar al pueblo y velar por la paz.

Wyclif también critica la tradicional comprensión catolicorromana de la eucaristía: Según él, ningún pastor tiene el poder de transubstanciar los elementos de pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo: vino es vino, y pan es pan. Es más, los elementos se conservan y son, al mismo tiempo, cuerpo y sangre de Cristo. Pero su efecto sólo se realiza si quienes los reparten y quienes los reciben tienen la actitud correcta, o sea: sólo si verdaderamente viven siguiendo a Cristo.

La crítica frente a Juan Wyclif aumenta. Su doctrina sobre la Santa Cena es declarada herejía. Pero Wyclif no cede. Fracasa un intento del duque que recomienda a Wyclif guardar silencio, lo que causa roces entre éste y las autoridades. Wyclif incluye al monacato en sus críticas, alegando que no es compatible con la Biblia. El conflicto culmina en 1382; las enseñanzas de Wyclif respecto a la Santa Cena, los bienes de la iglesia y el monacato son rechazadas. Los discípulos de Wyclif se ven metidos en problemas, mientras que el maestro mismo, quien se había retirado para hacerse cargo de una parroquia, no es tocado. Sin embargo, Wyclif se vuelve cada vez más agudo y amargado. Niega que la iglesia existente sea iglesia. Según Wyclif, la verdadera iglesia la forman los creyentes pobres que siguen a Cristo. Las cruzadas sólo comprobarían la actitud anticristiana de los obispos y órdenes. Juan Wyclif muere el 31 de diciembre de 1384 después de sufrir dos derrames cerebrales.

Wyclif es un vehemente crítico de la iglesia de su época. Le reprocha su secularización y exige reformas profundas que son inaceptables para la mayoría de sus contemporáneos. Su crítica de la iglesia existente y su valorización de la Biblia ya son los mensajes de la Reforma. En última consecuencia, la iglesia sólo puede ser salvada por el arrepentimiento de los fieles y de ella misma, y el seguimiento a Jesucristo en pobreza, humildad y sufrimiento. Wyclif toma muy en serio estas exigencias: para él, son un camino posible que exige, sin embargo, un cambio claro en la constitución, la doctrina y los bienes de la iglesia. Esto hubiera significado darle una cara completamente distinta. En 1415, el Concilio de Constanza condena las enseñanzas de Juan Wyclif como heréticas. En Inglaterra se cumple esta condena cuando se quemó sus restos mortales.
Aunque la mayor parte del complejo programa de reformas que postuló Wyclif fue olvidada en los años posteriores, muchas iniciativas suyas sobrevivieron; por ejemplo la prédica sencilla de los llamados "Lolardos", predicadores que Wyclif había comenzado a enviar en sus últimos años y que más tarde influyeron la Reforma inglesa. Pero también más allá de las fronteras, Wyclif inspiró a los hombres, por ejemplo a Juan Hus en Bohemia (ver siguiente capítulo).

Juan Wyclif - ¿un reformador anticipado? Sí y no. Sí en lo que se refiere a su crítica a la iglesia medieval, sí en lo que significa una perspectiva reformada en muchos detalles de sus programas de reforma, sí por su valorización de la Biblia. Pero también existe un no. La justificación luterana por ejemplo, la idea de que Dios salva a los hombres a través de Jesucristo - esta dimensión no se percibe en Wyclif. Lo que le falta es - desde el punto de vista reformado - la posibilidad de relativizar el poder humano. Juan Wyclif fue un reformador de la iglesia en el cual la Reforma pudo basarse y seguir desarrollando sus ideas.


Juan Wyclif, Sobre las verdades de la Biblia
(escrito en 1378)

"Para que entonces la cristianidad tenga un fundamento autónomo, Dios puso la ley de la Escritura como reglamento, en que los cristianos deben basarse en todo lo que se refiere a su hablar y al significado de sus conceptos (...). A pesar de que algunos profesores opinan que en tiempos del Anticristo y sus seguidores los cristianos idearían muchas maneras para enfrentar sus intrigas, a mí me parece que la fe en la Biblia es el mejor medio para discernir si un hombre enseña y vive en armonía con la ley de Cristo (...).
Si el amor por la ley corresponde al amor por el legislador, ¿cómo entonces un hombre puede amar a Cristo por sobre todas las cosas, si desprecia su ley o la abandona para seguir la ley de los hombres? ¿Acaso no ama más el fruto de la ley que más adora, y por consecuencia, ama más los bienes efímeros que los eternos? Es exactamente lo mismo con el estudio que el hombre dedica a agrandar su conocimiento, porque éste significaría más amor por Dios si estuviera dirigido a la ley de Cristo, y por ende, un bien mayor. Y lo mismo se puede decir de los que multiplican las leyes de los hombres, con lo cual hacen pedazos el estudio de la teología. ¿Acaso la ley de Cristo, como es legada a la posteridad en la Biblia, no es suficiente? (...) ¿Acaso hay que creer que aquéllos que estudian las leyes ajenas bajo el pretexto de conocer mejor la ley de Cristo, conservarla y protegerla, tendrán una disculpa creíble ante el tribunal del máximo juez? ¿Acaso no son sus propias acciones las que los denuncian? Deberían primero examinarse a sí mismos si entienden tanto de la ley de Cristo como deberían, siempre que se esfuercen por el conocimiento práctico de los mandamientos del Señor en la misma medida que conocen los reglamentos de los hombres. Deberían examinar, segundo, si el objetivo de sus estudios es llevar la vida pobre y esforzada de Cristo, o vivir en el goce y la pompa del mundo y quedarse con los ingresos y ganancias para sí y sus familias. Deberían examinar, tercero, si se esfuerzan para la realización y defensa de la ley de Cristo, que es la que siempre los guía, ¡en la misma medida con la que defienden su propia ley! Al contrario, ¿no es muy evidente en la política que los juristas se pelean sobre la superioridad y el rango superior de su ley por encima de la ley de Cristo, y por ende, persiguen con más severidad a los que fomentan la ley de Cristo? Y si uno les pregunta por los diez mandamientos, ¡generalmente no saben el número ni el orden de ellos! De esto se deduce que los culpables son especialmente nuestros teólogos, nuestros monjes adinerados y nuestras curas juristas, que cierran el camino a la ley de Cristo."

(Traducción: P. Albütz / L. Ludwig, Santiago de Chile 10/2001, según una edición alemana del año 1967)


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