CAPÍTULOS I a XXXIII

CAPITULO XXXIV

Qué significación tiene el que Abraham, después de la muerte, de Sara, se
casó con Cethura

¿Y qué quiere significar que Abraham, después de la muerte de Sara, contrajo matrimonio con Cethura? Lo cual por ningún motivo debemos sospechar que fue efecto de incontinencia, especialmente en una edad avanzada cual era la suya, y en una santidad de fe y virtudes como eran las que ilustraban a este patriarca. ¿Acaso pretendía todavía tener hijos teniendo ya por el inefable testimonio de la divina promesa una multitud tan dilatada de hijos por la estirpe de Isaac, significados en las estrellas del cielo y en la arena de la tierra?
Pero si Agar e Ismael, según la doctrina del Apóstol de las gentes, San Pablo, significaron propiamente a los hombres carnales del Antiguo Testamento, ¿por qué causa Cethura y sus hijos no han de significar y representar del mismo modo los carnales que imaginan pertenecer al Nuevo Testamento? A las dos las llama la Escritura mujeres y concubinas de Abraham; pero a Sara jamás la llamó concubina, sino solamente mujer, en atención a que aun cuando Sara concedió a su esposo para el efecto de la procreación a su esclava Agar, dice el sagrado texto: «Tomó Sara, mujer de Abraham, a Agar, esclava suya, natural de Egipto, a los diez años de vivir Abraham en la tierra de Canaam, y se la dio a Abraham, su esposo, por mujer», y de Cethura, que la tomó en matrimonio después del fallecimiento de Sara, dice así: «Volvió Abraham a casarse otra vez con una mujer llamada Cethura.» Ved aquí cómo ambas se llaman mujeres y ambas se halla que fueron concubinas, porque añade después la Escritura: «Que dio Abraham toda su hacienda raíz a Isaac su hijo; y a los hijos de- sus concubinas les repartió una porción de los bienes muebles, separándolos de su hijo Isaac aun viviendo él y enviándolos hacia la tierra oriental.»
Así que los hijos de las concubinas tienen algunos bienes, pero no heredan el reino prometido; ni los herejes, ni los judíos carnales, porque a excepción de Isaac, no hay otro heredero: «ni los que descienden de Abraham, según la carne, son los hijos de Dios, sino los que son hijos y herederos de la divina promesa, esos mismos tiene Dios por descendientes y verdaderos hijos de Abraham, de quienes dice la Escritura: la descendencia que procederá de Isaac, esa será la tuya, en quien he de cumplir mi promesa.»
En verdad no hallo razón para que Cethura, con quien casó después del fallecimiento de su mujer, se llame concubina, si no es por este misterio; pero el que no quisiere tomarlo bajo está significación, no por eso calumnie a Abraham. ¿Y quién podrá saber si Dios previó esto con su divina presciencia, contra las herejías que habían de suscitarse respecto de las segundas nupcias, para que en el padre y cabeza de muchas naciones, casándose segunda vez después de la muerte de su mujer, se nos manifestase con toda evidencia que no era pecado?
Murió, pues, Abraham siendo de ciento setenta y cinco años», y dejó, según este cálculo, a su hijo Isaac en la edad de setenta y cinco años, supuesto que le tuvo en la de ciento.


CAPITULO XXXV

Que nos significó el Espíritu Santo en los gemelos estando aún encerrados
en el vientre de su madre

Vemos ya desde ahora cómo van discurriendo los tiempos de la Ciudad de Dios por los descendientes de Abraham, desde el primer año de la vida de Isaac hasta los sesenta en que tuvo hijos.
Es digno de nuestra admiración que, suplicando este santo patriarca a Dios le concediese sucesión en su esposa, que era estéril, y condescendiendo el Señor a su petición, y, por consiguiente, habiendo concebido Rebeca, los gemelos luchaban entre sí estando aún encerrados en el vientre de su madre, y teniendo ella un grande pesar por esta novedad, preguntó al Señor la causa de ello, quien le respondió: «Dos naciones traes en tu vientre y dos pueblos se dividirán en tus entrañas: el uno vencerá al otro y el mayor servirá al menor.» En cuyo vaticinio quiere el Apóstol San Pablo que se nos dé a entender un gran documento sobre la gracia, porque antes que naciesen ni, practicasen acción buena ni mala, sin tener méritos algunos recomendables, eligió Dios al menor, reprobando al mayor, siendo iguales en el pecado original y sin tener ninguno de ellos pecado propio.
No nos permite ahora el orden y objeto de esta obra alargarnos ea este punto, especialmente habiendo raciocinado sobre él lo bastante en otros libros. Aquellas palabras, donde dice «el mayor servirá al menor», casi ninguno de nuestros santos doctores las han entendido de otra forma, sino que el mayor pueblo de los judíos había de servir al pueblo menor dé los cristianos. Y en realidad de verdad, aunque puede parecer que se cumplió esto en la nación de los idumeos, la cual descendía del mayor, que tuvo dos nombres (porque se llamaba Esaú y Edom, de donde se dijeron los idumeos), dado que después de algún tiempo había de ser vencida por el pueblo que descendía del menor, esto es, del pueblo de Israel, a quien había de estar sujeta; sin embargo, con más justa causa se cree que algún objeto de mayor entidad se enderezó esta profecía: que un pueblo vencerá al otro y el mayor servirá al menor. ¿Y qué es esto sino lo que vemos claramente que se verifica en los judíos y los cristianos?


CAPITULO XXXVI

De la profecía y bendición que recibió Isaac, del mismo modo que su padre, la cual fue por respeto a los méritos y caridad del mismo padre

Recibió también Isaac una profecía como la había recibido en diferentes ocasiones su padre, de la cual dice así la Escritura: «Sobrevino en la tierra una hambre, además de la que sobrevino en tiempo de Abraham, y se trasladó Isaac a Gerara, donde gobernaba Abimelech, rey de los filisteos, y apareciéndosele el Señor, le dijo: No desciendas a Egipto, pero habita en la tierra que yo te señalare; vive en esta tierra; yo estaré contigo y te echaré mi bendición, porque a ti y a tus descendientes tengo de dar toda esta tierra y cumpliré el juramento que hice a tu padre Abraham; multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, les daré toda esta tierra y serán benditas en tu descendencia todas las naciones de la tierra, porque obedeció Abraham a mi voz, observó mis preceptos, mis mandatos, mis justificaciones y mis leyes.» Este patriarca tuvo otra mujer ni concubina alguna, sino que se contentó con la descendencia que tuvo en los dos gemelos que de un parto le dio a luz su esposa. También receló que la hermosura de ésta padeciese algún peligro viviendo entre extraños, e hizo lo que su padre, publicando que era su hermana y ocultando el que era su mujer, la que era asimismo parienta suya de parte de su padre y de su madre; pero, sin embargo, quedó intacta y libre de la liviandad de los extraños, sabido ya que era su mujer. No debemos, sin embargo, preferirle y anteponerle a su padre porque no conoció a otra que a su mujer propia; y, sin duda, los méritos de la fe, obediencia y sumisión de su padre, pues dice Dios que, por respeto a él, hace a Isaac los beneficios que le dispensa. «Serán benditas, dice, en tu descendencia todas las naciones de la tierra, porque obedeció Abraham a mi voz y guardó mis preceptos, mis mandatos, mis justificaciones y mis leyes.; y en otra profecía: «Yo, dice, soy Dios de Abraham, tu padre; no temas, porque yo estaré contigo; te he echado mi bendición y multiplicaré tu descendencia por respeto y afecto a tu padre Abraham.; para que entendamos lo primero cuán castamente hizo Abraham lo que los impuros y lascivos, que pretenden 'justificar sus liviandades con la autoridad de las sagradas letras, creen que practicó por efecto de algún apetito torpe; lo segundo, para que también sepamos cómo hemos de comparar las personas entre sí, no por alguna cualidad o prenda singular que cada uno tenga particularmente, sino que en cada uno debemos considerarlo y ponderarlo todo; porque puede suceder que uno tenga en su vida y costumbres cierta gracia, en que se aventaje a otro y que ésta sea mucho más excelente que aquella en que el otro le excede.
Y así, aunque con sano y cuerdo juicio, se prefiera la continencia al matrimonio, sin embargo, es mejor el hombre fiel casado que el infiel continente. Pues el infiel no sólo es menos dignó de elogio, sino muy reprensible.
Supongamos a ambos fieles y buenos; aun así, seguramente es mejor el casado fiel y obediente a Dios que el continente de menos fe e incrédulo y menos obediente; pero si en las demás cualidades son iguales, ¿quién duda preferir el continente casado?

CAPITULO XXXVII

Lo que se figura místicamente en Esaú y Jacob

Los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, igualmente iban creciendo; pero la primogenitura del mayor se transfiere al menor por pacto y convención que hubo entre ellos; porque al mayor le acometió un desordenado apetito de comer lentejas,  que el menor había condimentado para sí; y por ellas vendió a su hermano, con juramento, su derecho de primogenitura. En cuyo ejemplo se nos enseña y advierte cómo puede ser uno culpable en la comida, no por la diferencia del manjar, sino por la demasiada ansia y antojo de él.
Llega a la vejez Isaac, y con ella pierde la vista; quiere bendecir a su hijo mayor, y en lugar de él, ignorándolo, bendice al menor; quien, porque su hermano mayor era velloso, acomodándose unas pieles de cabrito, como quien se carga y lleva pecados ajenos, se sometió y dejó tocar de las manos de su padre. Esta cautela de Jacob, para que no creyésemos que era fraudulenta y engañosa y no dejásemos de buscar en ella el misterio de un célebre arcano, nos la advirtió ya arriba la Escritura, diciendo: «Que Esaú era muy aficionado a. la caza y a estar en el campo, y Jacob, hombre sencillo, amigo de vivir en casa»; esto es, según el sentir de algunos doctores, sin fraude ni malicia. Pero aunque se diga sin engaño o sencillo, mejor dicho, sin ficción, que en griego se dice aplastos, ¿cuál es el engaño que cometió en tomar este hombre sin dolo la bendición? ¿Qué engaño hay en este hombre sencillo? ¿Qué ficción en éste, que no, miente, sino un profundo misterio de la misma verdad? Veamos cuál es la bendición: «¡Oh!, el olor de mi hijo, dice, es como el olor y fragancia que echa de sí un campo cultivado, a quien Dios hizo fértil y alegre; déte, pues, Dios el rocío del cielo. y de la fertilidad de la tierra abundancia de trigo y de vino; sírvante las gentes, adórente los príncipes, seas señor de tu hermano y adórente los hijos de tu padre, sea maldito el que te maldijere y bendito el que te bendijere.»
La bendición de Jacob es la predicación de Jesucristo a todas las gentes. Esto es lo que se hizo, esto es lo que se realiza. La ley y la profecía están en Isaac; y también por boca de los judíos bendice ¡a ley a Jesucristo, aun, que ellos no lo saben, porque no saben ni entienden la ley. Llénase el mundo como un campo del olor y fragancia del nombre de Cristo, su bendición es del rocío del cielo, esto es, de la lluvia y riego de la palabra divina, y de la abundancia y fertilidad de la tierra, esto es, de la congregación de las gentes y naciones; suya es la riqueza del trigo y del vino, esto es, la muchedumbre que va juntando y recogiendo el trigo y el vino en el adorable Sacramento de su Santísimo Cuerpo y Sangre; él es a quien sirven, las gentes, a quien adoran los príncipes; él es el Señor de su hermano, porque su pueblo domina a los judíos; él es a quien veneran y tributan culto los hijos de su Padre, esto es, los hijos de Abraham según la fe, porque también él es hijo de Abraham según la carne; el que le maldijere es maldito, y quien le bendijere, bendito.
Digo que a este nuestro Señor Jesucristo los mismos judíos, aunque equivocados,  sin embargo, mientras cantan y blasonan la ley y los profetas le bendicen, esto es, verdaderamente le proclaman, imaginando que bendicen a otro, a quien por equivocación o engaño esperan.
Ved aquí que volviendo el mayor por la bendición prometida, se pasma Isaac, y advirtiendo que había bendecido a uno por otro, se admira, y pregunta quién es aquel a quien bendijo; con todo, no se queja de haber sido engañado; al contrario, habiéndose revelado en su interior' este misterio tan grande, excusa y ataja la indignación y enojo, y confirma la bendición: «¿Quién es, dice, el que fue a caza, me la trajo, me la introdujo aquí, y comí de todo antes que tú vinieses, y le bendije, y quedará bendito?» ¿Quién no aguardaría aquí una maldición de un hombre enojado si no se hiciera todo por inspiración divina, y no por traza humana? ¡Oh sucesos, pero sucesos encaminados con espíritu profético en la tierra, mas por orden del cielo; manejados por los hombres, pero guiados por el Divino Espíritu! Si quisiéramos examinar cada palabra de por sí, está todo tan lleno de misterios, que fuera necesario escribir muchos libros; pero habiendo de poner modo y tasa con moderación a esta obra, es fuerza que caminemos a otros asuntos.

CAPITULO XXXVIII

Cómo enviaron sus padres a Jacob a Mesopotamia para que se casase allí, y de la visión que vio soñando en el camino, y de sus cuatro mujeres, habiendo pedido no más de una


Envían sus padres a Jacob a Mesopotamia para que allí contraiga matrimonio; las palabras que le dice el padre son éstas: «Mira, hijo, que no te cases con ninguna de las hijas de los cananeos; anda, y ve a Mesopotamia a casa de Batuel, tu abuelo, padre de tu madre, y allí tomarás por mujer a alguna de las hijas de Labán, tu tío, hermano de tu madre; y ruego a mi Dios que te eche su bendición, y te acreciente y multiplique, y seas cabeza y caudillo de las gentes, y te dé la bendición de tu padre Abraham a ti y a tu descendencia después de ti, para que heredes y poseas la tierra en que vives, la cual prometió Dios a Abraham.»
Aquí ya vemos distinta y separada la descendencia de Jacob de la otra descendencia de Isaac, que principia en Esaú. Porque cuando dijo Dios: «En Isaac has de tener la descendencia que te he prometido», que es la que pertenece a la Ciudad de Dios, entonces hizo allí distinción y separación de la otra descendencia de Abraham, por el hijo de la esclava, y de la que había de ir después por los hijos de Cethura, pero todavía 'estaba aquí en duda en los dos gemelos ,hijos de Isaac, si aquella bendición pertenecía a ambos o uno de ellos, y si al uno, a cuál lo que se declara y especifica aquí bendiciendo su padre proféticamente a Jacob y diciéndole que sea cabeza y caudillo de las gentes, y que le dé Dios la bendición de su padre Abraham.
Caminando, pues, Jacob a Mesopotamia tuvo una revelación en sueños, la cual refiere así la Escritura: «Partiendo, pues, Jacob de Bersabé, que significa fuente o pozo del juramento, caminó para Charra, y llegando casualmente a cierto lugar, queriendo descansar después de ponerse el sol, tomó una de las piedras que había allí, y acomodándola debajo de su cabeza, durmió en aquel lugar, y soñó y vio una escalera fijada en la tierra, cuya punta se elevaba hasta tocar en el Cielo, que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella, que el Señor estaba apoyado sobre ella, y le dijo: Yo soy Dios de tu padre Abraham, y Dios de Isaac; no temas; la tierra en que duermes te la he de dar a ti y a tu descendencia, y será tu posteridad tan dilatada y numerosa como la arena de, la tierra, y se extenderá hacia el mar occidental, hacia el Oriente, al Septentrión y al Mediodía.; y en ti y en tu descendencia vendrán a ser benditas todas las tribus y familias de la tierra. Advierte que yo estaré contigo, te guardaré por cualquier parte que vayas, te volveré a está tierra, y no te desampararé hasta que cumpla todo lo que te he prometido. Y despertando Jacob de su sueño, dijo: El Señor está en este lugar, y yo lo ignoraba; y temeroso, añadió: Cuán terrible es este lugar; no hay aquí más que la casa de Dios y la puerta del Cielo. Levantóse Jacob y tomó el canto que había tenido por cabecera, levantóle, y le fijó como padrón para perpetua memoria de los siglos venideros; derramó aceite sobre él, y puso por nombre a aquel lugar Bethel, o casa de Dios.» Estas expresiones encierran, una profecía, y no debemos entender que, como idólatra, derramó aquí el aceite Jacob sobre la piedra, consagrándola como si fuese Dios, porque ni adoró a la piedra ni la ofreció sacrificio, sino que así como el nombre de Cristo se deriva de crisma, esto es, de la unción, sin duda figuró aquí algún misterio que pertenece a este grande Sacramento. Y esta escalera parece que es la que nos trae a la memoria el mismo Salvador en el Evangelio, donde, habiendo dicho de Nathanael: «Ved aquí al verdadero israelita en quien no hay fraude ni engaño, porque Israel, que es el mismo Jacob, es el que vio esta, visión, y añade: «Con toda verdad os digo que habéis de ver abrirse el Cielo, subir y bajar los ángeles de Dios sobre el hijo del hombre.»
Caminó, pues, Jacob a Mesopotamia para casarse allí. Y refiere la Escritura cómo sucedió el llegar a tener cuatro mujeres, en quienes tuvo doce hijos y una hija, sin haber deseado ilícitamente a ninguna de ellas, porque vino con intención de casarse con una; pero como le supusieron una por otra, tampoco desechó aquélla, y siendo en tiempo que ninguna ley prohibía tener muchas mujeres, vino a recibir también por mujer a aquella a quien solamente había dado palabra y fe del futuro matrimonio, la cual, siendo estéril, dio a su marido una esclava suya para tener hijos de ella, e imitando esto, su hermana mayor, aunque ya había concebido y dado a luz, hizo otro tanto, porque deseaba tener muchos hijos.
No se lee, pues, que pidiese Jacob sino una, ni conoció carnalmente a muchas, sino con el fin de procrear hijos, guardando su respectivo privilegio al matrimonio, de conformidad que aun esto no lo hubiese hecho si sus mujeres, que tenían legítima potestad sobre su marido, no se lo rogaran.
Tuvo Jacob en sus cuatro, mujeres doce hijos y una hija; después entró en Egipto, porque su hijo José, habiendo sido vendido por sus envidiosos hermanos y conducido a Egipto, llegó a conseguir aquí grande elevación y dignidad.


CAPITULO XXXIX

Por qué razón Jacob se llamó también Israel

Llamábase Jacob, como dije poco antes, por otro nombre Israel, de cuyo nombre se llamó más comúnmente el pueblo que descendió de él, el cual se lo puso el ángel cuando luchó con él en el camino, al tiempo de regresar de Mesopotamia, y aquel ángel fue ciertamente figura de Cristo; porque el haber prevalecido Jacob contra él, que fue, sin duda, queriéndolo él, por figurar el misterio, significa la, pasión de Cristo, donde, al parecer, prevalecieron contra él los judíos, y con todo, alcanzó la bendición del mismo ángel que había vencido.
La imposición de este nombre fue, pues, su bendición, porque Israel quiere decir el que ve a Dios, lo cual vendrá a ser al fin el premio de todos los santos.
Y el mismo ángel le tocó o hirió en lo más ancho del muslo, y de esta manera le dejó cojo; así que, un mismo Jacob era el bendito v el cojo: bendito, en los que del mismo pueblo creyeron en Cristo, y cojo, en los fieles que no creyeron; porque lo ancho del muslo es la multitud y multiplicación de su descendencia, y más son los que hay en dicha descendencia, de quienes proféticamente dice la Escritura «que cojean y yerran, separándose de sus caminos y sendas».

CAPITULO XL

Como dice la Escritura que Jacob entró en Egipto con setenta y cinco personas, si muchos de los que refiere nacieron después que él entró

Refiere la Escritura que entraron en Egipto, en compañía de Jacob, setenta y cinco personas, inclusos él y sus hijos, en cuyo número se refieren solamente dos mujeres, la una hija, y la otra nieta. Pero considerado atentamente, no parece que hubo tanto número en la familia de Jacob el día o el año que entró en Egipto, porque en él se cuentan también los bisnietos de José, que no pudieron haber nacido entonces, porque en aquella ocasión tenía Jacob ciento treinta años, y su hijo José treinta y nueve, quien contando que se casó con la hija de Putifar a los treinta o más años, ¿cómo, pudo en nueve años tener bisnietos de los hijos que tuvo de aquella mujer? Así que, no teniendo hijos Efraín ni Manasés, hijos de José, pues cuando entró Jacob en Egipto los halló de menos de nueve años, ¿cómo cuentan, no sólo los hijos, sino también sus nietos en las setenta y cinco personas que entraron entonces en Egipto con Jacob? Porque ponen allí a Machir, hijo de Manasés, nieto de José, Y al hijo del mismo Machir, esto es, a Galaad, nieto de Manasés, bisnieto de José. Allí se halla también otro que procreó Efraín, el otro hijo de José es a saber, Utalaán, nieto de José; y allí estaba también Bareth, hijo de este Utalaán, es decir, nieto de 'Efraín, bisnieto de José, los cuales por ninguna razón pudieron haber nacido cuando vino Jacob a Egipto y halló a sus nietos, los hijos de José, abuelos de estos niños, de menos de nueve años. Pero, realmente, la entrada de Jacob en Egipto, cuando refiere la Escritura que entró con setenta y cinco personas, no es un día o un año, sino todo el tiempo que vivió José, por quien sucedió que tuviesen entrada en aquella tierra, porque del mismo José habla así el sagrado texto:
«Habitó José en Egipto, sus hermanos y toda la casa de su padre; vivió ciento diez años, y vio José los hijos de Efraín hasta la tercera generación. Este es un tercer nieto de Efraín, por que tercera generación llama al hijo nieto y bisnieto. Después prosigue diciendo: «Y los hijos de Machir, hijo de José, nacieron sobre las rodillas de José»; y éste es el mismo nieto de Manasés, bisnieto de José, aunque le nombra en plural, como acostumbra la Escritura, que a una hija de Jacob llama también hijas, así como en el idioma latino suelen decir liberi en plural a los hijos, aunque no haya más que uno.
Así, pues, cuando se celebra la felicidad de José porque pudo ver sus bisnietos, de ningún modo debemos entender que habían nacido a los treinta y nueve años de su bisabuelo José, cuando vino a visitarle a Egipto su padre Jacob.
Lo que engaña a los que miran esto con menos atención es lo que dice la Sagrada Escritura: «Estos son los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto juntamente con Jacob, su padre»; y como se cuentan setenta y cinco personas, lo dice no porque fueran con Jacob todas ellas cuando él entró en Egipto, sino, como, ya insinué, porque tiempo de su entrada lo llama todo el que vivió José por quien parece que fue a aquella tierra.

CAPITULO XLI

De la bendición que, Job echó a su hijo Judas

Si por causa del pueblo cristiano, donde la Ciudad de Dios anda peregrinando en la tierra, buscásemos la genealogía, según la carne, de nuestro Señor Jesucristo en los hijos de Abraham, dejados a un lado los de las concubina, se nos presenta Isaac; si en los hijos de Isaac, omitido Esaú, que también se llama Edón, se nos ofrece Jacob, que se llama igualmente Israel, si en los del mismo Israel, dejados los demás, se nos ofrece Judas, porque de la tribu de Judá nació Cristo; y así, queriendo va Israel morir en Egipto bendiciendo a sus hijos, veamos como proféticamente bendijo a Judas: «¡Oh Judas!, dice, a ti te alabarán tus hermanos; tus manos prevalecerán sobre la cerviz de tus enemigos; a ti te adorarán los hijos de tu padre; como un león cachorro será Judas. Subsiste, hijo mío, del renuevo, te recostaste y dormiste cómo león y como cachorro de león. ¿Quién le despertará? No faltará príncipe de Judá ni caudillo de su linaje hasta que vengan todos los sucesos que le están guardados; y él será el que aguardarán, las gentes, el que, atará su pollino a la vid, y con un cilicio en el pollino de su burra; lavara en vino su vestidura, y en la sangre de la uva su manto; rubicundos serán sus ojos por el vino, y sus dientes más blancos que la leche.»
Este vaticinio le tengo ya declarado, disputando contra el maniqueo Fausto, y juzgo que es bastante, según esta clara la verdad de esta profecía, en la que asimismo se presagió la muerte de Cristo en la palabra dormir; y el poder no la necesidad que tuvo de sufrir muerte tan afrentosa, en el nombre del león, cuya potestad la declara el mismo Salvador en el Evangelio, cuando dice: «Tengo potestad de dejar mi alma, y potestad tengo para volverla a tomar; nadie me la quita, sino que yo voluntariamente la dejo y la vuelvo a tomar.» De esta manera bramó el león; de esta manera cumplió lo que dijo, porque a esta potestad pertenece lo que sigue de su resurrección. «¿Quién le despertará?» Esto es, ninguno de los hombres, sino él mismo, que dijo de su cuerpo: «Destruid este templo que veis, y en tres días le volveré a levantar.» Y el género de muerte, esto es, la muerte en cruz, en una palabra se entiende donde dice «subsiste» Y lo que añade: «Te recostaste y dormiste», lo declara el Evangelista cuando dice: «Que, inclinando la cabeza dio su espíritu», o, a lo menos, se nos manifiesta e indica su sepultura donde se recostó cuando durmió, y de donde ningún hombre le resucitó, así como los profetas resucitaron a algunos, a como el mismo Señor lo practicó con otros, sino que él mismo, desde allí, se levantó como de un sueño. Y su vestidura la lava en vino, esto es, la limpia de los pecados con su sangre, cuyo misterio y efectos sobrenaturales de esta sangre conocen los bautizados, y por eso añade: «Y en la sangre de la uva su manto.» ¿Qué manto y qué vestidura es ésta sino la Iglesia? Y los ojos encendidos y rubicundos del vino, ¿qué son sino sus hombres espirituales embriagados con la bebida de su cáliz?, de quien dice el real profeta: «Tu cáliz que embriaga, ¡cuán hermoso y agradable es.» Y sus dientes, más blancos que la leche, la cual beben, según el Apóstol, los pequeñuelos, son las palabras con que se sustentan los pequeñuelos que no son idóneos para gustar de manjar más sólido. Así que en él es en quien estaban depositadas y guardadas las promesas de Judas; y hasta que llegó el tiempo en que se habían de cumplir, nunca faltaron de aquel tronco y linaje príncipes, esto es, reyes de Israel, y él es la expectativa de las gentes, lo cual más fácilmente puede verse por los ojos que declararlo con palabras.

CAPITULO XLII

De los hijos de Joseph, a quien bendijo Jacob cruzando proféticamente sus
manos

Así como los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, figuraron dos pueblos; los judíos y los cristianos, aunque, según la carne, ni los judíos descendieron, de Esaú, sino los idumeos, ni la nación cristiana descendió de Jacob, sino los judíos; pues para esto solamente valió la figura que dice la Escritura: «Que el mayor servirá al menor»; así sucedió también en los dos hijos de Joseph, puesto que el mayor fue figura de los judíos y el menor de los cristianos, a los cuales, bendiciendo Jacob, puso la mano derecha sobre el menor, que tenía a su izquierda, y la izquierda sobre el mayor, que tenía a su derecha. Pareciéndole pesada y contraria al destino esta acción de Jacob a Joseph, advirtió a su padre, como corrigiendo su error, y le manifestó cuál de ellos era el mayor. Sin embargo, Jacob no quiso mudar las manos, sino dijo: «Bien lo sé, hijo, bien lo sé, y aunque también éste ha de crecer en pueblo, y será ensalzado, su hermano menor ha de ser mayor que él, y su descendencia vendrá a multiplicarse y componer una infinidad, de naciones;» Del mismo modo muestran aquí estos dos aquellas promesas, porque aquél crecerá en pueblo, y éste en muchedumbre de gentes. ¿Qué cosa más evidente que estas dos promesas comprendan el pueblo de Israel y el orbe de la tierra en la descendencia de Abraham, aquél según la carne, y éste según la fe?

CAPITULO XLIII

De los tiempos, de Moisés, de Josué y de los jueces, y después de los reyes, entre los cuales, aunque Saúl es el primero, David, por el sacramento y mérito; es tenido por el principal

Muerto. Jacob y muerto también Joseph en, los ciento cuarenta y cuatro 'años siguientes que transcurrieron hasta que salieron de 'Egipto, creció maravillosamente aquella gente, aun oprimida con tantas persecuciones, que llegaron hasta matarles los hijos que les nacían varones, teniendo miedo los egipcios, admirados de ver el acrecentamiento y multiplicación de aquel pueblo.
Entonces a Moisés, que había escapado por industria de sus padres de las manos de los que impíamente quitaban la vida a los niños, le criaron en la casa del rey, preparando Dios en él grandes sucesos y siendo adoptado por la hija de Faraón, que así se llamaban en Egipto todos los reyes, llegó a ser tan excelente y heroico, que saco aquella nación, que prodigiosamente se, había multiplicado, del durísimo y gravísimo yugo de la servidumbre que allí padecía, o, por mejor decir, la sacó Dios por su medio, como se lo había prometido a Abraham.
Porque primero refieren que huyó de allí a la tierra de Madián, pues por defender a un israelita mató a un egipcio, y del miedo que concibió por este hecho, huyó.
Después, enviándole, Dios con la correspondiente potestad, y auxiliado del Divino Espíritu, venció a los magos de Faraón que se le opusieron. Entonces hizo venir sobre los egipcios aquellas diez tan famosas plagas, porque no querían dar libertad al pueblo de Dios, convirtiéndoles el agua en sangre, enviándoles ranas, cínifes y moscas, mortandad a su ganado, llagas, granizo, langostas, tinieblas y muerte de los primogénitos; finalmente, viéndose quebrantados los egipcios con tantas y tan ruinosas plagas libertaron, en fin a los israelitas, y, persiguiéndolos por el mar Bermejo, vinieron a perecer; porque a los que huían se les abrió el mar, y les proporciono paso franco, y a los que les perseguían, volviendo a juntarse las aguas, los sumergió en su seno Después, por espacio de cuarenta años anduvo el pueblo de Dios peregrinando por el desierto bajo la dirección de su caudillo Móisés, cuando dedicaron el tabernáculo del testimonio, donde servían a Dios con sacrificios que significaban las cosas futuras, después de haber recibido la ley en el monte con grande terror y espanto; porque daba fe y la confirmaba Dios por medio de maravillosas señales y voces. Lo cual sucedió luego que salieron de Egipto, y el pueblo empezó a vivir en el desierto cincuenta días después de haber celebrado la Pascua con la inmolación y sacrificio del Cordero, que es figura de Jesucristo, anunciándonos que, por su pasión y muerte, había de pasar de este mundo a su Padre (porque Pascua en el idioma hebreo significa paso o tránsito). Cuando ya fue revelado el Nuevo Testamento, después de sacrificado Cristo, nuestra Pascua consiste en que al quincuagésimo día descendió del Cielo el Espíritu Santo, llamado en el Evangelio dedo de Dios, para recordarnos 'tal hecho que primero precedió en figura, porque también refieren que las Tablas de la Ley se escribieron con el dedo de Dios,.
Muerto Moisés, gobernó aquel pueblo Jesús Nave y le introdujo en la tierra de promisión, la dividió y repartió al pueblo. Estos dos maravillosos caudillos y capitanes hicieron también con extraordinaria prosperidad la guerra, manifestándoles Dios que les concedía aquellas victorias, no tanto por los méritos del pueblo hebreo como por los pecados de las naciones que conquistaban.
Después de estos caudillos, estando ya el pueblo establecido en la tierra de promisión, sucedieron en el gobierno los jueces, para que se le fuese verificando a Abraham la primera promesa de una nación, esto es, de la hebrea, y de la posesión de la tierra de Canaam, aunque todavía no de todas las gentes, y de todo el orbe de la tierra, lo cual había de cumplir la venida de Cristo en carne mortal; y no las ceremonias de la ley antigua, sino la fe del Evangelio era quien debía dar cumplimiento a este vaticinio; lo cual fue prefigurando en que introdujo al pueblo en la tierra de promisión no Moisés, que recibió la ley para el pueblo en el monte Sina, sino Jesús, llamado así porque Dios le ordenó mudar el nombre que antes tenía. En tiempo de los jueces, según la disposición de los pecados del pueblo y la misericordia de Dios, tuvieron a veces prósperos, y a veces adversos, los sucesos de la guerra.
En seguida de éstos vinieron los tiempos de los reyes, entre quienes el primero que reinó fue Saúl al cual, reprobado, roto, vencido y humillado en una batalla, y desechada su casa y descendencia para que de ella no procediesen ya reyes, sucedió en el reino David, del que Cristo fue llamado especialmente hijo. En David se hizo una pausa, y en cierto modo principió la juventud del pueblo de Dios, conforme a lo cual corrió una sola adolescencia desde Abraham hasta ésta de David, porque no en vano el evangelista San Mateo nos refirió de esta forma las generaciones, y este primer intervalo es, a saber, desde Abraham hasta David, le distribuyó ,en catorce generaciones, mediante a que en la adolescencia empieza el hombre a ser idóneo para la generación, por cuyo motivo el catálogo de las generaciones comenzó desde Abraham, a quien también destinó
Dios para padre de muchas naciones cuando le mudó el nombre.
Así que antes de Abraham, según esto, fue como una puericia y niñez del pueblo de Dios, esto es, desde Noé hasta el mismo Abraham, y por eso se habló entonces la primera lengua, esto es, la hebrea, porque desde la pubertad principia el hombre a hablar pasada la infancia, la cual se llamó así porque no puede hablar. Esta edad primera la consume y sepulta el olvido? no de otro modo que consumió a la primera edad del linaje humano el Diluvio  porque ¿quién hay que se acuerde de su infancia?
Por esta razón en el discurso de es de Dios, así como el libro anterior contiene una edad, la primera, así éste comprende dos, la segunda y la tercera; y en ésta por la vaca de tres años, la cabra de tres años y el carnero de tres años, se impuso el yugo de la ley y se descubrió la abundancia de los pecados, y tuvo su principio el reino terrenal, donde no faltaron algunos hombres puros, cuyo sacramento y misterio se figuró en la tórtola y en la paloma.



La Ciudad de Dios
por San Agustín

Libro Décimosexto
Las Dos Ciudades: Desde Noe Hasta Los Profetas
Para las obras completas de San Agustínen latín (e italiano) favor de ir a:
http://www.augustinus.it/latino/index.htm
Biblioteca
www.iglesiareformada.com